miércoles. 24.04.2024

El historiador español Enrique Moradiellos habla de una república de las ciencias en la que distingue las ciencias naturales y formales de las ciencias humanas o sociales. En estas últimas aparecen como términos de estudio unos sujetos que planifican y realizan operaciones (los sujetos pretéritos, en el caso de la Historia), y en ellas sus investigadores tienen que “explicar las operaciones realizadas por los sujetos a quienes estudian”. 

Desde la existencia de la llamada escuela histórica alemana, a principios del siglo XIX, se puede considerar que la Historia es una ciencia humana (social si se quiere, que es lo mismo) que distingue “las acciones humanas del pasado en sí mismas” (mi historia) de “la indagación y relato sobre esas acciones humanas pretéritas (mi Historia)”. Como ciencia humana que es, “la Historia tiene un campo peculiar de trabajo que no es ni puede ser el pasado porque el pasado no existe”. 

Cuando Moradiellos afirma tajante la anterior frase que te habrá dejado boquiabierto no exagera, en realidad, pues lo que hace es recoger la idea del historiador prusiano Leopold von Ranke de que no se puede conocer el pasado tal y como fue porque ya no está. Cuando historiadores como Moradiellos quieren subir el estatus de su disciplina hasta la categoría de científica, si bien en el segundo escalón de las humanidades, llegan a ser tan tajantes como para comentar rotundamente que la Historia “pretende, puede y debe producir conocimiento científico y verdades históricas (no absolutas sobre el pasado)” que tienen más valor que otros conocimientos como el mítico, el religioso, el mágico o el legendario.

La Historia pretende, puede y debe producir conocimiento científico y verdades históricas que tienen más valor que otros conocimientos como el mítico, el religioso, el mágico o el legendario

Y matizo yo: no es que superar lo mítico, lo religioso, lo mágico o lo legendario sea muy meritorio, ¿no? Quiero decir que ¡qué menos! El arte, por ejemplo, la literatura sin ir más lejos (una de sus expresiones), es una forma de conocimiento a la que Moradiellos no menciona, y a la que yo me atrevo a parangonar (como verás más adelante de forma explícita) en ese sentido con la Historia. Parangonar, no equiparar. Y es que el propio historiador español reconoce la vertiente narrativa de la Historia cuando se refiere al objeto de su oficio:

“Las disciplinas históricas pretenden analizar, comprender y explicar narrativamente la historia (ese proceso dinámico que es la historia) sobre la base del estudio e interpretación de las pruebas pertinentes legadas y disponibles sobre el pasado”.

Un pasado que, en palabras del pensador polaco Leszek Kolakowski, “puede ser conjurado, pero lo que no se puede hacer nunca es anularlo.”

Según Moradiellos, la Historia, en tanto que disciplina científico-humanística, o científico-social, se fundamenta en tres principios axiomáticos que la instituyen como ciencia, principios elaborados en la transición del siglo XVIII al XIX: uno, “todo relato y narración históricos deben estar apoyados sobre pruebas y evidencias materiales verificables y comprobables empíricamente por los investigadores”, es decir, toda obra historiográfica ha de “articularse a partir de fuentes de información que son reliquias y testimonios del pasado finitas y fragmentarias pero disponibles en nuestro tiempo y susceptibles de cotejo”; dos, existe una concatenación interna de los procesos evolutivos de las sociedades humanas “de carácter causal, aleatorio o probabilístico”, pero el historiador ha de descartar la intervención de causas o factores exógenos en el devenir de los procesos humanos”, como la Divina Providencia “o el mero azar absoluto y caprichoso”; y tres, la investigación y la narración históricas han de “respetar escrupulosamente la llamada flecha del tiempo, el paso “de pasado fijo a futuro abierto”.

Ahondando aún más en la cientificidad social de la disciplina histórica, veamos la notable y muy distinta aportación de tres de los historiadores —sugeridos por el holandés Chris Lorenz (en el primer volumen de su extraordinario libro Entre filosofía e Historia, subtitulado ‘Exploraciones en filosofía de la Historia’)— que han pensado en y sobre la Historia, que han contribuido al análisis de su teoría y que son, al mismo tiempo, vistas sus discrepancias, una buena muestra de la (fascinante) indefinición en que se mueve mi oficio de historiador. 

El historiador británico de origen alemán Geoffrey Rudolph Elton, defensor a ultranza del carácter científico de su oficio y ferviente opositor de las tesis marxistas desde su conservadurismo rankeano, consideraba que la Historia y las ciencias sociales comparten el mismo objeto (“todo lo que los hombres han dicho, pensado, hecho o sufrido”), pero mantenía que la una y las otras (la sociología, por ejemplo) difieren a la hora de aproximarse a dicho objeto: para él, la Historia, se caracteriza por su preocupación por los eventos, por el cambio y por lo particular.

Por su parte, para el historiador francés Fernand Braudel, quien liderara una de las principales escuelas historiográficas del siglo XX, todas las ciencias sociales cubren el mismo terreno, que no es otro que el de “las acciones de los seres humanos del pasado, del presente y del futuro”. 

Baldó: “Todas las ciencias sociales estudian la realidad social o humana, pero sólo para la Historia tiene como objetivo la perspectiva de globalidad”

Mientras, el también historiador francés Paul Veyne, sostiene, en palabras de Lorenz, “que la Historia no tiene ni un objeto claramente definido ni un método histórico específico. Los historiadores no sólo estudian a las personas sino todo lo que sucedió en el pasado, y se ocupan tanto de los aspectos particulares como de los generales. La única restricción que los historiadores se autoimponen es la de no buscar leyes, tarea que es delegada a las ciencias sociales. [...] Veyne reclama para la Historia prácticamente todo el campo de las ciencias sociales”.

Para Lorenz, “no existe siquiera la más remota apariencia de un consenso entre los historiadores sobre el objeto de su investigación, sobre su método, o sobre sus credenciales científicas frente a las ciencias sociales”.

Claro que siempre existe el grupo de historiadores que, como el español Gabriel Tortella, considera que la Historia “es la ciencia social más ambiciosa, pues trata del ente social en su conjunto y abraza la totalidad temporal”, o como el también español Marc Baldó Lacomba, para el cual todas las ciencias sociales estudian la realidad social o humana, pero sólo para la Historia tiene como objetivo la perspectiva de globalidad, “el interés por concretar, especificar la diversidad de experiencias y procesos, y, principalmente, la dimensión temporal y el cambio social”. Para Baldó, las ciencias sociales y las no sociales se van integrando según se desarrollan y, en el caso de las sociales, sus “fronteras son permeables a la integración”. De hecho, como acierta Lorenz, “la escritura de la Historia tiene un carácter ‘transfronterizo’”, pues “involucra cruzar fronteras entre la Historia y la filosofía y entre la Historia y la política”.

¿Es la Historia una ciencia?