jueves. 25.04.2024
preguntas

“¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me resulta lícito esperar? En suma, ¿qué es el hombre?” (Immanuel Kant, Crítica de la razón pura)

Para definir al ser humano Kant propone responder a tres cuestiones fundamentales abordadas por la epistemología, la ética y la cultura. Toda su filosofía gira en torno a esas tres preguntas, a las que dedica otras tantas Críticas y el conjunto de su obra. En breve celebraremos el tricentenario del natalicio kantiano y siempre asombra comprobar cómo los planteamientos de un clásico mantienen su vigencia para quienes lo interpelamos hoy. Aunque por supuesto no interesan tanto unas respuestas que responden a un determinado contexto socio-histórico, cuanto los planteamientos que hace de problemas imperecederos, como son el saber, el decidir y el confiar.

 ¿Qué puedo conocer?

Con su criticismo Kant pretende poner coto a unas especulaciones metafísicas que respaldaban un modelo político absolutista y el hegemónico predominio de unos dogmas religiosos que lastraban la investigación científica, como muestra el caso Galileo. Se trataba de neutralizar los prejuicios y la superstición propios del fanatismo gracias a una mayor tasa de conocimiento. Tal era el programa de la Ilustración: atreverse a utilizar el propio entendimiento sin dejarnos tutelar por la demagogia.

Ahora podemos acceder con suma facilidad a un cúmulo de datos tan gigantesco que su frondosidad acaba por desconcertarnos. Además una floreciente industria de la desinformación hace circular bulos y patrañas que cuestionan o niegan las evidencias científicas e históricas, todo lo cual genera una creciente desconfianza. Por mucho que proliferen iniciativas destinadas a denunciar esas falsedades, el crédito que se concede a estas últimas resulta muy superior al de las informaciones bien contrastadas, cuando se apuesta por la comodidad y el conformismo.

Esta ceremonia de la confusión desprestigia el mundo del saber y alzaprima una cómoda ignorancia que rehúye cualquier esfuerzo por desmentir cuanto apele sin escrúpulos a nuestras emociones aunque no tenga la más mínima coherencia o sea contradictorio.

Los hechos alternativos y las contra-verdades configuran una realidad paralela que logra tutelar el imaginario colectivo, así como los usos y credos de quienes no tienen criterio para cribar críticamente la desinformación con que se bombardea constantemente nuestras neuronas. Las mentiras escandalosas y conspirativas eclipsan los datos contrastados, al expandirse con una pasmosa velocidad imposible de alcanzar en el circuito jalonado por los protocolos de un procedimiento garantista.

Lo fraudulento defrauda menos las expectativas de quien anhela soluciones instantáneas. Pero el genuino conocimiento requiere de un ritmo sosegado para contrastar los pareceres y revisar constantemente las mejores hipótesis. No hay lugar para los atajos ni las fórmulas mágicas. La duda y el escepticismo metodológicos jalonan el itinerario más riguroso, mas no pueden ser para nada su meta.

¿Qué debo hacer?

¿Cómo debemos proceder para posibilitar una convivencia más pacífica y jubilosa? Kant propone llevar a cabo un experimento mental para dirimir la ecuanimidad otorgable a nuestras pautas morales. La prudencia o el oportunismo nos pueden aconsejar que adoptemos una determinada máxima para salir del paso. ¿Pero valdría esa receta para cualquiera en todo momento? ¿Nos gustaría que nos trataran con esa misma moneda, instrumentalizándonos para conseguir uno u otro propósito? ¿No preferiríamos unas reglas de juego que minimizaran los daños tanto ajenos como propios al perseguir cada cual su interés particular?

Nuestra libertad podría ser irrestricta, si renunciamos a vivir en comunidad. Robinson Crusoe no debe rendir cuenta de sus actos a nadie desde que naufraga y hasta encontrarse con Viernes. Pero el contrato social nos compromete a observar unas reglas que son morales cuando atañen a nuestras intenciones y no tanto a nuestro comportamiento. El asumirlas y hacerlas nuestras dependerá de la educación recibida.

Afrontar dilemas morales forma parte sustancial de nuestras vidas y demandan una responsabilidad por nuestra parte

Afrontar dilemas morales forma parte sustancial de nuestras vidas y demandan una responsabilidad por nuestra parte. No hay libertad sin responder de los actos que se nos imputen. Aquí no cabe delegación alguna, como lo sería la tentación de objetivar nuestras decisiones mediante los complejos cálculos llevados a cabo por una sofisticada Inteligencia Artificial. Ese proceder nos haría perder nuestra condición ética y por lo tanto nos deshumanizaría.

Los problemas éticos deben ser dirimidos por las deliberaciones mantenidas en el foro de nuestra conciencia moral y no mediante fríos algoritmos exentos de nuestras pasiones. Hay que correr el inevitable riesgo de poder equivocarse, porque gracias a Dios no somos infalibles y eso es lo que nos permite actuar moralmente, algo imposible para una máquina o una divinidad cuya voluntad coincidiera plenamente con el deber y por lo tanto no conociera la tensión ética.

¿Qué me cabe esperar?

Suele decirse que Kant atendió a la esperanza desde una perspectiva religiosa y esto es una obviedad. Sin embargo, también responde a su concepción antropológica. El ser humano se pregunta por los porqués y el cómo, pero tampoco es indiferente al desenlace. Tendemos a enfocarlo todo desde una óptica finalista, porque funcionamos proponiéndonos fines. Esa estructura teleológica nos hace abrigar esperanzas para no caer en la desesperación.

Con todo, lo que cuenta es confiar en uno mismo y en que merece la pena intentar cuanto creamos conveniente, sin considerar imposible cambiar las cosas por el mero hecho de que no sea fácil conseguirlo. Eso es lo que nos permite convivir con la incertidumbre y valorar el inmenso potencial que conlleva nuestra fragilidad. La  cooperación social puede ampliar nuestros límites individuales y alcanzar logros de todo tipo. Siempre cabe rehuir el conformismo y soñar con un mundo mejor, aunque tal horizonte utópico resulte asintótico para cada uno de nosotros.

¿Qué define al ser humano?

En definitiva, somos un animal simbólico, por utilizar la expresión de Cassirer. La cultura nos hacer ser lo que somos gracias a nuestra inquietud por el porvenir y una imaginación prospectiva que nos permite diseñar el futuro. Escamotear los bienes de nuestro patrimonio cultural y suplantarlos por sucedáneos parece un mal negocio para nuestro compromiso intergeneracional.

El arte, las lenguas, la filosofía, el cine, la música, las religiones, la literatura y cualquier otra manifestación cultural nos es tan imprescindible como el aire que respiramos. Despreciar la cultura es algo que puede salirnos muy caro.

¿Has leído esto?

 

Saber, decidir y confiar: las preguntas de Kant en 2022