viernes. 26.04.2024

El 100º aniversario de la fundación del PCE ha pasado con más pena que gloria, como corresponde a un partido que es, hoy, un minúsculo resto de lo que fue en la Transición.

A muchos de los que militamos en aquel partido (en algún tiempo conocido como «el partido» sin necesidad de más precisiones) el centenario nos ha movido a expresar opiniones sobre el papel del PCE en estos años. Por lo que he podido leer, no hay, ni de lejos, una valoración comúnmente aceptada de lo que hizo o dejó de hacer el PCE en la Transición, razón por la cual me he sentido tentado a echar también mi cuarto a espadas. La Transición pesa y mucho en la política actual. Por eso hay debate. A final, serán los historiadores los que concluyan el debate. Pero eso ocurrirá más adelante, cuando haya una perspectiva más amplia.

El PCE ha alcanzado a celebrar su centenario pero convertido en una patética sombra de lo que fue

También este año se conmemora el 100 º aniversario de la fundación del Partido Comunista Chino, seguramente la formación política más numerosa y más influyente del planeta. Sus dirigentes han publicado una valoración del papel del PCCh, destacando los momentos estelares de su historia y ensalzando a los líderes que los protagonizaron, a saber, la proclamación de la Republica Popular en 1949 bajo el liderazgo de Mao Zedong y la reformas de 1978 lideradas por Deng Xioaping que pusieron a China en la senda de modernización y crecimiento espectaculares.

Dicho sea de paso, las camaradas chinos ponen al actual líder, Xi Jinping, al nivel de los dos líderes antes citados, para subrayar la importancia que otorgan a la política actual que lleva camino de convertir a China en la mayor potencia mundial. El PCCh celebra su centenario con, al parecer buena salud. En contraste, el PCUS, el primer partido comunista, no alcanzó a celebrar su centenario, como tampoco otros muchos y otrora influyentes partidos comunistas. El PCE ha alcanzado a celebrar su centenario pero convertido en una patética sombra de lo que fue.

A lo largo de estos cien años, el PCE ha jugado un papel muy destacado en dos momentos clave en la Historia de España. El primero, impulsando la política de frente popular y, sobre todo, en la lucha contra el fascismo. Conviene recordar que el PCE tuvo una representación parlamentaria bien modesta en las Cortes de 1936 y también en los gobiernos de la República. Sin embargo su influencia fue enorme en la construcción del ejército de la Republica y en la dirección de la guerra. El prestigio adquirido por el PCE en la conducción de la Guerra, unido a ayuda de la URSS a la República, se tradujo en un rápido crecimiento de modo que, junto a la JSU, pronto fue la organización política más importante en el territorio republicano. Dolores Ibárruri, líder indiscutible del PCE en este período, se convirtió en un símbolo de la resistencia antifascista tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.

La segunda mejor hora del PCE la vivimos en la transición. Carrillo fue líder indiscutido al inicio de aquel período, seguramente por haber formulado la política de Reconciliación Nacional y Pacto por la Libertad que buscaba impulsar la movilización obrera y popular a la vez que intentaba la negociación con los sectores reformistas del Régimen franquista.

Lo primero, la movilización, fue la que impidió que el franquismo continuara sin Franco. No olvidemos, la primera opción tras la muerte del Dictador fue la continuidad de la dictadura, un intento que protagonizaron Arias Navarro y Fraga. Creo que las grandes movilizaciones del 75, 76 y siguientes convencieron a muchos franquistas de que tenían que seguir otro camino distinto a la dictadura. También, en torno a la movilización se puso en pie el mayor sindicato de la España actual, CC OO.

Tras muchos y variados intentos también se abrió paso la negociación que fructificó en la Constitución de 1978. Creo que el parteaguas del proceso que desembocó en la plena, aunque frágil, democracia fue la legalización del PCE el famoso Sábado Santo rojo, una decisión que contó con la oposición abierta de los mandos militares. La Transición acabó cuando el Rey Juan Carlos abortó el golpe del 23F o, si se prefiere, cuando el PSOE formó gobierno sin sobresaltos, tras ganar abrumadoramente las elecciones de 1982.

Entre tanto, muchos éramos conscientes de que la democracia estaba en construcción, abriéndose paso y pendiente de un hilo, el hilo del golpismo. Así es que se trataba de hacer avanzar primero y consolidar después la democracia y en esa tarea el PCE de entonces, el PCE de Carrillo tuvo un brillante papel y fue uno de los agentes que más ayudó a traer y consolidar la democracia. El PCE fue uno de los fundadores del  "Régimen del 78″, o sea, de la Democracia Española.

Entiendo que otros partidos minimicen la importancia del PCE en aquel período. Lo que me resulta incomprensible es que los que sucedieron a Carrillo renieguen de la mejor hora del PCE. Por seguir con la comparación con China, resulta bastante evidente que el maoísmo cometió muchos y graves errores; pero los que sucedieron a Mao Zedong no tuvieron la ocurrencia de renegar de la creación de la Republica Popular ni descolgaron el retrato que preside la playa Tiananmen.

En los cinco años largos que van desde la muerte Franco hasta el golpe del 23F, creo que la influencia del PCE en la vida política española fue muy superior a la que expresaba su representación política en las primeras Cortes de la democracia. La pregunta es por qué se produjo esa disparidad. Algunos hacen una enmienda a la totalidad a la Transición, negando que ésta haya desembocado en una democracia. En consecuencia reescribieron el papel del PCE como una simple claudicación ante las fuerzas del franquismo que, según ellos, lograron que en España siguieran mandando los mismos. Los que tal pensaban concurrieron a las elecciones sin conseguir apoyo alguno para tan equivocadas ideas. Decía Galbraith que nada es mas duradero que las ideas equivocadas. Esta idea que la Transición produjo la continuidad del franquismo con otras formas fue adoptada por el PCE de Anguita y, de algún modo, por Podemos. Que Santa Lucía bendita les conserve la vista.

Otros se limitan a hacer enmiendas parciales: había demasiados viejos dirigentes encabezando las listas de las primeras elecciones, lo cual recordaba demasiado a la guerra civil. O bien, nos hubiera ido mejor ocultando las siglas del PCE tras una fachada electoral. Eso y otras cosas más pueden haber influido en un resultado electoral insatisfactorio. Pero no explican la mayor causa de insatisfacción: el PSOE y no el PCE fue el partido más importante en la izquierda en 1977 y se confirmó en 1979. Esto es lo que produjo el malestar de fondo que llevó a algunos a abrir crisis múltiple y destructiva en el PCE.

En mi opinión, el PCE obtuvo un resultado electoral modesto, tan modesto como la mayoría de los partidos comunistas de nuestro entorno, excepción hecha del PCI. El problema de fondo era que, en los tiempos de la Transición, el modelo soviético estaba en franca decadencia y eso influía negativamente en todos los partidos comunistas del entorno europeo. Dicho de una forma simple, el obrero vivía mejor, notablemente mejor, en la Alemania Occidental que en la Oriental. Puestos a elegir, el currante de esta parte del mundo prefería estar gobernado por la exitosa socialdemocracia en Europa Occidental antes que por un comunismo que fracasaba a ojos vistas en Europa Oriental. Aunque en la defensa de los intereses concretos, sindicales, prefiriera a los comunistas. De este pequeño detalle algunos se dieron cuenta, y respondieron creando el eurocomunismo, que, en el fondo era una crítica al «socialismo realmente existente», un intento fallido de diferenciar el comunismo español del modelo soviético. Fallido porque en el imaginario popular eso no caló y tampoco se logró que fuera la doctrina comúnmente aceptada por los miembros del partido. Además, el eurocomunismo desató las iras de los soviéticos que intervinieron, y de que manera, desencadenando la guerra interna en el PCE.

El comunismo necesitaba una reforma si no quería perecer. La cuestión es que la reforma concreta promovida por Carrillo no solo contaba con la oposición de un sector prosoviético cada vez más grande, sino también de otro sector que consideraba que la reforma carrillista era «demasiado poco,demasiado tarde». Eso sí no tuvieron la amabilidad de explicar que proponían, además de echar a Carrillo. La crisis desencadenada por ambos sectores, unidos en su oposición al eurocomunismo, fue uno de los factores más importantes en la debacle de 1982.

Hay curiosos paralelismos entre la crisis del PCE y la UCD. La UCD fue el partido más importante en la Transición. Un partido exitoso, vencedor en las dos primeras elecciones, dirigido por un líder con determinación y coraje, hoy reconocido universalmente. Pero UCD era un partido de aluvión, que no fue capaz de unirse en torno a un cuerpo doctrinal aceptado por la gran mayoría, con lo cual las distintas pequeñas facciones que habían confluido en UCD no tardaron en descomponerle. En los primeros años de la Transición, el PCE creció enormemente, haciéndose un gran partido en muy poco tiempo. Pero fracasamos en crear una política generalmente aceptada o al menos asumida por una gran mayoría, una vez que el Pacto por la Libertad agotó su recorrido. Desde entonces, la distintas facciones del PCE, dividiéndose y subdividiéndose han ido buscando una identidad sin, al parecer, haberlo logrado.

De modo que al día de hoy, cuando se cumple el centenario del PCE la mayoría, la inmensa mayoría de los que recogimos con orgullo y emoción un carnet del PCE allá por el año 76 estamos fuera de ese partido que, desde luego, ya no nos representa.

En el centenario de la fundación del PCE