sábado. 27.04.2024
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“Uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para hacer planes...”

Jorge Luis Borges


Con el estilo literario que le caracterizaba, el escritor argentino, Premio Cervantes en 1990, Adolfo Bioy Casares decía que la vida es una partida de ajedrez y nunca sabe uno a ciencia cierta cuándo está ganando o perdiendo. Es lo que nos está pasando a muchos españoles en esta confusa situación de investiduras fallidas o de incierto futuro, de manifestaciones nostálgicas y de desnortadas peticiones y pretensiones imposibles de políticos catalanes cuya importancia electoral, cada día que pasa y cada propuesta que hacen, es inversamente proporcional a lo mucho que aspiran en el mapa político europeo, catalán y español; deben tener claro, la experiencia se lo dice, que en cada nueva elección cuentan menos en el panorama político catalán. Hay que saber tener razón, pero no a destiempo. Aunque, después de la inaceptable resolución aprobada en el Parlamento catalán, en la que condicionaban la posible investidura de Pedro Sánchez a que el Gobierno en funciones se comprometiera a “trabajar para crear las condiciones efectivas para la celebración de un referéndum”, con el rechazo de Salvador Illa y el grupo parlamentario socialista catalán, parece ser que, por sensatez para evitar una repetición electoral negativa e incierta para ellos, “la tempestad se está calmando”. La responsabilidad debe primar frente a un insaciable Puigdemont que lo quiere todo sin merecer nada.

Las metáforas son una forma de lenguaje figurativo que se utilizan para describir una cosa en términos de otra y una herramienta poderosa en la comunicación. Este tipo de lenguaje, muy común en la vida cotidiana, se utiliza en una variedad de contextos, desde la literatura y la poesía hasta la conversación cotidiana, incluida la política. Permiten simplificar ideas complejas o abstractas al relacionarlas con algo familiar, lo que facilita su comprensión. Hablar de problemas políticos a través de la lente de una metáfora tiene el potencial de hacer más comprensible lo que se quiere comunicar y ver los problemas bajo una nueva luz menos conflictiva, al tener la capacidad de tomar conceptos complejos y difíciles y presentarlos de manera comprensible a quienes las escuchan; ayudan a la reflexión y a sacar correctas conclusiones. Cuando en ciertas conversaciones que presentan emociones fuertes o puntos de vista opuestos y en las que las personas, fundamentalmente los políticos, tienden a probar que tienen razón, defendiendo posiciones que anulan el entendimiento mutuo, utilizar la metáfora puede resultar particularmente útil, al desactivar el deseo de llevar razón. La metáfora no impone directamente una idea, sino una historia o un concepto que no comporta directamente un conflicto; facilita un ambiente de mayor distensión y posibilidad de sana ironía, al proporcionar una imagen clara de cómo puede ser una situación o estado ideológico diferente.

Saber utilizar las metáforas requiere práctica, creatividad, incluso, sentido del humor. Puede parecer que no tienen una obvia utilidad, pero la práctica y la ciencia han demostrado que la poseen. Es como leer literatura, una actividad que muchos consideran ociosa y, sin embargo, posee un valor social invaluable: nos hace más empáticos, más dispuestos a escuchar y a entender a los otros. Los grandes clásicos, cuando se leen, incluso los que se han escrito cientos de años atrás, tienen sabias lecciones para los lectores del presente. Lo mismo ocurre con las metáforas y su intrínseca capacidad de acelerar la empatía y la comprensión.

Para algunos líderes políticos en la actualidad su tiempo ha pasado, ya no impresionan, aunque estén bien acomodados y económicamente situados

En la intersección de la historia cultural y la política contemporánea, ha surgido una intrigante metáfora que arroja luz sobre la dinámica de algunos políticos clásicos y su relación con la sociedad actual. Se atribuye a Felipe González, al menos fue quien la popularizó, la metáfora de los jarrones aludiendo a unos objetos a los que se les reconoce valor, pero nadie sabe qué hacer con ellos. La metáfora identifica a los expresidentes o políticos históricos con “jarrones chinos”; metáfora que su adversario político y también exjefe de Gobierno, José María Aznar, ha utilizado en estos días en sus siempre insulsas y obvias intervenciones. Los jarrones chinos son esos objetos tradicionales de la artesanía oriental que uno nunca sabe dónde colocar y que, en metáfora, ofrecen una mirada a través de la cual podemos catalogar la postura y la funcionalidad de algunos líderes políticos que han cumplido su función histórica, incluido un ejemplo más actual, Pablo Casado, en el Partido Popular ignorado permanentemente, en esa concentración o manifestación nostálgica del pasado domingo; un Pablo Casado, otrora idolatrado por Cuca Gamarra y hoy, desterrado incluso, por la propia Gamarra, ferviente idólatra hoy de Feijóo. Tanto Casado entonces y más ahora Feijóo no debe ignorar que todo adulador es un funesto regalo pues vive a expensas de quien le escucha.

El uso de esta metáfora con estos personajes y otros muchos de los diversos partidos políticos, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, revela matices y recuerdos pasados, a menudo incómodos, destacando las tensiones entre lo que fueron y lo poco que hoy aportan en el ámbito político; como “los jarrones chinos”, difíciles de valorar pues no es infrecuente que su autenticidad y la procedencia de algunos ejemplares hayan sido cuestionadas, detrás de su fachada ornamental, en analogía con el contexto político actual, carecen de utilidad práctica y funcional, centrando más su aportación en su pasada imagen y en una retórica arcaica que en su beneficiosa aportación y utilidad actuales. Así como no todos los jarrones chinos poseen valor ni favorecen la estética, aunque estén bien situados, algo parecido sucede con algunos líderes políticos en la actualidad: su tiempo ha pasado, ya no impresionan, aunque estén bien acomodados y económicamente situados.

Esta metáfora nos revela el inteligente desafío y la sana capacidad crítica que debemos tener para saber discernir entre el valor que la historia les dio en su momento y la superficialidad frívola con la que hoy se comportan y se expresan. Resulta incómodo y a veces negativo que en las instituciones o en los partidos políticos abunden los “jarrones chinos”. La agitación de las aguas causada en estos momentos por antiguos dirigentes socialistas y populares, importantes líderes en su momento, deben calmarse desde el prudente silencio y aplicarse esta filosófica sentencia: “El tiempo es inexorable, nunca se detiene, pero hay cosas que se van y no deben volver”. Es verdad que ciertas decisiones son desagradables y difíciles de asumir, pero bien explicadas, en el marco amplio de una legalidad consensuada y ampliable, pueden sentar las bases para un crecimiento democrático sólido que permita avanzar en unos tiempos políticos más tranquilos y menos conflictivos. Una idea o un cambio no se imponen al que no las tiene por propias; únicamente es legítimo proponerlas; y la aceptación dependerá de que la propuesta resulte satisfactoria o al menos, posible, siempre en bien de la mayoría de ciudadanos.

Es cierto que la política, más que nunca, vive de un presente acelerado, tiempos en los que se practica el ir deprisa, aunque no se sepa muchas veces a dónde ir o qué camino coger. No es menos cierto que la experiencia es válida y no debe desdeñarse, pero también es cierto que los tiempos, las circunstancias y la historia cambian y que muchos líderes políticos, que atesoraron conocimientos y experiencia en su momento, alejados del poder, pierden el sentido de la perspectiva y creen que la vida y la política hay que gestionarlas hoy como ellos hicieron. Como argumento para sostener estas reflexiones, válidas según mi opinión, pero apoyadas en pensadores con categoría histórica, para no repetirlas cuando hable de algunos “jarrones chinos de diversos colores políticos y de la amnistía”, recurro a la filosofía, a los clásicos. Por ejemplo, a Heráclito de Éfeso, al que se le atribuye ser el primer filósofo en decir que todo cambia: todo fluye, lo único permanente es el cambio (el “pánta rei”); el mundo es un flujo perenne y una de sus explicaciones es que nunca se bañará uno dos veces en el mismo río, y los montes, a pesar de su aparente estabilidad, también cambian, en un constante devenir, o como asegura en uno de sus fragmentos (el 51): “los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo; es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira”. Y escuchar también a Ortega, nuestro conocido filósofo, en cuyo ensayo publicado en 1910 y titulado Adán en el Paraíso, emplea el término vida en el sentido de vida humana, de vida biográfica, vida humana en la historia, en la que la realidad circunstante “forma la otra mitad de mi persona”; porque vida, para él, es con-vivir, coexistir, de ahí que Adán en el Paraíso signifique “yo en el mundo, yo y mi circunstancia”, en el que la idea de perspectiva es un ingrediente constitutivo de la reali­dad: el perspectivismo, según el cual la rea­lidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa en el universo y desde su circunstancia histórica. “Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo”.

Desde estas simples reflexiones de filósofos con autoridad histórica, no llego a entender el inmovilismo de muchos políticos. Como metáfora o ejemplo, estos políticos que no asumen que los tiempos han cambiado, son como aquellos “maestros o maestras” que quieren seguir enseñando como a ellos les enseñaron, desconociendo los enriquecedores cambios que la pedagogía y la metodología educativas han ido proporcionando para el aprendizaje de sus alumnos y alumnas. De ahí que carezca de serena oportunidad que la semana pasada, en un acto cuya finalidad imprescindible era la presentación de un libro, utilizando aquella frase viral de Paco Umbral: “He venido a hablar de mi libro”, Felipe González y Alfonso Guerra, dedicaran sus intervenciones, con cierta deslealtad a su partido, a criticar a quien es hoy, por más que les pese, su Secretario General; hablaron de una “amnistía”, que por el momento, por mucho que hablen de ella políticos, periodistas, tertulianos o ciudadanos varios, con intereses espurios, aún no está sobre la mesa. El dúo que gobernó España durante más de una década bien sabía que casi nadie de los que asistieron tenían interés en saber algo del libo a presentar, aplaudiendo con el fervor del devoto cada frase que ambos decían sobre el asunto estelar: la amnistía. “La amnistía sería la humillación deliberada de la generación de la transición”, -llegaron a decir -, sacando a colación y repasando, según ellos, las contradicciones de Sánchez, calificándole de “disidente y desleal”.

Dicen que las formas y los tiempos son importantes. Cuando estoy escribiendo estas reflexiones, se ha celebrado ya la segunda y definitiva intentona fallida de la investidura del señor Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular, seguro candidato a presidir la oposición en la próxima legislatura; a pesar del evidente fracaso (172 Síes y 177 Noes y un estrambótico voto nulo de un diputado de Junts), pero con un entusiasmo popular, Cuca Gamarra “dixit” que Feijóo y el Partido Popular han salido reforzados; sería bueno recordarle a Feijóo y a Gamarra el triste final de su antecesor, Pablo Casado. Y si las formas y los tiempos son importantes, antes de hacer “cábalas catalanas de discutibles posibilidades” y de “anticipadas declaraciones” hechas por Pedro Sánchez de un seguro futuro gobierno progresista, todos debemos tener claro que, previamente, según prescribe la Constitución, el Jefe del Estado debe encomendar al presidente en funciones, Pedro Sánchez, una posible investidura; y, al menos, en estos momentos, no conocemos, si es que existe, acuerdo alguno firmado por Sánchez y los partidos políticos que podrían apoyarle, aunque muchos de los independentistas catalanes lo afirmen, pero, sobre la mesa de la transparencia, todavía nada hay escrito. Si la amnistía fue la columna vertebral del discurso del líder popular, el silencio de Sánchez, delegando su intervención en su diputado y ex alcalde de Valladolid, Oscar Puente, solo puede interpretarse como una manera de preservar sus argumentos para cuando tenga que defender su propia investidura si recibe, como es previsible, el encargo del Jefe del Estado, tras el fracaso de Feijóo. El juego de augures y adivinos sobre futuribles no deja de ser más que el juego clásico del “castillo de naipes”, que la realidad fácilmente puede desmontar con un soplo de verdad.

Felipe González, Alfonso Guerra o José María Aznar no son los únicos jarrones chinos que pueden estorbar a sus sucesores cuando dejan el poder

Felipe González, Alfonso Guerra o José María Aznar no son los únicos jarrones chinos que pueden estorbar a sus sucesores cuando dejan el poder. Acabamos de tener la prueba de que la metáfora popularizada en su día por el expresidente socialista español no conoce fronteras. Participar en política, además de inteligencia y conocimientos, necesita valores y honestidad y, cuando se han acabado las responsabilidades que la legalidad de las elecciones les ha otorgado, también la decencia de mantener la prudencia y saber colaborar con responsabilidad con el partido que les aupó y al que se perteneció; lo demás, además de soberbia y narcisismo, es postureo. La escenificación hoy de la política puede significar una representación teatral y, por tanto, fingida, de la actividad que a cada político le corresponde según los votos electorales conseguidos y la institución a la que representa.

Contemplar el panorama político actual, incluida esa nostálgica manifestación del Partido Popular en la Plaza de Dalí de Madrid, es como asistir a una representación escénica, bien montada, y ver la carga teatral de muchos de los que asistieron y participaron, como respuesta a un texto y argumentario previamente escritos. En sus entrevistas, ruedas de prensa o debates parlamentarios actúan como si fueran actores elegidos para interpretar un papel previamente aprendido. En la fingida representación del texto importa más la parafernalia escénica que interesa al líder que los intereses de los espectadores o votantes que los han elegido. Escenificar es hoy un signo de nuestros tiempos; los signos de los tiempos son acontecimientos significativos, no aislados y no naturales que marcan la historia de una sociedad por su frecuencia; se prolongan en ciclos progresivos de una generación a otra, adquiriendo el valor de históricos al impactar en la conducta e interpelar en los sentimientos de forma clara, patente e indiscutible en la realidad histórica. 

La última obra no acabada del novelista francés Gustavo Flaubert, obsesionado por las necedades y estupideces difundidas y arraigadas en la sociedad de su tiempo, la tituló “Diccionario de prejuicios”; según Flaubert, las estupideces y los prejuicios crecen y constituyen un gran peligro para la inteligencia, de ahí que con su obra se impusiera la tarea de desmitificarlos. El Diccionario abarca una cantidad de palabras heterogéneas que cubre los más diversos campos del saber y la vida cotidiana; en su obra, aparece como tema constante la estupidez, entre la irrisión y el desprecio, entre lo cómico y lo serio, en un amplio catálogo de frases hechas, un prontuario de expresiones, capaces de asegurar el favor de una sociedad en la cual las personas sólo quieren escuchar aquellas presuntas verdades aceptadas pasivamente, pues recurrir a las opiniones dominantes es mucho más fácil que formarse una opinión propia, pues la opinión propia requiere trabajo, reflexión, conocimiento, información y esfuerzo. En definitiva, concluye Flaubert, “los prejuicios son casi siempre hijos de la ignorancia".

Hoy en día, la política y la propia información política están condicionadas por la posición previa de los medios, cercana e incondicional con unos partidos y crítica y negativa con otros, cuando tenían que ser un contrapeso frente al poder. Antiguamente un político tenía que tener el don de la oratoria para alcanzar el éxito, hoy basta con saber usar un apuntador electrónico y saber leer para conseguir el aplauso con un discurso que puede haber sido escrito por un equipo de asesores, como han sido los discursos soportados en la pasada y fallida sesión de investidura del candidato Núñez Feijóo, alimentando expectativas imposibles. La teatralización y escenificación, además de sobrar, banalizan la información y son una barrera a la seria comunicación y a la verdad; y sin buena información, a quien se causa un profundo daño y a quien degrada, es a la propia democracia.

La disimulación como modo de resistencia ante los poderosos, obtiene toda su dimensión práctica en épocas de destrucción de la política por la tiranía o el imperio. Séneca –que sería condenado a muerte por Nerón– le advertía al joven Lucilio que “el hombre sabio se abstiene de provocar la ira de los poderosos, evitando de este modo el poder que ha de dañarle, cuidando ante todo de no parecer que lo evita”. La disimulación honesta (Nápoles, 1641) es uno de las piezas más significativas de esta extraña sabiduría. Su autor, Torquato Accetto, fue un oscuro secretario del que poco se sabe. No obstante su brevedad, se trata de un escrito de la escuela de la prudencia, al estilo de Baltasar Gracián, entendida ésta como retención de la verdad y cautela en la veracidad, liberándose de la tempestad, a dejar pasar la borrasca de las pasiones y evitar “el precipicio de los sentidos”. Pues la pregunta que Accetto se hace es: ¿Esconder la verdad o, empleando el termino correcto, la disimulación es siempre digna de condena, o, por el contrario, existen circunstancias que la hacen necesaria? Para él la disimulación honesta se trata de un velo compuesto por tinieblas honestas y respetos necesarios que uno se impone a sí mismo. Para él, quien sí actúa no produce falsedad, sino, por el contrario, da un descanso a lo verdadero, para después, demostrarlo a su tiempo. A veces es preciso dejar en reposo la verdad, protegida con honestas tinieblas, hasta que los tiempos estén maduros para que resplandezca la luz y demostrarla a su tiempo. Para él es válido este oxímoron: “es virtud sobre virtud disimular la virtud”, si se utiliza con prudencia y no con intención de engañar, ya que las circunstancias políticas obligan a veces al hombre a replegarse sobre sí mismo y a dividir su interior y su exterior, procurando salvaguardar así su interioridad ante un mundo falaz y hostil. La disimulación se convertirá en un arma ofensiva y la disimulación en un medio de defensa. Ambas, tanto para Accetto como para Gracián, son artificios necesarios para moverse en un mundo de apariencias donde la misma verdad ha de ser disimulada y temporalmente aparcada. La disimulación honesta de Accetto no es otra cosa que recordar el espléndido poema de Cavafis sobre el viaje del astuto rey de Ítaca. Entre los múltiples mitos literarios, el de Ulises sea tal vez uno de los más difundidos; su viaje a Ítaca supuso una ocasión interesante para reflexionar sobre lo desconocido, para explorar sobre lo ignoto, desafiando los límites de la legalidad sin saltársela, pues según Cavafis, lo que importa es el viaje que debemos hacer para alcanzarla, no la meta; sin prisas. Y esta puede ser la búsqueda de solución a un problema que hay que resolver sí o sí si queremos un futuro progresista y, como muchos aspiramos: “con socialismo, dignidad y libertad”.

Si la democracia no se enseña a la ciudadanía con el ejemplo, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y la demagogia

Cuando todo se viene abajo es porque han fallado los cimientos: las instituciones, los partidos políticos, las ideas, las tecnologías, la banalidad de la falsa información, el digno trabajo, la incompetencia de los malos políticos, la propia democracia… Y si la democracia no se enseña a la ciudadanía con el ejemplo y no se practica en la vida cotidiana, sus grandes principios quedan en el vacío o sirven como pantalla a la corrupción y la demagogia. Una sociedad sin cimientos se viene abajo con mucha facilidad y obliga a los ciudadanos a que nos movamos en diferentes y contrarias direcciones, creyendo, ilusos, que por cualquier avenida vamos a llegar a ese futuro que nos habíamos propuesto.

Si hace días la mayor parte de noticias que aparecían en los medios hacían referencia a dos personas (Rubiales y Hermoso), en estos momentos de “investidura”, la palabra clave ha sido y es “la amnistía”. Los que ya peinamos canas y hemos sido espectadores y actores de nuestra historia durante los años de la dictadura, no podemos caer en las veleidades de la falta de memoria, como escribe García Márquez en “Cien años de soledad”, olvidar o peor, silenciar lo horrores y los errores de los que hemos sido testigos, en la dictadura, en la inicial democracia con Suárez, después con González, más tarde con Aznar, ese narciso político que nos metió en una guerra de Irak con mentiras, de las que jamás ha pedido perdón, a continuación, con Zapatero, al que le siguió Rajoy con su ministro Montoro, aquel que dijo (y hay que recordárselo a Feijóo y a sus orgullosos presidentes comunitarios): “Que se hunda España que ya la levantaremos nosotros”, y, actualmente, Pedro Sánchez. Escuchando el primer discurso del candidato popular, Núñez Feijóo, en la sesión de investidura, la primera palabra que pronunció fue la palabra amnistía y sus conocidos y repetidos argumentos para no concederla a quienes aún tienen causas abiertas por el procés. Es bueno recordarle que existen distintas arquitecturas políticas para solucionar los problemas, entre ellas, hay dos, la más fácil criticar todo sin aportar soluciones, hasta el punto de verlo todo negro, haciéndose trampas al solitario: “con Sánchez se rompe España”. La segunda, exige aprendizaje innovador, decisión y reflexión creativa, buscando posibilidades. La primera, la de la negatividad desemboca en la indiferencia pasiva; la segunda, el compromiso responsable para intentar que sobreviva lo que se ha ido construyendo a lo largo del tiempo; eso esperamos muchos que sea el gobierno progresista de Sánchez, si consigue la investidura.

No estaría de más que, quienes tan furibundamente se oponen a la amnistía, nos ilustren sobre cuál es su alternativa política para gestionar una situación que afecta directamente a la gobernabilidad del Estado.

Es beneficioso serenar del todo la política catalana y que los partidos nacionalistas de Catalunya participen con normalidad en la vida democrática

Desde mis nulos conocimientos jurídicos no tengo capacidad para hacer una certera reflexión sobre ella, pero me apoyo en lo que expuso en la Cadena SER el pasado martes, día 26, en el programa 'Hoy por hoy' de Àngels Barceló, Nicolas Sartorius, uno de los fundadores de CCOO y exdiputado, ante las críticas vertidas por Alfonso Guerra y Felipe González contra Pedro Sánchez y una posible amnistía a políticos catalanes. Rebatía las opiniones de ambos en contra de la amnistía por carecer de argumentos; argumentando él con clarividencia que su aplicación “no es ningún desastre ni de aplicarla se va a romper y destruir nada; es más complicado que eso”. Para Sartorius el debate de fondo no es “amnistía sí o no”, sino si está justificado por razones de interés público y democrático general tomar medidas con el fin de superar las consecuencias del llamado 'procès'. Es beneficioso serenar del todo la política catalana y que los partidos nacionalistas de Catalunya participen con normalidad en la vida democrática, como ha sucedido durante décadas. “En mi opinión, la respuesta es afirmativa. Resulta muy atrevido decir que la amnistía no cabe en la Constitución”; añadía que “la Transición fue basada en la amnistía, la reconciliación” y concluía, al referirse a Guerra y a González, que “envejecer es complicado”.

También Antón Losada, ex secretario general de la vicepresidencia de la Xunta y ex secretario xeral de relacións intitucionais y comentarista y analista político en diversos medios de comunicación, escribía en el “ElDiario” que “Ninguna democracia inteligente de nuestro entorno prescribe la inconstitucionalidad de la amnistía, no pocas incluso la blindan en su texto fundamental. Lo hacen porque la historia nos enseña que, en bastantes ocasiones, resulta el único camino disponible para salir, con el menor daño institucional posible, de una situación política, económica o social que mantiene a una sociedad dando vueltas en círculos concéntricos cada vez más estériles y destructivos. Este argumento debería bastar para zanjar la cuestión de la constitucionalidad”.

O como escribe Eduardo Montagut en su articulo en Nueva Tribuna “Amnistías y socialistas españoles”: “La amnistía es una decisión política ejercida por el poder público por la cual se deja sin efecto una ley penal o su aplicación a un individuo o un grupo condenado por delitos políticos o fiscales. Al derogarse una ley, la amnistía adquiere también el carácter de ley. Las amnistías por delitos políticos se suelen emplear como un instrumento para hacer efectiva una reconciliación política y restablecer una normalidad institucional”.

Participar en política implica, además de inteligencia y conocimientos, valores y honestidad y, cuando se han acabado las responsabilidades que la legalidad de las elecciones le han otorgado, mantener la prudencia y saber colaborar con responsabilidad con el partido al que se perteneció; lo demás, además de soberbia y narcisismo, es postureo. La escenificación hoy de la política puede significar una representación teatral y, por tanto, fingida de la actividad que a cada político le corresponde según los votos electorales conseguidos y la institución a la que representa. Contemplar el panorama político actual es como asistir a una representación escénica y ver la carga teatral de muchas de sus intervenciones. Responden a un texto y argumentario previamente escrito. En sus entrevistas, ruedas de prensa o debates parlamentarios actúan como si fueran actores elegidos para interpretar un papel previamente aprendido. Y en la fingida representación del texto importa más la parafernalia escénica que interesa al líder que los intereses de los espectadores o votantes que los han elegido. 

Visto lo visto, y para finalizar estas reflexiones a vuela pluma, se impone rebajar la tensión, sin la violencia del vencido ni las imposiciones del vencedor. Es imprescindible encontrar un marco común en el que se pueda satisfacer tanto las aspiraciones democráticas de unos como de los otros. Esto requiere futuros desarrollos legislativos sin enquistamientos previos y dialogar de forma civilizada como una democracia seria y con políticos que buscan soluciones y no confrontaciones. En estos complicados momentos se impone la sensatez, la prudencia y el diálogo, que analizados con objetividad empiezan a ser revolucionarios. El fuego que no hay que apagar es aquel que no se enciende; hay que buscar salidas, de otro modo el conflicto será permanente y estarán siempre latentes los conflictos que en estos días presenciamos. Hago mío lo que decía Sergio Ramírez, el escritor, periodista, político y abogado nicaragüense con nacionalidad española: “Me queda para siempre la fe en las utopías. Creo que la sociedad perfecta no existe, pero nunca dejará de creer que la justicia, la equidad y la compasión son posibles”. Nada está perdido si se tiene el valor de entenderse. Con el tiempo se aprende a construir todos los caminos en el hoy, porque el sendero del mañana todavía no existe. De no ser así, me pregunto: ¿A qué patria podemos emigrar los que estamos cansados de tantos insultos, enfrentamientos y trincheras?

De “jarrones chinos, manifestaciones nostálgicas e investidura fake”