sábado. 27.04.2024
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El pasado 28 de mayo, España atravesó por el que quizás es, hasta ahora —y muy probablemente lo seguirá siendo durante un par de años por venir— uno de sus más importantes procesos electorales a nivel nacional, por lo menos en lo que va de la última década del siglo XXI. Para la totalidad de los partidos y de los movimientos políticos que se identifican a sí mismos como parte constitutiva del espacio ideológico de las izquierdas, sobre todo, esta afirmación es particularmente cierta en un sentido que, a la breve, pero sustancial, distancia que hoy media entre el presente y aquel momento es ya incuestionable: los resultados obtenidos por las izquierdas en los comicios del 28M suponen, desde donde se los aprecie, una de las derrotas más desastrosas para el espacio político de la izquierda española, en particular; y de la europea continental, en general; desde los años de la Gran Recesión (2008) que lo vino a cambiar todo en Occidente.

O por lo menos así parece ser entendida la coyuntura entre las filas de las que hoy por hoy son las tres principales fuerzas políticas representativas de ese espectro en la política nacional española (el PSOE, Podemos y Sumar), cuyos perfiles más notorios en el terreno de la discusión pública (sus dirigencias políticas, pero también sus intelectuales), apenas pasados los comicios, ni tardaron en reconocer su propio fracaso (singular y colectivo) ni, mucho menos, escatimaron esfuerzos en la tarea de ofrecerle a sus respectivos electorados algún tipo de explicación que, convincentemente, diese cuenta de los factores exógenos que les habían llevado a experimentar una derrota de tales proporciones; según su narrativa, no por previsible menos devastadora.

Las preguntas que se imponen en el presente, por eso, no redundan tanto en descubrir si lo acontecido el 28M fue, en efecto o no, una derrota para el conjunto de las izquierdas y una victoria para las derechas (desde sus versiones más tradicionalmente céntricas hasta las más extremas) o, en una línea de ideas similar, en esclarecer la magnitud de lo que se perdió para ellas y para sus bases sociales de apoyo con la derrota electoral, pues ambas valoraciones, desde la fecha en la que se celebraron las votaciones hasta hoy, parecen ya haber alcanzado un nivel de consenso relativamente homogéneo entre socialistaspodemistas y sumacistas, más allá de que entre sí aún difieran tanto de los grados de responsabilidad que le correspondería cargar sobre sus espaldas a cada fuerza como del tamaño de la afectación que cada una de ellas experimentará en lo sucesivo.

Los resultados obtenidos por las izquierdas en los comicios del 28M suponen una de las derrotas más desastrosas para el espacio político de la izquierda española

No. Las preguntas realmente importantes que hoy se deberían de estar planteando todas las fuerzas políticas de la izquierda en España, de cara a los resultados de los comicios pasados, son esencialmente dos. A saber, por un lado, ¿por qué —no cómo, sino por qué— se llegó hasta este punto en el cual se encuentran?; y, por el otro, ¿qué pueden hacer, en lo singular, pero también en su pluralidad, en principio, para sobrevivir a la coyuntura que se avecina con las elecciones generales del 23 de julio próximo; y, en seguida, para reconstruir orgánicamente sus fortalezas en el mediano y el largo plazos, ante una innegable tendencia histórica creciente de las derechas y las extremas derechas en el país y en el resto del continente?

Es cierto, por supuesto, que, en relación con la primera pregunta, a lo largo de las últimas dos semanas posteriores a las votaciones, en el espacio político de las izquierdas, las discusiones organizadas para llegar a un diagnóstico certero y crítico sobre las causas estructurales, coyunturales y circunstanciales que expliquen la debacle en la que se hallan no han escaseado. Sin embargo, también es verdad que, en el seno del grueso de las explicaciones que al respecto han ofrecido sus líderes políticos y sus intelectuales, la propaganda, las mentiras y la desinformación de la que se valieron los medios de comunicación vinculados a intereses de las derechas tradicionales y de sus versiones extremistas han aparecido, con necia insistencia, a menudo como la causa única que explica su suerte en los comicios, aunque en algunos abordajes un poco más críticos tampoco ha faltado algún grado de autocrítica centrada en extraer lecciones de las consecuencias que acarrea el que la diversidad y la multiplicidad de las izquierdas no concurran en unidad a los procesos electorales a los que son convocadas. 

El problema, no obstante, con todas esas explicaciones que hasta el momento han hecho de la infodemia el pandemónium que explicaría, en su totalidad, las derrotas que en los últimos años han venido experimentando las izquierdas españolas, hasta haber encontrado en el 28M su punto más bajo reciente, es que, si bien es cierto que atinan en señalar los efectos tan desastrosos que para las propias izquierdas tienen las campañas mediáticas de las derechas y las extremas derechas en cualquier democracia liberal de Occidente, al agotar el grueso de la discusión en el análisis de esa causal, a menudo tienden a pasar por alto la necesaria autocrítica que tendrían que estar ofreciendo a sus bases sociales de apoyo en, por lo menos, lo que concierne a tres problemas que no son producto de las artimañas empleadas por las derechas y sus brazos corporativos en medios de comunicación sino, por lo contrario, responsabilidad propia.

Las campañas mediáticas de las derechas nacionales y extranjeras con intereses en el país se han vuelto cada vez más difíciles de combatir

A saber: en primer lugar, sin duda, las principales fuerzas de la izquierda española legítima y verídicamente pueden argumentar que, con el paso de los años, las campañas mediáticas de las derechas nacionales y extranjeras con intereses en el país se han vuelto cada vez más difíciles de combatir (tanto por los niveles cada vez mayores de refinamiento político-ideológico que están alcanzando las narrativas derechistas como por los márgenes cuasi monopólicosconseguidos por el conjunto de sus brazos corporativos en la industria de la comunicación y del entretenimiento). Sin embargo, aunque ello sea verdad, lo que acá no deberían de estar perdiendo de vista esas izquierdas, en un ejercicio auténtico de autocrítica, es que, para que ese ambiente generalizado de infodemia facha haya estado en posibilidades de cosechar tantos éxitos mediáticos y, sobre todo, traducirlos en réditos electorales, algo en el espacio de las izquierdas debió de fallar desde hace mucho tiempo.

Y ese algo, en el contexto actual, está dado por dos fenómenos. Por un lado, el que se deriva del mayor corrimiento hacia la derecha que han experimentado sus ofertas programáticas al electorado en múltiples agendas en las que el ciclo político abierto por el 15M, en 2011, demandó posicionamientos mucho menos centristas que los que hasta ese momento había estado ofertando el sistema tradicional de partidos que Podemos llegó a poner en cuestión y a revelar en sus múltiples, pero veladas, contradicciones. Y, por el otro, el que se desprende de su manifiesta incapacidad —aun formando gobierno en distintas escalas territoriales— para comunicar no sólo los fundamentos de sus plataformas político-electorales sino, en especial, los resultados concretos de su actuar ahí en donde han sido capaces de influir en los ámbitos legislativo y ejecutivo (nacionales y locales), consiguiendo mejores resultados para la ciudadanía de los que habrían obtenido de haberse corrido más hacia el centro o, en su defecto, de haber dejado en los partidos de la concertación posfranquista la definición de la propia agenda.

Y es que, aunque, en efecto, en tono de autocomplacencia, las izquierdas bien podrían argumentar —como en efecto lo hicieron antes, durante y después de los comicios— que precisamente su incapacidad para transmitir a sus bases sociales de apoyo tanto su programa hacia el futuro como los saldos de sus gestiones en el pasado estuvo determinado por los escasos espacios mediáticos de los que dispusieron para ello, acá el fondo de la discusión también implica los costos que para estas izquierdas ha tenido la progresiva renuncia que han hecho del uso de la plaza pública (por fuera de la comunicación digital) en comunidades en las cuales el trabajo territorial de base ha sido el principal ariete de arrastre electoral de partidos como VOX o, por el otro extremo, EH Bildu. Además, ante la tentación de la autocomplacencia, quizá las izquierdas que salieron derrotadas del 28M harían bien en cuestionarse que es lo que no han podido hacer para mejorar las condiciones de vida del pueblo español que, en los hechos, el electorado se ha visto mucho más influenciado en la definición de su voto por la información que han movilizado los medios de telecomunicación y las redes digitales que por lo que ha experimentado en su vida cotidiana o en la de las comunidades en las cual habita.

El fondo de la discusión también implica los costos que para estas izquierdas ha tenido la progresiva renuncia que han hecho del uso de la plaza pública, fuera de la comunicación digital

A propósito de ello, por ejemplo, es incuestionable que, con el paso de los meses, luego de levantado el confinamiento sanitario decretado en el país para contener la mitigación del SARS-CoV-2 (aunque también durante el esparcimiento de la pandemia en el territorio español), el PSOE se fue pareciendo cada vez más a una especie de Partido Popular con crisis de identidad, mucho más moderado que el PP original, pero PP a final de cuentas. Y en esa misma tónica también es incontrovertible que, mientras que Podemos se refugió en una actitud de marginalidad tratando de ocultar la evidente posición de debilidad con la que llegaba a los comicios (al mismo tiempo que usaba a su favor ese debilitamiento para mostrarse como la opción más radical y necesaria para volver a salir de la cultura política de la concertación centrista del posfranquismo), Sumar, por su parte, no se esforzó ni un poco en ocultar que su apuesta era la de ser un partido o un movimiento enteramente personalista, al servicio de los intereses de su dirigencia y de sus principales liderazgos intelectuales. 

De ahí la necesidad de que las izquierdas derrotadas en el 28M, asimismo, discutan seriamente el que de lejos es su segundo mayor problema, sólo por detrás de su corrimiento hacia la derecha: su, también, manifiesta incapacidad para solventar o superar las diferencias que las dividen no tanto en el terreno del ideario que abanderan como identidad partidista sino, antes bien, en lo concerniente a la definición de agendas programáticas comunes de innegable urgencia para la población. Divisiones, dicho sea de paso, que, además, durante el periodo de campañas previas a las elecciones de finales de mayo, evidenciaron con cristalina claridad la forma en que para algunas de las distintas fuerzas en pugna fue prioritaria la captura de los repartos de cuotas de poder por encima de la definición de programas compartidos en los que abordasen, por lo menos, una batería mínima de iniciativas encaminadas a paliar algunas de las problemáticas más lacerantes para la población que el confinamiento sanitario dejó tras de sí: como el incremento de la violencia de género, el encarecimiento del costo de la vida y, por supuesto, dentro de éste rubro, el encarecimiento del costo de la vivienda.

Después de todo, a pesar de que en general tanto Podemos como el PSOE y Sumar, a su manera, hicieron llamados públicos a la unidad dentro de los márgenes del espacio de las izquierdas (aunque para las dos últimas unidad fuese sinónimo de subordinación de las restantes a sus propios intereses y disposición a ser fagocitadas por su propia agenda programática), en los hechos, lo que se observó sobre todo con mayor radicalidad en el periodo de las campañas previas a los comicios fue una generalizada propensión a la intransigencia que, en última instancia, reducía el problema de la unidad de las izquierdas a mera unión de siglas, sin que ello se tradujese programáticamente en un proyecto en común en el que la heterogeneidad no resultase ser un obstáculo, sino un factor de fortalecimiento mutuo y de enriquecimiento de la agenda propia de cada fuerza.

Ejemplo práctico de lo anterior han sido, desde los días de las campañas, los sistemáticos esfuerzos que han emprendido Sumar y el PSOE para aislar, del espacio público y de cualquier posibilidad de construcción de un pacto de supervivencia de las izquierdas de cara a las elecciones de julio próximo, a las dos figurar que hoy por hoy personifican a los liderazgos más sólidos y también más comprometidos de Podemos con el avance de programas progresistas abiertos a la pluralidad y a la diversidad sin que ello suponga un sacrificio de los derechos de la ciudadanía a intereses sectarios de los partidos con representación parlamentaria y ministerial en el gobierno nacional español: Ione Belarra e Irene Montero, ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 y ministra de Igualdad, respectivamente. Ambas, por lo demás, corresponsables de contener, en gran media, los efectos de la derechización sufrida por el PSOE desde la pandemia de Covid-19, así como su impacto en los asuntos que son obligación de sus carteras ministeriales.

Ione Belarra e Irene Montero, corresponsables de contener, en gran media, los efectos de la derechización sufrida por el PSOE desde la pandemia de Covid-19

Este tipo de circunstancias personalistas, además, se manifestaron en formas mucho más exacerbadas y perniciosas a lo largo de las campañas, dando origen a la que quizás es la tercera problemática fundamental que explica el declive del espacio político de la izquierda el 28M, más allá de los retos que le supuso la infodemia facha: el excesivo protagonismo de algunas de las principales figuras (de la política oficiosa, pero también de la intelectualidad) que, en los hechos, terminó por arrastrar a la ya de por sí difícil situación en torno de las diferencias programáticas entre PSOE, Sumar y Podemos al terreno de las disputas entre egos —o por lo menos así es como se percibió entre una parte del electorado de cada una de esas fuerzas políticas, aunque con mayor profusión entre las dirigidas por Ione Belarra y Yolanda Díaz—.

Y es que, en efecto, acá, en particular, hubo un momento en la campaña en la que la imposibilidad de llegar a un acuerdo entre Podemos y Sumar pareció deberse menos a reticencias explícitas de sus bases de apoyo o de sus cuadros profesionales que a diferencias entre, por un lado, Pablo Iglesias y, por el otro, Yolanda Díaz. Lo cual, por supuesto, resultaba hasta cierto punto extraño, dada la situación actual de Iglesias en relación con el partido, pero que, ciertamente, no era un problema inexplicable: más allá de la incuestionable influencia intelectual de éste en Podemos (aún sin ser parte de sus estructuras formales de toma de decisiones), para Yolanda Díaz y para Sumar, cuya campaña hizo de la emancipación de las mujeres en la política una de sus piedras de toque intelectuales más importantes, hallar en Podemos (y, en menor medida, en el PSOE) a su antagonista paternalista era fundamental, de lo contrario, toda la narrativa alrededor de dicha emancipación de las mujeres —y su correlato sobre el protagonismo que son capaces de personificar— se venía abajo.

Para Yolanda Díaz, sobre todo, antagonizar contra Podemos, más que contra el PSOE, resultaba fundamental, por una parte, debido a que sobre sus hombros cargaba con el estigma popular de haber sido una creación política de Pablo Iglesias cuando éste la designó como su sucesora en el partido, y, por el otro, a consecuencia de que, siendo la emancipación y el protagonismos de las mujeres en política sus dos principales caballos de batalla, en los hechos, no tenía otra alternativa que disputar a Podemos esa bandera de lucha, siendo la única fuerza política realmente combativa en ese tema. El problema de fondo al que se enfrentaba Sumar, por eso, no era menor: siendo Irene Montero la ministra podemista del gobierno español encargada de la agenda de género e igualdad en el país, Díaz y Sumar no podían darse el lujo de adoptar posturas mucho más radicales que las de Montero (ni contra ella) sin correr el riesgo de perder a una base mucho más amplia de electores ubicados entre el centro y a la izquierda del PSOE, pero tampoco podían sencillamente renunciar a disputar ese espacio asimilándose a las posturas conservadoras adoptadas por el partido de Pedro Sánchez. 

Para Yolanda Díaz, antagonizar contra Podemos, más que contra el PSOE, resultaba fundamental debido a que cargaba con el estigma popular de haber sido una creación política de Pablo Iglesias

Queriéndolo o no, la respuesta de Iglesias (sutil, pero paternalista) ante el desafío que le planteó Yolanda Díaz no aminoró las fracturas que ya se habían abierto, y el hecho es que, entre dimes y diretes, con el transcurso de las campañas, al electorado español no le pasó de largo la impresión de que, ante el avance de las derechas en el país, Podemos y Sumar se habían enfrascado en una estéril rencilla de personalismos intelectuales y políticos que estaban arrastrando al conjunto de las izquierdas a la izquierda del PSOE por un camino en el que consideraban un precio justo a pagar la derrota electoral inminente y sacrificar los intereses de sus bases sociales de apoyo con tal de saldar viejas cuentas. En conjunto, para el electorado, era difícil no percibir, por lo anterior, que entre las opciones de izquierda por las que podía decantar su voto reinaba la desorganización y el sectarismo inmediatistas y superfluos, capaces de empeñar un proceso de más largo plazo por las cuotas de poder que se podían conseguir en el aquí y el ahora.

¿Qué pueden hacer, por lo tanto, las izquierdas recientemente derrotadas para, en principio, sobrevivir a la coyuntura que se avecina con las elecciones generales del 23 de julio próximo; y, en seguida, para reconstruir orgánicamente sus fortalezas en el mediano y el largo plazos, ante una innegable tendencia histórica creciente de las derechas y las extremas derechas en el país y en el resto del continente? En la medida en la que las soluciones de más largo plazo son mucho más difíciles de construir y de negociar (sobre todo en tiempos de crisis e incertidumbre generalizada), por lo pronto, quizá valdría la pena anotar tres sugerencias para el fortalecimiento de las izquierdas, de cara a los comicios que se avecinan en julio. 

El acuerdo alcanzado es, sin duda, un paso en la dirección correcta, pero ni es suficiente ni, mucho menos, es garantía de que a partir de él se puedan superar todos los demás problemas

A saber: en primer lugar, tienen que empezar a priorizar la construcción de una unidad programática, más allá de la ficticia unidad de siglas partidistas que tiene por objeto conseguir márgenes suficientes de votación para sobrevivir como partidos políticos, toda vez que un buen programa de unidad es capaz de redituarles esos votos que necesitan para sobrevivir. En segunda instancia, tienen que seguir disputando espacios mediáticos de comunicación, pero también volver a conquistar las plazas públicas, que es la base de la fortaleza de partidos (como Podemos) y de movimientos (como Sumar) cuyo tamaño sigue siendo menor en comparación con el de sus adversarios más próximos del sistema tradicional de partidos. Y, en tercer lugar, tienen que trabajar seriamente en la formación de nuevos cuadros, pues si bien es cierto que es aventurado afirmar —como lo ha hecho cierto rojipardismo luego del 28M— que lo que se vive ahora es un agotamiento del ciclo político inaugurado en 2011 (15M), también es verdad que, de no sustituir a los cuadros que emergieron de ese proceso, hace más de una década, Podemos y Sumar (cuya naturaleza es distinta de la de partidos menores como EH Bildu o Esquerra Republicana) sí o sí se hallarán ante la posibilidad o bien de extinguirse como fuerzas relevantes de la izquierda a la izquierda del PSOE en la política española o bien, en su defecto, ante el riesgo de dejarse digerir por el partido de Pedro Sánchez y su manía de mimetizarse con el PP.

El acuerdo alcanzado por Podemos y Sumar a último momento este segundo fin de semana de junio es, sin duda, un paso en la dirección correcta, pero ni es suficiente ni, mucho menos, es garantía de que a partir de él se puedan superar todos los demás problemas que vienen lastrando la unidad de las izquierdas desde hace ya un par de años. Para eso, hay decisiones más difíciles que tomar y concesiones recíprocas mucho más sustanciosas que hacer.


Ricardo Orozco | Internacionalista y posgrado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México.

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