lunes. 29.04.2024
urna

En las pasadas elecciones municipales y autonómicas, mientras la derecha y la extrema derecha han movilizado a sus huestes de una manera casi exhaustiva, la izquierda ha sufrido duramente los efectos de la abstención. Hasta el punto de que me atrevería a decir que -excepto en algunos casos muy contados- no es que haya perdido la izquierda, sino que los abstencionistas han sido los mejores aliados del voto de la derecha. Aunque no creo que a ellos les guste que les felicitemos por ello, porque imagino que no se sentirán orgullosos.

Hay tres tipos predominantes de abstencionistas entre los votantes de izquierdas. Por un lado, están los que se sienten asqueados de la división entre los grupos de la llamada izquierda del PSOE, o del dogmatismo de un par de ministras de Podemos; por otro lado, están todas aquellas personas que se han visto desconcertadas por las negociaciones y consensos del socialismo con los grupos abertzales y con los independentistas. Y, por último, están aquellos que no le han perdonado a Pedro Sánchez la crisis que generó en el PSOE y su posterior recuperación de la secretaría general, a lo que añaden -para sentirse más cargados de razón- lo del bloque de investidura.

Tal vez este tipo de abstencionistas (de los estructurales no hablo, porque forman como una especie de lumpen de la Democracia) son quienes han seguido más el dictado de sus tripas que el de su propia razón. Porque no se han fijado en los hechos, en los datos, en los logros, sino en sus desconciertos y hasta sus rencores.

Todos sabíamos que las derechas planteaban las elecciones del 28M como una primera vuelta, y por eso azuzaron, bien auxiliados por sus medios afines (los que comen de su mano, o de la mano de los amos que dirigen las políticas conservadoras o reaccionarias), todos esos sentimientos que han tratado de resucitar a ETA, manejado falsamente el poder de los independentistas sobre el Gobierno, o sus perversas intenciones de romper España, mientras que Feijóo, González Pons y algunos de sus aliados del PPE, como Weber, trataban en Bruselas de machacar literalmente a España, intentando desprestigiarla ante las instituciones europeas.

Hay que tener la sangre de horchata para dejar aparcadas las propias convicciones de izquierda negándose a valorar los logros conseguidos en esta legislatura

Y ante esa evidente realidad, hay que tener la sangre de horchata para dejar aparcadas las propias convicciones de izquierda o simplemente progresistas, negándose a valorar los logros conseguidos en la recientemente terminada legislatura, que han supuesto un segundo afianzamiento y consolidación de los principios socialdemócratas de la igualdad, de la solidaridad y de la justicia social. E incluso del buen hacer en el terreno de la política económica, especialmente en una época de crisis encadenadas, sobre las que el Gobierno ha logrado que nuestro país pase sobre ellas robusteciendo los resultados de las empresas, las posiciones de España respecto a la energía y la inflación y una mejora importante del empleo, los salarios y las pensiones. Y hasta del hecho de que sea la primera vez en toda nuestra Democracia que se ha comenzado a afrontar el derecho y el mandato constitucional para hacer efectivo el derecho a la vivienda.

Quiero pensar que todas estas personas, a quienes me atrevo a llamar (espero que no se enfaden) abstencionistas de lujo, hayan reflexionado en esta última semana sobre el alcance de su decisión. Y se hayan dado cuenta de que es mentira que Feijóo vaya a derogar el “sanchismo”. Que lo que quiere derogar es la política progresista, la igualdad, los logros sociales (entre los que se incluye la reforma profunda de las pensiones, y garante de su sostenibilidad, con el marchamo de la Unión Europea). Que lo que quiere derogar es la prioridad del trabajo estable, reforzado por los derechos de los trabajadores, un salario mínimo y unas pensiones que comienzan a rozar la dignidad. Y la tenacidad en la lucha contra el cambio climático. Y la fortaleza de nuestro Estado de Bienestar, porque, puesta la gestión de la Sanidad (modelo Madrid, Valencia, algo Galicia…) y de la Educación, en manos privadas, hay mucho negocio de futuro para quienes dirigen los pasos de Feijóo y sus acólitos.

Y me atrevería a invitar a todos esos abstencionistas a que, ya que no lo hicieron el 28M, piensen ahora en el peso y la responsabilidad históricas que caerá sobre sus conciencias si el 23J mantienen su malestar y se convierten en el caballo de Troya de todas esas tropelías que se esconden tras la amenaza de la derogación. Un caballo de Troya que permitiría que personajes como el tal Gallardo, de Castilla y León, o Ayuso, de Madrid, o Moreno Bonilla, de Andalucía, impongan la incultura y la ruptura del proceso de igualdad, o un concepto de libertinaje frívolo al que pretenden llamar libertad mientras destruye la Sanidad pública, o la desecación (con la negación del cambio climático) del mayor humedal de Europa.

En sus manos está el evitar la catástrofe que, si se produce, sus hijos, y los hijos de sus hijos, no les perdonarán jamás. Y la pasibilidad alternativa de cambiar su desconcierto, o su malestar, o sus rencores, por la construcción de un futuro que ya ha comenzado; que ha sido capaz de apaciguar la ruptura catalana (fraguada durante casi dos décadas). Y que ha afianzado el que quienes en su día defendieron en Euskadi posiciones intolerables hayan aceptado la opción, que se les ha propuesto a lo largo de nuestra Historia, de trasladar sus posiciones políticas a la práctica pacífica de la Democracia.

Si lo hacen, olvidaremos su flaqueza del 28M, y les atribuiremos por siempre el mérito de haber parado los pies a la entrada de la ultraderecha a gobernar nuestro país. Algo que Feijóo, como nuevo conde don Julián de nuestro siglo, ya ha demostrado -sin ningún escrúpulo- que está dispuesto a hacer.

A los abstencionistas de lujo