viernes. 26.04.2024
PP_madrid

Javier Delgado | Todavía trastornado por los resultados de la elecciones autonómicas y municipales, trato de sacar algo en claro leyendo artículos, escuchando a analistas y tertulianos. Sin embargo, por más que leo, por más análisis que escucho, ninguno de sus autores parece responder a la pregunta que intuyo muchos más como yo no paran de hacerse: ¿de verdad toda esa gente que ha votado a la derecha y a la derecha extrema son de derechas? ¿De verdad cuenta nuestro país con semejante población de millonarios y multimillonarios, de altísimos ejecutivos de cientos de miles de grandes empresas patrias y de capital extranjero? ¿De verdad teníamos entre nosotros a tantos dueños de cementeras, bancos, eléctricas, refinerías? ¿A tal cantidad astronómica asciende el número de los propietarios de los principales medios de comunicación? La respuesta obvia es que no. ¿Entonces? ¿Cómo explicar el fenómeno?

Persisto en mi búsqueda de claridad. Enseguida se apuntan causas más o menos tradicionales, más o menos conocidas: que si el gobierno acusa el desgaste de cinco años en el poder (aunque no se me diga en qué ha consistido ese desgaste exactamente); que la división de las izquierdas ha vuelto a resultar suicida; que el presidente Sánchez ha lanzado medidas a paletadas, a barullo; que si la campaña de la derecha ha sido la campaña del fango, orquestada en clave nacional con el único objetivo de desalojar a Sánchez de la Moncloa… Todo cierto, sí, pero nada apunta a la monumental desafección popular, al rechazo masivo que se ha dado al gobierno progresista.

Llámenme desconfiado, pero me cunde la impresión de que toda esa gente no ha votado a favor de unas políticas que los excluyen, a favor de unos representantes a los que no podría importarles menos si llegan o no a fin de mes o si se quedan sin vivienda dentro de una semana, sino en contra de una izquierda que sienten que les ha vuelto a fallar, en contra de un sistema que los ignora. Una rebelión contra el “más de lo mismo” y el sempiterno “todos son iguales,” que tan arraigado está en el imaginario colectivo. Se ha votado para castigar. Se ha votado a la contra. Se ha votado con las tripas. Y todo esto sucede a pesar de haberse aprobado una batería de medidas sociales de primerísimo orden. ¿Qué ha podido fallar para que amplias mayorías sociales le hayan dado la espalda a las formaciones que más se han preocupado por mejorar sus condiciones de vida?

El último día de campaña, la señora de Madrid, al puro estilo trumpista, amagaba con acusaciones a todo el proceso de “pucherazo” y le va a salir gratis

Que los principales medios de comunicación de este país están en manos de la derecha no es ningún secreto. Tienen a su disposición un formidable equipo de voceros que han amplificado la mentira y la difamación las veinticuatro horas por tierra, mar y aire desde el arranque de la legislatura. Y lo hacen porque les sale gratis. Han llamado “dictador” al presidente de un gobierno democráticamente elegido y les ha salido gratis. Han acusado a ese mismo gobierno elegido en las urnas de “ilegítimo” y les ha salido gratis. Han dicho que la responsabilidad por las muertes de casi 8.000 ancianos en las residencias de la Comunidad de Madrid  (un auténtico genocidio, una masacre a la que todavía no se ha dado una respuesta ejemplar, ni siquiera una respuesta) recaía en Pablo Iglesias y les ha salido gratis (todavía circula el bulo para oprobio de los familiares de las víctimas). El último día de campaña, la señora de Madrid, al puro estilo trumpista, amagaba con acusaciones a todo el proceso de “pucherazo” y le va a salir gratis. No importa que no tengan programa, que no tengan ideas más allá de privatizarlo todo. No importa que ETA haya dejado de ser un agente de peso en la política nacional. La derecha se mantiene unida y miente unida.

Partiendo de esta flagrante desigualdad en el tablero de la comunicación (y dejando para otro debate el casi congénito error de la izquierda de dividirse y además, documentarlo a tiempo real, desnudando en público sus disputas – arte en el que se ha especializado el barón de Castilla-La Mancha –; sus miserias indignantes, como las perpetradas por el Ministerio del Interior con su inacción ante el acoso reiterado a los hijos de Montero e Iglesias cuando este último era, ojo, vicepresidente del gobierno, o su escandalosa gestión del asalto a la valla de Melilla, muertos incluidos, hasta el punto que uno se preguntaba si no sería otro satélite al servicio del PP; sus tropiezos difíciles de explicar – como llevar a las listas a etarras condenados por delitos de sangre, por mucho que hayan cumplido sus condenas y EH Bildu haya pedido perdón hasta la saciedad –), no parece que haya sido una buena estrategia la de limitarse a publicitar los logros, muchos, en la gestión del gobierno de coalición y atiborrar con medidas sociales (casi una a diario durante la campaña) a una ciudadanía que las estaba interpretando, en medio del ruido y la furia, como meras promesas electorales.

Urge un cambio en los modos y, sobre todo, en la letra, en la música o el arte o la literatura, si se prefiere, de los mensajes a trasladar a la ciudadanía. Urge un cambio en los medios de transmisión. Si se busca el voto joven, por poner un ejemplo, hay que arremangarse y tener mucha más presencia en las redes sociales, gusten o no, y lanzar mensajes mucho más atractivos e impactantes que un simple repaso a los deberes cumplidos, por más que también sea este un aspecto fundamental. Las emociones existen, somos seres emocionales, y no tenerlas en cuenta, especialmente en campaña, si tan decisivas han pintado estas elecciones prácticamente todas las fuerzas políticas, ha resultado catastrófico. El tiempo apremia, y más desde que Sánchez anunciara la convocatoria anticipada de elecciones (estrategia arriesgada cuyo acierto está por ver). O se cambian las estrategias y se actúa con convicción y sin complejos, o asistiremos, como ha escrito el periodista Israel Merino en “Público,” a que “Jorge Buxadé entre en el gobierno… y monte un Ministerio de la Familia Tradicionalista.” Y esto hay que decirlo alto y claro. El tiempo apremia y no es que venga el lobo, es que ya está aquí.

Ha ganado el fango