viernes. 29.03.2024
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“Cuando un estúpido hace algo que le avergüenza / siempre dice que cumple con su deber”. / (George Bernard Shaw) 


Ensayo sobre la ceguera es una novela psicológica del escritor portugués y Premio Nobel de Literatura, José Saramago. En ella nos sitúa en los límites de nuestra conciencia a través de seis personajes anónimos, que han de hacer frente a una pandemia que se extiende por todo el mundo: la ceguera blanca. El profundo egoísmo que marca a los distintos personajes en la lucha por su supervivencia se convierte en una parábola de la sociedad actual, trascendiendo así el significado de ceguera más allá de la propia enfermedad física. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. La novela de Saramago es una imagen aterradora y conmovedora de los tiempos que estamos viviendo a la vez que nos alerta sobre “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los han perdido”. El inicio de la novela es una exhortación del “Libro de los consejos”: “Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara”. Su tesis no es más que la respuesta a una pregunta que Saramago se hace y que muchos también nos hacemos: “En un mundo así, ¿es posible mantener la esperanza?”. En un punto donde se cruzan literatura y sabiduría, José Saramago ha demostrado una imaginación audaz: obligarnos a parar y, cerrando los ojos, ver, porque puede que estemos ciegos, pero ciegos que pueden ver; el problema es que no miramos, que no reparamos; es el dilema orteguiano, tan frecuente y cínico a la vez, de ver, pero sin mirar. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad. Como dice Juanjo Millás de esta obra, “Hay novelas, como ésta, que después de leídas, continuarán iluminando oscuros túneles en la conciencia, abriendo puertas de habitaciones a las que no nos habíamos asomado, pese a estar dentro de nosotros”.

Dando un pequeño sesgo a la metáfora de la ceguera, hoy son incontables los ciudadanos que no están ciegos, sino que “viven en burbujas”, es decir, reducen su vida y forma de pensar a limitados puntos de vista que les mantienen inmersos y condicionados fanáticamente por estereotipos y prejuicios, no reparando con su mirada la pluralidad de la realidad, distorsionando los acontecimientos que les rodean; ven solo aquello que quieren ver, dentro de “la limitada y cerrada burbuja de su realidad”, en la que han sido adoctrinados y tutelados y de la que no quieren salir, incapaces de mirar con ojos sensatos el mundo real. Mas, desde la lógica realidad de la vida, el mundo es mucho más rico y plural de lo que son capaces de revelarnos nuestros sentidos, cuando somos capaces de trabajar, pensar y vivir fuera de esas burbujas que nos impiden ver el mundo y su pluralidad tal como es. Los seres humanos no hemos recibido el don de la inteligencia para transitar en el error, ni el de la palabra para la mentira, cuando ocultamos o traicionamos la verdad.

El profundo egoísmo que marca a los distintos personajes en la lucha por su supervivencia se convierte en una parábola de la sociedad actual

¿Quién no conoce hoy “El mito de la caverna” que Platón narra en el libro VII de La República? Por una parte, describe la existencia de la realidad tal cual es en el hiperuranio y, por otra, se encuentra con una realidad de ficción, las sombras, donde las creencias toman protagonismo. Los hombres, encadenados en la caverna frente a la pared (en una burbuja de sombras), solo habían visto lo mismo desde que nacieron, por lo que no tenían la necesidad ni la curiosidad de darse la vuelta y comprobar qué eran las sombras reflejadas, sólo conocían una realidad engañosa; las sombras los distraían de lo que era la verdadera realidad. La conclusión de Platón en la lógica del mito es que el paso de la ignorancia, las sombras, al mundo de la realidad, las ideas (el hiperuranio), es posible solo si nos liberamos de nuestras ataduras perceptivas y buscamos el conocimiento a partir de la reflexión intelectual, saliendo de la burbuja o de la caverna. 

Acudiendo a nuestra experiencia, muchas de nuestras verdades también las aceptamos sin pararnos a cuestionarlas, sin plantearnos si de verdad la realidad es como la vemos o como nos han dicho que es. En esta sociedad y modernidad líquidas que describió el fallecido filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, existe una tendencia a la pereza intelectual y, en esa tendencia, los medios de comunicación y las redes sociales tienen gran responsabilidad. El mito de la caverna o “vivir en una burbuja”, nos hace patente la posibilidad de nuestra ignorancia y, a su vez, ser conscientes de que existen plurales visiones de la realidad. Ortega, nuestro filósofo, bien nos alertó de que nuestro “yo subjetivo” está condicionado por las circunstancias que nos rodean y la perspectiva desde la que miramos el mundo.

Que vivimos dentro de una burbuja que evita que se filtre hacia el interior toda la información que no nos gusta, es una de las ideas más aceptada en estos tiempos en los que triunfan las cuestionadas redes sociales. Si somos capaces de analizarnos, las redes sociales que manejamos llegan a situarnos en un universo de información algorítmica y personalizada, en una burbuja en la que solo permitimos que accedan a ella las noticias e ideas que se ajustan a nuestros intereses y preferencias, limitando la información de ideas, opiniones y realidades ajenas. Los algoritmos han alcanzado una complejidad y una importancia cada vez mayores, capaces de decidir qué noticias o ideologías nos son mostradas y cuáles no; con qué tipo de contenidos e ideas realizamos más acciones y la afinidad que tenemos con ellos. Las personas tendemos a rodearnos de otras personas o grupos afines a nuestras ideas políticas, sociales, económicas o religiosas. El resultado final es que se tiende a ver o leer sólo aquellas noticias e ideas entre las personas que comparten nuestras creencias. Todo aquel cuya ideología coincide con la visión del mundo que le aportan las redes sociales y que encaja con su marco mental, se encuentra cómodo en dicha burbuja. No busca ni admite información que sea contraria a la ideología de su burbuja; y si se informa en los medios de ideologías contrarias es con el fin selectivo de conocer sus argumentos, poder rebatir así las opiniones contrarias y convencerse más de que las propias son las acertadas. Si “vivir en burbujas”tiene el riesgo de ignorar o contrargumentar la realidad de los otros, mucho más peligroso es convertir la “burbuja” en “trinchera”; en “las trincheras” se convierte a los otros en “enemigos”. Es la vieja táctica del necio: ante las crisis y la corrupción, negar los hechos y demonizar al contrario.

El mundo es mucho más rico y plural de lo que son capaces de revelarnos nuestros sentidos, cuando somos capaces de trabajar, pensar y vivir fuera de esas burbujas

Es así como se alimenta la burbuja de filtros, como presentó Eli Pariser en su ensayo, editado por la editorial Taurus, “El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos”; su tesis fundamental la resume en este axioma: Nuestros medios de comunicación constituyen un reflejo perfecto de nuestros intereses y deseos. Según Pariser, en lo que él define como el filtro burbuja, los algoritmos utilizados en las redes permiten recopilar todos los rastros de información digital que vamos dejando como cibernautas, adaptados en función de lo que conoce de cada usuario: sus gustos personales, sus creencias, su orientación ideológica…, pues, desde 2009 -sostiene el autor- vivimos en una nueva era de internet en la que las grandes empresas digitales personalizan cada vez con más precisión los contenidos que ofrecen en función de las preferencias de cada cibernauta, haciéndole creer, abusando de sus ingenuas intenciones, que se trata de una información y acceso transparente y objetivo de la realidad. 

Resulta paradójico que, en la inmensa mayoría de los medios de comunicación, de radio y Tv, fundamentalmente en programas con tertulianos, guardando la equidistancia, se crea entre ellos, al menos, dos burbujas: una, la que desarrolla el pensamiento conservador, de derechas, y otra, de pensamiento progresista o de izquierdas. Lo más criticable de esta ambigüedad es que, analizando la misma realidad, difícilmente se llega al acuerdo entre ambas burbujas; opinan de todo, con el aire de quien, diciendo obviedades, creen que sus palabras merecen ser esculpidas en piedra; ignoran que una oratoria profusa y confusa suele esconder carencia de ideas. 

En la búsqueda y en la batalla por la verdad, la burbuja de filtros nos impide conocer otras ideas, otras formas de pensar, que pueden enriquecer nuestro conocimiento de la realidad. Una vez más, desde la voluntad de buscar la pantalla de la verdad, se echa en falta “al tertuliano puente”, aquel que no se siente obligado a pertenecer a una burbuja o posicionarse en una trinchera. Desde la lógica del pensamiento filosófico y su avance hacia el conocimiento cierto, deberíamos aprender de Kant que, saliendo del “sueño dogmático de las burbujas”, supo conciliar y hacer de puente entre “el racionalismo y el empirismo”, conciliando lo positivo de ambos. Y ese es el problema: nos sobra información emocional y dogmática y nos falta información reposada. 

En la batalla por la verdad, la burbuja de filtros nos impide conocer otras ideas, otras formas de pensar, que pueden enriquecer nuestro conocimiento de la realidad

De carecer de voluntad amplia por el acuerdo, no valorando lo que los otros nos pueden aportar, tal como apunta el mundo en burbujas, va a ser muy difícil que las personas miren o consuman algo que, en cierto sentido, no haya sido elaborado a su medida. En la cerrazón de negar lo positivo de los otros, encerrados en “burbujas”, ya políticas, ya económicas, ya nacionalistas, ya religiosas…, quien así se encierra al final no decide qué es lo que entra en “su burbuja” y, más importante aún, no llega a saber lo que deja fuera. Otros deciden por él y, tal vez, sin valores ni principios éticos con el riesgo de crear un mundo cerrado y con opiniones muy polarizadas. 

Una de las distopías más famosas del siglo XX es el libro de ciencia ficción y, a su vez, de crítica social, del escritor inglés Aldous L. Husley“Un mundo feliz”En él presenta un mundo futuro deshumanizado en el que la sociedad está dividida en un sistema de castas (o burbujas) en el que los individuos están creados y alterados genéticamente, en el que se han destruido por completo las relaciones y los lazos que caracterizan al ser humano y en el que no pueden obrar por su propia voluntad; en esta sociedad, lo que los individuos piensen o crean está determinado por la cúpula del sistema, de su burbuja ideológica o ética, porque el individuo ha perdido su capacidad y libertad de razonar por sí mismo. Pues como escribe Kant en su breve tratado sobre ¿Qué es la Ilustración?, el hombre que no razona, que no ve la realidad tal como es, “permanece tutelado en su minoría de edad”.

Como escribe Kant en su tratado sobre ¿Qué es la Ilustración?, el hombre que no razona, que no ve la realidad tal como es, “permanece tutelado en su minoría de edad”

Desde la lógica de la inteligente y demostrable pluralidad, cada vez que cogemos el móvil, encendemos el ordenador, vemos la tv, escuchamos la radio o leemos la prensa, desanima, sin ser adivinos ni augures, saber de antemano qué es lo que van a decir, ya los políticos, ya los tertulianos, ya los distintas poderes sociales, económicos o religiosos de la sociedad, pues uno de los principales problemas que afectan a nuestra actual democracia es la falta de confianza y credibilidad que tienen muchos de los que lideran distintas instituciones que nos hemos dado. Basta ver algunas tertulias políticas en las que -tal como se sitúan algunos tertulianos, a la derecha o la izquierda del conductor del programa-, se adivina de antemano cómo se van a posicionar unos y otros con estrategias y argumentos de juego sucio para desacreditar y debilitar al adversario. Desde hace algunos años, pero más en estos tiempos en los que abundan las redes sociales y lo fácil que resulta intoxicar la información con la frivolidad de un “tuit”, los ciudadanos estamos recibiendo una constante lluvia de intoxicación mediática y nos sentimos indefensos ante una manipulación orquestada con todos los medios que las nuevas tecnologías ponen al alcance de quienes intentan manipular. 

Frente a la manipulación, es necesario tener claro que las democracias sólo funcionan y se sostienen si se dispone de un ingrediente fundamental: la información veraz, imparcial y de calidad; reconocer el error es la forma más inteligente de volver a la verdad pues la información veraz es la luz que nos permite salir de esa ceguera que escribió Saramago. Por desgracia, hoy en nuestra sociedad se percibe un sistema político y mediático polarizado en el que partidos, instituciones y medios de comunicación viven en “burbujas”; en un mercado mediático marcadamente partidista, alineado en trincheras; de ahí que los ciudadanos tendamos a aislarnos también en burbujas ideológicas, seleccionando exclusivamente aquellos medios de comunicación que consolidan nuestras ideas porque coinciden con nuestra forma de pensar y ver la realidad.

Estamos en una sociedad mediática que sobrevalora la opinión de los que participan en las redes sociales. Estamos presenciando el aumento de un fanatismo (no sólo religioso, también político) que busca “salvadores”. Desconcertados por tanta información sesgada y tanta promesa demagógica y populista, muchos ciudadanos llegan a creer que, si “su burbuja”, los suyos alcanzan el poder, una nueva era de prosperidad les vendrá y de los cielos, como dice la biblia “manará leche y miel”, aunque estos milagros siempre resulten imposibles. Sin pesimismo, pero contemplando las “burbujas” en las que se están gestionando nuestras vidas y la democracia, ¿es posible alentar la esperanza?

Vivir en “burbujas”