jueves. 02.05.2024
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La conducta agresiva es un comportamiento básico y primario en la actividad de los seres vivos, que está presente en la totalidad del reino animal. Se trata de un fenómeno multidimensional, en el que están implicados un gran número de factores, de carácter polimorfo, que puede manifestarse en cada uno de los niveles que integran al individuo: físico, emocional, cognitivo y social. Dichas características junto con la ausencia de una única definición de la agresión, consensuada y unánimemente establecida, como se expondrá a continuación, dificultan su investigación.

El concepto de agresión se ha empleado históricamente en contextos muy diferentes, aplicado tanto al comportamiento animal como al comportamiento humano infantil y adulto. Procede del latín “agredi”, una de cuyas acepciones, similar a la empleada en la actualidad, connota “ir contra alguien con la intención de producirle daño”, lo que hace referencia a un acto efectivo. Una revisión de la literatura reciente sobre la agresión revela la existencia de un amplio y variado abanico de definiciones de esta. Como puede observarse, tres elementos parecen señalarse en la mayoría de las definiciones de agresión recogidas:

a) Su carácter intencional, en busca de una meta concreta de muy diversa índole, en función de la cual se pueden clasificar los distintos tipos de agresión.
b) Las consecuencias aversivas o negativas que conlleva, sobre objetos u otras personas, incluido uno mismo.
c) Su variedad expresiva, pudiendo manifestarse de múltiples maneras, siendo las apuntadas con mayor frecuencia por los diferentes autores, las de índole física y verbal.

AGRESIÓN Y AUTOCONTROL

Desde la teoría psicoanalítica clásica de Sigmund Freud hasta la hipótesis de frustración-agresión, se ha asumido durante mucho tiempo que la agresión surge de la falta de autocontrol. Un nuevo estudio realizado en la Universidad de Virginia Commonwealth ha encontrado que la agresión no siempre es el producto de un autocontrol deficiente, sino que a menudo puede ser el producto de un autocontrol exitoso para infligir una mayor agresión. El artículo, "La agresión como autocontrol exitoso", del autor David Chester, Ph.D., profesor asociado de psicología social en el Departamento de Psicología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la VCU, fue publicado por la revista Social and Personality Psychology Compass y utiliza metaanálisis para resumir la evidencia de docenas de estudios existentes en psicología y neurología.

Por lo general, la gente explica la violencia como el producto de un autocontrol deficiente en el calor del momento, ya que a menudo no logramos inhibir nuestros peores y más agresivos impulsos. Pero ese es solo un lado de la cuestión. De hecho, el estudio de Chester encontró que las personas más agresivas no tienen personalidades caracterizadas por una mala autodisciplina y que los programas de entrenamiento que aumentan el autocontrol no han demostrado ser efectivos para reducir las tendencias violentas. En cambio, el estudio encontró una amplia evidencia de que la agresión puede surgir de un autocontrol exitoso.

"Las personas vengativas tienden a exhibir una mayor premeditación de su comportamiento y autocontrol, lo que les permite retrasar la gratificación de la dulce venganza y esperar su momento para infligir la máxima retribución a aquellos que creen que les han hecho daño", dijo Chester. "Incluso las personas psicopáticas, que comprenden la mayoría de las personas que cometen delitos violentos, a menudo exhiben un desarrollo robusto de autocontrol inhibitorio durante su adolescencia".

El comportamiento agresivo se vincula de manera fiable con una actividad aumentada, no solo disminuida, en la corteza prefrontal del cerebro, un sustrato biológico del autocontrol. Los hallazgos dejan en claro que el argumento de que la agresión es principalmente el producto de un autocontrol deficiente es más débil de lo que se pensaba.

Este artículo rechaza una narrativa dominante de décadas en la investigación de la agresión, que es que la violencia comienza cuando se detiene el autocontrol. En cambio, aboga por una visión más equilibrada y matizada en la que el autocontrol puede limitar y facilitar la agresión, dependiendo de la persona y la situación.

Los hallazgos también abogan por una mayor precaución en la implementación de tratamientos, terapias e intervenciones que buscan reducir la violencia al mejorar el autocontrol. Muchas intervenciones buscan enseñar a las personas a inhibir sus impulsos, pero este nuevo enfoque de la agresión sugiere que, aunque esto podría reducir la agresión para algunas personas, también es probable que aumente la agresión para otras. De hecho, es posible que estemos enseñando a algunas personas la mejor manera de implementar sus tendencias agresivas.

A lo largo de los años, gran parte de la investigación se guio por la suposición de que la agresión es un comportamiento impulsivo caracterizado por un autocontrol deficiente. Pero a medida que se comenzó a investigar las características psicológicas de las personas vengativas y psicópatas, rápidamente se vio que estos individuos agresivos no solo tienen déficits de autorregulación. Tienen muchas adaptaciones psicológicas y habilidades que les permiten lastimar a los demás mediante el uso del autocontrol.

Datos clave:

  1. La agresión no surge necesariamente de un mal autocontrol. En cambio, puede ser un acto calculado de venganza, que requiere autodisciplina para llevarlo a cabo más tarde de manera efectiva.
  2. La evidencia sugiere que los programas de entrenamiento de autocontrol no necesariamente reducen las tendencias violentas.
  3. Las investigaciones indican que la corteza prefrontal del cerebro, un centro de autocontrol muestra una mayor actividad durante la agresión, lo que desacredita aún más la asociación entre el autocontrol deficiente y la agresión.

Por último, compartir esta reflexión del humorista Jaume Perich:

“Mis amigos me dicen que soy muy agresivo, pero me lo dicen a gritos”.

La agresión es el resultado del autocontrol, no de la falta de él