sábado. 04.05.2024

Como en los versos de Seamus Heaney “lentamente los muertos avanzan hacia el futuro.” A falta de un grand récit progresista, la derecha avasalla como el comisario Scalambri de la novela “Todo modo” de Leonardo Sciascia que presumía de ser capaz de doblegar al Papa y al mismo Dios metiéndoles en una sórdida comisaría y mandándoles quitarse los cordones de los zapatos y el cinturón de los pantalones. Cualquiera, por muy poderoso que sea, –concluía el comisario– se desmorona cuando se le trata como a un ladronzuelo de gallinas. El darwinismo social practicado por la derecha nos hace a todos ladronzuelos de gallinas y convierte a las víctimas en responsables de las injusticias y las desigualdades que sufren.

Vivimos una situación que recuerda a los años treinta del pasado siglo cuando, como afirma Herbet Marcuse, el lobby financiero-industrial decide a través de los distintos fascismos locales acceder directamente a los gobiernos y que le hacía decir a Hitler: “Detrás de la economía también debe haber poder, dado que solamente el poder garantiza la economía.” Los métodos son distintos pero la finalidad es la misma.

El darwinismo social practicado por la derecha nos hace a todos ladronzuelos de gallinas y convierte a las víctimas en responsables de las injusticias

La radicalidad del relato del binomio conservador –PP,Vox– con una vertebración ideológica anatematizada durante largo rato por la ciudadanía, porque representaba la pulpa nutritiva de los cuarenta años de caudillaje, y todas las excrecencias represivas y antidemocráticas de la dictadura, es ahora el argumentario ideológico de la derecha, donde la minoría criptofranquista, o criptofascista pues es lo mismo, de Vox marca la agenda conservadora con el objetivo de que a las mayorías sociales les siga asaltando la imagen de Américo Castro sobre el “vivir-desviviéndose” del español.

Es un intento de revertir la crisis institucional del régimen de la transición, cuya etiología no es otra que el desmayo del atrezo con el que se edificó un sistema cuyo fin sustantivo era mantener intacto el poder de las minorías económicas y estamentales que habían prosperado e imperado en la dictadura, creando una democracia donde se cedieran las libertades individuales, siempre en un espacio político y social vigilado, pero en la que no se contemplara ninguna redistribución de poder, por lo que la soberanía popular siempre quedaba al arbitrio de las minorías influyentes y los resortes fácticos de un Estado que no sufrió ninguna reforma de caución democrática. Para la derecha, empero, la crisis poliédrica que padece la monarquía, al no reconocer las contradicciones del régimen del 78, se debe, simplemente, a los problemas planteados por un exceso de democracia.

Si el franquismo sale bien parado en las urnas, la democracia puede pasar de nuevo a la clandestinidad

Asistimos al risorgimento del españolismo del caudillaje trufado de sectarismo cainita que sustantivamente se fundamenta en una suplantación de la propia nación. Y es que una nación adquiere la fantasmagoría de la inexistencia cuando todo aquello que pudiera constituirla está exiliado, exilio intelectual y psicológico que es el peor de todos. Aquellos que gritaban “vivan las cadenas” y arrastraron con sus brazos la carroza de Fernando VII eran víctimas de esa inexistencia de la nación suplantada por déspotas, prejuicios y supercherías que pasaban por la esencia de lo español. Siempre habrá un país inexistente mientras que lo defina y represente, en palabras de Azorín, una turba de negociantes discurseadores y cínicos.

En este contexto, la uniformidad se convierte en una exigencia y las alternativas un desviación sediciosa, lo cual es el resultado de un fenómeno, en este momento histórico, únicamente explicable a partir de los cuarenta años de patología españolista. Y como afirmaba Max Gallo en una coyuntura contenciosa de la vida pública francesa, no es lo mismo operar en la realidad con la idea de una Francia de De Gaulle que con una Francia de Pétain. De igual modo no es lo mismo operar con la idea de una España azañista que con la de una España franquista. Es por ello, que la trascendencia de las próximas elecciones generales adquiere una dimensión de ostensible gravedad puesto que si el franquismo sale bien parado en las urnas, la democracia puede pasar de nuevo a la clandestinidad.

La democracia puede pasar a la clandestinidad