sábado. 27.04.2024

Comenzó de manera oficial la decisiva campaña de las próximas elecciones generales que se celebrarán el 23 de julio. Nada está decidido, por mucho que buena parte del cuerpo electoral ya ha elegido si va a votar y con qué papeleta. 

No son las personas que ya tienen claro su voto (el 62,9% del total, según la última encuesta del CIS, “Preelectoral Elecciones Generales 2023”) las que inclinarán la balanza a favor de un gobierno reaccionario del PP junto a Vox o de un gobierno progresista del PSOE y Sumar, sino el 17,8% que aún no ha decidido su voto y el 13,8% que está dudando entre varios partidos o coaliciones. Más abajo me detendré a examinar el contenido de esa indecisión y esas dudas. 

Tan sólo el 2,3% de los potenciales votantes ya tiene decidido votar en blanco o por peteneras, mientras un todavía bajo porcentaje del 2,8%, se inclina por la abstención. Todo indica que la participación será superior al 66,2% que alcanzó en las últimas elecciones generales de noviembre de 2019 y se situará más cerca del 71,8% que votó en abril de aquel mismo año. La importancia del momento político y lo que está en juego explica las expectativas de una importante movilización electoral, porque es evidente el carácter decisivo del voto para definir el próximo Gobierno de España y las políticas que llevará a cabo. Tanto en el terreno económico, como en el cultural y social; tanto en lo que pueda suponer de avances o retrocesos de los derechos conquistados, de afianzamiento o degradación de la democracia o de las posibilidades de una convivencia próspera y pacífica que, para hacerse vida, deberá contar con una mayoría social, política y parlamentaria que reivindique con orgullo o acepte las Españas y la ciudadanía realmente existentes, sin exclusiones ni decisiones sectarias como las que ha empezado a imponer la extrema derecha desde el gobierno de las instituciones locales y autonómicas en las que el PP le ha abierto la puerta. 

Las personas que inclinarán la balanza serán el 17,8% que aún no ha decidido su voto y el 13,8% que está dudando entre varios partidos o coaliciones

A nadie se le puede escapar que el signo y la composición del nuevo Gobierno de España también determinará las posibilidades de que nuestro país, como Estado miembro de la Unión Europea, afronte los grandes retos de las reformas estructurales e institucionales que en la UE y en España determinarán el calado de las imprescindibles y urgentes transiciones digital y energética que se han puesto en marcha y deben intensificarse en la próxima década. Y en qué medida alentaremos desde la UE una acción política global pacífica e integradora del conjunto de intereses y aspiraciones que se despliegan en un mundo crecientemente desordenado en el que los desgastados modelos neoliberales de capitalismo y globalización generan más crisis que las que pueden solucionar. Viejos modelos económicos y superadas fórmulas de soberanía en los que las crecidas fuerzas reaccionarias y militaristas pretenden encerrarse en su inútil intento de recrear soberanías nacionales que ya no existen ni pueden volver a ser funcionales. Caducos o pujantes imperios que ya no pueden imponer por la fuerza sus pretensiones al resto del mundo sin potenciar conflictos comerciales, tecnológicos o militares que son tan fáciles de iniciar como destructivos y difíciles de gestionar y pacificar.

Puede que la actuación en esta campaña electoral de los líderes de los dos grandes partidos que realmente aspiran a ser presidentes del próximo Gobierno de España influya en definir el voto de las personas que dudan. Pero lo que nos están indicando los datos del CIS sobre las dudas reinantes en una parte significativa del electorado potencial (que supone casi un tercio del total) es, a mi entender, que la suerte del voto progresista va a depender también de su interrelación con personas próximas que sean capaces de escuchar dudas y explicar con claridad y cercanía las razones y los datos que le llevan a elegir una papeleta progresista, la de Sumar o la del PSOE. Porque son esas dos opciones las que centran las dudas de potenciales votantes y las que pueden vertebrar una alternativa progresista de gobierno frente a la que en estos momentos tiene más probabilidad de ganar: una coalición reaccionaria liderada por el PP de Feijóo, pero hipotecada a la extrema derecha de Vox y a sus obsesiones, mentiras y nostalgias machistas y franquistas. 

Hay otras muchas opciones, tanto en la izquierda como en la derecha, especialmente influyentes en algunas nacionalidades y regiones que aspiran a mayores niveles de reconocimiento o capacidad de decisión en las competencias que les son propias o a no sentirse relegadas a la condición de instituciones de segunda categoría con las que nadie cuenta ni nada pintan. Pero las únicas opciones con capacidad para vertebrar una mayoría parlamentaria son la que ofrece PP con Vox frente a la de PSOE y Sumar. La primera, para conformar una coalición gubernamental reaccionaria que intentará volver a un pasado que no podrán recrear, pero le servirá de coartada para promover el desmantelamiento de lo público, abogar por una España excluyente que odia todo lo que no cabe en sus cabezas y desposeer de derechos a los sectores y colectivos que no entran en su esquema excluyente. PSOE y Sumar, por su parte, garantizan la mejora de las políticas progresistas que con notable éxito, pero excesivo ruido y malas prácticas de colaboración, desarrolladas entre 2019 y 2023.

La suerte del voto progresista va a depender de su interrelación con personas próximas que sean capaces de escuchar dudas y explicar con claridad y cercanía las razones

Hay también, especialmente en una estrecha franja de la izquierda, ensoñaciones varias que impide a sus integrantes distinguir las enormes diferencias existentes entre un gobierno reaccionario y otro progresista; llevan a declarar públicamente que Yolanda Díaz les produce más miedo que Abascal, aduciendo cualquier ocurrencia; o ven en todo lo ocurrido en los últimos meses una conspiración de Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y demás traidores contra Podemos. Cualquier cosa sirve a esa izquierda ensimismada para defender un voto de castigo que justifica la abstención o un voto nulo y refleja su desinterés en disputar a las derechas el proyecto de país y el apoyo de la mayoría social. No terminan estos minoritarios y radicalizados sectores de izquierdas de caer en la cuenta de lo que contiene el reaccionario proyecto de las derechas y la destructiva huella que dejaría a su paso: negacionismo e inacción climáticas; ocultamiento de la violencia machista; desprecio al feminismo, las mujeres y las familias de nuevo tipo que se distancian de la familia tradicional por su cerrada jerarquía a favor del patriarca o la caduca escala de contravalores democráticos que inculca; defensa de un ultranacionalismo españolista dominador y excluyente que, lejos de acercarnos a una solución territorial democrática y duradera, genera tensión política, crispación social e ingobernabilidad; y, por último, una gestión económica neoliberal que prioriza la máxima libertad de actuación para los grandes grupos empresariales que pretende maximizar sus beneficios a costa de lo que sea y de quién sea. 

Nada está determinado de cara al resultado electoral del 23J. Todo sigue condicionado a las campañas que acierten a desarrollar los líderes de las opciones electorales que se disputan la conformación de una mayoría parlamentaria suficiente. Y buena parte de lo que suceda va a depender de la acción de proximidad que desplieguen los sectores de izquierdas más conscientes de lo mucho que está en juego y de la catástrofe económica y social que supondría una victoria derechista del PP y Vox. Dar por sentada la victoria del bloque reaccionario es una estrategia más de la campaña de Feijóo y sus más cercanos medios de comunicación, que buscan desanimar al electorado progresista y presentar la actual, reducida y reversible ventaja derechista como un tsunami irresistible. 

No se trata, para revertir esa ventaja, de encastillarse en las plazas fuertes de la izquierda, sino de todo lo contrario, de salir al campo abierto de los espacios ideológicos y políticos poco definidos, a los terrenos en los que abundan las dudas y las identidades mestizas que buscan argumentos y propuestas comprensibles y fiables. Es necesario dirigirse también a esa parte creciente del electorado que ha dejado de fiarse de la política y de los políticos con lengua de serpiente que prometen cualquier cosa durante la campaña electoral y se olvidan de sus palabras y compromisos a los dos días de estar en La Moncloa. La polarización y la incomunicación sólo benefician a las derechas extremas, porque así se aseguran que sus mentiras y verdades alternativas no se contrastan, no se someten al escrutinio del debate público ni necesitan atenerse a ningún tipo de principio ético. 

En estas condiciones y en esta campaña electoral cobran especial relevancia las tareas de proximidad y de empatía que cualquier persona demócrata y progresista puede desarrollar en su entorno, con su vecindario, en sus centros de trabajo, en sus relaciones familiares o círculos de amistades. Nadie más puede hacer esa decisiva tarea, tanto a la hora de escuchar e identificar los problemas, aspiraciones e inseguridades de las personas con las que se habla como en la elección de la mejor forma de compartir ideas, convicciones y dudas. No se trata de dar lecciones de nada ni de tener más razón que nadie, se trata sólo de hablar, de romper el hielo de la incomunicación y de dialogar sobre un tema crucial que preocupa y mucho a la mayoría. Cualquier contribución a una conversación reflexiva que prime los argumentos y deje al margen los zascas, las verdades como puños y las banderas partidistas merecerá la pena. Sólo en la distancia corta y desde la comprensión puede llevarse a cabo esta decisiva labor para conseguir el mejor resultado electoral posible. Ni los grandes debates televisados ni las grandes declaraciones de los líderes políticos, por muy determinantes que sean, pueden sustituir las tareas de proximidad con las personas que dudan entre una u otra opción o aún no han decidido si irán a votar o qué papeleta elegirán. De que se acierte a desarrollar esas tareas dependerá también el resultado de las urnas. Va a ser difícil, pero sigue siendo posible.

Para revertir esa ventaja hay salir al campo abierto de los espacios ideológicos y políticos poco definidos, a los terrenos en los que abundan las dudas

Las dudas como punto de arranque 

Las derechas están crecidas y movilizadas. No es un secreto para nadie y sus buenas expectativas explican gran parte de la ventaja electoral que les viene otorgando la inmensa mayoría de las encuestas. Acaban de ganar las elecciones municipales y autonómicas del 28M y han conseguido pactar entre PP y Vox un más que notable poder institucional conjunto en ayuntamientos y comunidades autónomas, donde gestionan grandes presupuestos, muchos empleos de libre designación y altas retribuciones y una acción política que pondrán al servicio de sus redes clientelares y de los poderosos intereses de los que son deudores y a los que representan políticamente. Tal situación proporciona alas a su campaña electoral, pero sus carencias en materia de liderazgo y programa y las dificultades de agrupar en un mismo proyecto a sectores de la derecha democrática junto a fuerzas iliberales, cuando no abiertamente nostálgicas del régimen franquista, les pone plomo a las alas de sus pretensiones. Las resistencias que muestra Feijóo a participar en debates abiertos con el resto de líderes políticos son una clara manifestación de su inseguridad. La paulatina disminución de las expectativas electorales de las derechas que muestran las últimas encuestas es otra muestra de la fragilidad de un proyecto que descansa en la alianza con la extrema derecha.

PP y Vox han llegado al límite de su influencia y no pueden seguir ampliando sus apoyos o despertando nuevas simpatías. En cambio, las fuerzas progresistas tienen un amplio terreno para seguir avanzando. Así lo indica que las mayores dudas a la hora de votar se concentren en el PSOE y en Sumar. Lo cual puede considerarse una debilidad, pero cabe también percibirlo como un reflejo de las muchas posibilidades de avance de las fuerzas progresistas. En la última encuesta preelectoral del CIS, la pregunta 12aR dirigida a las personas encuestadas que tienen dudas entre varias opciones, “¿Podría decirme entre qué partidos u opciones duda Ud. principalmente?” nos proporciona algunas claves que permiten considerar las dudas como punto de arranque de ese posible vuelco electoral: la respuesta espontánea nos da a conocer que un 36,4% duda entre PSOE y Sumar; otro 16,5%, entre PP y Vox; un menor 10,7%, entre PSOE y PP; y con porcentajes inferiores las muchas dudas que afectan a Sumar respecto a otras opciones de izquierdas, un 1,7% con ERC, 0,9% con la CUP o con Bildu y porcentajes menores con otras fuerzas de izquierdas, nacionalistas y regionalistas. 

PP y Vox han llegado al límite de su influencia y no pueden seguir ampliando sus apoyos. En cambio, las fuerzas progresistas tienen un amplio terreno para seguir avanzando

Sumar acumula las mayores vacilaciones en relación a su peso electoral, lo que puede deberse a que la realización de la encuesta del CIS se produjo entre el 8 y el 27 de junio, periodo que incluye el momento culminante en el que se logra cerrar el acuerdo entre Podemos y Sumar, días especialmente aciagos por la abundancia de descalificaciones utilizadas y porque los descontentos generados aún estaban en carne viva. 

Sumar refleja un alto grado de trasversalidad y parece disponer de más recorrido en su potencial avance. Su paulatino ascenso electoral queda reflejado en las encuestas publicadas en los dos últimos días, 6 y 7 de julio, las de YouGov, 40dB, GAD3 o Sigma Dos, en las que Sumar logra situarse en los mismos porcentajes de voto que Vox y roza con los dedos convertirse en la tercera fuerza parlamentaria, por encima de Vox. Tendencia que es esencial para desplazar a la extrema derecha en las provincias en las que sólo la tercera fuerza tiene opciones de conseguir escaños parlamentarios. Esas dudas que afectan a Sumar ofrecen la oportunidad de impulsar el debate público y ensanchar el apoyo electoral de las fuerzas progresistas. Sumar se presenta así, como el voto más útil para incrementar las posibilidades de conseguir una mayoría parlamentaria de izquierdas capaz de sostener un nuevo, mejor y más experimentado Gobierno de coalición progresista. Tanto por los escaños que puede aportar como por los que arrebataría a la extrema derecha.

Bienvenidas, por tanto, las dudas. Y bienaventuradas las personas que dudan, porque aportan signos de inteligencia potencial y frescura ideológica en los terrenos, por lo general baldíos, de la actual confrontación política y porque permiten albergar la esperanza de poder contribuir a resolver esas dudas en los entornos más cercanos. De cómo se acierten a resolver esas dudas dependerá el próximo 23J el signo y la composición del nuevo Gobierno de España.

Elogio de la duda ante el 23J