viernes. 26.04.2024
Almeida y Ayuso
José Luis Martínez-Almeida e Isabel Díaz Ayuso

En otros tiempos menos convulsos estudiar arquitectura, derecho, medicina o alguna ingeniería era sinónimo de una prosperidad ganada por méritos propios. Había que dedicar buena parte de la juventud a cursar esas carreras, pero luego el ejercicio de tales profesiones aseguraba no pasar estrecheces económicas e incluso cierta posición social, porque pasabas a formar parte de clase media más o menos acomodada.

Aunque parezca mentira sigue habiendo muchos jóvenes que deciden estudiar durante muchos años y logran ganarse la vida con su capacitación, pese a que  las precarias condiciones del mercado laboral compliquen sobremanera lograr una mínima estabilidad y hacer planes vitales a largo plazo.

Pero la moral del esfuerzo no sólo está de capa caída, sino que se ve incluso ridiculizada por una mentalidad cuyo desprecio por la empatía es proverbial. Para esta cosmovisión quien requiere dedicar mucho tiempo a labrarse su porvenir es un despreciable perdedor. Lo fetén es enriquecerse de un día para otro sin hacer prácticamente nada.

Los funcionarios y asalariados es gente acomodaticia que merece su destino. Lo suyo es que seas emprendedor y que montes tu propio negocio. Esto significa sin duda contratar a esos mentecatos que no tienen redaños ni medios para erigir una empresa. Si sale mal el asunto se despide a los empleados y, para que salga mejor, se rebaja su salario reduciendo de paso la plantilla.

Sin embargo, en estos tiempos convulsos, donde padecemos las consecuencias de una pandemia inconclusa y los corolarios de un conflicto bélico cuyas consecuencias resultan imprevisibles, hay otra figura paradigmática de una mentalidad insolidaria y depredadora. Esta no es otra que la del comisionista, un intermediario absolutamente prescindible que adora pescar en aguas revueltas y para colmo adorna su papel con tintes redentoristas.

No suelen ser muy partidarios de pagar impuestos. Eso queda para los pobres asalariados y los despreciables funcionarios. Dominan el arte de burlar los tributos y se vanaglorian de ser unos gorrones o free riders. A su juicio habría que privatizar todo lo público. Mientras tanto les parece necio no esquilmarlo e incrementar indefinidamente los costes de un contrato.

Al beneficio de quien suministra los artículos a comprar, suman más del cincuenta por ciento en concepto de comisión. Algo más en caso de requerir a un facilitador. Alguien que se lleva dinero porque sabe a quién llamar para iniciar el proceso. A esto se le llamaba vivir del cuento. Pero ahora parece ser un oficio muy lucrativo.

Hace falta no tener muchos escrúpulos para sacar provecho de una desgracia colectiva. En pleno confinamiento y con unas espeluznantes cifras de mortandad, hubo quien hizo su agosto procurando un material sanitario de ínfima calidad a precio desorbitado. Para más inri se las ingeniaban para gozar del reconocimiento de los responsables políticos a quienes tomaban el pelo. Esto no es picaresca y necesita definirse con vocablos de trazo grueso. Quedémonos con el de miserables oportunistas desalmados.

Falta saber si Almeida, como alcalde madrileño, escribía cartas traducidas al chino para todos los intermediarios que facilitaban algún contrato en esa época de tantas urgencias. De ser así, su conducta sería irreprochable y habría sido víctima de unos timadores profesionales. En cambio, sí fue una excepción y ese trato singular se debió a la mediación de un familiar cercano, estaríamos ante otro escenario, donde sería cooperador necesario del chanchullo y se daría un trato de favor.

En cualquier caso, no parece ser el edil de todos los madrileños. Tal como habla de la izquierda, se diría que muchos le molestan por su ideario. La campaña de acoso y derribo, si existiera, podría estar orquestada desde sus propias filas, donde tanto menudea el fuego amigo últimamente. ¿Por qué ha salido a relucir  justamente ahora este dossier que se conocía desde hace tiempo? Ayuso amenazó con que debían investigarse todos los contratos, espoleada por el interés mediático del relacionado con su hermano.

¿Cuál es la razón por la que un aristócrata cobra un millón en este lance, si se limitó a hacer un par de llamadas? Al parecer alguien le procuro el contacto de un familiar del alcalde. Si esta mediación le granjeó esa pequeña fortuna en un santiamén, conviene aclarar porque su socio necesitaba pagar semejante cantidad por esa gestión y no propuso directamente la operación a los órganos municipales competentes.

Pero el aval de la carta es con todo lo que debe ser explicado sin ambages. ¿Era una práctica habitual o se hizo porque la pedía una persona conocía por alguien muy cercano al primer edil? Sería muy grave que se concediera un trato de favor a los recomendados y que sólo cuando se destapa el caso se conviertan en bribones, a quienes previamente se les ha facilitado y agradecido su desaprensiva estafa. Ejemplar no sería y debería conllevar una penalización política.

Comisionistas: Los héroes de tiempos convulsos