jueves. 02.05.2024
guardiola_vox
María Guardiola (PP) y Ángel Pelayo Gordillo (Vos). Extremadura.

“Cuando has defendido públicamente tus ideas, si no quieres cabalgar
en la contradicción y que otros te critiquen y te pasen factura,
debes vivir de acuerdo con ellas”.

(Paulo Coelho)


En el prólogo escrito por José Luis Abellán, el prestigioso historiador de las ideas, a la obra “Palabras que no lleva el viento” de otro prestigioso escritor, Adolfo Yáñez López, de la que en alguno de mis artículos ya he hecho mención, iniciaba con estas palabras: “La filosofía ha sido definida en varias ocasiones como un saber a qué atenerse, entendiendo por este saber un principio de referencia…”. El propio Adolfo Yáñez sostiene en su libro que “hay palabras ligeras, sin consistencia, que vienen y van. Algunas se inflan de repente como globos y parecen llamadas a llenar el mundo, pero no esconden nada y se diluyen cuando menos nos damos cuenta con la misma celeridad que tuvieron al llegar…Otras, sin embargo, tienen peso, permanecen de continuo, se adhieren a no importa qué latitud y a no importa qué tiempo. Son principios de partida y referencia para filosofar y saber a qué atenernos en la vida”. Al comentar la palabra silencio afirma que “quizá no haya nada que abrigue tanto el alma de los seres humanos como el silencio. En el silencio se producen los mejores encuentros con nosotros mismos” (…), sin embargo, “el ruido es chirriante, cacofonía con la que escondemos la nada que llevamos dentro”. Poniendo pie en estas sabias ideas, quiero trabajar y referenciar algún pensamiento sobre las siguientes palabras: Ruido, silencio y reflexión.

Nos estamos acostumbrando a que en la actividad política es válido utilizar la mentira, sin pudor, con el fin de obtener el voto de los electores

Nos estamos acostumbrando, de modo más palpable en las últimas semanas, acelerados por las próximas elecciones, a que en la actividad política es válido utilizar la mentira, sin pudor, con el fin de obtener el voto de los electores, atribuyendo al adversario político hechos o intenciones a sabiendas de que son falsas con el fin de dañarle, al punto -muchos así lo piensan- de que mentir en política no conlleva castigo alguno, sale gratis; de este modo, como en un alud, la mentira, sostenida y no penalizada, se incrementa con descaro hasta poder llegar a la infamia o la calumnia. Mentir nunca debería ser rentable en política, sin embargo, aseguraba Alexander Koyré en sus Reflexiones sobre la mentira, “nunca se mintió tanto como en nuestros días”. Cuando los políticos, los periodistas o los medios de comunicación mienten se está violando el derecho que tienen los ciudadanos a recibir información veraz y contrastada; si tal violación se produce en campaña electoral, alguien se podría cuestionar la legitimidad ética de los candidatos elegidos. Tenemos recientes ejemplos. Siempre, pero, de modo especial, en tiempo electoral, es importante tener claro que no es lo mismo votar a un político que elegirlo. Al primero, así es la ley, se le vota porque figura en una lista cerrada de partido, al segundo, si fueran posibles las listas abiertas, se le elige porque se le conoce, se sabe quién es, cómo actúa y piensa, a no ser que su conocimiento venga disfrazado por la mentira y la impostura.

Durante la edad de oro del periodismo la verdad tenía un valor superior, constituía una exigencia y un deber; la esencia del periodismo era el servicio a la verdad, con rigor y honestidad profesionales. Contagiados tal vez por los políticos, las redes sociales, el deseo de medrar o el servilismo económico, no pocos periodistas y tertulianos han ido perdiendo los principios morales que guiaban la actividad periodística. En su reciente obra “Fake News, la verdad de las noticias falsas”, el polifacético periodista Marc Amorós las define como informaciones falsas diseñadas para hacerlas pasar por noticias verdaderas con el objetivo de difundir un engaño o una desinformación deliberadamente, escondiendo unos intereses políticos o económicos bastardos. Si las “Fake news” son mentiras: ¿quiénes las difunden?,¿por qué nos las creemos?, ¿por qué las compartimos?, ¿cuál es en realidad la verdad?, ¿a quién benefician? Intentando responder a estas preguntas, Amorós profundiza sobre las consecuencias de difundir, leer o creer en noticias falsas y de qué manera perjudican a la salud informativa de la sociedad, volviéndola cada día más ciega, más desinformada. Sostiene con sorna contradictoria que “una buena noticia falsa” - que las redes sociales ayudan a difundir- es la que refuerza nuestros prejuicios y opiniones, y más “cuando nos rodeamos exclusivamente de gente que piensa como nosotros porque, en el fondo, no queremos cambiar de opinión”.

El gran oxímoron de la política y de los medios que la cubren es la enorme frivolidad con la que se manipula la información

Nos encontramos inmersos en una era en la que la verdad como valor de conducta de la sociedad en general y de los partidos políticos, en particular, ha ido decayendo; padecemos sus consecuencias más visibles: la degradación de la confianza en los políticos e instituciones y el colapso del necesario valor e interés por la democracia. La erosión del concepto de verdad y la interpretación interesada de la información y sus relatos amenazan la limpieza electoral y, por tanto, sus resultados y la propia democracia, pues tendemos a creer más las mentiras que nos convienen o benefician que las verdades que no compartimos. El gran oxímoron de la política y de los medios informativos que la cubren en estos tiempos electorales es la enorme frivolidad con la que se manipula la información. Hemos abandonado ser una sociedad de la información para adentrarnos en la sociedad de la desinformación. Defendía James Ball, escritor y periodista británico, premio “Pulitzer” por su periodismo de investigación, que existe una infraestructura en los partidos políticos y mediáticos que ha devaluado la verdad para servir a sus propios fines y que, desde hace algunos años estamos inmersos en la era de la posverdad, de las “Fake News”, era en la que se va configurando una infraestructura política y mediática que ha devaluado la verdad para servir a sus propios fines. La posverdad no es más que la mentira de siempre con un nombre nuevo; sólo cambia la respuesta de la ciudadanía ante ella. Aunque, en realidad, el problema no está en las noticias, en “las fake news”, el problema está en que a quien las escucha no le importe que sean falsas si conviene a sus intereses, confirman sus opiniones y sirven para atacar dialécticamente a su adversario político o ideológico. El camino para neutralizar esta perversión social y ética está en volver a subrayar una vez más la importancia política y moral de la verdad, castigando electoralmente a quien incurre en la falsedad y de ella se sirve. Eso sí está en nuestra mano.

Tomar una decisión es un proceso de elección entre varias opciones o formas posibles para resolver diferentes situaciones en la vida y en diferentes contextos; la finalidad de estas ideas es clarificar y reflexionar sobre a quién debo votar y qué razones tengo para votar a un partido y no a otro. Votar y a quién votar es una toma de decisión que se caracteriza por despejar las dudas, la incertidumbre; todo elector que ignora o desprecia la incertidumbre a la hora de votar, quien no decide con juicio mínimamente informado y una reflexión totalmente racional al evaluar las distintas alternativas, quien no tiene claros los programas y las propuestas de los diversos partidos que se presentan no es un votante responsable sensato.

Existe ya una infraestructura política y mediática que ha devaluado la verdad para servir a sus propios fines

Solemos aceptar que los hechos son incuestionables, no las opiniones, así lo expresó Aristóteles de forma apodíctica: “contra facta, non valent argumenta” (contra los hechos no valen los argumentos); mas el problema es que existen hechos alternativos, trufados por las emociones o la manipulación intencionada, que llegan a perder la batalla de la verdad, en escenarios en los que las redes sociales crecen cada vez más como fuente discutible de información frente a los medios de comunicación tradicionales; hoy existe un neologismo que se ha impuesto para calificar esta peligrosa situación: “el trumpismo”. Hay quien augura que, de continuar en esta intensidad desbocada y desinformada, las redes sociales “trumpistas” pueden hacer tambalear los cimientos de las democracias modernas. Existe ya una infraestructura política y mediática que ha devaluado la verdad para servir a sus propios fines.

Siempre se admira a las personas que dicen lo que piensan, pero, sobre todo, que hacen lo que dicen. Por dignidad a la verdad, es bueno recordar lo que dijo la señora María Guardiola, la líder del PP extremeño, hace apenas dos semanas sobre su imposibilidad de pactar con VOX; estas fueron sus palabras: “Yo no puedo dejar entrar en mi Gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes, y a quienes despliegan una lona y tiran a una papelera la bandera LGTBI (…) He hecho todo lo que estaba en mi mano. Mi promesa y mi tierra no son moneda de cambio de nada, porque el valor de la palabra no caduca”. El viernes pasado hemos sido testigos del pacto firmado con VOX, después de que la presidenta popular extremeña decidiera enviar un correo a sus militantes populares: “No voy a fallaros”, escribía. “Soy muy consciente de que también es imprescindible el respeto, el diálogo y el acuerdo pragmático con la formación de Vox en Extremadura. Compartimos una prioridad, pasar página a las políticas socialistas. Es lo que nos debe preocupar”. ¿Cómo se retoma una negociación y se firman unos pactos con VOX, con párrafos prácticamente idénticos a los del PP y Vox en la Comunidad Valenciana y en Baleares, después de unas palabras tan contundentes?, ¿dónde quedan la lealtad, la dignidad, sus valores y sus convicciones?

Desde la coherencia política, lo mínimo que se le puede pedir a un partido y a un político es que sepa lo que dice y después hace

Desde la coherencia política, lo mínimo que se le puede pedir a un partido y a un político es que sepa lo que dice y después hace. En ellos no se puede permitir la mala fe y el engaño oportunista. Desde ahora, para recuerdo permanente de su incoherencia, se le puede decir a la señora María Guardiola lo que dijo un sabio ateniense: “Si tiene algo que huele mal en su bolsillo, olerá mal dondequiera que vaya. No le achaque la culpa al lugar en que está”, a los extremeños y mucho menos a quienes no le han votado. Una vez más se confirma, desde el relativismo ético y político, lo que escribió el poeta francés Paul Valéry: “Cuando conseguimos nuestro objetivo, creemos que el camino ha sido bueno”. Lo expresado anteriormente de María Guardiola, es extensible a casi todos los que “ansían el poder”; prefieren el éxito fácil a los principios y valores; es decir, alcanzar el éxito a costa de la verdad. Pero en política y en la vida, el abandono de la verdad por el éxito electoral tiene como efecto perverso abdicar de la razón y de la dignidad. Su mantra, su consigna, aunque la piensen en silencio es: “Aprovecha la oportunidad y no te compliques la vida”.

Ya no extraña que, si de forma hereditaria pueden llegar a reinar incompetentes, ¿cuántos incompetentes pueden llegar al poder simplemente porque en la estructura partidaria de la política ascienden arribistas en el escalafón; aquellos que, sin haber dado un palo al agua, se mantienen desde “jovencitos” en el partido, sin incomodar, manteniéndose en la obediencia y disciplina partidaria, repitiendo “como papagayos” los argumentarios prescriptivos del partido, es decir, sin molestar y subiendo escalones, entran en las listas electorales. Muchos de ellos son como los pícaros clérigos del siglo de Oro que “habían leído apenas y estudiado muy poco”

Como señalaba al principio de este artículo, hay conceptos que combinan mal: silencio y ruido; encierran significados contradictorios; esta figura retórica de pensamiento es, según la RAE, un “oxímoron”; unir ambas palabras oculta un sarcasmo incongruente. Aristóteles, en su obra lógica, lo llama “principio de no contradicción”, según el cual, un término o una proposición y su negación no pueden ser ambos verdaderos al mismo tiempo y en el mismo sentido. Sin embargo, ¡qué bien saben emplear algunos políticos el oxímoron en sus discursos: emplean el ruido o el silencio cuando les conviene! Nuestra política está llena de voces silenciadas que, de escucharlas, aportarían información, transparencia, sabiduría y conocimiento a la ciudadanía; en cambio, la actual política electoral está siendo un auténtico guirigay ensordecedor, marcado por el ruido que desconcierta a los ciudadanos. La posibilidad de hacer ruido debería estar acompañada de la consciencia de que molesta y mucho; y quienes lo generan deberían tener claro de que tenemos la obligación de no escucharlos, incluso, de reprenderlos.

Oyendo a determinados jóvenes políticos uno comprende de inmediato la diferencia entre la dialéctica y el desparpajo, la oratoria y la facundia

Ya desde Platón, Demóstenes o Cicerón se distinguía la dialéctica (arte de dialogar, argumentar y razonar), la oratoria (capacidad de comunicación ordenada, cuyo fin es la persuasión) y la retórica (arte de bien decir y dar al lenguaje la eficacia necesaria para deleitar o conmover). Con más claridad, estas capacidades se distinguen del desparpajo o facilidad y desenvoltura para hablar de forma gesticulante como en una coctelera desaforada de frases. Oyendo a determinados jóvenes políticos uno comprende de inmediato la diferencia entre la dialéctica y el desparpajo, la oratoria y la facundia.

En estos momentos electorales, en los que nos inundan de mentiras, de posverdad, de fake news, el ciudadano debe tener claro que nadie promete tanto como el que sabe que no va a cumplir, y que encima ningún olvidadizo se lo va a reprochar. Lo advertía con sabia inteligencia el financiero Bernard M. Baruch: “Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione”, porque los políticos siempre hacen lo mismo: prometen construir un puente, aunque no haya río.

El filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky en su obra “El imperio de lo efímero” entra en los dominios de la sociedad contemporánea infectados por la moda”; en ella escribe las últimas tendencias de la sociedad de la abundancia y expone su ideario moral. Para él, la idea de la contemporaneidad es un fluido caprichoso que hace tiempo ha prendido en las conciencias; es una invitación a reconciliarse con la nueva realidad en la que vivimos, caracterizada por el declive ideológico y el ascenso del mercado y el consumo. En la ideología, en el arte, en la moral, en la política… estamos en manos de los antojos y vaivenes de la moda: ella es nuestra actualidad. Según Lipovetsky, los sueños del progreso hace tiempo que produjeron monstruos y las instituciones despiertan desconfianza; en nuestra época -escribe- prosperan el desasosiego y el desengaño, la decepción y la angustia; considera que la entidad que promete la felicidad del ciudadano ya no es la democracia sino, al igual que Bauman u Ordineel capitalismo consumista, pues el derecho a desear viene de la mano del derecho a quedar satisfecho. El ideal de subordinación de lo individual a las normas razonables y colectivas de la solidaridad se ha pulverizado para dar paso a otro valor fundamental, el de la realización personal, el cultivo del “ego”, el culto a la propia singularidad subjetiva; no es más que la manifestación última de una ideología individualista, al derecho a ser solo uno mismo, a disfrutar al máximo de la vida: un hedonismo posmoderno. Habitamos una sociedad que ha erigido al individuo libre como valor fundamental, unido a la revolución del consumo. Vivir libremente sin imposiciones ni represiones y escoger íntegramente el modo de existencia de cada uno: este es- según Lipovetsky, el hecho social y cultural más significativo de nuestro tiempo. En esta sociedad posmoderna pocos creen ya en el porvenir radiante de los valores, del compromiso, de la revolución, de la solidaridad y el progreso social; se quiere vivir aceleradamente, en seguida, aquí y ahora, conservarse joven. De ahí que, en general, ninguna ideología política es capaz de entusiasmar a las masas, los ídolos de la sociedad posmoderna son el triunfador económico, el famoso, la belleza…, ningún proyecto altruista y solidario moviliza, impera la lógica del vacío, estamos ya regidos por el vacío.

VOX_congreso
Bancada de Vox en el Congreso de los Diputados.

Desde la entrada de la ultraderecha en las instituciones, el clima de convivencia en el Congreso de los Diputados es irrespirable

Desde la entrada de la ultraderecha en las instituciones, el clima de convivencia en el Congreso de los Diputados es irrespirable. Los insultos, las amenazas y las coacciones se han convertido en un arma estratégica perfectamente diseñada por el grupo de ultraderecha para amedrentar las intervenciones de los y, especialmente, las diputadas que están en el uso de la palabra. “Meter miedo” es el objetivo político que ha elaborado la dirección del partido de ultraderecha en su maniobra de desestabilizar al resto de fuerzas democráticas.  ¿Qué hacer, entonces? Es necesario actualizar los conceptos y la búsqueda de las estrategias y los instrumentos adecuados. Estamos viendo cómo se traiciona y desvirtúa la información mediante la simplificación bobalicona de una realidad compleja.

El enfrentamiento, el ruido y la mentira deslegitiman los objetivos que se deben conseguir; el hecho de que mucha gente prefiera la seguridad a la libertad, nos debe poner en guardia; el silencio mitiga el ruido, pero el silencio pasivo, la posible abstención en estas elecciones cruciales no pueden anestesiar nuestra acción y nuestra capacidad crítica. Hay que votar, pero con reflexión. No nos podemos situar en un horizonte de irresponsabilidad e incumplimiento de lo que nos han prometido y verlo incumplido según la lógica de campañas anteriores, esperando a que pasen cuatro años para unas nuevas elecciones. Es evidente que la democracia no se degrada por la acción de los ciudadanos sino por la mala gestión de los agentes políticos, económicos y sociales.

No existen complots como nos quieren hacer ver algunos líderes de las derechas a los que hacen eco no pocos medios de comunicación, periodistas y tertulianos, debilitando y banalizando la política; es también evidente el oportunismo de algunos agentes políticos o el desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente. Es algo más sutil, pues quienes amenazan nuestra vida democrática no van a ser “inciertos golpistas” sino los oportunistas; su gran habilidad no es tanto hacerse con el poder cuanto influir en él sin llamar la atención.

Estamos viendo cómo se traiciona y desvirtúa la información mediante la simplificación bobalicona de una realidad compleja, resuelta en un “tuit”. Los tuits vacían las palabras con significantes vacíos, y en el gran esfuerzo de la comunicación, nos obligan de continuo a que tengamos que estar preguntando: “Y este, ¿qué quiere decir?” Las simplezas se convierten en categorías que amplían los medios de comunicación. Sobreactúan, hablan, prometen, pero las palabras y las promesas no transforman la realidad. Ante las elecciones del 23-J, hay que reflexionar con anticipación de futuro, sabiendo qué consecuencias pueden devenir, dependiendo de que se pierdan derechos trabajosamente adquiridos. Si las derechas subrayan que “hay que eliminar el sanchismo”, negarle al gobierno actual los avances y derechos adquiridos, sería traicionar la verdad y la evidencia y es para mentes necias, tener que explicar lo evidente; pero ya sabemos que, para la derecha, hace más ruido en el bosque un árbol que cae que cien que están creciendo.

Hay que recordarles a los Feijoos, Gamarras, Ayusos y Abascales… esa elocuente metáfora que si ellos, las derechas, se atribuyen el mérito de una lluvia futura, no deben extrañarse de que las izquierdas les hagan culpables de la sequía

Hay que recordarles a los Feijoos, Gamarras, Ayusos y Abascales… esa elocuente metáfora que si ellos, las derechas, se atribuyen el mérito de una lluvia futura, no deben extrañarse de que las izquierdas les hagan culpables de la sequía. Se necesita un nuevo lenguaje que sea capaz de explicar la nueva realidad que nos envuelve e ir superando el desprestigio de la política, la desafección, los miedos y los ruidos que hoy contaminan los escenarios políticos preelectorales. Para ello es imprescindible que la política democrática se rearme con mayor fundamento democrático mediante la reflexión. Sabiamente lo decía José Mujica, el ex presidente uruguayo, que ha recorrido un camino largo y difícil, transitando siempre por la senda de la dignidad, que “el poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes son realmente” y que los gobiernos no se mueven sin la presión de la ciudadanía. Solamente un libro vale la pena leer: el de la razón desde la profundidad de la propia experiencia en meditación o reflexión: la verdad de cómo es la realidad.

Existe un principio básico del derecho civil y del derecho internacional que dice: “Pacta sunt servanda”, locución latina que significa “lo pactado obliga”. Obliga a las partes y, por consiguiente, debe ser puntualmente cumplido, sin excusa ni pretexto. La obligatoriedad se hace extensiva a todas las consecuencias que, aun no expresadas, se deriven de la naturaleza de lo pactado, conforme a la buena fe, al uso y a la ley. Y, ¿qué son las elecciones sino una forma de pacto entre los políticos y los ciudadanos que les han votado? Da grima ver cómo se exigen mutuamente cumplir lo pactado entre ellos y con qué facilidad se eximen de cumplir lo pactado con los ciudadanos. Si cumplir los pactos es consecuencia de la exigencia de una actitud política honrada, leal, limpia, recta, justa, sincera e íntegra, no cumplirlos, por lógica, sería un comportamiento político deshonesto, desleal, injusto, incorrecto e insincero, que lesiona la confianza en la política y las instituciones.

Lema15m
Imagen del 15M

Si se participa con responsabilidad en las elecciones del 23-J, los sueños se pueden cumplir

Sócrates, en el diálogo de Platón “El Banquete” exhorta a sus discípulos: “Si tienes que pronunciar la más bella de las palabras enseñadas por los dioses escoge “la verdad”. Y en otro excelente libro se augura: “La verdad os hará libres”. Recuerdo que, en mis tiempos jóvenes, estando en el Colegio Mayor San Juan Evangelista como subdirector, en plena dictadura franquista, Luis Pastor, cantando en el salón de Actos, nos dijo: “Nos están quitando tantas cosas que nos han quitado hasta el miedo”. Que al menos, como “quijotes”, siempre nos permitamos a nosotros mismos soñar que la verdad en democracia es posible y que nuestras palabras y nuestros hechos sean los artífices de nuestros sueños, que, si se participa con responsabilidad en las elecciones del 23-J, esos sueños se pueden cumplir. Esta reflexión solamente indica dónde está el camino, pero el camino (el voto reflexionado) “lo debes recorrer tú”.

Recuerdo una antigua viñeta de ese filósofo gráfico, El Roto, remedando al escritor hondureño Monterroso, que decía: “Cuando despertaron, la democracia ya no estaba allí…” Con estas veleidades de experiencias y pactos de derecha y ultraderecha, puede suceder. Tal vez sea el momento de recordar en qué pueden acabar los rostros angelicales que cantan hermosas canciones. La película “Cabaret”, es la historia de una americana atrapada en Berlín durante el ascenso del nazismo. Su director Bob Fosse en tres minutos y mediante una bellísima canción “El mañana me pertenece” (“Tomorrow belongs to me”) nos explica por qué el pueblo alemán eligió en las urnas a un hombre vulgar llamado Adolf Hitler. Todos conocemos cómo y cuáles fueron las consecuencias.

Ruido, silencio y reflexión