Toda derrota es una frustración colectiva. Y esas frustraciones, sin explicaciones de los porqués y ningún propósito de enmienda tienden a cronificarse permanentemente en sus caminos de perdición.
Demasiadas gentes siguen interpelando a la unidad de la izquierda como un Diógenes de hace 2.400 años con su linterna de aceite buscando al hombre honesto.