jueves. 02.05.2024
Enrico Berlinguer
Enrico Berlinguer

Allí estabas el 10 de mayo de 1980, a tus dieciséis para diecisiete años, aquel sábado en la Monumental de Las Ventas.

Se lo contaste a María cuando regresó de Santander y te enseñó, una tarde en la residencia de mayores, aquellas fotos de la portada e interior del diario Alerta que ella hizo en la hemeroteca municipal. Aquellas hojas de periódico fotografiadas te transportaban a los recuerdos de la lucha estudiantil de ese mismo año, cuando la LAU y el Estatuto de Centros Docentes, cuando los años setenta están a punto de entregar el testigo, antes del cojo Manteca del curso académico 1986/87. Pero este aún no existe, ni se le espera, cuando recuerdas aquella tarde «torera» en Las Ventas de Madrid, cuando miras aquella foto de tu primera portada periodística, esta local y no nacional, cuando a tu memoria viene Enrico Berlinguer en Las Ventas.

En el albergue juvenil de la Casa de Campo hacíais las reuniones del comité federal de la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), la Juve, y ese fin de semana se había hecho coincidir la reunión cuatrimestral para acudir como dirigencia juvenil estatal al mitin del centenario del PCE en la plaza de toros capitalina.

Al albergue llegabais, salvo los liberados de Madrid como tú más tarde, el sábado a primera hora de la mañana después de una noche no precisamente torera, sino en litera. Teníais diez o doce horas de viaje en aquellos «expresos de la noche», también llamados correos porque transportaban las sacas de la correspondencia postal durante la noche. 

En tu caso, la llegada a Chamartín implicaba ir andando hasta Plaza de Castilla donde cogías el metro hasta Ópera y allí conectabas con el ramal norte que te llevaba a la estación de Lago –entonces no existía la línea 10–. La salida del vagón de metro es en superficie y te gusta, descendiente ferroviario como eres, pero ajeno al suburbano, aunque ya no después de cuarenta años en Magerit, la única ciudad europea fundada por los árabes. Cuando salías de la estación te encontrabas el típico quiosco-bar, hoy desaparecido, donde tomar café y churros en aquel entonces cuando aún aquella alcaldesa no había vendido a la consultora de su hijo las viviendas públicas de Madrid, antes del “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”; en tu caso, un café solo más que añadir al de la propia estación de Chamartín o de alguna cafetería en la calle Agustín de Foxá. El camino a la Plaza de Castilla a las 7:30 o a las 8:00 de la mañana de un sábado te impresionaba: los edificios altos, el silencio en las calles sólo interrumpido por los autobuses de línea, el depósito de agua en la esquina de la Castellana que hacía de faro guiando los pasos de quienes desde la estación de tren de Chamartín caminabais a la estación de metro. Una vez en la casa de Campo, frente al lago, un paseo de un kilómetro hasta el Albergue. Allí pernoctabais y el domingo a media tarde finalizada la reunión cada uno volvía a sus territorios. Tú llegabas el lunes a Santander e ibas al instituto a clase, después de pasar por casa, besar a tu madre, ducharte y cambiar el maletín de político por la cartera escolar.

El coso estaba decorado con pancartas y banderas rojas con la hoz y el martillo ondeaban sostenidas por esos brazos obreros forzudos, como los de tu padre

Esa tarde del 10 de mayo de1980 acudisteis a Las Ventas. 

No era tarde de toros, pero sí de fiesta. 

El coso estaba decorado con pancartas y banderas rojas con la hoz y el martillo ondeaban sostenidas por esos brazos obreros forzudos, como los de tu padre, que también levantan el puño cerrado y que aún no habías conocido cómo hacían huelgas, pues estas llegarían otro junio, pero de 1985. Junto a las rojas banderas, diseminadas entre los asistentes, también ikurriñassenyerasestreleiras… De todas las nacionalidades y las regiones habían acudido militantes comunistas que querían celebrar el sesenta cumpleaños del Partido, como se decía hasta 1982. Y celebrarlo en libertad, con los pocos años que desde la fundación del PCE sus militantes y dirigentes la habían podido disfrutar. Allí estaban, tres años después de su legalización por Adolfo Suárez y del crimen de Atocha. Las gradas y la arena estaban a rebosar. Aún no había llegado la cosecha amarga de 1982.

Y tú estabas allí: oyendo, más que escuchando, a Enrico Berlinguer.

Con la intervención del secretario general del Partido Comunista Italiano –el Pi ChI–, además de Santiago Carrillo, el PCE conmemoraba el 60 aniversario de su fundación, aquel 15 de abril de 1920, cuando desde las Juventudes Socialistas fundan el Partido Comunista Español, que un año después se fusionaría en noviembre de 1921, con la otra creación comunista promovida por dirigentes del PSOE, el Partido Comunista Obrero Español. Visto los orígenes, no me extraña el viaje de regreso a la matriz, ingresando en el PSOE tras el desencanto con el PCE. Los hay que regresaron sin arriar la bandera. 

Cuando murió Enrique Curiel en marzo de 2011, por su expreso deseo, la bandera roja con el martillo y la hoz cubrió su féretro, aun cuando llevaba militando en el PSOE desde 1989. La identidad personal está por encima de los formatos partidarios –tú también quieres cuando llegue la hora que junto a la cruz de Cristo esté la bandera roja con la hoz y el martillo, mientras suena Mi cigarrito y la voz del Víctor Jara asesinado diez años después de que tú nacieras a este lado transatlántico, en la falda de los Andes cantábricos–. 

Con la intervención del secretario general del Partido Comunista Italiano –el Pi ChI–, además de Santiago Carrillo, el PCE conmemoraba el 60 aniversario de su fundación

En aquel tanatorio del norte de Madrid cuando el adiós a Enrique recuerdas que, hablando con Lola González, viste llegar a Manuela Carmena, a quien admirabas de aquellos años de la lucha contra la heroína en los ochenta del siglo pasado. Cuatro años después volverías a encontrarte con la fundadora del despacho de abogados de Atocha, pero tu amiga y suya, viuda de España, había fallecido el 27 de enero de 2015. No supo del asalto a los cielos de Madrid, como tampoco Jos Sagüés que falleció el 28 de enero de 2014. Echaste de menos a Lola y a Jos cuando Manuela fue elegida Alcaldesa, y también cuando Carmena y Errejón perdieron el cielo de Madrid. El gesto identitario, y paradójico, de Enrique, te recuerda las palabras emocionadas de Giorgio Napolitano en la película Quando c'era Berlinguer, de Walter Beltroni, rememorando el significado de la muerte del líder comunista italiano, aquel 11 de junio de 1984, palabras del que nei duemila anni sería Presidente de Italia y doctor honoris causa por tu alma mater, la Complutense de Madrid, y que en ti ahora, cuando reproduces la película y escuchas sus palabras, hacen brotar lágrimas de pasión y dolor en tu rostro frente a la pantalla. 



Muy grande, el dirigente comunista que murió con las botas puestas. Durante el mitin en Padua de la campaña electoral de las elecciones europeas de junio de 1984 le sobrevino un derrame cerebral. L’ultimo comizio di Enrico Berlinguer en Youtube es un testimonio impresionante. Su gesto llevándose el pañuelo a la boca para impedir el vómito y su persistencia en acabar su discurso impacta. Sus últimas palabras al borde de la muerte son una síntesis de su vida, de su pasión política desde joven –como la tuya, querido Jesús–.



«Trabajad casa por casa, empresa por empresa, calle por calle, hablando con los ciudadanos, con la confianza en las batallas que hemos hecho, en las propuestas que presentamos, en lo que hemos sido y somos. Es posible conquistar nuevos y más amplios consensos a nuestras listas, a nuestra causa, que es la causa de la paz, la libertad, el trabajo, el progreso de nuestra civilización». 

Un mes después, tú serías elegido secretario general de Unión de Juventudes Comunistas de España, pero cuando estabas en Las Ventas en 1980 no sabías lo que te espera cuatro años después del mitin del aniversario.

Su gesto llevándose el pañuelo a la boca para impedir el vómito y su persistencia en acabar su discurso impacta

En aquella plaza de toros llena hasta la bandera, aquel sábado de mayo de mil novecientos ochenta, según las crónicas periodísticas con la asistencia de unas 15.000 personas, tu emoción juvenil, recién llegado a las filas del comunismo español, es inmensa. Os han colocado a la espalda de la mesa presidencial del mitin. Allí está Pasionaria, que no tomará la palabra, pero que es recibida por todos en pie con intensos y prolongados aplausos, cuando sube al escenario, acompañada como siempre de –tu querida y admirada «abuela»– Irene Falcón. La figura de Dolores Ibárruri, vestida de riguroso negro, con su tradicional moño, es mítica en aquella plaza de toros. Años más tarde, cuando falleció Pasionaria en noviembre de 1989, escribiste un artículo en Mundo Obrero, con el título Hablando de Dolores jugando con el estribillo de la canción Talkin’ Bout A Revolution, de la entonces joven afroamericana cantautora, Tracy Chapman. En ese escrito trataste a Dolores como «madre». Están hablando de revolución. Oyes como un susurro. Están hablando de revolución. De revolución hablaron los reformistas, ma no traitores, Carrillo y Berlinguer en Las Ventas aquel sábado de mayo de 1980 en Madrid. 

Una vez colocados los dirigentes en sus sillas, tomó primero la palabra Ramón Mendezona –aquel Pedro Aldámiz de Radio España Independiente, estación La Pirenaica– para leer las palabras que había enviado el secretario general del Partido Comunista Japonés, Kenji Miyamoto. Las carcajadas de los asistentes, muy especialmente de quienes éramos jóvenes, al oír «Miyamoto», explotaron en el ruedo. Acostumbrados a aquellos chistes japoneses utilizando la fonética, sin saberlo Mendezona, pareció que hablaba de una marca de motos, como aquellas Kawasaki que competían contra las motos españolas Derbi o Bultaco conducidas por nuestro campeón patrio y mundial, Ángel Nieto.

Ahora toma la palabra Enrico, el giovani comunista que bebió en la mejor tradición, la del brigadista Ercoli y el prisionero de Occidente, el compagno Antonio

Berlinguer toma la palabra –sí, Federico Sánchez, ya no es Pasionaria quien habla, ahora toma la palabra Enrico, el giovani comunista que bebió en la mejor tradición, la del brigadista Ercoli y el prisionero de Occidente, el compagno Antonio, que como este, sardo es el hombre, el líder político que mejor lleva gabardina, elegancia de la que tú, clandestino comunista en el Madrid franquista de los años cincuenta, eres el subcampeón–. Ahora este sábado de mayo de 1980 es Berlinguer, y no tú caro Jorge Semprún, quien reflexiona en voz alta sesenta años después de la creación comunista. Qué emocionante, escuchar en directo al máximo dirigente del más grande partido comunista a este lado del muro. Ese lenguaje italiano eurocomunista que casi comprendes, aunque claro más fácil para los catalanes que para quienes sois de la cabecera del río Ebro. Fue un discurso de defensa de una Europa unida, cargado de propuestas inspiradas en una voluntad unitaria, de convergencia de fuerzas, incluyendo aquellas de inspiración católica, diálogo en el que los comunistas italianos llevaban tiempo trabajando –y que tanta paz y conciliación a ti te reporta–. Tú no oíste los silbidos de los que se hacían eco las crónicas el día después. Tú oíste bien la propuesta. La aspiración a una Europa sin bloques militares, y mientras tanto… «Una Europa, que, sin poner en discusión el Pacto Atlántico de los países que lo han suscrito…» –alguno por referéndum incumplido de sus condiciones: no ingreso en la estructura militar, desnuclearización del territorio español (y aún recuerdas Palomeras) y la reducción progresiva de las bases americanas en España–, esa Europa… «trabaje activamente para la distensión y la paz».


María Delgado | Postgraduada de la Universidad Complutense. Actualmente prepara su novela, (Te) Cuento, de la que forma este texto anticipado por Nuevatribuna en el 39 aniversario del fallecimiento de Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista de Italia.

Berlinguer en Las Ventas