domingo. 28.04.2024

Granada, hoy, las fuerzas de progreso no están preparadas, pero el futuro se lo va a exigir. Europa ha sido, y en el futuro puede ser, el antídoto contra el militarismo. Las guerras siempre producen daños colaterales, por eso es preferible no tenerlas. Las aventuras bélicas pueden llevar donde nadie quiere ir. El antídoto puede ser la democracia, que es la forma civilizada de librar la lucha de clases. Una fórmula política que, cuando llegan los enfrentamientos, permite mantenerlos dentro de límites pacíficos. Pero nada más. Ni evita que los hechos nos conduzcan por caminos no deseados, ni lleva necesariamente donde queremos ir. Para eso, hay que tener muy claro donde se quiere ir, y de donde se parte, aunque, esto último, no lo elegimos nosotros. Los españoles dejamos atrás el franquismo y la crisis del petróleo para ir a Europa, y las izquierdas europeas estábamos en Europa en 1989. Vivimos en una democracia asociada a otras en la U.E. y, desde esa circunstancia, podemos y debemos imaginar un futuro común y la forma de llegar a él.

  1. El Antifascismo asentó la Democracia, ¡No la fastidiemos!  
  2. Europa no es inmune al Neoliberalismo
  3. Ucrania, metáfora de los fantasmas europeos

El Antifascismo asentó la Democracia, ¡No la fastidiemos!  

El Estado democrático europeo moderno, tal y como lo conocemos desde 1945, es el resultado de varias secuencias encadenadas de una larga guerra civil, que se extendió desde 1914 a 1945; su cultura responde a la revolución de 1848 y sus ideas a J. J. Rousseau. La victoria contra el fascismo implicó un compromiso entre las fuerzas que apoyaron, libraron y ganaron la II Guerra Mundial: en primer lugar, dos imperios que pronto entrarían en conflicto, pero también una amplia coalición de clases sociales europeas, de la que salió la mayor extensión del Estado liberal que se ha dado en la historia contemporánea: la soberanía popular, el sufragio universal y el Estado del Bienestar. Durante treinta y cinco años, Europa contempló la emancipación de las colonias, el desarrollo de los derechos ciudadanos para integrar el voto y la ciudadanía femenina, el reconocimiento legal de la seguridad laboral de las clases trabajadoras; unos compromisos que se plasmaron en las instituciones políticas y económicas del Estado del Bienestar, y también en los acuerdos entre estados europeos para crear un área económica común, como camino para la cooperación política y la prevención de conflictos. Todas esas instituciones democráticas consolidaron las instituciones culturales europeas, ámbito del aprendizaje ciudadano y político de la actual U.E. 

La democracia es la forma civilizada de librar la lucha de clases. Una fórmula política que, cuando llegan los enfrentamientos, permite mantenerlos dentro de límites pacíficos

La culminación del compromiso de posguerra (máximo empleo, seguridad laboral y bienestar), coincidió con el inicio de su declive en la llamada crisis del petróleo y con el primer tropiezo del dominio imperial de Estados Unidos; el cual, minado por las deudas acumuladas por la Guerra de Vietnam, tuvo que devaluar el dólar y eliminar los restos del patrón oro. Esta misma crisis aceleró la caída de las dictaduras de Grecia, Portugal y España, e inició del desmoronamiento del bloque soviético, arruinado por la ineficiencia de su economía, la carrera de armamentos y la hostilidad de sus ciudadanos. En 1989 se produjo el derrumbe de la Unión Soviética y su imperio, arrastrando con él la ideología. 

El declive del comunismo animó a la derecha liberal, que lanzó una dura ofensiva contra las conquistas sociales y aceleró los movimientos del capital en su extensión al conjunto del planeta. Esta nueva expansión del capitalismo tuvo su prólogo político en el pacto Nixon-Chu-en-Lai, se apoyó, organizativamente, en las tecnologías de la información y el abaratamiento del comercio transoceánico, financieramente, en la libre circulación de capitales y la liberalización bancaria, e industrialmente en la revolución logística, que convirtió la producción en trasnacional. Se iniciaba una tercera revolución industrial que abrió el pacífico y Asia a la expansión inversora capitalista que conocemos como Globalización, y ha puesto en crisis el propio Estado del Bienestar y sus instituciones, haciendo imposible pensar la lucha de clases actual al margen del escenario global.

Entre las fuerzas que dan forma a la integración económica global, el impulso inicial vino de la tecnología informática y, en el siglo XXI, la Inteligencia Artificial. Las nuevas tecnologías desafían al Mundo con una serie creciente de retos y problemas que las instituciones actuales se muestran incapaces de afrontar y resolver; en primer lugar, la centralidad de la Corporación en el gobierno de la economía, porque es el ámbito de la creación, acumulación y gestión del capital intelectual: el conocimiento experto y la capacidad de organización productiva que coordina las cadenas mundiales de creación de valor. Controladas desde las finanzas globales, las Corporaciones crean y se despliegan sobre nuevas formas de organización del trabajo, que desplazan en la producción al obrero-operador, sustituido primero por el supervisor, y ambos por el experto y el organizador [i]. Según Piketty, emerge un nuevo componente social de las oligarquías capitalistas, la alianza entre los expertos tecnólogos y los banqueros, que marca de forma clara los nuevos rasgos de la desigualdad neoliberal, tanto en Occidente como en las nuevas potencias industriales asiáticas; éstas últimas emergidas de una nueva forma de nacionalismo no liberal, donde se replican las configuraciones de la oligarquía de los países del viejo capitalismo. Al timón ya no están los rentistas del Mundo de ayer, sino los altos ejecutivos, los cuales influyen directamente en los gobiernos. Lo hemos visto en 2008, con el papel jugado por Goldman Sachs en el enfoque de la gestión de la crisis. Se reproduce en China, donde el Comité Central del Partido Comunista reúne la mayor concentración mundial de multimillonarios. 

La Unión Europea se ha quedado a medio camino entre Unión política y Área de libre comercio, hipotecando fuertemente sus facultades como actor global

Europa no es inmune al Neoliberalismo

La respuesta europea a este proceso ha sido el intento de convertir el Mercado Común en una Unión Europea, que superase los estados-nación; pero el nacionalismo y la presión neoliberal de la globalización han boicoteado la construcción de las nuevas instituciones liberal-democráticas: la UE se ha quedado a medio camino entre Unión política y Área de libre comercio, hipotecando fuertemente sus facultades como actor global. Una circunstancia que limita seriamente la acción democrática de los ciudadanos europeos, y de nuestras instituciones. Porque los estados nación europeos, cómo el nuestro, están limitados funcionalmente para trazar políticas sociales y económicas por la extensión y potencia alcanzada por la globalización. Más allá de los tratados de la Unión. 

Sin embargo, hay que ser consciente de que la no pertenencia al bloque regional, la UE, supondría el suicidio como nación. En el mundo globalizado, las fantasías de independencia nacional conducen a la ruina de los estados [ii]. Por lo tanto, en la dialéctica de incertidumbres crecientes de la globalización, la acción democrática en el siglo XXI solo tendrá eficacia si combina adecuadamente los dos ámbitos de decisión que configuran el futuro europeo: la nación-estado y la Unión Europea. Siendo la primera un ámbito de decisión muy limitado y subordinado a la segunda, y ésta última un ámbito siempre enmarañado por la plurinacionalidad de sus procedimientos de decisión, aunque potencialmente determinante en el ámbito global. Por lo tanto, el camino necesario para recuperar la democracia perdida en Europa frente al capitalismo global pasa por el avance político hacia la Unión Europea, ignorarlo lleva a la melancolía de negar las realidades construidas por la historia, ámbito único para la acción social y política de las personas. 

El nacionalismo y las diferencias entre las sociedades europeas alejan en lo inmediato una estrategia común de las fuerzas políticas de izquierdas

Pero, no se trata solo de recuperar derechos, no hay retornos en la historia, la democracia solo se mantiene si avanza hacia metas estratégicas de cambio profundo, combinando la perspectiva del estado nación, ámbito de la política democrática tradicional, con las estrategias de cara a Europa, esfera donde hoy se ubica el poder de las instituciones económicas y, por lo tanto, sociales. Dado el carácter neoconfederal de Europa, las alianzas en su seno se dan entre gobiernos, Consejo donde se gestan las políticas de la Unión Europea. Ciertamente, existe un Parlamento Europeo, que elige el gobierno de la Comisión; pero el Consejo juega cómo cámara que recomienda y tiene veto y las alianzas intergubernamentales son decisivas en él. Los problemas sociales, culturales y políticos de la Europa actual aconsejan una coalición parlamentaria progresista entre el amplio espectro socialista, que estructura socialmente el sur, con los verdes del norte y el centro, expresión de la radicalidad cultural. 

Europa solo puede ser pensada desde la complejidad y diversidad cultural que la caracterizan. El nacionalismo y las diferencias entre las sociedades europeas alejan en lo inmediato una estrategia común de las fuerzas políticas de izquierdas, mientras no tenga un sustrato social. El bloque histórico de la democracia europea tiene un doble componente, geográfico y de clase, que impide su representación real sin partidos y sindicatos, continentalmente confederados, competentes para formular las políticas de las izquierdas en el Parlamento europeo, la Comisión y el Consejo, y para la ampliación de su capacidad de actuación en el marco nacional y local, que es el ámbito inmediato de la acción democrática. En primer lugar, colocar en el centro de sus fines los derechos humanos y la paz; una perspectiva basada en construir el pilar social europeo y arrinconar al neoliberalismo, eje de la estrategia sindical común europea [iii], un enfoque para las políticas migratorias, que cambia la cultura chovinista eurocéntrica y se aleja de la visión estratégica occidental. En segundo, debe asumir el control de las finanzas públicas, hoy en día la llave de la soberanía, porque lo es de la solidaridad. Solo desde Bruselas se pueden eliminar los refugios paralegales de evasión y blanqueo de capitales, así como la competencia desleal entre estados miembro para captar financiación. El control de los capitales es imprescindible para afrontar las necesidades de la acción social del estado. Los dos son fundamentos necesarios para la independencia estratégica de Europa, tercer eje de la construcción de la Unión, basada en nuestros valores y en la autonomía para las relaciones con nuestros vecinos, tareas imposibles mientras los gobiernos de la Unión quieran ser protectorados de los Estados Unidos.

Aunque Europa no es sustituible, está muy dañada. Como dice la conferencia de sindicatos europeos de 2019, se necesita más democracia para que haya más Europa

La opción estratégica europea que nació con la conferencia de París sobre el clima se reforzó con la política común frente a la COVID, y con las posteriores de recuperación, trasformación y resiliencia [iv]. Es aún débil y sin concreción en otros campos, cómo la defensa y las relaciones exteriores, y saltó por los aires tras la invasión soviética de Ucrania y la solicitud de ingreso en la OTAN de Suecia y Finlandia. Por lo tanto, aunque Europa no es sustituible, está muy dañada. Como dice la conferencia de los sindicatos europeos de 2019, se necesita más democracia para que haya más Europa. La izquierda es la principal interesada, y puede conseguir las alianzas necesarias, para que Europa avance hacia la meta confederal. 

Ucrania, metáfora de los fantasmas europeos

De momento, las carencias en la construcción de Europa no se conjuran ignorando los conflictos en sus principales fronteras, especialmente si están provocados por una potencia, decadente pero grande y nuclear, que invade un país soberano. Pero, las insuficiencias europeas no implican que solo podamos guarecernos bajo el paraguas de otra gran potencia, someternos a su estrategia y olvidar las circunstancias que originaron la confrontación. Como la estrategia de Estados Unidos es someter a Europa y aislar a China, cualquier esfuerzo europeo para evitar una mayor escalada en el conflicto está siendo boicoteada por la potencia dominante, empezando por la destrucción del Nord Stream 2 o los intentos de alejar a Huawei de los proyectos europeos de 5G. La Comisión europea, en un esfuerzo semántico digno de Mister Bean, proclama a China aliado contra el cambio climático y rival estratégico, en un solo papel. La independencia europea, su capacidad para las relaciones internacionales no es compatible con el seguidismo estratégico y el ridículo declarativo. Mr. Borrell, ¿de qué estrategia es rival China?!

La dinámica lleva a la confrontación, y Europa será el escenario, a no ser que afirme su independencia militar y estratégica

Para que Europa pueda ser reconocida cómo una gran democracia por sus ciudadanos, y por el resto de los pueblos y gobiernos del planeta debe aceptar el liderazgo cooperativo que se corresponde con sus valores proclamados, y construir expectativas creíbles para los deseos mayoritarios de una pacificación global. En la Conferencia del Clima de Paris, el representante de la Unión Europea prometió poner en el centro de las relaciones internacionales la cooperación necesaria para afrontar el cambio climático, lo cual es incompatible con unas relaciones internacionales presididas por la carrera de armamentos y el conflicto entre potencias. De cómo se resuelva la guerra de Ucrania va a depender el futuro de quinientos millones de ciudadanos que vivimos en la U.E., un espacio que el resto del planeta desea como futuro. En nueve meses, vamos a ser llamados a las urnas para elegir el parlamento europeo, una coalición de fuerzas que dirigirá durante los cinco años siguientes la construcción de las instituciones europeas; la Europa de la posguerra ucraniana y la paz con nuestros vecinos, o la U.E. del armisticio. 

Invito a los lectores a recordar los años posteriores a 1919, e imaginar lo que la alternativa entre paz y armisticio significa hoy. Al final de la Gran Guerra quedó en suspenso la hegemonía europea; parecía que las finanzas serían el factor determinante, y así fue. Pero el repliegue de Estados Unidos avivó en los antiguos contendientes la visión militarista consustancial al nacionalismo, el rencor por lo ocurrido, y la desconfianza mutua. Millones de jóvenes licenciados del ejército y sin trabajo proporcionaron la carne de cañón al fascismo para una reedición bélica. Hoy, el factor determinante de la hegemonía es la tecnología, o mejor dicho, el monopolio tecnológico en apoyo del militarismo. El nacionalismo chino no puede permitirlo, pues se nutre del rencor acumulado por haber sido el botín que repartir de los imperialistas entre 1839 y 1949. Por último, Rusia es una potencia nuclear con enormes recursos energéticos, que teme ser la nueva China del Siglo XXI, si pierde la guerra. El escenario se agrava cuando todos los potenciales beligerantes consideran el cambio climático un problema secundario, o una oportunidad de abrir el Ártico a la navegación, pues los dos principales rivales en Ucrania se asoman al Océano Boreal, y la costa es Siberia. La dinámica lleva a la confrontación, y Europa será el escenario, a no ser que afirme su independencia militar y estratégica, y oferte su mediación en base a nuevos valores colaborativos y contrarios al hegemonismo. 


[i] Cogestión y tecnología
[ii] Empresa, Capitalismo y Economía Global
[iii] ¿Existe un proyecto de Europa social?
[iv] Agenda 2030 y Plan de Recuperación, Trasformación y Resiliencia

La lucha de clases en Europa, globalización y democracia