sábado. 27.04.2024
Cárcel Modelo de Valencia 3
Cárcel Modelo de Valencia

La convocatoria clandestina de aquel 1º de Mayo de 1972 era para las siete y media en la Plaza del Ayuntamiento (mal llamada entonces “del Caudillo”), bajo las consignas clásicas en defensa de los derechos de la clase obrera, las libertades y la lucha contra la dictadura.

Habían pasado ya cinco años desde la primera manifestación habida en Valencia tras la guerra civil, expresión simbólica y real de la emergencia de un movimiento obrero y estudiantil que resistía pese a la dura represión desatada desde entonces por la dictadura (“caídas” de CC OO en 1968 y 1970, del comité universitario del PC en abril de 1971…).

Era necesario ahora volverlo a intentar, romper el silencio y mantener encendida la llama de la esperanza (“A la calle que ya es hora…”) frente a la represión y manipulaciones de la dictadura que cada 1 de mayo, con motivo de la festividad de San José Artesano (sic), montaba en el estadio Santiago Bernabeu su particular akelarre de coros y danzas.

Había que salir a la calle y “…pasearnos a cuerpo (al menos intentarlo!), y gritar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo!” (como decían los versos de Celaya que cantaba por entonces Paco Ibáñez). Y fue con ese espíritu que aquella tarde nos dirigimos, en pequeños grupos y desde diferentes puntos de la ciudad, hacia el lugar de la convocatoria, expectantes y conscientes del riesgo…

I.- Aún no era la hora pero en la Plaza y alrededores se respiraba ya una tensión extraña: piquetes de policía (los “grises”) por todas partes, grupos de gente caminando despacio por las aceras y mirándose de reojo antes de saltar a la calle entre gritos de “Franco, asesino.., abajo a dictadura!”, dispersados a golpes mientras volaban panfletos desde alguna terraza del Ateneo o barandillas altas de la Plaza de Toros…, para reagruparse una y otra vez en un tira y afloja que se prolongaría más allá de las 10 de la noche, con el balance final de 22 detenidos por la policía y colaboradores falangistas en funciones de “tropas auxiliares”

De camino a la Jefatura de la Avenida Fernando El Católico, amontonados en un viejo furgón policial, escondimos como pudimos las banderas rojas y las octavillas (impresas la víspera en precarias “vietnamitas”) que aún llevábamos encima, mientras acordábamos apresuradamente coartadas más o menos verosímiles.

II.- Tras llegar, ya bien entrada la noche, al cuartel policial, se inició el ritual de recepción, entre insultos, empujones y amenazas:

  • A ver, tú…, nombre, apellidos y dirección
  • Vacía los bolsillos y pon aquí todo lo que lleves…, quítate la correa y los cordones de los zapatos

para pasar luego a las sesiones de fotos (de frente y de perfil) y de “piano”, dejando las huellas de todos los dedos entintados sobre cartulinas amarillentas, para acabar tirados en el calabozo grande al fondo del sótano, donde nos reencontramos con otros compañeros, conocidos unos y otros no, incluyendo a un despistado que realmente no sabía nada.

Al día siguiente nos tocó “declarar”, con la garganta seca por los nervios y el miedo (…sólo teníamos 18 años!), en un despacho siniestro de la segunda planta, ante un “social” (policía de la brigada política BPS) malencarado que a duras penas aporreaba la máquina de escribir con dos dedos, mientras el comisario Ballesteros entraba y salía soltando insultos y alguna sonora hóstia.

Dos días (…y dos noches) más tarde nos comunicaron la multa impuesta por el gobernador Sánchez-Malo (!). Eran 25.000 pesetas (125 euros de hoy, pero más de cinco veces el salario mínimo mensual de la época) que, para los que ni queríamos ni podíamos pagarlas, equivalían a un mes de cárcel, hacia donde nos condujeron esposados a media tarde del jueves dia 4 de aquel mes de mayo.

III.- Las primeras cinco jornadas de aislamiento y vacunas las pasamos Santiago, Juan Carlos, Horacio y yo en una celda sucia y vieja, de literas oxidadas y mantas muleras…, pero contentos por la solidaridad que nos llegaba de los compañeros de fuera (ropa y comida, previamente removida por los funcionarios) y, sorprendentemente, también desde dentro:

  • Ehhh, políticos…, esto es para vosotros, de parte de José Luis Beúnza

Era uno de los presos comunes que nos traía, en una bandeja desportillada, café y cigarros enviados por quien entonces era ya un conocido objetor pacifista que llevaba allí casi un año por negarse a hacer la mili por motivos de conciencia.

Cárcel Modelo de Valencia 1
Cárcel Modelo de Valencia

Tras la cuarentena nos distribuyeron por las diferentes galerías de “La Modelo” (donde hoy se alzan las torres de la Ciudad Administrativa de la Generalitat) y a nosotros nos llevaron a la de menores, que había sido recientemente restaurada y en la que pasamos el resto de nuestra estancia entre rutinarias tareas de limpieza (mientras silbábamos, en plan borde, fragmentos de La Internacional y del Himno de Riego, que aquellos guardias ignorantes no alcanzaban a identificar), visitas al economato a por yogures y tabaco, paseos circulares por el patio y sesiones de estudio en la propia celda preparando los exámenes de junio de 2º de Filosofía o leyendo alguno de los pocos libros potables de la biblioteca, entre los que recuerdo la novela de Valle Inclán Tirano Banderas, crónica crítica de una esperpéntica dictadura, que se le debió colar hacía ya tiempo a algún somnoliento censor.

Los domingos por la tarde había sesión doble de cine, en un salón de actos destartalado donde la mayoría de los presos bramaba ante la aparición en pantalla de cualquier actriz en películas de serie B y donde recuerdo haber visto Campanadas a medianoche, de Orson Wells y Pippermint frappé, de Carlos Saura, de una sola sentada y por increíble que parezca.

IV.- Las visitas de los abogados se anunciaban por megafonía y cuando vino el mío a verme el aviso (“…Beneyto Calatayud, acuda a Letrados”) se oyó por todas las galerías. Unas horas más tarde, un funcionario me condujo, atravesando el panóptico central, hacia la oscura y solitaria Biblioteca en la que me recibieron sus responsables, alertados de la llegada de estudiantes del sur del País Valenciano con quienes podían conversar en su lengua.

Se trataba de dos viejos escritores (Enric* y Josep Valor)  que, junto a un pequeño empresario moderadamente nacionalista (Francesc Soriano), habían sido condenados por un par de fraudes relacionados con la administración de la Prensa del Movimiento y la compañía “Fuerzas eléctricas del Turia SA”.

Hacía ya dos o tres años que estaban allí y se habían ganado el respeto y la confianza de la Dirección y funcionarios de la cárcel, mientras continuaban con su parsimoniosa tarea lexicográfica, a la que algunas tardes les ayudé tecleando fichas en una vieja Underwood.

No todos los encuentros de aquellos días resultaron tan agradables pues allí conocí de cerca realidades dramáticas de las que hasta entonces apenas si tenía referencias lejanas: la marginación social más dura, el menosprecio a los homosexuales, la violencia brutal de los enfrentamientos entre bandas, la angustiosa dependencia de los drogadictos…

Para poder recibir visitas, los compañeros tuvieron que engañar al cura con una hipotética novia que vendría cada jueves con libros, apuntes y mensajes de ánimo.

La de mis padres, el 17 de mayo, fue la más difícil… En una sala larga y estrecha, dividida por barrotes y sucias mamparas de metacrilato, en la que desde una y otra parte trataban infructuosamente de hablar presos y visitantes en medio de una gran algarabía, las lágrimas de mi madre y el semblante sombrío de mi padre (que tardaría aun bastante en comprender mi compromiso político y sindical) me dolieron profundamente.

Al final, el 2 de junio salimos en libertad y a las puertas de la cárcel nos esperaba un grupo de compañeros para llevarnos directamente a la playa de La Malvarrosa, en un día de sol deslumbrante que contrastaba con las perspectivas, más bien oscuras, que implicaba estar “fichado”  a efectos académicos, laborales, civiles e, incluso, militares.

De hecho, en septiembre de 1973, una resolución del Rector Báguena Candela (que acabaría reciclado como senador de UCD) expulsaba de la Universidad de Valencia a todos los estudiantes con antecedentes, hasta un total de 312, muchos de los cuales volveríamos, años más tarde, como profesores, en un ejercicio, si más no, de justicia poética.

Por otra parte, siempre he tenido la duda de si la mili en el Sahara en 1975 fue cuestión de sorteo o de castigo… pero, fuera como fuese, me permitió conocer un territorio tan duro como espectacular y un pueblo resistente y encantador cuya incansable lucha aún me conmueve.

Y es precisamente ahora que hace 50 años, cuando recuperar estos fragmentos de memoria, amable y sin pretensiones grandilocuentes, me hace sentir que, pese a todo, aquellos días marcaron positivamente mi vida y me han hecho permanecer fiel a los valores universales que representa, ayer como hoy, el 1º de Mayo.

(*) Enric Valor llegaría a ser, más tarde, un conocido autor de éxito y Premio de Honor de las Letras Catalanas en 1987

Pere J. Beneyto. Presidente de la Fundación de Estudios de CCOO-PV

Memoria (personal) del 1º de Mayo