sábado. 27.04.2024

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El director dedica “Sterben” a su familia, la viva y la muerta. Entre nacer y morir nos ocupa el amor, como se repite un par de veces al oficiar unas exequias. La película “Morir” dura tres horas y le hubiera venido bien hacer más breve la parte del principio, por mucho que gane bastante la última parte. Las relaciones familiares, profesionales y afectivas van desfilando a lo largo del metraje. Se van entregando piezas de un mosaico para que los espectadores vayan juntándolas, pero el resultado es muy dispar. Hay momentos grotescos y otros en cambio rozan lo sublime.

Cuando se intenta plantear situaciones cómicas, a veces lo que se genera es una gran perplejidad, porque no viene a cuento para nada o se resuelve con escasa gracia la presunta hilaridad. La historia del concierto va cobrando fuerza y se lleva el gato al agua. Los actores, caras muy conocidas en el mundo alemán, han hecho mejores interpretaciones otras veces, aunque a cada cual se le asigna un papel que parece convenir con su carácter.

El tema de la eutanasia revolotea desde un principio y no podría quedar fuera

El deterioro físico está tratado con gran aspereza, pese a que áspero sea el tema. Morir es un trance por el que se pasa tarde o temprano, pero lo que cuenta es cómo evitar la mala muerte y el sufrimiento. Las convalecencias prolongadas representan un desgaste agitador y los problemas vitales no siempre dejan tiempo para ocuparse de cuidar a nuestros allegados con dolencias físicas o mentales, que por otra parte suelen ir coaligándose cundo comparecen con cierta intensidad.

Los nacimientos compensan las muertes y ambas cosas no tienen calendario fijo. El tema de la eutanasia revolotea desde un principio y no podría quedar fuera, dando lugar a uno de los momentos más interesantes al plantear todo un dilema ético al respecto. La música está bien aprovechada y es uno de sus mayores aciertos.

‘Sterben’, un mosaico desigual sobre cómo cabe morir