viernes. 19.04.2024
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“Si no es conveniente, no lo hagas. Si no es cierto, no lo digas. Se dueño de la iniciativa”
Marco Aurelio


Siena es una ciudad medieval italiana con una plaza en forma de concha, mucha historia detrás y una carrera de caballos famosa que se denomina El Palio. La estructura urbana y social de Siena es de una enorme singularidad. Derrotada por sus vecinas ciudades-estado, Florencia y Venecia, quedaron limitados sus derechos comerciales y por ello aislada sin posible expansión. Lo que ha resultado como su principal ventaja como tesoro patrimonial histórico-artístico mundial. Pero ello deviene también en una composición social muy cerrada en su territorio urbano propio del medioevo italiano. Sus barriadas, denominadas contrade, son verdaderos núcleos de competición y conflicto entre ellas, hasta el punto de que sus habitantes se mezclan con dificultad y se ven con malos ojos hasta los enamoramientos de componentes de contrades adversarias. En versión real todavía vigente de capuletos y montescos.

Todo ello tiene su epicentro sociocultural en una carrera ecuestre denominada El Palio que se celebra anualmente y que supone un verdadero acontecimiento popular de proyección nacional. Porque no solo compiten cuadras deportivas de equinos y jinetes, sino que cada contrade financia a su potro en lid y constituye con ello una expresión cuasi política de sus posicionamientos en la carrera. Carrera en la que están permitidas las agresiones entre monturas y jinetes para provocar su retención o salida violenta del circuito. De manera que no obtiene la victoria quien tenga el mejor equino y jinete más veloz o diestro, sino el que establece una mejor estrategia de alianzas entre diferentes contrade para permitir que su caballo pueda llegar indemne al final de meta. Hay contrades enemigas de siglos y contrades que ofrecen sus oficios para las labores de entorpecimiento o violento descabalgue de algunas de ellas, aunque ello suponga que sus potros no tengan opción alguna de ganar la carrera; lo que no evita premios indirectos por su participación en la estrategia ganadora que, por supuesto, se negocian previamente. En resumen, el Palio es probablemente la competición más “política” del mundo deportivo. Al menos a la luz del día y con conocimiento general.

Es curioso contemplar las complejas relaciones que el poder genera y que ofrece el especial territorio político madrileño, tan parecido al 'Palio de Siena'

Cambiando el tercio y sin entrar en las complejas relaciones que el poder genera, es curioso contemplar las que ofrece el especial territorio político madrileño, tan parecido al Palio de Siena. Madrid es un lugar (al igual que en general), donde también llaman “política” a ese complicado mundo de ambiciones e intereses, bastante contradictorias a veces, como si la suma de esas pasiones humanas solo pudiera denominarse así.

Mientras la vida discurre es interesante contemplar el singular ecosistema del laberinto la izquierda en la política madrileña. En sus dos espacios institucionales de actuación lleva décadas ajena a las responsabilidades de poder en la Comunidad de Madrid y con una sola legislatura de excepción (Alcaldía de Manuela Carmena) mantiene otros grandes periodos de travesías desérticas en el Ayuntamiento capitalino. Todo ello, no obstante, siendo el PSOE la fuerza política más votada en varias ocasiones en cada uno de esos espacios institucionales y también, recientemente, la última candidatura con Carmena de cabeza de cartel, pero sin los diputados ni concejales suficientes para gobernar.

Tal vez el propio mimetismo de la política española y el peso del poder del estado y el gobierno central en Madrid hayan podido contribuir a muchas de las disfunciones de la izquierda en estos territorios, donde además se encuentran los mayores índices de concentración urbana y riqueza de rentas de toda España. Probablemente el modelo autonómico que fue mucho más valido para territorios históricos, con conflictos arrastrados desde el siglo XIX, fuese poco adaptable a una organización uniprovincial, puramente administrativa entre las dos castillas en medio de la meseta, como era la transformación de una diputación provincial en una autonomía del nuevo orden territorial de la restauración democrática.

Todo lo anterior bajo la presión político-tectónica de las dos enormes instituciones democráticas en presencia, Gobierno Central y Parlamento. Pretender que el cuerpo electoral madrileño no refleje miméticamente las conflictividades políticas derivadas de esa presencia y el enorme peso mediático derivado de ellas es cuando menos otro falseamiento de la realidad.

Sea como fuere, un invento político administrativo de corte institucional solo puede producir además efectos palaciegos en sus comportamientos. Los que eternamente se sorprenden del conflictivo mundo de las organizaciones partidarias madrileñas es porque simplemente no buscan otra explicación que las de las banderías de confrontación de ese conflicto y no sus génesis objetivables, empezando por la responsabilidad directa de las cúpulas nacionales de los grandes partidos en ellas.

Pero no es menos cierto el que mientras que los fenómenos de luchas intestinas matritenses, de las organizaciones locales de izquierda, sigan empeñadas en sus patios de monipodios de confrontaciones tribales, cuasi hereditarias, es muy difícil salir del pantanal de la eterna oposición. Unos partidos opositores, tan ajenos a veces al mundo de los problemas reales, que llegan al paroxismo de considerar un triunfo el quedar un punto por encima del pupitre con su más directo adversario compitiendo en las bancadas de los perdedores. Y a esa estupidez le llaman liderazgo.

También la práctica opositora madrileña de intentar rentabilizar, casi en exclusiva, de los conflictos sociales, como es el caso de la atención primaria de la sanidad; sin establecer un relato global alternativo proactivo que generase un cambio de paradigma político, es solo parte del problema. Las movilizaciones a izquierda o derecha han demostrado hasta la fecha, y con evidente contumacia, no ser suficientes para producir alternativas de poder democrático.

Los síndromes opositores de Cibeles, Puerta del Sol y Asamblea de Madrid son un dique que romper imprescindible para lograr ser una alternativa creíble para el electorado

El ejercicio del voto no es una manifestación emocional sino una decisión personal ante una urna. Y ello implica un proceso político diferente y un largo periodo de preparación de una alternativa creíble para el electorado. Se llama trabajo en la base social y estrategia para ello. Los síndromes opositores de Cibeles, Puerta del Sol y Asamblea de Madrid son un dique que romper imprescindible para conseguirlo. Las dinámicas publicitarias electorales de temporada, otro de no menor importancia y gasto a veces superfluo.  

Por el contrario, la izquierda madrileña ha perdido un tiempo precioso desde el 4 de mayo de 2021 hasta los comicios convocados el día 28 próximo. Ha dedicado gran parte de sus energías a conflictos interiorizados para que, como en el Palio de Siena, no ganase una vez más el mejor caballo o yegua sino el que más hubiese conspirado en el laberinto de los intereses en juego o dispuesto de los mejores/peores instintos de las dinámicas internas orgánicas. Es lo que sucedió ya en 2019 y 2021. A no ser que aceptemos la ignominia de que la culpa la tienen los votantes porque, ya se sabe, Madrid es de derechas. Esa gran coartada de los perdedores de oficio sin beneficio alguno para sus electores mal representados. La “gente” pero sin la “gente”. No cabría mayor despotismo de izquierda poco ilustrado. Pues no.

Madrid. La izquierda en sus laberintos