sábado. 27.04.2024
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Después de todo, Pedro Sánchez lo tiene más fácil. Tiene que rescatar la confianza de un electorado perplejo por ciertas decisiones polémicas y porque haya consentido unas disensiones intolerables dentro del gobierno de coalición. Le basta con recordar las aportaciones históricas de su partido a la democracia española y los muchos logros conseguidos en unos tiempos tremendamente adversos por distintos motivos. Cuesta imaginar cómo se hubiera capeado la pandemia con un gobierno de signo neoliberal. Sus potenciales votantes necesitan recordar esas conquistas recientes y creer que pueden consolidarse con un gobierno socialista sin una constante contestación interna. Sostener que reformar técnicamente cierta ley significaba volver a las leyes de la manada no puede hacerse sin abandonar el cargo previamente. 

Protestar y aferrarse al puesto es algo inapropiado para quien lidera una formación izquierdista. Como se ha dicho, resulta incomprensible que la cúpula de Unidas Podemos no haya dimitido en bloque tras los resultados del 28M. Lejos de hacerlo, siguen buscando explicaciones de la derrota en los demás. Otros actores políticos, los medios de comunicación y el propio electorado. Todo les vale a quienes nunca reconocen un error y son infalibles exegetas de la voluntad popular. Ese forofo de las primarias llamado Pablo Iglesias designó digitalmente a Irene Montero como número dos, para sustituir al díscolo Iñigo Errejón, e incluso a la propia Yolanda Díaz para ocupar su vicepresidencia en el gobierno, aunque la lista sea un poco más larga. 

Para ser un partido instrumental, una marca que quiere aglutinar a la sociedad civil, debería reclutar sus candidaturas entre una ciudadanía no militante

Solía premiar la lealtad sin fisuras, al tiempo que penalizaba severamente los disensos. Como musa de Podemos le correspondería dar un solo consejo a la dirección actual: que dimitan y disuelvan la marca por inoperativa en aras de una batalla crucial entre dos modelos ideológicos antagónicos, una socialdemocracia defensora del Estado de bienestar y un modelo neoliberal que defiende la depredación. Le atribuye a Yolanda Díaz el noventa por ciento de la responsabilidad y no es un mal calculo. Eso quiere decir que a Podemos le correspondería como mucho y tirando por lo alto un diez por ciento. Aquellas personas a quienes tutela deberían tomar nota del porcentaje. Cuando aflora el inconsciente dice verdades como puños.

Yolanda Díaz lo tiene bastante más complicado. Lo de Podemos debía darlo por descontado, pero ahora hay otras formaciones que demandan su cuota en función de unos resultados electorales. Confeccionar las listas con esos cálculos restaría muchos apoyos electorales, como se comprobó en Andalucía. Para ser un partido instrumental, una marca que quiere aglutinar a la sociedad civil, debería reclutar sus candidaturas entre una ciudadanía no militante que simpatiza con ciertas ideas y molesta por la profesionalización de la política. Obtener un escaño no debería ser entendido como una especie de contratación laboral. No es un empleo, sino una dedicación temporal a la gestión de lo público.

Dado el escaso tiempo que hay para confeccionar esas listas por doquier, hace falta mucha generosidad por parte de formaciones políticas dispuestas a echar una mano. Todas deberían ponerse de perfil para que quien ha puesto en marcha esta nueva plataforma pueda ejercer su responsabilidad sin hipotecas ni presiones. El electorado (y no los interpretes de su voluntad) es quien juzgará si acierta o no en sus decisiones. Lo principal será defender un programa convincente que logre movilizar a quienes no han votado y a quienes andan perplejos. No hay tiempo que perder con personalismos enfermizos.

¿Sumar es un reparto de cuotas partidistas o un movimiento ciudadano?