sábado. 04.05.2024
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La larga etapa de recuperación política en nuestro país, tras la derrota de la república por el fascismo, tuvo dos acontecimientos que marcaron democráticamente el proceso político, ambos alumbrados tras un largo periodo de sufrimiento de sus protagonistas: uno fueron las comisiones obreras, el otro las asociaciones vecinales; sin que por ello pensemos en devaluar al movimiento estudiantil que, durante casi veinte años produjo estallidos en las principales universidades, y proporcionó cuadros políticos a los partidos en la transición, y muchos universitarios apoyaron técnicamente a los movimientos vecinales durante la transición y el origen de la democracia, organizando a veces, y estorbando otras. Pero el movimiento estudiantil en España no tuvo el alcance de los movimientos juveniles contemporáneos en otros países desarrollados.

Al calor de las luchas por la dignidad de la vida en los barrios, introdujeron el feminismo y la ciudadanía en las clases populares urbanas, recién creadas por el éxodo rural

La educación democrática de los españoles se realizó, principalmente, en los procesos asociativos que tuvieron lugar en torno al problema de la vivienda y la convivencia vecinal, y en los lugares de trabajo y aledaños desarrollando la acción sindical. Se encontraron con la democracia por imperativos de supervivencia, después de más de una década de precariedad y miserias, pero también de ayuda mutua, cultivando la cultura de su mochila campesina (i). Instrumentalizaron los exiguos cauces de representación que el régimen, obligado por sus socios atlantistas, puso en marcha en el sindicalismo vertical, y el asociacionismo orgánico vecinal, de las amas de casa o de los clubs católicos, ayudados en estos últimos por los nuevos aires del Concilio Vaticano II. La coordinación espontánea entre ambos movimientos sirvió de cauce a un componente fundamental para la creación de la cultura democrática en España: el diálogo socialismo-cristianismo, entre el sindicalismo de acción católica y las comisiones obreras. Al calor de las luchas por la dignidad de la vida en los barrios, introdujeron el feminismo y la ciudadanía en las clases populares urbanas, recién creadas por el éxodo rural. Así ocurrió el renacimiento de la clase obrera en los territorios y naciones de España.

El enorme capital democrático acumulado por los vecinos y los trabajadores sindicados entre finales de los años cincuenta y 1988, (ii) se manifestó en los años de la transición. Los movimientos vecinales consiguieron del Sr. Garrigues Walker, concejal de urbanismo, reconstruir el sureste de Madrid sobre proyectos pactados con las asociaciones vecinales. Los sindicatos negociaron la paz social necesaria al proyecto constituyente con los Pactos de la Moncloa, y a cambio obtuvieron el Estatuto de los Trabajadores, una auténtica carta constituyente que institucionalizaba el derecho al trabajo, a la representación obrera y a la concertación social. Complemento seminal del Estado democrático de derecho para poder considerarlo también social. Por su lado, las asociaciones de vecinos impulsaban en los ayuntamientos democráticos, recién constituidos, servicios sociales y de apoyo a las reivindicaciones feministas y juveniles con la ayuda de las comunidades cristianas de base. En los años ochenta la Iglesia ultramontana, con Juan Pablo II, destruyó el diálogo entre socialistas y cristianos, con el objetivo de recuperar el control conservador sobre los fieles católicos desmontó las comunidades de base cristianas, expulsó a los religiosos que no querían callar y los separó de las organizaciones católicas de beneficencia, cortando el entramado de cooperación con el sindicalismo, que había sido tan productivo socialmente.   

Existe una amplia documentación en los archivos sindicales o en Cáritas, que ilustran lo que pudo haber sido y no fue, pero creo más importante pararme en los errores propios de la izquierda, no para autoflagelarse, ni tan siquiera para no cometer hoy los mismos errores; porque lo importante es ser conscientes de cómo ha cambiado el contexto, para poder orientarse en la actualidad. En la transición, 1978, estalló una crisis económica que cambió la configuración de la clase obrera en toda Europa, crisis que fue especialmente dura en España por la reestructuración de plantas industriales dependientes y tecnológicamente obsoletas. La desindustrialización y el paro impactaron en los nuevos ayuntamientos, donde los partidos políticos de izquierdas empezaban a notar la dificultad de compaginar, bajo la presión de las fuerzas económicas del entorno urbano, la gestión municipal con atender, al mismo tiempo, las demandas y requerimientos de información y servicios que las asociaciones de vecinos planteaban. La crisis económica vaciaba las arcas públicas, y las administraciones veían reducir los yacimientos de empleo, revaluando el papel de la construcción y de la especulación urbana, a la cual los economistas veían cómo el motor de aquella. Se tomó el camino fácil de excluir a los vecinos en el debate.

El nuevo auge del capitalismo español se produjo sin que ningún tipo de estructura sociocultural de base socialista y democrática se opusiera a su hegemonía

La larga coyuntura de inflación y paro otorgaba un enorme poder a los empleadores que estos utilizaron para atacar el Estatuto de los trabajadores. Cada nuevo ministro de trabajo pegaba un recorte al texto legal. En 1988, los sindicatos convocaron una huelga general y consiguieron frenar momentáneamente los ataques a los derechos conquistados en la transición, pero la dinámica creada por la destrucción del núcleo central industrial de la clase obrera, especialmente en Madrid, Asturias, El Sur de Andalucía y el Noroeste gallego, había deteriorado seriamente la base sindical, y e gobierno decidió sacarlos de la sala deliberativa. La crisis de los años 1977 a 1989, que alejó a los trabajadores de la acción vecinal, también trajo consigo la destrucción de la juventud radical trabajadora de los barrios. Junto a los problemas específicos de la juventud y el paro juvenil, aparecieron los asociados a la extensión del consumo de drogas, y con ellas la destrucción de la convivencia vecinal y las actividades para los tiempos de descanso, convertidos ahora en ocio obligado. Las asociaciones vecinales, desmovilizadas por los ayuntamientos propios, se reconvirtieron en auxiliares de los servicios sociales en la lucha contra las drogas, pero los jóvenes ya no veían en ellas el nexo con su ámbito de convivencia, muchos las percibían cómo un componente del sistema social represor contra la diversión, concebida ésta casi exclusivamente cómo evasión. Sin trabajo ni perspectivas de tenerlo, con un sistema de educación profesional raquítico y poco atractivo, las asociaciones vecinales se vieron impotentes, y una generación, animada por la movida madrileña, valenciana y de todas partes, financiada por el ahorro de sus padres, se apartó de la política y la lucha social, rompiendo también con la represión patriarcal, pero sin crear una cultura de convivencia en libertad. Como consecuencia, el nuevo auge del capitalismo español se produjo sin que ningún tipo de estructura sociocultural de base socialista y democrática se opusiera a su hegemonía, lo que favoreció que las diferentes demandas de emancipación ocurrieran de forma fragmentada, sin una cultura común que resaltara su potencial trasformador. En la estructura de la sociedad española no se observa un núcleo que unifique los vectores de cambio, y eso se nota. Vemos impotentes cómo las manifestaciones multitudinarias contra el deterioro de los servicios sanitarios se resuelven con el voto popular a los que los deterioran. Pero hay que tener templanza y mirar las cosas con el ánimo de que cambien, no de que ocurran sin saber por qué.

En primer lugar, tener en cuenta el margen de acción gubernamental en la correlación de fuerzas global. España es irrelevante en el escenario geopolítico actual, cómo lo era Grecia cuando quiso salirse del guion marcado. El proyecto europeo, el más avanzado en la geopolítica actual, ha demostrado en Ucrania su inmadurez estratégica; sabemos que los valores europeos son la única base existente hoy para un avance trasformador de la democracia, pero no puede ir más allá sin construir instituciones, que liguen la voluntad popular con las decisiones que su tecnoestructura ejecutiva toma. En ese contexto, las corporaciones capitalistas pueden independizarse de la política económica. Como el proceso trasformador no puede ser nacional y radical a la vez, las izquierdas de Europa deben encontrar el camino para las alianzas estratégicas que permitan poner a las corporaciones, y a los mercados capitalistas, bajo la maquinaria reguladora de la Unión Europea. Pensando las alianzas, a la vez a escala nacional y europea para conquistar el poder a nivel continental.

Esta estrategia puede sonar descabellada por demasiado ambiciosa, pero peor es llevar a tu propio país a la categoría de paria. Cuba es un ejemplo vivo de la capacidad del capitalismo para convertir en parias globales a los estados que no aceptan el estatus quo y no tienen fuerza para cambiarlo. Las fuerzas intelectuales existen, los que pensamos que no existe un futuro democrático con el capitalismo somos muchos más de los que éramos hace trece años. Sabemos que las fragmentaciones sociales en el conjunto de Europa son parecidas, y las fuerzas políticas muy similares, el desarrollo de las fuerzas productivas ocurre de forma coordinada, y Europa está atenta a los peligros adyacentes a las nuevas tecnologías, aunque la competencia entre estados impide su planificación. Pero, sin una estructura de propósitos comunes, cultura e intereses reconocidos las fuerzas sociales no existen para la política, y los grupos humanos actúan, cuando lo hacen, como conglomerados impotentes.

Hoy, en una sociedad más vieja y descreída, a pesar de la democracia, el trabajo de los que quieren cambiar las cosas es más complejo, pero menos peligroso

Volviendo al marco español, un primer paso ya fue dado con la reforma laboral del último gobierno, la cual aún queda lejos del Estatuto de la Transición, y sabemos que en Europa se mira con interés la legislación impulsada por Yolanda Díaz. Los sindicatos han resistido, pero su influencia social tiene que fortalecerse y ya no volverán a tener el lugar central que tuvieron en 1978, pero en Europa hay un movimiento, lento pero seguro, hacia la cooperación sindical. En otra parte detallaba cómo la propia organización elemental del apoyo mutuo entre inmigrantes recién llegados a las ciudades originaba el prestigio de los servicios públicos y sociales, aún por crear. Hoy, en una sociedad más vieja y descreída, a pesar de la democracia, el trabajo de los que quieren cambiar las cosas es más complejo, pero menos peligroso. Ahora, cómo entonces, el cambio solo se puede acometer desde el terreno, sabiendo a donde se quiere ir, pero con la gente. Ayudar a la sociedad civil a organizarse desde sus propias demandas, aportando los conocimientos que proporciona la ciencia, la ingeniería y la sociología, un horizonte de futuro, pero sin entorpecer al ciudadano. 

        

(i) Jose Candela Ochotorena (2019) Del pisito a la burbuja inmobiliaria, P.U.V. valencia
(ii) Año que se alcanza el pico movilizador y comienza la debilitación de la clase obrera en España.

La democracia, si no avanza se deteriora