Para la historiadora cultural Tiffany Watt Smith, autora de “El libro de las emociones humanas”, existe la creencia de que las emociones pueden ser reducidas a unas pocas emociones básicas, generalmente alegría, tristeza, rabia, miedo y asco. Parece ser, que solamente de la combinación de todas estas podemos explicar la gran diversidad de nuestra experiencia emocional, pero no es tan simple.
Tiffany Watt ha recogido en su libro hasta 156 términos para referirse correctamente a las diferentes emociones que sentimos a diario y que no sabemos cómo llamarlas. Cada día sentimos cientos de emociones y cada una es tan maravillosa y necesaria como las demás.
Entre las emociones que aparecen en el libro de Tiffany Watt está la pronoia. El empleo más antiguo del término data de 1982, en la revista académica Social Problems, en un artículo titulado "Pronoia" redactado por Fred H. Goldner del Queens College. La describió como “la ilusión de que las acciones y los esfuerzos propios siempre se van a ver como algo positivo en los demás y atraerán la bondad de vuelta”.
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¿Trastorno o síntoma?
La palabra pronoia (en griego previsión), surge pues en oposición al trastorno conocido como “paranoia”. En este último aparecen ideas delirantes, cuyo contenido central es la convicción de que el universo se confabula para hacernos daño. Así que cualquier dificultad u obstáculo es interpretado como el efecto de un complot invisible, sin que haya evidencias al respecto. Es, por tanto, la imagen en espejo de la paranoia.
Hay un debate en torno a si la pronoia debe ser considerada un trastorno mental en sí mismo o si se trata solamente de un síntoma. No hay consenso al respecto. En lo que sí hay un acuerdo es en que se trata de una visión distorsionada de la realidad.
Mentalidad positiva
Las corrientes de “mentalidad positiva” comenzaron a cobrar auge durante los años ochenta al mismo tiempo que se difundían por todo el mundo las doctrinas de la llamada “nueva era”. Se extendió la idea de que habría un cambio de era y que este suponía una nueva conciencia “positiva”. Para subirse a esos nuevos tiempos era necesario valerse de objetos y rituales que atrajeran “buenas energías”.
Es un fenómeno que originalmente fue descrito de manera clínica, pero que rápidamente fue adaptado a la realidad social para poder explicar el surgimiento de los movimientos “new age” en el Reino Unido y Estados Unidos, donde una ola de positivismo marcó los fines de los años 80 y principios de los 90. Fue una idea tan común en su momento, que incluso se podía ver en el entretenimiento y la ficción.
El libro “El Alquimista” de Paulo Coelho hace referencia a ella, con la frase “cuando quieres algo, el universo conspira para ayudarte a conseguirlo”. Este tema se toca también en la película de 1988. “El Show de Truman”, donde el protagonista es parte de un reality, que busca estudiar en profundidad su vida, guiando al mundo alrededor suyo al éxito y al drama al mismo tiempo.
Ley de atracción
Gran parte de esas ideas provenían de algunas religiones orientales como el hinduismo, pero fueron sacadas de contexto y vertidas a pedazos en el pensamiento occidental, derivándolas a cuestiones y anhelos materiales. Se difundió la llamada “ley de atracción”, según la cual para conseguir algo se debe alimentar el deseo profundo de lograrlo, aumentando así la probabilidad de que el deseo se haga realidad.
Esa alimentación del deseo se hace, en estas corrientes, a través de rituales de autosugestión. Así quedaron sentadas las bases para que apareciera y se consolidara ese síntoma conocido como pronoia. Si deseas tener un “casoplón”, dicen ellos, debes visualizarla todos los días en tu mente. Concentrarte mucho en esa imagen e incluso comenzar a amueblarla. Si lo haces correctamente, el universo se confabulará y más temprano que tarde será tuya.
Así que, si un día todo sale bien, los semáforos están en verde, hay felicitaciones en el trabajo y se come el plato favorito, conviene recordar que aunque la suerte esté de tu lado, no debemos dejarnos llevar por la pronoia, pero sí utilízala como un buen antídoto cuando crees que nada va a salir bien.
Por último, compartir esta reflexión de Baltasar Gracián: “Varón prevenido de cordura no será combatido de impertinencia”.