martes. 19.03.2024
Fotograma de ‘El chavo del 8’, mítica serie de la televisión mexicana
Fotograma de ‘El chavo del 8’, mítica serie de la televisión mexicana

Para explicar este giro que han experimentado los resultados electorales del pasado domingo, se han propuesto diversas explicaciones. Desde el temporal que está sacudiendo Europa –con el ascenso de Marie Lepen en Francia, la victoria de la derecha en Suecia o la ultraderecha en Italia, por citar los últimos casos– hasta el trasvase de los votos al PP del extinto Ciudadanos, o, entre otras, el desgaste del PSOE después de una durísima legislatura donde todo parece haber conspirado en su contra: de la pandemia a la guerra en Ucrania, pasando por las consecuencias del cambio climático. Tales explicaciones son, por supuesto, válidas; pero el triunfo de la derecha se debe, en buena medida, a que el discurso de la izquierda no llegado a calar lo suficiente entre electorado.

¿Si el denominado “escudo social” –o conjunto de medidas sociales y económicas puestas en marcha por el gobierno de coalición para hacer frente a las consecuencias de la crisis– busca hacer la vida más fácil a la población menos favorecida, cómo se explica entonces que, precisamente en las zonas menos favorecidas, haya triunfado la derecha, quien ha criticado por activa y por pasiva ese escudo? Utilizando el dicho popular: “no hay nada más tonto que un obrero de derechas” y sin embargo en los barrios obreros –por ejemplo, de Madrid– ha ganado la derecha. 

El triunfo de la derecha se debe, en buena medida, a que el discurso de la izquierda no llegado a calar lo suficiente entre electorado

Para explicar este contrasentido, recurriremos a un concepto acuñado por el escritor argentino Rafael Ton, denominado síndrome de “Doña Florinda”, basado en los personajes de una serie mexicana, que también conoció el éxito España. Nos referimos a El Chavo del 8. Una producción, en apariencia y formato, dirigida a un público infantil; sin embargo, la crítica feroz mediante el humor y la ironía hacia personajes, estereotipos y situaciones tomadas de la vida y la sociedad reales, la dirigen hacia los adultos. Algo que también sucedió con otra serie mítica: Los Simpson.

Doña Florinda era viuda de un marino mercante que se perdió en alta mar, dejándola un hijo y una exigua pensión. Era tan pobre como los demás miembros del vecindario, pero dicha pensión le permitía vivir con alguna estrechez menor al resto. Por ejemplo, mientras su hijo Quico iba siempre bien vestido y se pasaba la serie comiendo los caramelos que le compraba su madre, el otro niño –el Chavo– llevaba una ropa muy raída y tenía hambre continuamente. Aunque su nivel económico era muy parecido al resto de los personajes, cercano a la línea de la pobreza, Doña Florinda se creía superiory por ello detestaba a sus vecinos y vecinas, lo cual le hacía estar siempre enojada y con un gesto de desprecio. 

La “Doña Florinda” del 2023 ve como una amenaza cualquier ley, propuesta de ley o idea que pretenda mejorar las condiciones de vida de sus vecinos

Es cierto que la tipología social que estamos calificando con aquel “sindrome” nunca ha dejado de pulular en los barios de trabajadores y trabajadoras –y de ahí el dicho citado en los primeros párrafos y referido a los obreros de derechas– pareciera que en los últimos tiempos ha aumentado su influencia. La “Doña Florinda” del 2023 ve como una amenaza cualquier ley, propuesta de ley o idea que pretenda mejorar las condiciones de vida de sus vecinos, vecinas y de ella misma pues, según se ha autoconvencido, no lo necesita. ¿Por qué ese desprecio frente a cualquier iniciativa que frene recortes en derechos o directamente incida en una mejora de los mismos y, por el contrario, apoyo a las medidas que causan más dolor a las personas de menores posibilidades económicas, como ella? ¿De qué manera se puede explicar que un trabajador o trabajadora, habitante de una zona deprimida; que tiene dificultades para llegar a fin de mes, como la gran mayoría, por no decir práctica totalidad de su vecindario; que no se puede pagar un plan de jubilación o un seguro médico privado y, sin embargo, apoya con palabras y votos a quienes recortan en pensiones o en sanidad? Echando mano de la antropología social, diremos que es un problema de identidad. No se identifican con las personas de su mismo nivel socioeconómico, pues viven en una falsa superioridad que los hace creer que son más o valen más que el resto, quienes no están “a su altura”. Necesitan distanciarse de sus iguales y, por eso, votar a quienes buscan mejoras para la clase trabajadora es reconocer tácitamente que él o ella necesitan esas mejoras, pues, desde su distorsionada visión de la realidad social, él o ella, no pertenecen a la clase trabajadora. ¡Qué insulto! ¡Él o ella son “clase media” y todo lo que tienen lo han conseguido con su propio esfuerzo y no necesitan limosnas! O “paguitas”, que decían los representantes de cierto partido de ultraderecha.

Él o ella, no pertenecen a la clase trabajadora. ¡Qué insulto! ¡Él o ella son “clase media” y todo lo que tienen lo han conseguido con su propio esfuerzo y no necesitan limosnas!

La “Doña Florida” del 2023, sea hombre o mujer, no es un problema de género, desconoce totalmente la empatía y cuando escucha algo que para ella suena a izquierda, responde, con frecuencia de manera agresiva, enarbolando una fake news leída en las redes sociales, escuchada en la tertulia televisiva al uso, o en el bar. ¿Por qué tal agresividad en sus argumentaciones? La respuesta es muy sencilla: a diferencia de sus vecinos y vecinas, que están manipulados por los partidos y políticos de izquierdas, ella no:

– ¡A ella no la manipula nadie, no como a todos estos…!  Bueno, eso dice, cuando la realidad muestra cómo la identificación e interiorización con el discurso de la derecha es consecuencia de una manipulación bien fructificada.

Durante años, mediante bulos, informaciones sesgadas y otras mil estrategias, se ha hecho crear a este grupo de trabajadores y trabajadoras que tuvieron la gran suerte de no ser absorbidos por las sucesivas crisis, que son unos privilegiados y, como tales, han de aliarse a los grupos que defienden una sociedad de privilegios. No nos olvidemos: la culpa de la crisis, según su argumentación, la han tenido “los otros”, los que dilapidaron grandes cantidades de dinero nada menos que en gastos sociales, subvencionado además a sindicatos, asociaciones feministas o LGTBI, que quieren destruir la familia y la sociedad; a emigrantes, responsables de la gran ola de delincuencia en nuestras ciudades, quienes, además de quitarnos la cartera a punta de navaja, nos quitan el trabajo; un trabajo precario que apenas si da para llegar a fin de mes. Pero ellos y ellas tienen aún ese trabajo. ¿Cómo van a votar entonces a los partidos que apoyan a quienes se lo quitan; que favorecen con un ingreso mínimo vital u otras medidas, no a la “España que madruga”, si no a la que no quiere trabajar?

Doña Florinda: Un complejo de inferioridad camuflado por uno de superioridad

“Doña Florinda”, como todos sus vecinos, vive en un “estercolero multicultural”, según fueron tildados los barrios obreros por el máximo dirigente de la extrema derecha. Es lo que hay: no puede pagar un alquiler o la hipoteca de un piso en una zona más “digna”. ¿Cómo salir de ese estercolero, entonces? Aunque no físicamente, sí simbólicamente: apoyando el discurso de la derecha y sintiéndose como uno de ellos mediante su voto. De esta forma logra alejarse de la lógica de clases: un miembro de la clase trabajadora debe votar a quienes defienden a la clase trabajadora; pero, insistimos, como ella es, al menos eso dice, de “clase media” –una privilegiada dentro de ese ambiente tan sórdido al que mira entrecerrando los ojos y arrugando la nariz– debe votar a quienes defienden a los privilegiados.

Este síndrome de “Doña Florinda”, –un complejo de inferioridad camuflado por uno de superioridad– por sí mismo y como único argumento, no explicaría este cambio de color del mapa político español a resultas de las elecciones del pasado domingo, pero ayuda a entender el cambio de tendencia, o al menos aumento de la misma, en las zonas obreras, que tradicionalmente se han considerado un semillero de votos para la izquierda y, en las últimas contiendas electorales, está viviendo un período de sequía creciente. Esperemos sea transitoria.

El “síndrome de Doña Florinda” o la victoria electoral de la derecha