jueves. 28.03.2024
Foto: Parlamento Europeo

Podríamos decir que 1989 fue el año clave, pero antes, posiblemente con la primera gran ampliación de la CEE, solo se hablaba de socialismo en círculos cada vez mas reducidos, y solo Gorbachov en Europa creía en alguna forma política relacionada con la propiedad colectiva de los principales medios de producción. Poco a poco, la socialdemocracia nórdica se ha ido difuminando, y el liberalismo parece ser la única ideología capaz de pensar la economía del mundo actual, y crear gobierno. Mi percepción es que el socialismo, tal como lo hemos entendido hasta hoy, era una alternativa a un mundo que ya no existe: el capitalismo del siglo XIX y de la era Imperialista, que concluyó en la larga guerra civil europea de 1914-1945. La filosofía socialista estaba asociada a los conflictos de aquel capitalismo, inspiró el fin del colonialismo, tiñó de social la posguerra europea y tuvo un desenlace definitivo en 1989 que, sin embargo, ya estaba decidido mucho antes. Pero si seguimos inspirados por el materialismo, no podemos dejar de pensar que un cambio tan drástico en el pensamiento humano debe tener una base en el contexto del propio capitalismo, pues todos estamos de acuerdo, y nunca hubo un consenso mayor, en que el capitalismo sigue vivo, que su reproducción repite la matriz social y aumenta las desigualdades, que se expande de forma acelerada y penetra todas las relaciones sociales. Incluso, sin ningún tipo de rubor, la ideología dominante acepta esta realidad y la proclama como la única existente y con futuro. 

Un cambio tan profundo podemos ubicarlo, históricamente, en el triunfo de los procesos de globalización que, desde los inicios de la civilización capitalistas, se venían produciendo. Triunfo definitivo que ya estaba anunciado en los años setenta del siglo XX: “(Hablando de los EE UU de América), La facultad de intervenir en los sucesos y de controlarlos depende del contexto en que uno vive. Lo decisivo para el resto del siglo es que el contexto de la decisión ya no es el ámbito nacional, por poderosa que parezca una nación” [i]. Hoy día, es cada vez más evidente que las mutaciones sufridas por el capitalismo desde 1945 lo han hecho prácticamente inmune a la acción de los estados. La desregulación ha sido un proceso dialéctico, no unilateral, entre la capacidad progresiva de las instituciones económicas privadas, especialmente la grandes corporaciones, para burlar los controles públicos, y la dependencia creciente de las sociedades que representaban esos estados respecto a las decisiones que toman las cúpulas de dichas corporaciones, las cuales, por su parte, son vitales para la generación de empleo, cómo los grandes fondos financieros lo son para la rentabilidad del capital acumulado, y las decisiones que toman ambos determinan el futuro de generaciones enteras en cada una de las sociedades nacionales.

Las corporaciones industriales, comerciales y financieras configuran una especie de neo-feudalismo, con mecanismos muy potentes para eludir las decisiones democráticas de los Estados. Cada día más impotente, el Estado-nación democrático pierde legitimidad. Y el socialismo ha sido, desde sus comienzos, una doctrina política ligada al Estado-nación. Los primeros intentos de fundar un movimiento obrero internacional habían fracasado mucho antes de 1914. La tercera intentona, comunista, perdió legitimidad en 1939, posiblemente con la invasión soviética a Polonia, si no antes. 

La tesis central de este texto es que la lucha por el socialismo, hoy, necesita de un ámbito con el suficiente desarrollo de las fuerzas productivas y peso en la economía mundial

Y, sin embargo, ¡se mueve! Nunca como ahora, el Manifiesto Comunista ha tenido más actualidad. Lo que pasa es que no es posible articular un movimiento social que no se manifiesta, el socialismo, para un mundo que no tiene instituciones representativas desde las que operar. Más adelante abordamos el dilema de la correspondencia entre la organización de los ciudadanos y la calidad de las instituciones públicas. Por ahora, veamos algunos de los corolarios de lo que está pasando, y solo a efectos enunciativos, sin valorar la importancia de cada uno, aunque todos lo son, y mucho:

  1. Los estados nacionales, excepto unos pocos, Estados Unidos, China y, en plazo no lejano, La India, incluso éstos tres, cada uno por separado, no pueden, hoy en día, influir sobre la marcha de la economía global, de la que dependen sus países. Solo tienen una posición dominante en el tablero mundial, suficiente, si activan el “nacionalismo chovinista” para frenar cualquier intento trasformador en otro cualquier estado-nación. En estos últimos, la política económica es un fraude, porque no puede ir más allá de los límites del estatus quo.
  2. Se están configurando unidades regionales con capacidad de influencia, pero en ellas son las tecnocracias, y los gobiernos de los países más fuertes las que marcan la política económica; al tiempo que erigen cortafuegos eficaces entre los órganos de decisión y las sociedades a las que dirigen. Además, la ausencia de fuerzas políticas supranacionales hace muy difícil la acción política en ese ámbito supranacional, cómo bien aprendieron los griegos entre 2012 y 2016.
  3. En los países más prósperos, la clase obrera industrial está en retroceso, es una minoría dentro del conjunto de los trabajadores asalariados. Aunque la gran mayoría de la población depende de la relación salarial para su mantenimiento, la segmentación social es tan compleja que es impensable su configuración como clase social. El resultado: Todo el mundo cree ser “clase media”, exceptuando una “elite” asalariada, muy celosa de sus privilegios.
  4. En los nuevos países industriales, que son los países industrializados de hoy, el proceso de proletarización ha venido precedido de un empobrecimiento poscolonial tan brutal del campesinado, que la nueva esclavitud asalariada es vista como una liberación de la miseria y el hambre. Poco a poco los trabajadores se van viendo como clase obrera, pero es un proceso lento y controlado por grandes aparatos “comunistas”, en unos casos, o de “liberación nacional” en otros, es decir con una legitimidad nacionalista ante sus pueblos, solo contestada por minorías cultas, económicamente privilegiadas y fácilmente encapsulables.
  5. Todas las sociedades empiezan a percibir que el capital tiene una nueva componente, directamente relacionada con el conocimiento, y de la cual depende la capacidad actual de las naciones de sobrevivir y competir. La educación es la forma del capital de la nueva “clase media”. Pero el conocimiento no es algo que se crea en los márgenes del sistema productivo. Las grandes corporaciones, y sus redes de investigación con las principales universidades del mundo están financiadas por los estados, y son el organismo social principal en la creación del conocimiento económicamente útil.
  6. Como el capital ha invadido el mundo de la cultura, las corporaciones son también los organismos claves en la creación de los mitos y símbolos que nutren la vida espiritual de la una parte creciente de la humanidad. 
  7. La imbricación entre lo público y la privado en los negocios crea unos lazos especiales entre los cuadros ejecutivos y directivos de las corporaciones y las burocracias reguladoras de la economía y el trabajo, que sostienen una cultura competitiva, no integradora, y marcan los límites de la acción del bienestar de los estados, por otra parte, imprescindible para la estabilidad de los negocios.
  8. Las nuevas tecnologías están terminando con el trabajo semicualificado y sometido a las reglas de la ingeniería; simplemente, las normas de la ingeniería informatizadas han permitido construir máquinas que sustituyen al trabajo, y la IA promete, a su vez, sustituir una parte sustantiva del trabajo de ingeniería. 
  9. La disminución de la clase obrera industrial debilita la democracia, porque atenúa el poder de la única organización, los sindicatos, superviviente al desmantelamiento, por una izquierda cortoplacista, de lo único que puede distribuir el poder en una sociedad capitalista, la ciudadanía unida en defensa de sus derechos. 

Estos son, a mi entender, los retos de las nuevas generaciones de “chicos listos” de la izquierda. Colaborar en la elaboración de una cultura basada en el conocimiento, la educación y la salud cómo bienes públicos y en la capacidad de los trabajadores para cooperar en la creación de tecnología. Por lo pronto, las nuevas tecnologías, producto de la nueva configuración del capital como acumulación de intangibles tecnológicos, creados, paradójicamente, por la cooperación en el trabajo, nos llevan a destinos muy distintos de los supuestos de distribución del poder y desaparición de jerarquías, que preveían los tecno-optimistas de la tercera revolución industrial [ii]. El poder sale fortalecido por las oportunidades de control social que ofrecen las TIC, más aún con la IA, porque es la lógica del capital y su acumulación la que dirige el proceso tecnológico; mientras la jerarquía se agudiza por la desigualdad que genera la financiarización de las actividades económicas.

Ninguna estrategia socialista se mantendrá sin la capacidad de armonizar las opiniones diversas de las clases subordinadas de una sociedad desarrollada y compleja

La socialdemocracia se entregó con la tercera vía al neoliberalismo, eso sí, compasivo y mantenedor de un estado benefactor, viable en términos de ortodoxia financiera, y el resto de las fuerzas políticas del socialismo, recompuestas cómo socialdemocracia, se olvidaron de lo aprendido en los tiempos marxistas, que la lucha de clases, en su complejidad, es el motor de la historia, en todo aquello relativo a la creación de la riqueza y su distribución y que, bajo el dominio del capital desarrollado, la forma política que asume la lucha de clases es la democracia, un régimen de ciudadanos, nacidos libres y con derechos, y cuya eficacia social depende de su comprensión de la libertad, educada en la cooperación con los otros. En resumen, en la democracia, los intereses, económicos y culturales, articulan la organización de los ciudadanos, y solo organizados se puede construir la acción social para defenderlos y hacerlos prevalecer. Porque, el capital está organizado por necesidad de su propia reproducción, en la regulación de sus mercados, pero también en su vida social y cultural, garantizando la acumulación de riqueza y su distribución desigual. No porque sea avaricioso, sino por su propia dinámica acumuladora que le proporciona salud económica y eficiencia, su valor más apreciado. 

Marx ya intuía, y aún más Engels, que la mecanización, hoy en día robotización informatizada, podía acabar con el obrero industrial [iii]. Para ellos, la contradicción que acababa provocando el cambio de los sistemas productivos se ubicaba en la correspondencia entre el avance de Fuerzas productivas y la idoneidad de la Relaciones de Producción que hacían uso de ellas; aunque el dualismo del materialismo decimonónico hiciera pensar en un determinismo del pensamiento marxista, las modernas teorías sobre la complejidad de los sistemas abiertos permiten repensarlo, aceptando tesis más acordes con la experiencia, que nos llevan a deducciones más abiertas sobre el futuro del capitalismo, cómo los contextos caóticos, y autodestructivos, congruentes con la contradicción enunciada por Marx y Engels aplicada al capitalismo actual y al desarrollo de nuevas fuerzas productivas en su seno: automatismos de los mercados, movidos exclusivamente por deseos y decisiones no cooperativas, formas de contabilidad que no prevén los efectos externos, cómo el agotamiento de recursos esenciales no mercantiles, etc. La ineficacia de los estados nación para regular los mercados, o para actuar sobre los efectos externos del consumo y la producción, como el cambio climático.

Para subvertir la mecánica de la desigualdad, no basta con la redistribución, es necesario actuar sobre los mecanismos reguladores de la inversión y el consumo, componentes de la predistribución de la riqueza. Los parámetros de la predistribución eran para los socialistas checos de 1968 las bases de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura [iv], que sostendría la lucha democrática en el siglo postindustrial, un olvido que ha hecho fracasar a las fuerzas que decían defender el socialismo en Europa. Ahora, además de una revolución tecnológica regulada por el capitalismo, nos enfrentamos a la mayor catástrofe ecológica, climática, de la historia de la humanidad, cuyas consecuencias pueden eliminar los dilemas morales del capitalismo, porque, si no actuamos, no habrá futuro.

Todos los caminos conducen a los Verdes, a su mensaje de fraternidad, pero en ellos se pierde la idea central de las izquierdas trasformadoras, la igualdad a través de la libertad. Además, están aún muy verdes en el sur del continente. Sin embargo, y en primer lugar, son la única opción que representan un partido europeo y, además, por su propia evolución, se encontrarán muy pronto con el socialismo. Todos los informes que utilizan indican lo mismo: mediante los incentivos del mercado no se pueden alcanzar los objetivos climáticos. La práctica legislativa nos dice que, debido a los mecanismos reguladores y las redes de influencia que en ellos se han creado, incluida la necesidad de comer de los expertos, las medidas de alcance de la política ecológica son ralentizadas, cuando no remitidas. La política nos conduce a la conclusión de que, sin regular a priori el consumo y la inversión, es decir, sin mecanismos de predistribución no se podrá frenar el cambio climático ni la destrucción medioambiental y el agotamiento de recursos vitales para la vida humana [v]. No cabe la menor duda que las fuerzas políticas que aspiran a controlar el proceso económico y tecnológico para proteger el medio ambiente humano se tendrán que enfrentar a algo parecido al socialismo. 

Pero eso es una historia futura. La tesis central de este texto es que la lucha por el socialismo, hoy, necesita de un ámbito con el suficiente desarrollo de las fuerzas productivas y peso en la economía mundial para mantener sus estrategias de desarrollo sin tener que sufrir por el boicot de las corporaciones ni recurrir a la militarización de la vida social. Solo podrá sustentarse sobre una alianza amplia de ciudadanos, lo cual exige una concepción igualmente amplia y plural de las organizaciones que los representen. Ninguna estrategia socialista se mantendrá sin la capacidad de armonizar las opiniones diversas de las clases subordinadas de una sociedad desarrollada y compleja; de crear ámbitos de deliberación para los ciudadanos, sin apriorismos ni supuestos de que los expertos conocen mejor las necesidades que las propias personas que las padecen. La ciudadanía democrática no confiará el gobierno a personas que no son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos mismos; cómo tampoco dejará de lado las necesidades de minorías, que solo reclaman ser lo que son. Solo por medio de ensanchar la democracia, de hacerla penetrar en todas las instituciones sociales, empezando por las instituciones económicas, públicas y privadas, cómo las empresas, podremos recuperar el socialismo en el debate social. Hoy por hoy, la lucha por la decencia en la política democrática, por la dimensión social ligada al mantenimiento del bienestar y su ampliación institucional a la ciudadanía organizada es, posiblemente, el campo donde la lucha democrática en el Estado nación tenga un recorrido más amplio, y sirva al futuro del socialismo.


[i] Daniel Bell, (1976) Las contradicciones culturales del capitalismo
[ii] Riftkin, Jeremy, (2011) La Tercera Revolución Industrial
[iii] Richta, Radovan (1969) La Civilización en la Encrucijada
[iv] En 1968, los comunistas checos iniciaron un proceso democrático con la estrategia de construir el socialismo adecuado a las nuevas tecnologías emergentes, y fueron invadidos por la URSS.
[v] Klein, Noami (2009) Esto lo cambia todo.

¿Ha desaparecido el socialismo de la jerga política europea?