jueves. 25.04.2024
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Monumento a Manuel Azaña en Alcalá de Henares

En un tiempo en el que se confunde el patriotismo con un bocata de calamares aceitoso y, normalmente, sin calamares, en el que se ensalza la españolidad de Madrid mediante el uso indiscriminado del traje de chulapa y la ingesta de gallinejas y entresijos, en el que para demostrar que se quiere al país en que uno ha nacido hay que odiar la inteligencia, la buena educación y la verdad, y amar la desvergüenza más ramplona, la chabacanería más pegajosa y la descalificación más irracional, yo afirmo que soy patriota, que amo mi país, no porque sea el mejor aún siendo uno de los grandes países del mundo, ni porque sea el más bello ni el más grande, sino porque es difícil encontrar un país con las grandezas y las miserias de España, porque hemos tenido una historia única, porque, como decía Machado, aquí todos los desastres de una clase dirigente privilegiada e inútil, los ha pagado siempre el pueblo, porque después de ser uno de los países que definió el mundo moderno desde que los Reyes Católicos sometieron a la nobleza por primera vez en Europa y abrieron las puertas a la primera globalización al unir continentes que se desconocían, al abrir rutas que conectaban todos los rincones del planeta y que sirvieron de camino a todo lo que sucedió después con la terrible colonización holandesa, inglesa, francesa y alemana, fuimos capaces de soportar tres interminables siglos de decadencia en los que la inútil, palurda y malvada aristocracia española, la implacable e impía iglesia católica española y la alta burguesía que surge durante el siglo XIX al calor de la primera industrialización y de los proyectos ferroviarios, continuó enriqueciéndose a costa de crear pobreza y miseria en todos los rincones de la patria, porque somos un pueblo que ha sufrido mucho gracias al empeño de las fuerzas del pasado, de los privilegiados, para que así ocurriese por los siglos de los siglos amén, porque pese a ellos, pese al sufrimiento de millones de nuestros antepasados y coetáneos, seguimos teniendo fuerza para seguir adelante, para buscar esperanzas, para reír y negarnos a sucumbir de nuevo en el torbellino de la estupidez alentado por quienes nunca amaron a España pero llevan la bandera más grande.

Uno de los discursos más patrióticos y hermosos de nuestra historia, un verdadero canto de amor a España, a su pasado grande y a su porvenir, fue pronunciado por Manuel Azaña el 13 de octubre 1931 con motivo del debate constitucional sobre la cuestión religiosa en el Congreso de los Diputados. Aparte de ser una joya de la oratoria del siglo XX, el discurso de Azaña, lleno de admiración por aquel tiempo en que España hizo un catolicismo a su imagen y semejanza que fue la base de la expansión de esa creencia por todo el mundo y al genio creativo de la España de los siglos XVI y XVII, el político e intelectual complutense, advertía que España, para recuperar su grandeza, debía abandonar el anquilosamiento del pasado y de unas clases políticas y religiosas inmovilistas y ya mediocres que no eran más que un dique de contención contra el progreso del España y de los españoles, un dique que nos separaba del resto de Europa y, por tanto, del lugar que nos correspondía en el mundo: “España, en el momento del auge de su genio, cuando España era un pueblo creador e inventor, creó un catolicismo a su imagen y semejanza, en el cual, sobre todo, resplandecen los rasgos de su carácter, bien distinto, por cierto, del catolicismo de otros países, del de otras grandes potencias católicas; bien distinto, por ejemplo, del catolicismo francés; y entonces hubo un catolicismo español, por las mismas razones de índole psicológica que crearon una novela y una pintura y un teatro y una moral españoles, en los cuales también se palpa la impregnación de la fe religiosa. Y de tal manera es esto cierto, que ahí está todavía casualmente la Compañía de Jesús, creación española, obra de un gran ejemplar de la raza, y que demuestra hasta qué punto el genio del pueblo español ha influido en la orientación del gobierno histórico y político de la Iglesia de Roma. Pero ahora, señores diputados, la situación es exactamente la inversa. Durante muchos siglos, la actividad especulativa del pensamiento europeo se hizo dentro del Cristianismo, el cual tomó para sí el pensamiento del mundo antiguo y lo adaptó con más o menos fidelidad y congruencia a la fe cristiana; pero también desde hace siglos el pensamiento y la actividad especulativa de Europa han dejado, por lo menos, de ser católicos; todo el movimiento superior de la civilización se hace en contra suya y, en España, a pesar de nuestra menguada actividad mental, desde el siglo pasado el catolicismo ha dejado de ser la expresión y guía del pensamiento español. Que haya en España millones de creyentes, yo no os lo discuto; pero lo que da el ser religioso de un país, de un pueblo y de una sociedad no es la suma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo creador de su mente, el rumbo que sigue su cultura...”.

Azaña amaba a España más que ninguna otra cosa, su único propósito político fue eliminar los obstáculos que impedían que los españoles pudiesen vivir con la dignidad que se merecía un pueblo que tanto había dado al mundo y que llevaba siglos esclavizado por sus clases dirigentes, unas clases dirigentes que disponiendo de todo fueron incapaces siquiera de construirse palacios como los de sus homólogos franceses, italianos o ingleses, de armar colecciones de arte como ellos, de dejar de ser rentistas sobre las miseria de quienes trabajaban sus tierras tal como se hacía cinco siglos antes. Ese fue el gran propósito de Azaña, su sueño y la razón de su muerte en el exilio francés.

Llamar patriotismo a las gallinejas, a pedir agua para que los señoritos atraviesen el río a caballo con ella de camino al Rocío con una sequía extrema, al insulto, a la mentira reiterada, acusar a la enseñanza pública de adoctrinar cuando sus maestros gozan de la libertad de cátedra de la que carecen los de la concertada y privada, bajar los impuestos a los ricos y luego demandar soluciones y dinero al Gobierno central, viajar a Europa para tratar de acabar con los fondos que la Unión otorgó a España, simbolizar el ser de España en matar a un toro a puñaladas ante miles de personas, defender a los agricultores que jamás han cogido una azada ni saben lo que es un cornejal y castigar mediante prácticas especulativas a quienes se dejan los riñones en cultivar y recoger los frutos, fomentar la especulación salvaje con la vivienda para dejar sin ella a los españoles que menos suerte han tenido, eso no es patriotismo, eso es maldad.

Pese a todo, pese a las fuerzas del pasado que amenazan de nuevo con convertir a España en un cortijo, pese a los malditos que incluyen en sus listas electorales a personas que han asesinado, pese a quienes presumen de su ignorancia sin el menor pudor, pese a quienes les aplauden al verse identificados, pese a quienes ven en el agio algo verdaderamente meritorio, amo a España como lo hacían Don Manuel Azaña, Don Antonio Machado o Don Francisco Giner de los Ríos y espero con toda mi alma que los adoradores del odio, de la descalificación, del infundio, de la mentira y el insulto, desaparezcan de nuestras vidas sin dejar el menor rastro. Somos un pueblo viejo, muy maltratado, apaleado, pero también un pueblo generoso capaz de sobreponerse a las mayores tragedias. El mundo de hoy, asustado, desconcertado por un futuro demasiado inquietante, camina hacia posiciones defensivas, a encerrarse, a aferrarse de nuevo al mito, a lo irracional. Ya se sabe, el miedo es la peor de las enfermedades porque de él nace la violencia más injustificada, la destrucción más huera. España tiene ahí, de nuevo, una oportunidad histórica basada en su experiencia secular: Ser un foco que irradie al mundo solidaridad y cooperación, generosidad y autoestima, sabiduría y humildad. ¿Un sueño? Lo otro, un suicidio.

Soy patriota