lunes. 29.04.2024
sanchez

“Hoy he escapado de los estorbos, o mejor los he expulsado, pues en realidad estaban dentro de mi: eran mis opiniones.

(Meditaciones. Marco Aurelio)


En el país de la equidistancia de la crítica al poder y a la oposición, hay habitantes de izquierda a derecha que manejan los argumentos siempre en relación con las iniciativas, intenciones, o responsabilidades de otros. Y, sobre todas las cosas, cultivan la crítica ad hominen, que a ellos nunca alcanza, dada su vinculación a la certeza analítica objetiva de sus proposiciones. Esto afecta y mucho a los eternos inquilinos del centro perdido, más bien a los de la derecha, aunque pretenda perseguirse también desde los de la izquierda en no pocas ocasiones.

George Lakoff, catedrático de la progresista Universidad de Berkley en California, es el sociólogo cognitivo que puso en marcha, con notable éxito el think tank demócrata que colaboró activamente en las elecciones de Clinton primero y Obama después. Hasta ahora nadie ha desmentido lo que su instituto Rockridge ha venido publicando y es referencia para todas las estrategias políticas contemporáneas. Yo soy de los que se temen, no sin pruebas ni fundamento, que sus investigaciones son más leídas y tenidas en cuenta por los estrategas de la derecha que los comunicadores publicitarios de la izquierda.

George Lakoff alerta de lo que considera la 'trampa del centrista' para concluir que muchos progresistas creen que deben de 'escorarse a la derecha' para conseguir más votos

En uno de los textos divulgativos de sus trabajos, Lakoff alerta de lo que considera la “trampa del centrista” para concluir que: “Muchos progresistas creen que deben de “escorarse a la derecha” para conseguir más votos. En realidad, es un error. Al acercarse a la derecha, los progresistas refuerzan los valores de la derecha y renuncian a los suyos; y, además, se alejan de sus bases”. Lakoff nos advierte también de la “Trampa del menosprecio” en la que analiza -ya en 2008- lo que ahora algunos descuben como "supremacía moral de la izquierda”. Resumimos su planteamiento en dos frases: “Demasiados progresistas creen que la gente que vota a los conservadores es sencillamente tonta, sobre todo si vota contra sus propios intereses económicos. En realidad, los que votan a los conservadores tienen sus razones y convendría entenderlas”. Y concluye: "El populismo conservador es de naturaleza cultural, no económica”.

No me voy a extender más sobre el análisis que Lakoff evalúa como “Mitos del centro” y me remito a recomendar a no escasos líderes geopolíticos y estrategas varios de la izquierda española (radical y moderada) para que lean (o relean) la edición revisada de 2013 de “Puntos de reflexión. Manual del progresista” (editorial Península), sencillo texto de fácil lectura, incluso para ellos. Tal vez nos ahorraríamos algunos errores de tamaño sideral y muchas banalidades. Claro que leer y pensar al mismo tiempo para gentes demasiado ajetreadas por las urgencias del poder y la oposición es tarea difícil aun siendo gratuita.

Cultivar el pensamiento único y unidireccional es propio también de otras latitudes espaciales y más residenciado en la derecha o en la llamada izquierda de la izquierda a pesar de sus ligeros y frustrados volantazos transversales. Lejos de estas líneas contraponer la crítica a la equidistancia con un posicionamiento a favor de los maximalismos de parte, que nos lleva a triunfos evidentes de un conservadurismo muy trasversal producto de la “acción-reacción “de los contrarios que se complementan a la perfección. No hay más que ver lo que ha estado aconteciendo en la construcción de la candidatura de SUMAR para concretar la identificación de ese fenómeno de las contradicciones y la acelerada desaparición de los dirigentes vinculadas a ellos.

Pero también el debate “equidistencial” de una supuesta “izquierda moderada” o “centroizquierda” poblada de gurús, autoelegidos como sus representantes por ellos mismos, es otra trampa conservadora que llevaría a la izquierda al más rotundo fracaso. Para algunos exdirigentes y opinadores de influencia (en excedencia forzosa en su inmensa mayoría), parece llegar la hora de las equidistancias para la ocupación del llamado centroizquierda. Un lugar en teoría en que se vive muy felizmente, aunque ni es, ni existe organizativamente hablando en lo político; pero que sirve para pontificar a tirios y troyanos desde una supuesta independencia y supremacía moral que da el criterio del equidistante.

Quienes practican esa gimnasia dialéctica llevan en la mochila su propia justificación, que les inhibe de responsabilidad en los desastres que acaecen. En algunos de los descarriles de los que hablan, en tercera persona o desde una visión “objetivable” de los hechos, han sido los maquinistas de una locomotora que esta hecha trizas en un descampado. Pero ellos, ellas y también elles, no están para asumir responsabilidad alguna, porque aún les queda -y mucho- combustible en el depósito para ilustrarnos sobre lo que debe o no debe ser. Como si pudiesen distar ucases de lo que no somos a los que somos.

Me niego voluntariamente a poner nombres y apellidos para evitar la crítica ad ominen que ya no soporto y, que muchos de ellos descarnadamente, practican en la persona de Pedro Sánchez. Al parecer la pieza a cobrar para alcanzar ese hipotético centro es cobrarse su cabeza. Que pase la pelota, pero no el jugador, parecen gritarnos para salvar las esencias equidistantes que nos conducirían de nuevo al paraíso de las mayorías absolutas socialistas pre 1996. Como si la historia social, económica y política de España pudiese retrotraerse a las condiciones de esa época dorada para los que dirigieron el país en esa etapa. Para ello (J.L.Cebrián dixit) deberíamos pasar por las etapas penitenciales de la derrota el próximo 23-J; y, además, el periodo purgatorio para depurar las excrecencias del poder cesarista de Sánchez, que dificulta el viaje del PSOE al paraíso de la casita de “su” centro perdido.

Largo me lo fiais, Sancho. Tan lontano que aun andan purgando los restos mortales del Partido Socialista Francés o del Partido Socialista Italiano en la búsqueda de un centro moderado que perdieron precisamente por haber renunciado a un posicionamiento creíble de izquierda, un liderazgo fuerte y un relato honesto en esos países. Territorios europeos donde, un tal Macron, fue enfant terrible del último gobierno socialista francés (de mayoría absoluta antes de su desaparición efectiva). O un tal Salvini llegó a ser militante comunista. O donde el ciudadano Mateo Renzi (otrora líder de la izquierda post comunista del PDI) y presidente del gobierno se presenta ahora como “centrista moderado”. Sencillamente: no cuela.

El debate democrático al que tiene derecho cualquier demócrata de izquierda o derecha no puede exorcizarse como traición a los ideales partidarios por el solo hecho de discrepar de las políticas que son gestionadas por las personas que tiene la responsabilidad de dirigir los partidos a los que puedan pertenecer. Pero tampoco les da autoridad moral a esas discrepancias que basan sus prescripciones en unas certezas que no solo están por demostrar, sino que de la realidad actual puede colegirse lo contrario. Porque en materia opinativa las pretensiones científicas están al margen. Son colores, como los gustos. Carecen en no pocas ocasiones de los suficientes datos necesarios para fundamentar sus opiniones. O los hacen coincidir con sus argumentarios presentando parcialmente los que contribuyen a glosarlas.

A Pedro Sánchez se le ha insultado gravemente y ha recibido una feroz y constante campaña de descrédito a la que se han sumado de derecha a izquierda sus adversarios

Hace tiempo que descubrí que la llamada ciencia jurídica es un camelo. Lo siento. Una organización humana donde es posible dirimir sobre el patrimonio, la libertad y en algunos sitios incluso la vida de la ciudadanía por una votación de mayoría simple es todo menos científico e incluso es discutible su equidad. De nuevo nos adentramos en la moral, materia tan opinativa como toda la política, la sociología, la economía, el pensamiento y, por supuesto, el derecho. De manera que la legitimidad de los actos humanos solo los da la fuerza de la ley en un estado democrático. Y a eso es lo que tiene derecho el señor Sánchez al presidir un gobierno. Periodo de cuatro años al que desde el primer día se le ha negado crédito, legitimidad, honestidad y capacidad para el cargo.

A Pedro Sánchez se le ha insultado gravemente y ha recibido una feroz y constante campaña de descrédito a la que se han sumado de derecha a izquierda sus adversarios. Acción no por depreciable para algunos deja de ser legitima para todos. Pero, por favor, que nadie pretenda justificarlo desde un centro equidistante a la altura moral de una planta baja. Porque los que parecen situarse ahí, andan bastante perdidos en ese espacio políticamente metafísico, o simplemente no están en él. Y no deja ser esta otra opinión. De la que, como me conmina Marco Aurelio, desde hace siglos, deberé de desprenderme para escapar de mis estorbos. Lo mismo después del 23-J. Pero ahora, desde luego, no. A por ellos.

Pedro Sánchez y la casita del centro perdido