domingo. 28.04.2024
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Los diputados de Vox abandonando el Congreso.

En el discurso pronunciado el 23 de marzo de 1910 en el Teatro de la Comedia de Madrid, Ortega y Gasset puso de manifiesto sus severas discrepancias con el liberalismo español de aquel tiempo, del tiempo de la Restauración, un liberalismo muy parecido al que hoy defiende el Partido Popular y su lideresa inmarcesible Díaz Ayuso (Dª Isabel). Decía Ortega que frente al individualismo radical y la sociedad concebida como una suma gregaria de individuos que buscan su interés particular, de cuya adición resultaría el interés general, él consideraba a la persona como ser social y solidario y a la sociedad como un organismo en el que todas sus partes colaboran para su perfecto funcionamiento, al tiempo que los individuos consiguen su pleno desarrollo personal. “El individuo -argumentaba Ortega- como ser racional y consciente tiene una misión para con la sociedad, y ésta tiene un deber para los individuos que la forman: Elevar su cultura, proporcionarles justicia, libertad y los bienes materiales para que puedan desenvolver sus capacidades al máximo.

Al analizar la vieja política, el viejo liberalismo, que él equipara al más caduco de los conservadurismos, Ortega niega el abstencionismo del Estado al que exige intervenga para eliminar las desigualdades, potenciar la educación y los derechos fundamentales. Cuando el liberalismo se estanca -como había ocurrido con el de la España de la Restauración-  deja de serlo para devenir en conservadurismo “que es lo mismo que no ser nada... porque los conservadores se desentienden de exigencias ideales, niegan su valor ético y se atienen en ese punto a lo ya logrado, cuando no fomenta el regreso a fórmulas superadas de constitución política...”. Al mismo tiempo que achaca al conservadurismo rancio el atraso de España, Ortega llama a la España vital para que recobre el pulso y acometa las reformas imprescindibles para que España crezca en el Derecho y la Justicia, aportando cada generación las innovaciones necesarias para engrasar y mejorar la nación de todos. Critica Ortega a quienes sólo tienen modelos en el pasado, a aquellos que creen que el “Sumo Hacedor” se esmeró con España, a quienes piensan que todo está bien porque les favorece, a la España vieja y andrajosa que impide a la nueva desarrollar sus potencialidades, sus ideales, sus energías para engrandecerla, “el patriotismo verdadero -dirá- es crítica de la tierra de los padres y construcción de la de los hijos...”.

La derecha española no es liberal ni se espera que lo sea, es conservadurismo rancio, quieto, rudimentario y antiespañol

El discurso de Ortega que sirvió de base para la fundación de la Liga de Educación Política fue pronunciado hace 123 años en el Teatro de la Comedia de Madrid. ¡123 años! Y pese a la buena acogida que el pensamiento de Ortega tiene entre quienes lo desconocen y militan en partidos reaccionarios, sigue vigente en este punto: La derecha española no es liberal ni se espera que lo sea, es conservadurismo rancio, quieto, rudimentario y antiespañol puesto que no desea para el pueblo español más libertad, más conocimiento, más cultura, más y mejores servicios, sino simplemente apoderarse de los presupuestos del Estado para llevar a cabo políticas decimonónicas que redunden en beneficio de una minoría de privilegiados y en la restauración de formas y costumbres políticas del pasado.

No creo que nacionalismo alguno sea de fiar, ni el de Abascal, rudimentario, chulesco, hediondo, ni el de Puigdemont, mesiánico, mediocre y con un tufo carlista que repele. De hecho, religión, dinero y nacionalismo han estado siempre en el origen de las mayores catástrofes que ha sufrido el ser humano. Sin embargo hay cosas que creo nada tienen que ver con ese sentimiento primario de algunas personas y sí mucho con la razón y con la justicia. La derecha española, ultramontana, alejada de la modernidad como decía Ortega, ha puesto el grito en el cielo porque en el Congreso se permita hablar a los diputados en cada uno de los cuatro idiomas oficiales de España. Aseguran que eso es el resultado de la ambición de poder de Pedro Sánchez, dispuesto como está a fragmentar el país con tal de seguir en el poder. Yo, español por los cuatro costados, empero, siento ese acontecimiento como un acto de justicia, como un paso más en  la eterna y siempre frustrada vertebración de España.

No creo que nacionalismo alguno sea de fiar, ni el de Abascal, rudimentario, chulesco, hediondo, ni el de Puigdemont, mesiánico, mediocre y con un tufo carlista que repele

De todos es sabido que tenemos una lengua común, el castellano o español, pero nadie debe ignorar tampoco que los otros tres idiomas de España, el galego, el euskera y el català son idiomas tan españoles como el primero puesto que son los originales, los maternos de las tierras en que se habla, es decir, son, por tanto, una parte fundamental de nuestra historia, de nuestro acerbo cultural y un orgullo para cualquier español que se tenga por tal que se hayan conservado pese a la inquina irracional y sanguinaria con la que han sido tratados en los periodos totalitarios y reaccionarios que ha sufrido España con tanta frecuencia. Hablar en el Congreso cualquiera de los cuatro idiomas oficiales con que cuenta nuestro país es un hecho a celebrar, como lo será el día en que los españoles que contamos con un sólo idioma nos interesemos por conocer a los otros tres que conforman nuestra cultura, al menos con la misma devoción con la que hoy nos entregamos al idioma inglés, empleado en todas partes de forma avasalladora y cateta sin el menor complejo.

Aseguran Partido Popular y Vox que Sánchez y sus seguidores están dispuestos a dar todo a los nacionalistas para gobernar unos años más, sin embargo, oponerse radicalmente al fomento de los otros idiomas españoles, de las otras culturas de nuestra patria, fomentar el odio de la parte castellana hacia esos territorios, hacia esas culturas con el único objetivo de obtener sufragios es un acto de generosidad sin límites por el que ambos partidos reaccionarios hacen gala de un patriotismo de charanga y pandereta bajo el que se esconde la defensa de intereses y privilegios seculares, de una forma de entender el país como un coto de caza o un protectorado al que esquilmar por los siglos de los siglos.

España es uno de los países que ha marcado el rumbo de la historia moderna, pero no es un país uniforme, es diverso, heterogéneo, híbrido. Los partidos conservadores de que hablaba Ortega y Gasset siempre intentaron tapar, ocultar esa diversidad, unas veces veladamente, otras mediante la tortura, el asesinato y la guerra. El reconocimiento de nuestra diversidad puede por fin reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestra realidad histórica. Puigdemont es otra cosa, también del pasado.

De los idiomas de España