Un estadio entero (no un grupo de defraudadores por el mundo) indulta con aplausos vergonzosos a un futbolista defraudador de hacienda en millones de euros que se detraen a las arcas públicas y comete un flagrante delito fiscal. Un estadio entero (no un grupo de provocadores por el mundo) insulta y gesticula con mensajes racistas a un futbolista para desquiciarlo y obtener ventaja ¿deportiva?, que se reflejan en tres puntos manchados por el odio racial y el deshonor. Una corporación entera de árbitros (no un grupo de antiguos acólitos de Negreira) decide permitir excesos de competición a jugadores y toman decisiones telemáticas inconcebibles desde el nacimiento del VAR en la cima de su desprestigio. Toda una respuesta corporativa a una imagen de corrupción generada por la compra de favores del vicepresidente de su cofradía. Y todo eso no sucede en la política ni por esos que llaman peyorativamente "políticos”, sino en una cosa que llaman ¿deporte?
Entretanto, decenas de ¿comentaristas deportivos? Inundan las redes sociales, televisiones, medios, tertulias y chiringuitos varios de banalidades y justificaciones increíbles de delitos fiscales y/o de odio en defensa de supuestos colores o camisetas, como si de una confrontación partidaria se tratase. Si vale todo en política cómo no va a valer todo en algo tan primario como un resultado derivado de que un objeto redondo supere unos palos y acabe en una red. ¿A cualquier precio? Sí. Gentes sin más formación que su pasado pegándoles patadas a un balón filosofan sobre los límites a los derechos humanos o no de un hombre negro. Porque cualquier defensa de su dignidad es una provocación.
No la primera vez que esto sucede en la historia de la humanidad. Todo ser que haya sufrido discriminación y haya protestado enérgicamente por ello ha sufrido del odio, el racismo y el rechazo social de quienes se sienten superiores por razones de raza, género, ideología, religión o posición social. Siempre que alguien discriminado ha sufrido eso ha sido calificado de provocador. Lo fueron los proletarios explotados, las mujeres sufragistas (ahora las feministas) los sindicalistas, los homosexuales, los librepensadores, los liberales radicales, los socialistas, comunistas, anarquistas y todas las tribus posibles de la ideologías contrarias al estatus quo ultraconservador o neofascista. Y destacando de todos ellos los racialmente y culturalmente diferentes por su color de piel y costumbres adquiridas conforme a sus roles culturales. Si son mujeres aún peor.
De manera que un deportista de élite que con 22 años alcanza la cima del éxito, que sea además un hombre con negritud intensa en su piel, no puede reír, no puede bailar manifestando su goce, no puede protestar por lo que considera injusto y, de hacerlo es un negro de mierda, un puro mono y se le recibe con gritos aparentes de su ubicación en una selva, cuyos únicos primates salvajes, ignorantes y descerebrados son los que así se manifiestan. Y si se queja, lo que expresa y lo pone en evidencia es un provocador.
Convertir los estadios en un circo primitivo de manifestaciones brutales es, además de un delito de odio, una muestra suprema de fascismo
Convertir los estadios en un circo primitivo de esas manifestaciones brutales es, además de un delito de odio, una manifestación suprema de fascismo. Un racismo repugnante y una intolerable conducta que es imprescindible nos solo combatir con la ley en la mano, sino reprimir su manifestación y prohibirlas con todos los medios disponibles al alcance del Estado. Si como nos ilustra el padre del constitucionalismo democrático, el alemán Kelsen, el monopolio de la violencia está en manos del Estado, esta violencia racial es inaceptable como práctica de la sociedad civil para que se la pueda considerar civilizada y no reprimible en todos sus términos.
Pero no todo esto es casualidad. Se ha consentido, particularmente esta temporada, por no pocos de los mal llamados “jueces arbitrales” futboleros, asistidos por los mal denominados “jueces de línea”, y ahora también por los jueces manipuladores de la imagen del VAR, una reiterada y creciente conducta de violencia en la practica “deportiva” con unos perjudicados evidentes: un jugador llamado Vinicius Jr. en primer destacado lugar y también a su club de pertenencia.
Con la supuesta finalidad de ganar posiciones que impidiesen el desarrollo de un juego se han practicado impunemente acciones peligrosas para la integridad física de ese jugador, al que los aficionados a este deporte vemos más tiempo derribado que en posesión de la pelota. No estoy en condiciones de probar si eso obedece a instrucciones concretas para aplicar esa permisividad de la violencia ¿deportiva?, pero es conocida que la reiteración sistemática de una acción punible sin que haya castigo o limitación a ella no es fruto de la casualidad. Y de serlo se trata de una corrupción objetiva tan execrable y proseguible como la que se produce por causas inconfesables. Aunque más que evidentes.
Pretender que todo esto es ajeno a la reacción corporativa de un número significativo de árbitros, al descubrirse el pastel del caso Negreira, es para epatarse. Solo pensar que un vicepresidente del comité de arbitraje extraía de su cuentas en metálicos el 50% de unas percepciones claramente injustificadas y presumiblemente indebidas para, en último término, repartirlas con los directivos que favorecían su abono es tomarnos a todos como idiotas. Porque para eso un organismo con un presupuesto de 800 millones anuales no necesita precisamente a ese señor.
Uno tiende a pensar que una parte del estamento arbitral ha proyectado su descredito y rabia permitiendo que un jugador espectacular de raza negra sea vejado impunemente por la violencia de algunos de sus antideportivos competidores y ha sido permisivo con un sector nada escaso de racistas e intolerantes que campan con plena libertad en los campos de fútbol. Aunque no solo ahí. Algo huele muy podrido en el fútbol español. Racismo, corrupción objetiva o subjetiva y manipulación mediática de masas. A eso se le llama también otras cosas. Pero no es cuestión que afecte a un pequeño grupo sino que ya importa, hoy por hoy a toda la sociedad española. Basta ya.