sábado. 27.04.2024

La negociación no ha sido edificante ni ejemplar. Aquí acaba mi valoración sobre el proceso negociador. Todo el mundo sabe o intuye que la negociación ha sido manifiestamente mejorable; al menos, todo el mundo que haya seguido con algún interés las filtraciones, declaraciones interesadas, intervenciones inoportunas y movimientos de las terminales mediáticas que han querido influir en el resultado final. No le demos más vueltas. No sirve de nada. Esperemos que haya cierta capacidad de aprendizaje y en próximos acuerdos se haga mejor.  

Era una negociación muy difícil, compleja, concentrada en muy pocos días y emponzoñada por un mal ambiente previo que se había construido con mucho ahínco en los últimos meses con una mezcla venenosa de descalificaciones de los posibles socios y fantasías varias sobre la propia estatura, el momento político y lo que estaba en juego. Lo que se ventilaba en esa negociación era el tema más delicado que cabe imaginar: el choque entre la imagen que cada partido tenía de sí mismo, la imagen que tenían los demás participantes en la negociación sobre sus interlocutores y cómo se trasladaba esa yuxtaposición de imágenes a las listas electorales provincia a provincia, transformándola en jerarquía política. Esa conversión ha requerido de variables que sirvieran como indicadores más o menos objetivos y externos. Pero no sólo, el anclaje a la realidad que han supuesto los medidores utilizados ha estado, finalmente, subordinado a una valoración política más menos compartida por los equipos negociadores y a una valoración particular de cada equipo sobre el coste de oportunidad que acarrearía romper la negociación y presentarse en solitario a las próximas elecciones generales del 23J. Fuera de Sumar haría mucho frío. Y todas las partes eran plenamente conscientes de ese hecho. 

El acuerdo alcanzado no es malo. Sólo cabe felicitar a los equipos negociadores. Han actuado con discreción y eficacia

El acuerdo alcanzado entre los que ya son los diferentes componentes de Sumar no es malo. Sólo cabe felicitar a los equipos negociadores. Han actuado con discreción y eficacia. No puede achacárseles ningún tipo de responsabilidad en el ruido, las filtraciones y las presiones que han obstaculizado su trabajo. Y han obtenido, finalmente, un buen resultado. Probablemente, el mejor posible.  

La ruptura de Podemos habría supuesto un coste mayor. En primer lugar, para el propio Podemos, que por eso no ha roto; y en segundo lugar, pero con mayor trascendencia, para el futuro de la izquierda en su conjunto y para contar a corto plazo con más posibilidades de sostener un Gobierno de coalición progresista que siga consolidando derechos y libertades de toda la ciudadanía y mantenga el rumbo seguido en la última legislatura de modernización de estructuras y especializaciones productivas, impulso de las transiciones digital y ecológica, protección de los sectores más vulnerables y propuestas que hagan efectivos mayores niveles en la igualdad de oportunidades y la reducción de las desigualdades que fracturan social, económica y territorialmente nuestra convivencia. 

Se me escapa la fragilidad del acuerdo alcanzado, aunque sospecho que mucha de esa potencial fragilidad va a depender de la actitud y la actuación de Iglesias; lo cual no es muy tranquilizador, pero es lo que hay. 

Lo peor del proceso negociador son las heridas que ha abierto, las rasgaduras causadas y el gran malestar y hartura generados entre votantes y activistas

Lo peor del proceso negociador son las heridas que ha abierto, las rasgaduras causadas y el gran malestar y hartura generados entre votantes y activistas, tanto entre los sectores que habían creído llegado el momento de matar a Podemos, como entre los contrarios a sumarse a Sumar, que habrían preferido morir matando. Una mínima dosis de responsabilidad y cuidado en el tratamiento de esas heridas es imprescindible, por parte de las direcciones de todos los partidos que han confluido en Sumar y de los muchos fans partidistas que entienden la lucha política como una guerra permanente y han perdido toda perspectiva de la importancia de la colaboración y el apoyo mutuo para conseguir los objetivos que son comunes y la aún más importante tarea de aceptar y tratar de resolver las diferencias de la forma más fraternal y cooperativa posible. 

Aún quedan muchos interrogantes por clarificar y contestar y mucha tarea por hacer, pero hoy, tras el acuerdo alcanzado, las fuerzas progresistas y de izquierdas tienen más posibilidades de disputar a las derechas su proyecto de una España insolidaria, excluyente y antipática en la que todo el poder del Estado se utiliza para favorecer la posición de los sectores y clases sociales que concentran rentas, patrimonios, poder y privilegios y están dispuestos a seguir concentrándolos en sus manos a costa de lo que sea y de quien sea. 

Hoy, tras los acuerdos firmados, las fuerzas progresistas están en mejores condiciones de ganar las elecciones del próximo 23J y mantener un Gobierno de coalición

Hoy, tras los acuerdos firmados, las fuerzas progresistas están en mejores condiciones de ganar las elecciones del próximo 23J y mantener un Gobierno de coalición que continúe la senda, mejorando la imprescindible cooperación entre PSOE y Sumar, de las políticas seguidas por el último y reciente Gobierno de España sostenido por el PSOE y UP en la primera experiencia de coalición gubernamental progresista en el Gobierno de España. 

Que nadie se atreva a quitarnos esta oportunidad. Y que nadie se engañe, el dilema que se dirime en las próximas elecciones generales no es fascismo o antifascismo, ni siquiera Feijóo o Sánchez. La disyuntiva real se sitúa en votar al presidente Sánchez y a la vicepresidenta Yolanda Díaz y al modelo de una España progresista e inclusiva que defienden PSOE y Sumar o apoyar el proyecto reaccionario que lideran Feijóo y Abascal. La abstención y el voto en blanco sólo sirven al proyecto reaccionario de las derechas. 

Manos a la obra de cara al próximo 23J, a reanimar a los sectores sociales de izquierdas que se han visto defraudados por la marcha y las malas sensaciones creadas por el proceso negociador y a ganar el futuro para la mayoría social, la democracia y la convivencia.

El acuerdo alcanzado por Sumar permite disputar a las derechas el proyecto de país