jueves. 02.05.2024
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“Ningún ciudadano debería votar a un político ni a un partido que no le conste fehacientemente que es honesto, leal, sincero y coherente”.


Apenas unas horas y estas elecciones cuya convocatoria tanto ruido intencionado ha ocasionado en las derechas y tantas encuestas interesadas han llenado tertulias e informativos, habrán dado fin y tendremos ya los resultados; y el resultado electoral lo habrá decidido no los deseos ni las encuestas sino el voto real ciudadano. Mientras, días antes de la fecha electoral, somos muchos los que, desde posiciones diferentes, analizamos y reflexionamos sobre el futuro de nuestro país, dependiendo de cuáles puedan ser los resultados y sus consecuencias y a qué pactos puedan llegar según los escaños conseguidos. Al escribir estas ideas, me permito recordar de nuevo una frase de Sófocles, poeta destacado de la tragedia griega: “El futuro nadie lo conoce, pero el presente avergüenza a los dioses”. Ciertamente, tal como se han comportado en este tiempo electoral algunos candidatos y los partidos que les apoyan, no avergüenza a los dioses, cuya existencia ignoramos, sino a los ciudadanos que, amantes de la democracia, les decepcionan los atajos y las mentiras utilizadas por algunos para alcanzar el poder.

No son pocos los ciudadanos que, habiendo sufrido la dictadura para conseguir las libertades que hoy tenemos, -aunque existan miopes históricos que lo nieguen-, consideren inadmisible hacer una equivalencia entre esta democracia, aunque imperfecta, con el fascismo o la dictadura. VOX, y algunos de “la derechita cobarde”, así definía Abascal al Partido Popular, son un ejemplo de querer retornar a un pasado que teníamos superado. Cuando se ignora o manipula la historia, los que victimizan la realidad y la adjetivan grosera y falsamente, la banalizan, como afirmaba Hannah Arend. ¡Con qué frívola facilidad se autodefinen como “patriotas” aquellos a los que otros definimos como “marionetas”!

En estos momentos electorales, inundados de ruido, de excesivas promesas y mentiras, el ciudadano debe tener claro que “nadie promete tanto como el que sabe que no va a cumplir” y que, encima, ningún olvidadizo se lo va a reprochar. Al escuchar algunas declaraciones, discursos, ruedas de prensa o argumentos de ciertos políticos, viendo cómo manipulan la verdad, retuercen los argumentos a conveniencia, utilizan falacias y una verborrea sin contenido para conseguir los propios fines, sin importarles muchas veces lo que piensa el ciudadano, cuántos ciudadanos podemos exclamar: “esta gente nos toma por tontos”. Y si no se les castiga políticamente negándoles el voto, es posible que no sólo nos tomen por tontos, sino que lo seamos; porque el problema es que nos estamos acostumbrando a escuchar mentiras, falacias o medias verdades manipuladas con descarada verborrea, incluso, negando lo evidente, sin llegar a penalizar a quien las dice; lo que supone una perversión del sistema democrático.

Si algo define al político honesto es por la verdad de su palabra y su ética gestión

Es cierto que cuando en medio de las crisis no se vislumbra futuro, cuando las instituciones están desprestigiadas, cuando los valores básicos de la convivencia en sociedad no funcionan, gran parte de los ciudadanos se informa (o ni siquiera se informa) sin contrastar las noticias; apenas son capaces de distinguir la verdad de la mentira; se contentan con argumentos débiles o simplemente se les engaña. Si algo define al político honesto es por la verdad de su palabra y su ética gestión; en tiempo electoral es el que hace más visible que la gestión y la palabra van perdiendo valor, que el poder corrompe, que la autoridad deja de ser ética y que las mayorías políticas convierten en ley sus ocurrencias ideológicas. Son tiempos de democracia débil que nos retrotraen a épocas oscuras que creíamos superadas pues en política nada es casualidad sino causalidad. Sin compartir la opinión peyorativa que Aristóteles tenía de los sofistas, en el tratado que los rebate: “Refutaciones sofísticas”, nos dice que la verdad no depende de ningún factor subjetivo; no está supeditada, por tanto, a deseos, creencias, especulación o conveniencia. Así como el agua se escapa por el colador, la verdad en boca de algunos políticos se difumina o desaparece; la manipulan y supeditan a conveniencia de los intereses del partido; no utilizan argumentos, sino argumentarios previamente aprendidos. La verdad de una afirmación no tiene que ver con el grado de confianza o desconfianza que nos merece quien la pronuncia. Las afirmaciones no surgen solas, son formuladas por personas; por tanto, el ciudadano debería tener criterios claros que le permitan establecer su verdad o falsedad con absoluta independencia de quienes las dicen. A eso se refería Platón, poniendo en boca de Sócrates aquello de que “no hay que honrar a hombre alguno antes que a la verdad”. La única decencia que garantiza la integridad ética e intelectual es honrar esa conclusión, sin importar quién formula las ideas sometidas a examen ni a quién ofende cuando dudamos de la objetividad de quien las ha expresado.

Sísifo es una de las figuras más representativas de la mitología griega. Su inteligencia lo llevó a obtener beneficios, incluso más allá de la ética y, en consecuencia, fue sometido a una dura condena por burlar a la muerte y enojar a los dioses. Su vida es como una tragedia tradicional, intensa, desesperanzada, incluido el castigo final de los dioses porque no se podía ser libre en contra de ellos. Los dioses habían condenado a Sísifo a transportar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra, empujada por Zeus, volvía a rodar, teniendo Sísifo que retornar a subirla. En su ensayo “El mito de Sísifo” Albert Camus escribe que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza; ese suplicio indecible en el que el hombre dedica todo su esfuerzo en algo inútil que siempre acaba sin alcanzar la meta: la roca desciende y hay que subirla de nuevo a la cima. Este absurdo esfuerzo es una metáfora presente en la vida moderna: es la realidad de “tantos seres humanos” que trabajan durante todos los días de su vida en las mismas tareas, sin salir de su “pobreza”, sin alcanzar aquella vida digna y gratificante a la que aspira para él y los suyos. Este absurdo y esta angustia son demasiado pesados para poder sobrellevarlos con optimismo. De ahí la enorme importancia que tiene, como objetivo primero y con el fin de superar ese desolador destino, hacerse y ser consciente del mismo; hacer de su absurda vida un asunto humano colectivo, al que deben poner solución todos los hombres que desean y se saben dueños de su destino. Actualizando con una ligera reflexión el mito de Sísifo, si Sísifo se resignó ante la voluntad de los dioses, ante unas elecciones que pueden cambiar a quienes nos van a gobernar, los ciudadanos que amamos la libertad y despreciamos la mentira, no podemos soslayar la asunción de responsabilidades ni permanecer resignados y pasivos ante el arbitrio poco sensato de otros “dioses, los políticos” que van a decidir obre “nuestras vidas y hacienda”. Como dice la Constitución, el poder pertenece al pueblo, a todos los ciudadanos y la crítica, la acción y el compromiso por un cambio constructivo mediante el voto democrático, son el mejor estímulo para hacer progresar al país y mejorar sus instituciones. No es lo mismo un gobierno que reduce libertades y derechos que otro que los facilita y mejora las condiciones de vida.

No es lo mismo un gobierno que reduce libertades y derechos que otro que los facilita y mejora las condiciones de vida

Las elecciones del próximo domingo justifican y exigen con nuestro voto cambios para mejorar, no para perder derechos. La política, como la vida de cada uno, deben ser una forma de vertebrar y solucionar las necesidades y los sueños colectivos de la ciudadanía; y el voto no informado, sin análisis reflexivo, puede llevarnos a un gobierno de retroceso “en blanco y negro” de una derecha casposa y rancia que ponga en peligro muchas conquistas sociales que tanto esfuerzo ha costado conseguir o, desde un voto crítico e informado, a una gobierno de progreso, que ofrezca recursos desde los que alumbrar ese acervo gigantesco de posibilidades de transformación y cambio que, simplificando, llamamos “política de solidaridad”. Los ciudadanos, con nuestro voto, somos los protagonistas y no la sufrida comparsa de nuestro acontecer y nuestro futuro, al cargar resignadamente con el peso del destino. Es de desear que los ciudadanos bien informados y conocedores de las consecuencias de su voto, al votar, prime en ellos más la sensatez que el miedo, el deseo de avanzar hacia una sociedad mejor que la resignación conformista de retornar al pasado. Para quien tiene miedo, todo es ruido; para quien está informado, todo son posibilidades de progreso. Hay que recelar de tantos profetas de calamidades y rechazar la tentación de vuelta al pasado y a tantos anacronismos políticos que constituyen la esencia de estas derechas actuales e históricas a la vez.

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Desde el debate entre Pedro Sánchez y Núñez Feijoo, un bronco debate “entre mentiras y medias verdades”, debate del que todos los partidos políticos, medios de comunicación y tertulianos han ido haciendo juicios de valor y del que se han escrito infinidad de artículos desde posiciones previas, la principal conclusión es que la ciudadanía tiende a valorar los elementos que ha visto u oído, independientemente de si son verdaderos o no los datos aportados, por la única razón de que está previamente posicionada. Sólo considera verdaderos y cree lo que confirma y reafirma sus propias convicciones. Los resultados del debate, traducidos en un exceso de encuestas, de cuya fiabilidad siempre he sido escéptico, muestran que la verdad o la mentira funciona a la hora de hacer juicios de valor con prejuicios poco fiables. El problema de caer en mentiras es clave para Feijóo porque él mismo ha construido su campaña sobre el eje de atacar la credibilidad de Pedro Sánchez, con ese insultante neologismo del “sanchismo”. No estamos acostumbrados a comprobar por qué creemos en lo que creemos. Un ejemplo claro es lo que sucedió a Feijóo al ser entrevistado en TVE por Silvia Intxaurrondo, periodista de los servicios informativos de TVE, al rebatirle las incorrecciones o mentiras en los datos que el candidato popular afirmaba. Acostumbrado al servilismo de “los suyos”, a “los Vicente Vallés”, cuando se topa con una profesional independiente, se atasca y deja al descubierto su impreparación política. Los datos no son opiniones; una persona trabajada en la gestión política, si acepta una entrevista, debe tener claro lo que afirma, habiendo rastreado previamente el origen de verdad de cualquier afirmación que emita, en lugar de tener que tomarla como un acto de fe. Sorprende que, tras el debate y las numerosas mentiras y falsos datos que el líder popular utilizó, reiteradamente sostenidos, los necesarios ejercicios de verificación que se hicieron en los medios de comunicación no hicieran mella ni en él ni en su equipo para rectificar. La sensación de impunidad trabajada por los populares es mala consejera incluso cuando las encuestas te sitúan como favorito.

La sensación de impunidad trabajada por los populares es mala consejera incluso cuando las encuestas te sitúan como favorito

Vivimos en una sociedad en la que los datos sí importan, y si por conveniencia interesada o porque has sido adoctrinado por “un Miguel Ángel Rodríguez”, buscando atajos, con estrategias falaces, sin molestarte en comprobar si los datos que aportas son o no ciertos, estás ayudando a construir un mundo donde mentira y verdad son fáciles de confundir. En estos momentos electorales los políticos ponen más interés en intentar hacer creer a los demás que dicen la verdad que en tratar de ser sinceros. El beneficio electoral no puede enmascarar la verdad ni intentar autoengañarse de que, sabiendo que no dices verdad, todos te van a creer. La reiteración de una mentira tiene el poder de hacer que lo expresado suene a verdad, incluso cuando sabemos que no lo es, pero no anula al político la lógica y ética obligación de la verdad. Sugería con convicción Maquiavelo que el que engaña siempre encuentra a quien se deja engañar. Una sociedad en la que no se castiga la mentira y el engaño, no puede ir bien. La realidad es dueña de sí misma y no se puede cambiar a voluntad de nuestro interés o capricho al pretender interpretarla según nuestras conveniencias. Nos hemos ido acostumbrando a tener una particular mirada sobre la realidad y, en ocasiones, nuestra forma de verla y de pensar nos parece inobjetable. Sin embargo, ¿qué es lo que sustenta nuestras ideas y opiniones? ¿Existe una única forma de ver y pensar la realidad? Tenemos experiencia, con más frecuencia en el mundo de la política, de que hay quien pretende adueñarse de la verdad como propiedad exclusiva, y escriturarla a nombre propio o de su partido.

Considero un grave error confundir el entramado de nuestras opiniones y creencias con la verdad de la realidad. Entre la realidad y lo que una persona cree que es la realidad hay un abismo en cuya bruma o espejo se pueden proyectar todos los fantasmas que uno desee sin llegar a intuir las semillas de verdad o engaño que genera la ficción. Y ficción mal explicada y peor justificada ha sido la ausencia del candidato popular al debate del miércoles pasado en la Televisión pública. Los debates, y más en los medios públicos que son de todos, deberían ser de obligada asistencia para que los ciudadanos conozcan en directo los programas de gobierno y las propuestas para llevarlos a cabo que ofrecen sus futuros gobernantes. El debate contó con la asistencia de Pedro Sánchez, Santiago Abascal y Yolanda Díaz y la injustificable ausencia de Alberto Núñez Feijóo, con la insultante excusa que tal debate era un “modelo incompleto”; añadiendo la mentira de que no le parecía “razonable” que el presidente del Gobierno y su vicepresidenta “debatiesen entre sí” sin que “estuviese el resto de socios de la coalición”. En el colmo del cinismo y la soberbia, quien pretende ser presidente de este país, en una entrevista a RNE, afirma que vio el debate “aunque no entero”, enfatizando con orgullo y desfachatez que “para no asistir al debate creo que he sido la persona más citada”. Además de mentir, lo hace con cobardía, confesando que estaba medicado tras una lumbalgia. Después de este plantón democrático, para Feijóo el esfuerzo, la preparación, el trabajo responsable, la información transparente, tienen un valor secundario. Lo importante es ocupar el poder, aunque no se esté preparado para para ello.

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Está visto que las miserias humanas no impiden la historia, pero sí la pueden destruir. Uno de los mayores valores del político es que la sociedad sepa qué va a hacer y cómo, cuándo y por qué lo va a hacer. Para ser creíbles es importante tener como ciertas y seguras que sus promesas y palabras se van a cumplir, que sea real y no fingidamente transparente, que rinda cuentas de ellas, no sólo en momento de exaltación, cuando las emociones y los sentimientos están a flor de piel, sino de manera continua, cuando los focos de las emociones se han apagado. Animado por las encuestas, se considera vencedor, sólo hace falta esperar. Su consigna es: “Aprovecha la oportunidad y no te compliques la vida”. Como escribe Xavier Vidal-Folch en el diario El País refiriéndose a la incomparecencia de Feijóo, “Salió derrotado el Ausente: Feijóo... perdió porque al no comparecer demostró que, sin él, todo debate democrático es más fácil, más ordenado, más audible y respetuoso…” Aunque justificara su ausencia, ha cometido un error de principiante. La democracia no es cosa de cobardes y no se gana una presidencia de España sin salir a jugar. Estos últimos días anteriores al 23-J, no están siendo cómodos para Feijóo. Los argumentos que en su momento exhibió de no confiar en la neutralidad de TVE, además de mendaces, son incoherentes; la falta de credibilidad políticas puede ser, en las elecciones del domingo, la causa, y no otra, de la gran decepción ciudadana sobre Feijóo y su partido. Sostenía Francis Bacon que “el cumplimiento de las promesas que se hicieron vale más que la elocuencia con las que se prometieron”.

La democracia no es cosa de cobardes y no se gana una presidencia de España sin salir a jugar

Lo que queremos los ciudadanos es dignificar mínimamente el debate político y no crispar a la sociedad con mentiras o falsas acusaciones que cuestionen la legitimidad de un gobierno democrático ni escuchar a políticos que manipulan los hechos y lanzan mentiras e insultos, hasta la calumnia que, en países realmente democráticos, no se tolerarían ya que los fines políticos no pueden justificar medios inmorales. Alexandre Koyré en su obra “La función política de la mentira moderna”, se pregunta cómo identificar a los políticos mendaces, mediocres y falsos, inmersos en ese magma que es la acción política para, a continuación, dibujar un exacto retrato de su perfil; es importante -escribe- saber ubicarlos y observar sus conductas. Su táctica es la mentira y su estrategia, trajinar en aquellos escenarios donde existe falta de información y razón y exceso de ignorancia y emoción. Buscan y se dirigen a aquellos ciudadanos e ingenuos votantes que pueden servirles como trampolín para conseguir el poder y sus oscuros intereses; una vez conseguido, es cuando los ingenuos votantes perciben la mentira y la farsa; por desgracia, ya no hay tiempo de corregir el error cometido; aunque, como medida de futuro, siempre existe la oportunidad de enmendar el error en las siguientes elecciones.

Leo hoy mismo en el diario El País un razonado artículo firmado por Javier Cercas titulado “Por qué pienso votar a Pedro Sánchez”, en el que, en síntesis, revela la razón principal para justificar su voto: porque es el candidato del PSOE y el PSOE es el principal representante en España de la socialdemocracia y la socialdemocracia ha creado las sociedades más prósperas, libres e igualitarias del mundo (o de la historia). Y, a continuación, desarrolla una serie de reflexiones y razones, de “pros y contras” para votar a Pedro Sánchez. Identificándome con él, discrepo sólo en el título, pues yo también votaré PSOE, pero podría encabezar la lista otro que no fuese Sánchez, ¿y mi razón?, la que expone Javier Cercas: porque el PSOE es el principal representante en España de la socialdemocracia y la socialdemocracia ha creado las sociedades más prósperas, libres e igualitarias del mundo (o de la historia). Con esta esperanza votaré el domingo.

Democracia sin atajos o “la derechita cobarde”