martes. 23.04.2024


Hace unos días me encontré con una ilustración que ponía de manifiesto el enorme avance que se ha producido en el conocimiento humano y el largo camino transcurrido desde la presentación del telescopio de Galileo en Venecia, al reciente lanzamiento del telescopio James Webb. Han sido 412 años que ilustran una  carrera fulgurante impulsada, fundamentalmente, por la libertad de pensamiento, verdadero motor de todos los grandes avances científicos de los que hoy disfrutamos.

Desde esos años iniciales del siglo XVII (Galileo presenta el telescopio el 25 de Agosto de 1609) ese siglo nos proporciona un listado de grandes científicos que proyectan nuestro conocimiento del mundo hacia un futuro plagado de logros. La lista impresiona: Isaac Newton, René Descartes, Johannes Kepler, Blaise Pascal y Christiaan Huygens como estrellas. Tras ellos, el XVIII explota y se hace complicado destacar a solo unos pocos nombres entre los Watt, Pascal, Volta y tantos otros que acabaron configurando el reconocido como Siglo de las Luces, el que nos llevaría al XIX y a su enorme legado científico.

En este siglo, o bien nacieron o bien concluyeron, sus trabajos y sus avances tal cantidad de hombres geniales que se hace todavía más complicado poner a alguno en la vanguardia, pero yo si voy a citar a alguno de mis favoritos: el primero, sin duda, Charles Darwin, cuyo genio, método y esfuerzo, nos coloca ante la verdadera dimensión que tiene el estudio de la vida sobre la tierra y el auténtico lugar del hombre entre el resto de los seres vivos. El segundo, sin duda, Albert Einstein, cuyo nacimiento a finales del siglo culmina la grandeza del primero, nacido en 1809.

En el momento en el que la religión reduce su influencia y el ser humano puede enfrentarse a las preguntas eternas sin tener que manejar las falsas soluciones que ofrece la religión, el conocimiento explota y se abre paso de una forma imparable.

Sobre el XX y los inicios del XXI nos podemos permitir el lujo de hablar como experiencia personal, así que cada cual es libre de elegir sus avances favoritos y pensar un poco en cómo ha cambiado el mundo desde que él mismo puede hacer memoria. ¿Y que ha permitido esta carrera de velocidad en pos del conocimiento? Sin duda ninguna, desde mi punto de vista, la libertad de pensamiento, la eliminación de las barreras religiosas en el campo de la investigación.

Justo en el momento en el que la religión reduce su influencia y el ser humano puede enfrentarse a las preguntas eternas sin tener que manejar las falsas soluciones que ofrece la religión, el conocimiento explota y se abre paso de una forma imparable. Es, sin duda alguna, la religión lo que ha tenido aherrojado al conocimiento y nos ha sumido en las tinieblas de la superstición desde la consagración del cristianismo hasta ese momento de inicial debilidad. Desconozco las circunstancias en oriente, el otro gran polo de desarrollo del pensamiento muy despreciado en occidente, pero lo que es seguro es que aquella Europa censurada no era terreno propicio para cuestionarse nada.

Hoy, cuando todavía tenemos que sufrir la plaga de energúmenos como Ken Ham (por favor, el que no lo conozca, que busque su rastro en internet para comprobar que la razón todavía cuenta con enemigos muy poderosos) que consiguen detener el avance y obligan a los niños a aceptar a la biblia como única fuente de conocimiento y a rechazar a Darwin y a cualquier otro conocimiento que vaya en contra de lo que allí encontramos. El llamado “bible belt” (cinturón bíblico) en los USA es un terreno donde la ciencia debe pelear contra la religión en el absurdo terreno que iguala a una y a la otra, dando validez y veracidad a la biblia como fuente de conocimiento y no como mito. De ese absurdo vive la estupidez esa del diseño inteligente y el llamado creacionismo, patraña que sólo nace para no tener que admitir el acierto de Darwin y su mensaje.

La ciencia debe permear, calar, inundar de conocimiento al mundo entero para que siga avanzando sobre la sólida base legada por los grandes genios y por los anónimos obreros

Hoy ya vuela hacia su destino el telescopio James Webb que busca su posición para iniciar la exploración de los primeros momentos del tiempo; que quiere ver el primer destello de luz tras el big bang y quiere, de forma prioritaria, aumentar nuestro conocimiento sobre el mundo, sobre el universo y sobre nuestros orígenes. Quiere enfrentarnos, otra vez, a la incomodidad de tener que aceptar respuestas no esperadas a las grandes preguntas que siempre han sido y que constituyen la razón de ser de la física: conocer la verdad sobre la naturaleza, las causas y las leyes que lo rigen todo.

El coste y la magnitud del proyecto son colosales y sólo la inversión pública lo ha hecho posible, como público ha sido el espaldarazo que nos ha conseguido la vacuna del Covid en menos de un año y otros muchos proyectos que lograron cambiar la vida de una parte de la humanidad. Nuestro gran reto para este siglo es que la ciencia y los avances sociales que ella nos va a proporcionar lleguen a toda la humanidad y no sólo al primer mundo. La ciencia debe permear, calar, inundar de conocimiento al mundo entero para que siga avanzando sobre la sólida base legada por los grandes genios y por los anónimos obreros cuyo trabajo hizo posible la consagración de los grandes nombres.

Sólo cuatro siglos de relativa libertad de pensamiento, de libre posicionamiento frente a la realidad, de aceptación del método científico, han disparado la esperanza de vida, la salud, la calidad de vida en general y han disminuido la mortalidad infantil como nunca habíamos podido soñar. El James Webb es sólo un ejemplo, uno entre los otros muchos CERN, universidades, centros de investigación y cátedras que se dejan las pestañas para que el mundo sea un poco mejor, un poco más sabio y un poco menos supersticioso cada día. No es mal empeño y es una buena forma de gestionar la herencia de libertad que nos ha traído hasta aquí.

Los que quieran curiosear y disfrutar, aquí tienen toda la información de este proyecto. Una verdadera maravilla.

Herederos de la libertad