domingo. 28.04.2024

Este artículo trata de algo muy importante para el futuro de la izquierda y, por tanto, para el futuro de la democracia y, más importante aún, para la mayoría de los ciudadanos que viven en precario o, simplemente, en la pobreza en gran parte del mundo occidental y también en otras partes del planeta, incluidas las zonas de influencia anglo-yanqui. Es verdad que lo que parece perentorio en el momento actual y que asola a las democracias es que una parte de los ciudadanos que viven en democracias -por imperfectas que sean- votan de cotinuo contra sus intereses objetivos. Lo acabamos de ver en Argentina, pero ya ha ocurrido no hace mucho en Italia, antes en Hungría, Polonia, países nórdicos, USA con Trump, Hungría, etc. Y a corto plazo poco pueden hacer las izquierdas porque luchar contra ello exigiría subir el nivel intelectual de los ciudadanos -al menos en lo que atañe a la política- para que puedan distinguir entre análisis y propaganda, entre las verdades objetivables y la mentira. Esta última, la mentira, se ha hecho estructural en las derechas y así vemos que gran parte se ha creído lo de la globalización, sobre que es mejor el sólo mercado y nada de lo público o sobre que alguna vez ha existido el neoliberalismo como práctica económica y política, cuando son los propios empresarios y empresas los que se arrastran perrunamente a los centros de poder pidiendo ¡intervención!, ¡intervención!, ¡intervención!, tanto cuando les va bien las cuentas de resultados para que les vaya mejor y, más aún, cuando les va mal, tal y como hemos visto en la crisis arrancada en el 2007/8. Siempre ha sido así en la historia del capitalismomodo de producción, utilizando la taxonomía de Marx, capitalismo que sólo ha sido posible con la intervención de lo público mediante los aranceles [1], el uso de las marinas -empezando por la Royal Navy britanica- para asegurar el monopolio de los puertos [2], la creación de las compañías de indias orientales y occidentales por parte de holandeses y británicos, el galeón Manila del imperio español, las industrias reales de artes y oficios en el protocapitalismo, los monopolios otorgados a las explotaciones de minas, lo mismo con el surgimiento del ferrocarril o las explotaciones petroleras, o el uso de los ejércitos de tierra mediante invasiones en Àfrica, América Latina o en Asia (el caso de los británicos en la India), para asegurar el monopolio de la explotación de medios e indígenas por parte de las metrópolis. Son apenas unos ejemplos de la falsía de que el capitalismo se ha desarrollado gracias a la libertad de mercado, y lo es de tal modo que causa estupor que haya profesores, economistas y escuelas (escuela austríaca, de Chicago, Cambridge americano, etc.) que, desde sus posiciones de privilegio, defiendan tanta mentira. Ya el nazi Goebbels dio la pista y dijo aquello de sólo basta repetir una mentira para que gran parte de la población se la crea (no para que sea una verdad porque no llegó a tanto su estupidez). Pues si se han instituido mentiras como esta a pesar de que un estudio objetivo de la historia la has hace insostenibles, cómo no hacer creer que cuanto menos impuestos, menos Estado y más mercado, mejor para la mayoría de la población. Insisto que resistirse a estas mentiras desvela el nivel intelectual de los ciudadanos, pero esto lo dejo aquí para no alargarme porque a corto plazo poco pueden hacer las izquierdas para evitar esto precisamente, porque depende de ese nivel intelectual aludido.

A corto plazo poco pueden hacer las izquierdas porque luchar contra ello exigiría subir el nivel intelectual de los ciudadanos para que puedan distinguir entre análisis y propaganda

Lo que sí se debe pensar, dilucidar, es si se puede construir una nueva izquierda que haga frente a los retos de la mayoría de la población que vive en la precariedad y en la pobreza en la mayor parte del planeta, en las democracias y en las democracias más ricas, pero tan desiguales en su distribución de la renta, riqueza y oportunidades personales que las hacen inservibles para la imperiososa redistribución. En El mito de la Izquierda, el filósofo español recientemente fallecido Gustavo Bueno hace una clasificación de las izquierdas, tanto actuales como históricas. No entraré en ello pero sí debemos quedarnos con dos que existen actualmente aunque en mundos diferentes: la socialdemócrata, operativa en el presente, y la marxista-leninista, en el mundo ideal dado que nunca se ha realizado, nunca ha sido operativa y diré por qué. Ambas izquierdas -la realmente existente y la que existe sólo en la nube- creo que están agotadas. La operativa, la socialdemócrata, ha jugado un papel fundamental en la contención de un sistema productivo -el capitalismo- que tiende a crear riqueza para una minoría y pobreza y precariedad para la inmensa mayoría. Y creo que el sustrato intelectual de la socialdemocracia realmente existente no han sido ni MarxEngelsLenin, los socialistas utópicos, en España Pablo Iglesias Posse, etc. El PSOE dejó de ser marxista mucho antes de que lo aclamara Felipe González tras el congreso de Surennes, por ejemplo, y es que ese alimento intelectual de las socialdemocracias ha sido indubitablemente desde al menos la II Guerra Mundial el keynesianismo. Sirvió para justificar intelectualmente y operativamente el Plan Marshall, el desarrollo de los Estados de Bienestar en la Europa Occidental y en otras partes del mundo, sirvió para contener los logros primeros del comunismo en la URSS, sirvió para que lo público tenga tal peso que haya impedido la polarización absoluta de la renta y riqueza antes mencionada, pero ya no da más de sí y ahora tiene dificultades para que los ciudadanos reconozcan en las urnas ese papel. Las mentiras neoliberales ya han calado y hay que cambiar, no las reglas de juego del tablero, sino el propio tablero. Por su parte el marximos-leninismo ha fracasado. Diré dos aspectos fundamentales en los que creo que se basa esta idelología: en la teoría de la explotación (plusvalía) que se puede leer en su texto fundamental que es El Capital (pero no sólo) y en la interpretación leninista de la dictadura del proletariado por parte de Lenin con aquello de democracia para qué (contestación a Fernando de los Ríos), concretando en lo política e institucional lo que en el teutón -eso creo yo- era una caracterización histórica de la necesidad del dominio de una clase sobre el resto. Nunca proletarios, los obreros en sentido más amplio si se quiere, han gobernado, nunca han llegado al poder en ninguna parte del mundo, ni en la Rusia de 1917, ni en la China de Mao y menos en la actual, ni siquiera en los movimientos revolucionarios de América Latina porque, o no se han constituido como Estado, o los Estados constituidos han sido tan débiles como para desarrollar un Estado de Bienestar que de satisfacción a sus ciudadanos (caso de Cuba) y han sido presa de otros Estados, principalmente del Estado militar de bases y portaviones que es USA. Precisamente una de las tareas de la nueva izquierda es consolidar, fortalecer los Estados frente a las corrientes autodeterministas, indigenistas, porque sólo desde Estados fuertes se puede luchar contra otros Estados más poderosos, más fuertes militarmente, con ambiciones depredadoras de otros territorios y recursos. Es el caso sangrante del pueblo palestino frente al ojo por ojo y diente por diente judio, es el caso de las guerras de las Malvinas en la Argentina de Videla y sus secuaces frente a la Royal Navy y la bomba atómica británica, y es el caso de la necesidad de China de convertirse en una gran potencia militar -además de económica- si quiere recuperar su territorio de Taiwan y de algunas otras islas en disputa, principalmente con Japón. También es el caso del contencioso de Gibraltar frente al mundo anglo-yanqui, que vaticino que no recuperará el peñón España y todo lo que se ha quedado los anglos ilegalmente hasta que no tengamos la bomba atómica, no para usarla sino para disuadir a la Pérfida de hacerlo [3].

Las mentiras neoliberales ya han calado y hay que cambiar, no las reglas de juego del tablero, sino el propio tablero

Quizá lo más cerca que ha estado una clase de conquistar al menos parcialmente el poder fue la Méjico insurgente que relata (mejor novela) John Reed o el Irak de Sadan Hussein que, desde una dictadura, entregaba subsidios al 80% de la población precisamente para que hubiera consumo. Y volviendo a la teoría de la explotación de Marx, creo que el mayor error es creer que la explotación nace en el seno de la empresa cuando lo son las leyes e instituciones que lo posibilitan. Si esto es así, da una luz de esperanza por acabar con cualquier forma de explotación porque empresas existen y deberán seguir existiendo bajo cualquier, como diría Marx, modo de producción. Si Lenin cometió dos errores ideológicos graves como fueron el posibilitar el derecho de autoderminación y lo de democracía para qué (dictadura del proletariado que nunca fue), Marx cometió el de situar mal el foco de la explotación, lo cual convirtió su doctrina en un determinismo desesperanzador para los pobres, precarizados del trabajo. Frente a ello una nueva izquierda debe partir de que, trincando leyes e instituciones, sería el fin de la explotación o, al menos, su notable mitigación. Es el camino en las democracias y no hay elección. Esto lo vio ya Michio Morishima (Marx´s Economics) -aunque no formuló alternativa- cuando llegó a la conclusión que la explotación se producía por la prolongación innecesaria de la jornada de trabajo. No fue el primero pero lo formuló a partir de los conceptos y formalizaciones de Marx que el teutón expone en su obra capital. También lo vio el inglés Ian Steedman en Marx after Sraffa, cuando llegó a la conclusión a partir de la formulación matemática del propio Marx de que ¡podría haber ganancias incluso con tasas de explotación negativas! (tasa por diferencia, no relativa). Y este error de atribuir a los empresarios la causa primera y última de la explotación ha provocado que, incluso cuando se ha llegado al poder como en Cuba, se haya seguido viendo al empresariado y las propias empresas el enemigo a batir.

La socialdemocracia por agotada e insuficiente y el marxismo-leninismo por errado y nunca realizado, ya no pueden ser elementos constitutivos de una nueva izquierda

En definitiva, la socialdemocracia por agotada e insuficiente y el marxismo-leninismo por errado y nunca realizado, ya no pueden ser elementos constitutivos de una nueva izquierda, aunque sean fuentes de inspiración. Por ello una nueva izquierda exige un nuevo objetivo y unos nuevos instrumentos, que son viejos, pero que no se han colocado en el lugar correspondiente y operativo. El enemigo de los pobres y precarizados por el capitalismo -que inunda el planeta- es la desigualdad, la desigualdad de renta y riqueza y la desigualdad de oportunidades en función de la herencia. Dicho de otra forma, el problema no son las clases sociales sino la desigualdad material entre clases. Y por ello ya puede fijarse el objetivo, centrarse en ello una nueva izquierda: la lucha contra la desigualdad por todos los medios. Podría dar cientos de datos de cómo se ha producido la polarización de la riqueza, pero me remito a las obras, por ejemplo, de Piketty (Capital e Ideología) o de Blanchard y Rodrik (Combatiendo la desigualdad). Este es el nuevo fantasma que sacude el mundo, el planeta, y la superviviencia del propio sistema exige una redistribución brutal por los medios que sean. Pero la gran ventaja de las democracias es que está parcialmente en las manos de los pobres y precarizados luchar contra ello si su nivel intelectual les permitiera distinguir, como he dicho, entre realidad y propaganda cuando llegan las elecciones; en las dictaduras sólo queda, por desgracia, la revolución. Ahora bien, llegar a los BOEs no es suficiente con, incluso, la ideología meramente keynesiana de la socialdemocracia porque aquella tiene su límite en la importancia de lo público para paliar las crisis y los ciclos, para frenar las recesiones mediante sus políticas de gasto público y sus políticas monetarias ligeramente expansivas para no caer en los dos extremos: inflación o altos tipos de interés que ahogen la inversión. Hace falta el paso de combatir la desigualdad con los instrumentos fiscales y de gasto público capaces de asegurar un mínimo a todos los ciudadanos desde la cuna hasta la sepultura. Y esto sólo puede hacerse bajo dos premisas o instrumentos: con Estados fuertes que puedan enfrentarse a las amenazas económicas y militares de otros Estados y con un papel suficiente e, incluso a veces, preponderante de lo público sin concesiones, sin sanidades y educaciones concertadas, estableciendo una barrerra entre lo público y lo privadado, que no hacer esto ha sido uno de los grandes errores del PSOE.

Resumiendo, una nueva izquierda debiera defender los Estados fuertes sin derechos de autodeterminación (el error de Podemos), Estados con sistemas defensivos suficientemente disuasorios, lucha brutal contra la desigualdad (insuficiente en el PSOE), saber que la explotación no surge en el seno de las empresas (el error de los partidos comunistas) y todo ello con el fin de asegurar ese mínimo a todos los ciudadanos. En las democracias están los boletines oficiales del Estado, las elecciones; en las dictaduras sólo la revolución. Y sé que a veces es difícil deslindar democracia de dictaduras, cosa que han aprendido las nuevas derechas (como Vox en España), que pretenden llegar a regímenes autoritarios a través de las urnas aprovechando los bajos niveles intelectuales de los ciudadanos -incluidos los ricos-, que, insisto, no distinguen entre realidad y propaganda, cosa que ha permitido gobernar a Milei en Argentina ahora, a Bolsonaro en Brasil, a Trump en USA, a Meloni en Italia, a Orbán en Hungría, o al PP en España no hace mucho y en algunas Comunidades Autónomas recientemente.


[1] Muy interesante para el caso español es el debate sobre el arancel de Figuerola.
[2] La rebelión de las 13 colonias americanas surgió como lucha de los comerciantes americanos contra ese monopolio británico y su consecuencia fue la Declaración de Filadelfía en 1776 y el nacimiento de la actual USA
[3] No hablo a humo de pajas porque la Premier británica M. Tatcher estuvo dispuesta a utilizar la bomba atómica contra Argentina en la disputa de las Malvinas si a su flota le venían mal dadas. El mundo anglo-yanqui es un mundo que ha iniciado su decadencia y eso le convierte en aún más peligroso de lo que ha sido, y eso es mucho decir.

 

Nuevas (viejas) tareas para una nueva izquierda