martes. 19.03.2024

A la vista de los acontecimientos que nos han contado de Afganistán, no han cesado las voces recuperando lo que se viene llamando desde tiempos inmemoriales civilización occidental y que, en el caso de la llamada civilización europea, esta resulta incomprensible sin el chute de la religión católica, que la elevó a cotas gloriosísimas, como es sabido, especialmente durante la Dictadura Franquista, momento en que dicha civilización alcanzó su máximo esplendor… de barbarie.

No gusta recordarlo, pero estaría bien que, de vez en cuando, se diga que esta supuesta supremacía moral de Occidente existe desde los albores de lo que se ha dado en llamar civilización, ligada inexorablemente al racismo.

Y no se exagera un ápice si se afirma que ese huevo de la civilización se incubó y rompió su cascarón mucho antes de que llegase el Divino Pastor y sus bienaventuranzas de la montaña. Lo que hoy conocemos como etnocentrismo, como manifestación local, provincial, nacional y continental, ha tenido, sin embargo, importante valederos en la historia de Occidente, algunos de ellos nacidos antes de Cristo. El más importante el macedonio Aristóteles (384 a. c.), el Estagirita, discípulo de Platón y, luego, maestro de Alejandro Magno.

El gran Aristóteles, sabio entre los sabios, en su tratado de Política, afirmaba: “Los que habitan en lugares fríos y especialmente los de Europa, están llenos de brío, pero faltos de inteligencia y técnicas, y por eso viven en cierta libertad, pero sin organización política e incapacitados para gobernar. Los que habitan en Asia son inteligentes y de espíritu técnico, pero faltos de brío, y por tanto llevan una vida de sometimiento y servidumbre”. La conclusión era más que evidente: “La raza griega, así como ocupa localmente una posición intermedia, participa de las características de ambos grupos y es a la vez briosa e inteligente, por eso no solo vive libre, sino que es la que mejor se gobierna y la más capacitada para gobernar a todos los demás”.

Es verdad que Aristóteles se movía entre categorías geopolíticas y climáticas, pero, junto con ellas se deslizaban razones de orden político, lo que en el filósofo eran, también, razones de orden ético. Ciertamente, atribuir al clima el origen de la indolencia intelectual, moral, técnica y política de una raza, es una aberración antropológica manifiesta, en la que han caído prestigiosos intelectuales. Unamuno decía que el gen español no estaba capacitado para la ciencia como sí lo estaban los alemanes y ya no digamos Kierkegaard, sino para la teología.

Lamentablemente, los racistas de pura cepa no han dejado de utilizar esta explicación y sigue usándose en nuestros días como un estereotipo interpretativo del comportamiento de ciertas partes y gentes del mundo. Y no citaré ninguna de estas, no solo porque estén en el imaginario social, sino porque con evocar dicho exemplario da hasta vergüenza. Bueno, hay otras maneras de caer en la misma trampa saducea, como en la que cae de bruces Alberto Manguel al decir que “a Vargas Llosa su racismo le impide escribir bien”. Moravia pensaba lo mismo de los comunistas. Y otros de los escritores franquistas… Y la rueda podría seguir si aplicásemos el criterio de la complexión física de los escritores… Paparruchas.

La supremacía moral de una civilización consiste en el ejercicio del respeto absoluto de los Derechos del ser humano. Si no es así, ya se puede ir a la mierda dicha civilización. No es tal. Es barbarie

Aunque pasaron por la historia otros pensadores que pusieron en solfa dicho etnocentrismo y falsa superioridad moral de unos sobre otros, como fueron Montaigne y Rousseau, el Del Contrato Social, los cuales optaron por un exocentrismo, lo cierto es que se les hizo muy poco caso y su pensamiento apenas dejó huella en la mentalidad dominante occidental.

Nadie diría, sin embargo, que Abraham Lincoln fue un racista de primera clase. El que ha pasado a la historia como el Gran Emancipador en su discurso en Charleston celebrado en 1858, confesaría a un público enfervorizado con sus palabras: “Diré que no estoy, ni nunca he estado, a favor de ningún modo de igualdad social y política entre las razas blancas y negras (aplausos), que ni estoy ni he estado jamás a favor de hacer de los negros votantes o miembros de un jurado, ni de cualificarlos para que tengan un oficio, ni de su matrimonio con gente blanca; y añadiré que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que pienso prohibirá por siempre que las dos razas convivan en términos de igualdad política y social. Y en la medida en que no pueden vivir así, en tanto que permanezcan juntas debe haber la posición superior y la inferior, y yo tanto como cualquier otro hombre estoy a favor de que la posición superior se asigne a la raza blanca”.

Por su parte, Darwin, en El Origen del hombre (1871), dirá: “En la actualidad, las naciones civilizadas se han sobrepuesto en todas partes a las bárbaras, a excepción de aquellos climas que, como mortales barreras, las detienen, siendo el principal instrumento de su triunfo, aunque no el único, el desarrollo de las artes que, como se sabe, radica en las facultades intelectuales”.

Apuntaba bien el maestro, al decir, que el único criterio que se debía seguir para “imponerse” a los otros era el criterio de las artes, ante las que aquellas naciones incivilizadas caerían postradas a sus pies, como en el cuento de Jorge Luis Borges. Al menos, Darwin se olvidaba de las armas como medio para someter al esclavismo a quienes eran netamente inferiores intelectualmente porque no se parecían a nosotros. ¿Sí? Lamentablemente, las páginas siguientes nos harán caer del guindo de la ingenuidad al leer: “Llegará un día, por cierto no muy distante, que de aquí allá se cuenten por miles los años en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes por el mundo esparcidas”. No creo que la palabra exterminado deje lugar a ninguna duda semántica. Y tratándose de salvajes

Por si fuera poco, añadiría: “Para ese mismo día habrán también dejado de existir los monos antropomorfos y entonces la laguna será aún más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que prepondera en civilización, a saber: la raza caucásica y una especie de mono inferior, por ejemplo, el papión; en tanto que en la actualidad la laguna solo existe en el negro y el gorila”.

Por su parte, O. Spengler en su libro La decadencia de Occidente (1918) volvería a recordar algunos de los estereotipos racistas  que ya vimos en Aristóteles. Así dirá: “Prescindiendo de que en un país meridional, de vida semitropical y una “raza” correspondiente, y, además, con una industria débil y en consecuencia con un proletariado poco desarrollado, no puede existir la agudeza nórdica de la oposición”. Spengler volvía a las andadas de los planteamientos racistas, que implicaban una “sumisión de las razas inferiores en todos los órdenes a la raza nórdica”, representada de forma exclusiva y excluyente por Alemania, que, curiosamente, había heredado lo mejor de la “razón griega”.

En ningún momento de la historia de Occidente, este dualismo interpretativo, que establecía rangos de superioridad y de inferioridad entre las razas, desaparecerá. Seguirá presente a lo largo del tiempo. Hasta nuestros días. Y, quien no se consuele, será porque no tiene un tío en Alabama o no ha leído a Vallejo Nájera y a los obispos del franquismo. Durante este periodo, el concepto Raza Hispánica fue quien enarboló los valores superiores de un pueblo, elegido nada más y nada menos que por la Divina Providencia. Su superioridad moral estaba por encima de todos los pueblos del mundo. Y, por supuesto, la suma barbarie la representaba por excelencia el comunismo, imagen no tan lejana de la que hoy se dibuja en el aire del parlamento gracias a los santos cruzados de Vox y su gran lugarteniente Casado.

Para el por excelencia periódico golpista de Navarra, Diario, solo había, antes, durante y después de la guerra civil, dos civilizaciones, la “civilización cristiana de la Hispanidad” y la “civilización anglosajona de Norteamérica”. La primera, verdadera; la segunda, falsa. A pesar de ello, cuando EEUU aceptó a España en el consorcio de las Naciones como baluarte contra el comunismo, los rectores del periódico nada objetarán contra esa maldita civilización anglosajona que había nacido en los despropósitos del hereje Lutero. Mientras vivió Hitler, Franco y su camada de militares golpistas consideraron que la verdadera civilización pasaba por el eje Roma-Berlín y España, es decir, Mussolini, Hitler y Franco; y se entiende que en contra de la civilización que representaban los cuáqueros y protestantes de EE.UU hasta que estos ganaron la guerra con, mira tú por dónde,  aliada de Inglaterra, otra que también mamaba de la civilización mala, la protestante.

En los ochenta, este discurso no perdió virulencia, pero sus atizadores lo modelaron con los significantes de “Civilización y/o Barbarie”, porque hablar de razas superiores y de razas inferiores, además de ser un discurso obsceno, muy mal visto en los albores de la democracia, denotaba que quien usaba tales términos creía en ellos, utilizándolos como umbrales diferenciadores de la racionalidad y de la incapacidad mental.

Claro que, cuando se hablaba de la Civilización de Occidente, solo se acordaban de Platón, de Cristo y de Kant, pero no de las guerras religiosas y mundiales, de los crematorios y campos de concentración, del fascismo, ni del franquismo, valga la redundancia, cuyas lacras y miserias eran resultado de la defensa de esa civilización considerada superior.

Lo que ha ocurrido hoy con los talibanes -asiáticos, como decía Aristóteles-, es la confirmación de los mecanismos con los que trata de imponerse dicha civilización a quienes se considera razas inferiores, por mucho que se edulcore el lenguaje para referirnos a ellos. Vargas Llosa, menos relamido, hablará de “un sistema político de camelleros”, el de los talibanes, y se mostrará anonado e incrédulo ante el panorama insólito, que no inédito, de cómo “unos camelleros y cabreros”, gentes inferiores en cualquier aspecto que se los considere con relación a la civilización de EE. UU., hayan podido rechazar tal regalo. Se necesita ser muy, pero muy idiota, para renunciar a esa Civilización Occidental y preferir seguir viviendo como en la Edad Media. ¿Acaso ignoran los talibanes lo que ha costado a Occidente y a EE. UU hacerse con esa civilización? No lo parece, desde luego.

Para Vargas Llosa estamos ante las puertas de la mayor catástrofe de este mundo. Según el escritor peruano español, “el mundo libre necesita la defensa y el liderazgo de la potencia militar de EEUU”, porque, si no es así, ningún país será libre. Solo bajo la tutela militar de EE. UU podremos desarrollar nuestra civilización, siempre la mejor, caso de que sepamos en qué consiste esta y cuáles son sus valores universalmente aceptados, y EE. UU nos los permita ejercerlos.

Civilización y barbarie han llegado a tal grado de sutil convivencia que no se repara en su grado de alternancia civil y bárbara. En su libro, Tras la virtud (1984), Alaisdair MacIntyre advertía de que ya llevamos tiempo gobernados por bárbaros y no nos hemos enterado o no hemos querido hacerlo. Estos bárbaros son gentes, tú los conoces bien, que se mueven “no por el ansia insaciable de la ganancia, sino por el incremento de su tasa”, ansia desordenada que nos mete en guerras que llaman, para justificarse moralmente, guerras de civilización.

Si en nombre de la libertad se han cometido tantos crímenes, ahora, sería el momento de recordárselo a estos “supremacistas morales” que actúan en su nombre, porque, si, acaso, se consideran sus más cualificados representantes, también, serán sus más directos responsables de los crímenes que causa su imposición…  

Es lógico que los yanquis hayan sido incapaces de convencer a unos bárbaros de que nada tan bueno para vivir feliz como la democracia y la coca cola. Nadie duda que la democracia norteamericana, aunque provenga de una civilización sajona y no cristiana, es mil veces mejor que el sistema teocrático talibán. Vas a comparar, tú. Pero si es así, ¿por qué imponerla manu militari? No tiene sentido civilizado. Una democracia impuesta militarmente, ¿ha sido alguna vez democrática?

No sé, pero es probable que el fallo fundamental de la estrategia yanqui haya sido olvidar al canadiense Marshall McLuhan que ya les advirtió de que “el medio es el mensaje” o, ya puestos, “el mensaje es el medio”. Hay que ser torpe de gónadas, de cerebro ya se ve que sí, para vender un producto de la factoría Disney utilizando la imagen de un soldado embutido en un traje militar y armado hasta las muelas con bombas y pistolas.

Bien sabemos que nada más persuasivo y convincente a corto plazo que las armas para imponer el propio criterio geopolítico sea civilizado o bárbaro, pero desaparecidas estas, ¿se acabó el embrujo? Claro. Convencer a alguien que cultural y moralmente se es superior, caso de que esto sea posible en términos de civilización, mediante la amenaza de un fusil lo hace cualquiera que, cultural y moralmente, sea un tarado mental al servicio de unos gobernantes más tarados aún.

La supremacía moral de una civilización consiste en el ejercicio del respeto absoluto de los Derechos del ser humano. Si no es así, ya se puede ir a la mierda dicha civilización. No es tal. Es barbarie.

¿Supremacía moral igual a racismo?