sábado. 27.04.2024
Los posmodernistas (Concha Martínez Barreto)
Serie st 42 (Concha Martínez Barreto)

Nota previa aclaratoria: posmoderno se puede escribir también postmoderno, como posmodernista y postmodernista. Yo he elegido no usar el prefijo -post. Distinguiré, como habitualmente se hace, posmodernidad (el periodo) de posmodernismo (la forma de pensar y vivir en ese periodo), donde pos es después pero también anti contra.


En la década de los años 70 del pasado siglo se produjo la ruptura posmoderna¿Qué es el posmodernismo? Comienzo citando extensamente lo que el historiador español Jaume Aurell y el historiador británico Peter Burke dejaron escrito en uno de los capítulos de un libro magnífico titulado Comprender el pasado. Una historia de la escritura y el pensamiento histórico, publicado en 2013:

“Las nuevas tendencias [de la segunda mitad del siglo XX] enfatizaban el lenguaje sobre la propia realidad histórica, los fenómenos culturales sobre las estructuras sociales y económicas, y la negociación con la antropología sobre la economía, la sociología y la demografía. […]

El posmodernismo abandona el pensamiento único de la modernidad y el progreso y considera la Historia desde un punto de vista poliédrico, con la intención de liberarla de los tradicionales moldes académicos y metodológicos que habían confiado en la viabilidad de una Historia asimilada a los métodos científicos y experimentales”.

El posmodernismo sería por tanto aquella confluencia de corrientes de pensamiento nacidas para enfrentarse a lo moderno, entendido como lo propio de la cultura de las sociedades industriales, aquello que admira con embeleso a la razón y que se sostiene con total convicción gracias a su creencia indiscutible en que el progreso es la línea que hila el pasado, el presente y el futuro de los seres humanos.

El posmodernismo sería por tanto aquella confluencia de corrientes de pensamiento nacidas para enfrentarse a lo ‘moderno’

Para el historiador español Marc Baldó Lacomba, la gran fisura de la Historia que tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XX se remonta a la década explosiva de los años 60, cuando el debate sociológico micro-macro se trasladó a la historiografía.

El debate micro-macro es el que “hace aflorar una contradicción teórica siempre latente, una dualidad que desde siempre ha coexistido y ha afectado a la Historia y a las demás ciencias sociales: por un lado, el estudio del sujeto, de casos, y por otro el estudio de grandes conjuntos, estructuras o sistemas. Lo micro y lo macro es una vieja intensión interna del saber.”

Desde los años 70, y en la historiografía sobre todo a partir de los 80, la persona, el individuo, empezó a ser considerado por algunos pensadores nuevamente el sujeto histórico, en contra de lo defendido por las triunfantes hasta entonces teorías de los funcional-estructuralistas de Annales o de los marxistas, para las cuales las personas parecían estar ocultas. 

Entre las tendencias posmodernas que influyeron directamente en la historiografía destacan el postestructuralismo del pensador francés Michel Foucault (que tachaba a los historiadores de ser los señores de la exactitud), el deconstruccionismo del también pensador francés Jacques Derrida (para quien el pasado no existe históricamente fuera de las apropiaciones textuales y constructivas de los historiadores, y de él lo que nos llega a nosotros nos llega “mediante dispositivos de ficción que lo dotan de una gama de lecturas altamente selectivas y jerárquicas que siempre están al servicio de poderes e intereses diversos”), la nueva hermenéutica de otros dos filósofos franceses, Paul Ricoeur y Michel de Certeau, así como las derivaciones del llamado giro lingüístico (del que hablaré en la siguiente entrega). 

El concepto de posmodernidad se difundió en 1979, con la aparición de un libro del filósofo francés Jean-François Lyotard titulado La condition postmoderne: rapport sur le savoir (‘La condición posmoderna: informe sobre el saber’), que anunciaba el fin de los metarrelatos, de las metanarrativas, es decir, el fin de las grandes interpretaciones generales, como el marxismo, el cristianismo o la idea de progreso. 

De tal manera que cuando ese mismo año 79 el historiador británico Lawrence Stone diagnostique el estado de la historiografía, describirá la caída de los grandes paradigmas, entendiendo por tales al marxismo, a la escuela de Annales y la cliometría.

Los posmodernistas habían creado un mundo que muchos historiadores clásicos consideraron más propio del postureo que de las posturas ciertas del pensamiento humano

La posmodernidad, que había puesto en solfa el mismísimo sentido de un concepto capital de la disciplina histórica, el de verdad, parecía haber venido a demoler el edificio de la Historia que venía fraguándose desde la Antigüedad en Occidente y que era inherente a la propia modernidad del ser humano desde que a partir del Renacimiento éste se considerara a sí mismo el centro de todas las cosas. Pero había un problema. Los posmodernistas habían creado un mundo que muchos historiadores clásicos consideraron más propio del postureo que de las posturas ciertas del pensamiento humano. La defensa que los historiadores pata negra hicieron de su oficio es que el posmodernismo ha degenerado, en palabras de Aurell y Burke, “en un escepticismo paralizante o en un relativismo con un fin incierto”. A eso hay que añadir que el posmodernismo historiográfico prácticamente carecería, a decir de sus denostadores (para quienes los posmodernistas expresan una mera actitud teórica), de referentes en la práctica, carecería de auténticas obras de Historia no teórica, sino verdadera, en la que se estudie el pasado.

El pensador argentino Daniel Brauer, en la presentación de la edición en español del primer volumen de Entre filosofía e Historia, de Chris Lorenz, marca la palabra escepticismo a fuego en un párrafo que me permito pedirte que leas a continuación:

“Desde su nacimiento y a lo largo de su propia historia, la historiografía ha venido acompañada del escepticismo, como se puede comprobar en Aristóteles (Poética, capítulo IX). Su estatuto como forma legítima del conocimiento ha sido una y otra vez cuestionado. Pero, a diferencia de la crítica de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, en la que el discurso histórico era denunciado por su carácter encubridor o legitimador del poder o por no encajar con el prototipo de cientificidad de las ciencias naturales, la discusión actual se ha radicalizado. En el posmodernismo y en el narrativismo radical de Hayden White y de Frank Ankersmit, el discurso histórico es caracterizado como carente de un referente real”.

La mayoría de los posmodernistas que escribieron sobre la Historia, sobre la filosofía de la Historia, no eran historiadores. No lo eran ninguno de los citados hasta ahora, como no lo eran los pensadores franceses Jean BaudrillardRoland BarthesGilles Deleuze, ni lo es la pensadora también francesa de origen búlgaro Julia Kristeva … Pero sí lo son Hayden White y Dominick LaCapra, o el estadounidense Robert Rosenstone

Los posmodernistas y la crisis de la Historia (primera parte)