sábado. 27.04.2024

“Las mujeres y los niños primero” es la frase recurrente en cualquier evacuación ante una catástrofe. Los niños, el futuro de cualquier sociedad, han de ser salvaguardados de la muerte. Mero instinto de supervivencia. Pero ¿qué ocurre cuando la catástrofe acontece en el seno de una sociedad esclava de un sistema político represor, anclado en el pasado? ¿En un país cuya población, la mayor del planeta, hace de la perpetuación de la especie el menor de sus problemas?: “Silencio. Que nadie se mueva. Las autoridades primero”.

Karamay de Xu Xin, ganador del Primer Premio del Jurado en la categoría de Largometraje Documental Internacional en la recién finalizada edición de Documenta Madrid, narra la tragedia ocurrida el 8 de diciembre de 1994 en la ciudad petrolífera de Karamay, en el noroeste de China, en la que murieron 323 personas, la mayoría de las cuales eran niños. A lo largo de seis horas, el documental se convierte en la tribuna desde la que los padres de las víctimas expresan sin tapujos su dolor, impotencia e indignación ante lo sucedido aquella fatídica tarde y cómo el gobierno de su país les ha dado la espalda desde entonces. El resultado es una obra magna, sobria y estremecedora con infinidad de ángulos desde los que observarla y sacar conclusiones.

El auditorio de Karamay, ciudad nacida por y para el petróleo a mediados de los años cincuenta, fue el lugar elegido el 8 de diciembre de 1994 para albergar una representación infantil en honor a un grupo de autoridades de visita oficial por la región. La representación, una loa al Partido Comunista en forma de diversos números musicales interpretados por los alumnos más aventajados de las escuelas de Karamay y otras ciudades vecinas, se vio interrumpida súbitamente por un incendio en el escenario. Un cúmulo de desafortunadas coincidencias hizo entonces que el auditorio se convirtiese en una trampa mortal. Las autoridades, a las que se dio prioridad para salir del recinto instando a los alumnos a permanecer inmóviles para dejarles paso, consiguieron escapar pasando por encima de los niños, muchos de los cuales murieron aplastados. Las mismas criaturas de ensueño que instantes atrás, vestidas y maquilladas para la ocasión, encarnaban las infinitas bondades del Partido, se convertían en alfombra humana para los miembros del mismo. El fin del sueño. El comienzo de la pesadilla. Varios padres en el documental comparten la misma reflexión: “nosotros trabajábamos, entregábamos a nuestros hijos a la escuela. Confiábamos en ella. ¿Qué más podíamos hacer?”. Nada, sino aceptar resignados lo que la escuela, el Estado, les devolvía. Al menos eso es lo que se esperaba de ellos pero, por una vez, los disciplinados trabajadores de Karamay se rebelaron contra su destino.

 

Escena de "Karamay"

Una aberrante y tardía operación de rescate por parte de los bomberos se cobró la vida de muchos más menores que de otra forma podrían haberse salvado. Esto unido a una serie de graves negligencias relativas a la reciente reforma del auditorio y a su gestión, hizo que los gobiernos local y central se apresurasen en pagar indemnizaciones a las familias afectadas y abrir un expediente ‘express’ del cual salieron los convenientes cabezas de turco. Asimismo, prometieron a las familias de los fallecidos otorgar a éstos la distinción oficial de “mártires nacionales”. Pero esto último nunca llegó.Tampoco los certificados de defunción. La tragedia de Karamay era algo de lo que avergonzarse. Algo que podía dar una imagen negativa de China en el exterior. Mejor hacer como si no existiese. Sin certificados los cientos de niños fallecidos no eran tales. No estaban muertos. Pero tampoco vivos. Habitaban una suerte de limbo del mismo modo en que ingrávidos, flotaban al ejecutar su última coreografía en el escenario minutos antes de ser pasto de las llamas.

Sublevados por la injusticia, algunos padres se agruparon para exigir al gobierno sus demandas, entre ellas el reconocimiento oficial de los fallecimientos a través de los certificados de defunción correspondientes. En vano. Algunos viajaron incluso hasta Pekín pero no tardaron en ser convenientemente disuadidos mediante amenazas de no llevar sus demandas hasta la capital. Diecisiete años después continúan llorando a sus hijos y solo piden que al menos, se les escuche. Tras la tragedia algunos no lograron levantarse. Otros rehicieron sus vidas y engendraron un nuevo hijo como respuesta a la pérdida del anterior (el estricto control de natalidad en China hace que a las familias urbanas no se les permita tener más de un hijo, y a las rurales dos si el primero es niña), creando en Karamay una comunidad de ‘hijos reemplazo’ con padres mayores que lamentan no poder dedicarse a ellos como debieran o quisieran debido a los rigores de la edad. Algunos de esos hijos saben de la existencia de su difunto hermano. Otros no. Otros, la intuyen. Del mismo modo que algunos padres, a pesar de la lealtad al Partido en la que han sido educados, saben que no significan nada para él. Otros no. Otros, lo intuyen.

 

Padres de uno de los niños fallecidos en el incendio de Karamay

P.d.: Karamay está prohibido en China. Esperemos que algún día este triunfo del documental pueda estrenarse en su país de origen. Esperemos también que Ai Weiwei sea pronto liberado.

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