viernes. 29.03.2024
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Se cumplió el año pasado el centenario de la publicación de la obra España invertebrada, de José Ortega y Gasset, que es el antecedente de su más famosa La rebelión de las masas. Por desgracia para la izquierda española la obra ha sido despreciada –más que criticada– por esta corriente ideológica y apenas se ha sabido sacar provecho de una obra tan sugerente y tan sugestiva.

Es verdad que con Ortega hay que tener cuidado porque la brillantez de su prosa puede hacer que exageremos el orto de su contenido. Además el método de Ortega consistía en convertir en libro –normalmente revisado- muchos de los artículos publicados previamente, lo cual hace que debamos reconstruir su pensamiento o pensar que su obra es simplemente un monto de sugerencias. Pero, incluso con esta visión desmenbrada –invertebrada– de su quehacer, el inmenso legado del filósofo le convierten en el prototipo de intelectual, es decir, de persona que piensa y escribe sobre muchas cosas pero desde el esfuerzo titánico previo de lecturas y experiencias. Por eso, cuando preguntó el torero al filósofo que ha que se dedicaba y este le repondió que “a pensar”, la respuesta del torero fue “hay gente pa to”. El torero no veía mérito en el hacer del filósofo. En el caso de la obra centenaria se ha considerado siempre y con razón el antecedente precisamente de La rebelión de las masas, siendo la de 1921 La rebelión… aplicada a nuestro terruño.

Para la izquierda más o menos marxista la obra de Ortega resulta antipática (…) por tener una visión elitista de la sociedad y de la historia pero la cuestión es si es acertada o no

Dicho lo anterior a modo de presentación y justificación, el propósito de este artículo no es tanto indagar si Ortega tenía razón sobre España hace un siglo –no me encuentro capacitado para ello– sino qué lecciones se pueden sacar de su visión de la razón histórica para el presente, con permiso de Putin y su gobierno para que siga habiendo presente. Partimos de que para la izquierda más o menos marxista la obra de Ortega resulta antipática porque su concepción histórica se basa en una división sociológica permanente entre las masas [1] y las minorías selectas, de tal manera que los pueblos avanzan si las minorías selectas cumplen su papel de liderazgo intelectual, empresarial, científico, etc., y si las masas se dejan llevar por esas guías y guiadores. Si ambos no cumplen con su papel o uno de ellos, es decir, si las minorías selectas no son tales y carecen de esa bondad y/o las masas se rebelan de su condición o no son los suficientemente dóciles, sobrevienen las crisis y los pueblos se atrasan respecto a otros que si mantienen esa división, cumpliendo ambos con el papel que le asigna Ortega. Ideológicamente es una visión elitista de la sociedad y de la historia pero la cuestión es si es acertada o no.

Desde luego la obra esta y el conjunto de la obra del filósofo es muy compleja y no se puede resumir tan brevemente, pero Ortega saca una conclusión para España –y consecuencia de su atraso– es que todo lo que ha habido que hacer lo ha hecho el pueblo y si no, se ha dejado por hacer. La contrapartida de ello es que las supuestas minorías selectas en España han fracasado en su papel históricamente [2], lo cual es una idea que se acerca a muchos historiadores que piensan cosas parecidas. Pensemos como punto culminante de esa división y de ese fracaso de las minorías que no fueron la llamada guerra de la Independencia.

Yendo a otro período histórico, Ortega recoge la acnédota de que un embajador florentino preguntó al Fernando, el rey católico, sobre cómo era posible “que un pueblo tan belicoso como el español haya sido siempre conquistado, del todo o en parte, por galos, romanos, cartagineses, vándalos, moros”, y el rey más inteligente que hemos tenido –lo cual no es un mérito excesivo– contestó que “La nación es bastante apta para las armas, pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ellas grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden”. Es verdad que esta forma de pensar sobre el devenir español es muy peligrosa porque tiende a justificar los pronunciamientos del siglo XIX y las dictaduras del siglo XX en nuestro solar común, pero de nuevo la cuestión es si tiene al menos algo de acierto en el pronóstico.

Es verdad que esta forma de pensar sobre el devenir español es muy peligrosa porque tiende a justificar los pronunciamientos del siglo XIX y las dictaduras del siglo XX en nuestro solar común

Ahora bien, creo que el punto débil de esta concepción de Ortega –tampoco excesivamente original en su época– es precisamente la visión de la historia como un “proyecto común [3]” que aúne a las masas guiadas –o sometidas, según como se mire–, además, por las minorías supuestamente selectas. La mayoría de los ciudadanos bastante tenemos con hacer un esfuerzo para salir adelante en la vida –y que muchos apenas lo consiguen– como para tener proyectos comunes como nación. Es posible que esa fuera una de las tareas de las supuestas minorías selectas, pero no la de la inmensa mayoría de ciudadanos.

Recoge también Ortega unas palabras de Maquiavelo sobre el quehacer del rey Fernando cuando dice el florentino que “uno de los modos con los que los Estados nuevos se sostienen es… teniendo siempre a las gentes con el ánimo arrebatado… “. Es muy posible que esas palabras del genio italiano fueran verdad en aquellas circunstancias o se cumplieran siglos después en el momento de la guerra de la Independencia mencionada o, por ejemplo, en la época de la batalla de Lepanto ante el peligro turco que amenazaba a la Europa de entonces, especialmente a los Estados italianos y a zonas centro-europeas como la representada por Viena, pero es difícil sostener que eso sea una constante histórica que pueda explicar la Historia.

Para acabar con esta concepción orteguiana recojo sus palabras de su capítulo 6 de la obra que nos ocupa: “La convivencia nacional es una realidad activa y dinámica, no una coexistencia pasiva y estática como el montón de piedras al borde de un camino”. Para bien o para mal, la sociedad –recordemos que la sociología comienza cuando acaba la sociedad– somos los ciudadanos más piedras arrojadas en un camino y solo una parte de la sociedad –normalmente la más pobre– se pone a trabajar en algo común en determinadas circunstancias, como ha sido el caso de la pandemia última. A lo más que podemos aspirar los ciudadanos es a cumplir con la frase de Píndaro “llega a ser lo que eres”, que el propio Ortega cita en la obra, y que es una llamada a la perfección pero sin dejar de ser lo que se es.

El capitalismo llama a arrebato a la individualidad y a los egoísmos, relegando la solidaridad ad calendas graecas

Quizá Ortega no percibe la conexión del capitalismo con esa idea vitalista de la historia porque esta forma de producción –dicho en lenguaje marxista– es precisamente la quintaesencia de la desvertebración de las sociedades y de los pueblos, puesto que el capitalismo llama a arrebato a la individualidad y a los egoísmos, relegando la solidaridad ad calendas graecas. La contradicción del capitalismo consiste en que, ante situaciones de crisis como la vivida en el 2008 y años siguientes –y en otras épocas– los empresarios piden la solidaridad… del Estado, es decir, de nuestros impuestos para la sobrevivencia. Podríamos decir que el capitalismo da la razón a Ortega solo a tiempo parcial, en momentos determinados por mera necesidad, pero que se la quita ideológicamente de continuo.

A partir de la revolución industrial iniciada a mediados del siglo XVIII en el Reino Unido el mundo vive una desvertebración social que se ha agudizado con la mal llamada globalización, porque lo que se está produciendo es su contrario, una deslocalización de la industria y de los centros de poder, desplazando estos de Occidente al Oriente, de América a Asia, de USA a China, de la Europa central y septentrional a la oriental y meridional. La esencia del capitalismo es precisamente la ausencia de “proyectos comunes” y sí la de negocios cambiantes entre sectores y zonas, buscando beneficios y, a veces, la mera sobrevivencia. La realidad ha rebatido parcialmente al menos la visión orteguiana de cualquier “proyecto común”, pero la idea de minorías selectas –o mejor diríamos selecionadas– no ha perdido su vigencia ni mucho menos a pesar de que se hable de la rebelión de las élites y no de las masas.

La esencia del capitalismo es precisamente la ausencia de “proyectos comunes” y sí la de negocios cambiantes entre sectores y zonas, buscando beneficios

Profundizando en el tema e inspirándonos en algunas de estas ideas orteguianas podríamos decir que los partidos políticos y los sindicatos sí estarían llamados a ocupar el papel de minorías selectas en su propio ámbito, pero que ambos han fracasado por diferentes motivos y sobre ello me voy a centrar. Los partidos políticos deberían jugar el papel de minorías selectas ayudando a crear democracia y a sostenerla cuando viene dada por la historia, y los sindicatos y sus militantes deberían ser esas minorías selectas en el ámbito laboral, es decir, en el capitalismo.

Matizar que los partidos políticos de derechas son simples agrupaciones de ciudadanos con el fin de ocupar cargos políticos en las administraciones mientras que los partidos de izquierdas tienen más tareas como es, entre otras, transformar la sociedad en un orden de mayor igualdad y justicia. Por lo dicho, la militancia de los partidos de derechas no pretende ser líderes de nada ni de nadie y, por lo tanto, tampoco cumplen con el ideal orteguiano de la selectividad. La militancia de izquierda de los partidos de izquierda antes del advenimiento del eurocomunismo se apartó del ideal al apartarse a su vez de la democracia –“democracia para qué”– bajo la concepción leninista de los partidos comunistas posterior a la Revolución de octubre.

Pensemos en qué requisitos debería cumplir estas “minorías selectas” inspiradas en Ortega en los partidos de izquierda. Creo que deberían cumplir con tres requisitos: su papel de líderes en el ámbito en el que se muevan, su preparación técnica e intelectual y la necesidad de ser capaces de pensar por sí mismos, sin trabas ni condiciones, para aportar soluciones a los problemas de los ciudadanos y no ser meros argumentarios de las cúpulas de sus partidos.

¿Es compatible la necesidad de pensar con libertad absoluta y radical con la unidad de acción, es decir, con el llamado centralismo democrático?

Y la pregunta es: ¿es compatible la necesidad de pensar con libertad absoluta y radical con la unidad de acción, es decir, con el llamado centralismo democrático? Históricamente la respuesta ha sido negativa aunque en grado desigual según momentos y naciones. Y la cosa es que no parece tener solución. Una desgraciada concepción –errónea– fue la del admirado Gramsci con la idea del partido como “intelectual orgánico”, lo cual es una contradicción en los términos: al igual que con la democracia, cualquier adjetivo que anteceda y/o suceda a intelectual lo anula.

Algo parecido ha sucedido con los sindicatos y su militancia. Recordemos los tres requisitos para cumplir como “minorías selectas” en, este caso, el ámbito laboral: liderazgo en su ámbito, preparación técnica –sobre todo jurídica y económica-, y absoluta libertad de pensamiento. Tampoco el resultado ha sido satisfactorio en España y fuera de ella. ¿Se puede solventar la contradicción o son radicalmente incompatibles “unidad de acción” y libertad de pensamiento? Quizá lo más lamentable y también triste es que ni partidos ni sindicatos se han planteado este hecho como un problema y malamente se puede resolver algo que no se atisba como problemático. El resultado ha sido el desprestigio de partidos y sindicatos entre los ciudadanos y ambos son pilares esenciales de la democracia.

Como vemos la obra de Ortega sigue siendo sugerente y sugestiva para el presente y para el futuro, puede ser una fuente de inspiración más para resolver problemas sociales, de convivencia, de defensa de la democracia más que para interpretar la historia.

NOTAS:

[1] No encuentro una definición o explicación de lo que entiende Ortega por masas, pero en el capítulo 2 de la segunda parte de su obra nos dice que “… negándose la masa a lo que es, es decir, a seguir a los mejores”. En La rebelión de las masas caracteriza más lo que entiende por masas.

[2] Ortega descienda a los infiernos intelectuales cuando achaca a los visigodos el atraso secular español por su “menor vitalidad histórica” respecto a otros pueblos godos. Su propio discípulo, Julián Marías, dedicó una obra entera –“España inteligible”- a rebatir las ideas de su maestro, aunque quizá despeñándose por el lado contrario.

[3] Si se lleva a la exageración ese “proyecto común” se puede convertir en la concepción fascista de que la nación como “una unidad de destino en lo universal”. Cuidado con ello.

 

España invertebrada en el Siglo XXI