viernes. 26.04.2024
CapturaKierkegaard
Estatua de Søren Kierkegaard en el jardín de la Biblioteca Real de Copenhague

Søren Aabye Kierkegaard nació el 5 de mayo de 1813. Era el menor de siete hijos (tres niñas y cuatro niños). Su padre, Mikael Pedresen Kierkegaard (1756-1838), fue un importante y rico comerciante de la industria textil que enviudó a los pocos años de casarse sin tener hijos en primera instancia, contrayendo segundas nupcias un año después con su criada, Ana Sorensdatter. El segundo matrimonio tuvo a Søren cuando su padre tenía cincuenta y seis años y su madre cuarenta y cuatro, denominándose a sí mismo el autor danés como un «hijo de la vejez».

La figura atormentada y melancólica de su padre ejerció una notable influencia sobre el espíritu de Kierkegaard, quien lo introdujo en un estricto sentido del deber, además, de un cristianismo duro y sombrío. Su formación versó desde temprana edad en teología, ética y los métodos de la dialéctica. Despertando, sin duda, un espíritu de gran inteligencia en el precoz niño.

Una vez terminada su formación de estudios secundarios, Kierkegaard ingresó a la Universidad de Copenhague para estudiar teología. En ese entonces, el pensamiento hegeliano ejercía gran influencia en los grandes centros de estudios europeos, imponiéndose el «racionalismo» como método filosófico de la época. Estudios que, ciertamente, no tuvo dificultad alguna en sus inicios, ya que en esa etapa sintió cierta atracción por la lógica. Sin embargo, el joven Kierkegaard, jamás se entregó a la corriente racionalista que tan de moda estuvo en su tiempo. Muy pronto empezó el combate en nombre de la «realidad existencial» en contra de la abstracción y el pensamiento objetivo, propio del ambiente idealista.

Avanzan sus años buscando independencia y aumentando su gusto por la reflexión solitaria, distanciándose en este sentido de su padre a quien hasta ese momento admiraba. Con algo de disgusto e indecisión prosiguen sus estudios teológicos para posteriormente volcarse al ministerio pastoral, como hubiese querido su padre inicialmente, aunque de hecho nunca ejerció en su vida el oficio religioso. No obstante, su vida intelectual gira hacia un nuevo camino: “hallar una verdad, pero una verdad para mí, hallar la idea por la cual quiero vivir o morir”. Este camino admite una suerte de “certeza objetiva” encarnada, pues requiere que lo “absorba vivo”, es decir en su «existencia». Y propiamente, Kierkegaard, a partir de su «individualidad concreta», su filosofía va a estar implantada en el mismo. El corpus kierkegaardiano es, justamente, una «emanación filosófica de su vida a través de su experiencia vital».

Anhelaba la propia muerte por el hastío que sentía en aquel ámbito burgués de su época que buscaba saciarse en los niveles más bajos de vida

A pesar de sus debates internos y la duda que le generaba el camino que debía seguir en su vida, se despega, ciertamente, del cristianismo fuertemente inculcado por su padre, aunque no del todo, ya que intenta elaborar un nuevo y auténtico concepto de cristianismo o al menos desde mirada diferente. Más allá de lo anterior, esta época por un lado lo atrapa en una vida «licenciosa» de café y «placeres» o lo que él mismo denominaba “estadio estético” de la existencia y, por otro lado, alejado de la práctica religiosa. Atrapado, así pues, en las modas, las bebidas y comidas, la vestimenta excéntrica, de carácter difícil y burlón, poco amable, y con aires de superioridad, describen por estos años de juventud la personalidad del “dandy” danés. Como espíritu de contradicción sostenía las ideas más extrañas, aunque «escondiendo su verdadera interioridad», pues mediante esta forma de vida trataba de ocultar su verdadera naturaleza melancólica inclinada a la tristeza y su fuerte vocación religiosa que, luego de brillar en ruidosos banquetes donde deslumbraba a los presentes, regresaba a su casa con harta «desesperación» en el fondo de su espíritu y sin ninguna satisfacción. Incluso anhelaba la propia muerte por el hastío que sentía en aquel ámbito burgués de su época que buscaba saciarse en los niveles más bajos de vida.

Esta vida de excesos lo llevó a distanciarse de su padre y a cortar comunicación en 1837, recibiendo una renta anual para asegurar su independencia con holgura hasta definir el rumbo que iba a llevar su vida. Sin embargo, en 1838 Kierkegaard se reconcilia con su padre antes de su muerte, teniendo el anciano en ese momento ochenta y dos años de edad. En consecuencia, esta época es de capital importancia, ya que se produce una revelación por parte de su padre que, él mismo Søren, lo va a definir como “el gran terremoto” por el colosal impacto que generó la confesión que atormentó a su padre todo su vida, generando un sentido de “culpabilidad” que jamás pudo superar. En efecto, el anciano creía que el castigo prematuro de la muerte de sus hijos (cinco de los siete que tuvo) se debió a que había maldecido a Dios a temprana edad en una colina de su ciudad natal, Jutlandia, sumido en el sufrimiento, el hambre y la pobreza. Por ello, el pensador danés creía que moriría prematuramente y no pasaría más allá de los treinta y tres años, edad máxima a la que habían llegado sus hermanos; reflexión que, por otro lado, le valió en su primera obra el título de “papeles de un superviviente”. Este suceso dramático confesado por su padre, encontraría a Kierkegaard en este periodo en una nueva fase de su existencia que lo llevaría a ordenar su vida y proseguir y terminar con sus estudios teológicos y filosóficos; finalizando, además, en 1841 sus estudios universitarios con la defensa de su tesis titulada “Sobre el Concepto de la ironía” en la figura de Sócrates.

El pensador danés creía que moriría prematuramente y no pasaría más allá de los treinta y tres años, edad máxima a la que habían llegado sus hermanos

En 1840 Søren parecía encaminarse al “estadio ético” dejando la malgastada vida estética cuando decide comprometerse con Regina Olsen, figura clave en la vida y obra de Kierkegaard. Pero su inclinación a la melancolía en contraste con el espíritu alegre y sencillo, además según él mismo, superficial de Regina, le hace plantearse seriamente si el camino de “lo general” o de la “vida corriente y práctica” está, no obstante, fuertemente en disonancia con la predisposición de Kierkegaard al camino intelectual y religioso que lo llamaba en la profundidad de su alma. Luego de algunas idas y vueltas en la relación, el pensador danés viendo la dificultad de romper con la joven Regina, ideó un plan para desilusionar a su prometida, fingiendo ser frío e indiferente con ella por algún tiempo. En efecto, en 1841 la pareja rompe su relación. Y Regina Olsen dos años más tarde en 1843 decide comprometerse con Fritz Schlegel, a quien había conocido antes que al mismo Kierkegaard, para luego casarse cuatro años más tarde. Sin embargo, Søren jamás olvidaría a Regina ni mucho menos dejaría de amarla a la distancia, estando sobremanera, presente en las obras del filósofo.

Otro capítulo singular en la vida de Søren Kierkegaard fue su conflicto con la revista satírica el Corsario y la iglesia oficial luterana de Copenhague. La revista, asimismo, era considerada por Kierkegaard como “un órgano innoble de repugnante ironía”. Por ello, el pensador danés, lanzó una serie de artículos en 1845 en el diario La Patria para denunciar la bajeza moral y la pobreza intelectual contra el diario satírico, resultando un golpe certero por parte de Søren, debido a que el medio difícilmente pudo recuperarse luego del embate. Sin embargo, en respuesta el Corsario sacó una serie de caricaturas ridiculizantes de Kierkegaard, lo cual le dio bastante notoriedad a su figura en la sociedad danesa que ya iba de a poco en aumento; lo anterior provocaría en el autor cierta curiosidad burlona por parte de sus semejantes y suscriptores de la revista. Estos hechos infundieron una honda tristeza y aislamiento en su persona, sabiendo, no obstante, que tales empresas significaban grandes sacrificios y, por ende, su proyecto iba encaminado al rumbo exacto que había trazado: ser un fiel testigo de la verdad. Un “Caballero de la fe ”, a pesar que nunca pudo denominarse como tal.

Su carácter “esencialmente religioso” como él lo describe y su personalidad poética, volcada a la mística, lo condujo a ser un escritor eminentemente de las cosas de Dios

Respecto a la iglesia establecida, Kierkegaard, también emprendió una ardua lucha debido, entre otras cosas, a la falta de apoyo a la hora de atacar el diario el Corsario, lo cual significó, además, una decepción muy grande hacia su persona. El suceso principal se desató a la muerte del obispo Mynster cuando fue descrito como “un testigo de la verdad” que, en la mirada del filósofo danés, resultó de una gran antipatía. En consecuencia, Kierkegaard, se vio obligado a presentar un reproche público contra la supuesta figura del buen obispo que, según él, había llevado a identificar el cristianismo con el orden establecido, abusando de honores y provechos con el ejercicio de su cargo, como si se tratase de una función pública. Kierkegaard manifiesta: “Un testimonio de la verdad es un hombre cuya vida está profundamente iniciada en los combates internos, en el temor y en el temblor, en las tentaciones, en la desolación del alma, en los sufrimientos morales. Un testimonio de la verdad es un hombre que atestigua la verdad en la pobreza, en la humillación y el menosprecio, ignorado, aborrecido, escarnecido, desdeñado, ridiculizado, Un testimonio de la verdad es un mártir”.

Esta realidad práctica antes descrita en la vida de Kierkegaard, lo llevó a un proyecto de soledad, celibato y pensamiento de las cuestiones «trascendentales». Su carácter “esencialmente religioso” como él lo describe y su personalidad poética, volcada a la mística, lo condujo a ser un escritor eminentemente de las cosas de Dios. Sin dejar, por otro lado, su personalidad irónica y paradójica ni su agudeza crítica a la iglesia establecida de Copenhague y a las costumbres sociales burguesas que reinaban en su época e iban contra el verdadero espíritu del cristianismo. Finalmente, el 11 de noviembre de 1855 a la edad de 42 años se entregó a Dios, confiado a la Providencia que tanto había sentido su presencia a lo largo de su vida a pesar de los temblores y temores sufridos.

La existencia de Kierkegaard