miércoles. 24.04.2024
Entrevista de Jordi Évole a Yolanda Díaz

El comienzo prometía y el aperitivo tuvo su gracia. Me refiero al diálogo a tres con subtítulo. Uno se preguntaba qué decían los ideogramas que se veían tras Jordi y si el bonsái de la izquierda invocaba los que se cuidaron en La Moncloa. Había una máxima expectación por escuchar a la nueva candidata para presidir el gobierno español. La primera parte fue arrolladora y su buen talante se vio satisfactoriamente realzado. Sus guiños lograban suscitar mucha complicidad y conectar con la gente normal. Parecía situarse airosamente por encima de dimes y diretes.

Por sentido de la responsabilidad se pensó bastante aceptar la cartera de Trabajo y no le hizo ninguna gracia que la designaran a dedo para oficiar como vicepresidenta. No eran formas y así se lo comunicó a Pablo Iglesias manifestándole su contrariedad por el procedimiento. Luego, fogueada en un ambiente sindical, se reveló como una negociadora muy eficiente. Las cosas difíciles cuesta mucho pactarlas y ella es bien consciente del esfuerzo que requiere no imponer las propias opiniones acercando posturas radicalmente diferentes.

Con cierta jocosidad realzaba su papel citando a su mentor, Pablo Iglesias, quien la describía como más dura de pelar que él mismo ante Pedro Sánchez. Las inercias machistas de ambos, como las de muchas mujeres, ejercen una influencia subliminal y conviene advertirlo. Pese a su obviedad, resulta luminoso subrayar que la ciudadanía en general no milita en uno u otro partido político. De ahí el interés que puede tener una candidatura verdaderamente transversal en cuyas listas abunden quienes no militan. Las listas cerradas reflejan los juegos de poder que anidan en una u otra formación política y que no son particularmente representativos de la calle.

Hay que rehuir los personalismos, pero también se impone contar con caras conocidas. No faltan quienes han demostrado su compromiso político ejerciendo la oposición en las instituciones y eso supone un buen banquillo. Pero no deber ser el único. Mencionar a Iñaki Gabilondo como posible presidente de la III República española no sólo es algo muy efectista, sino también ilustrativo. Ana Belén podría ilustrar un buen perfil para el ministerio de Cultura y esto valdría para toda suerte de profesionales que hayan descollado en su campo. Profesionalizar el ejercicio de la política no parece haber cosechado muy buenos frutos.

Es obvio que Podemos ahora mismo resta y su tirón electoral continúa planeando en caída libre. Su posible contribución a consolidar un bloque de izquierdas parece muy clara. Deberían abstenerse de imponer absolutamente nada y no poner palos en las ruedas. Dicho esto, Yolanda Díaz quizá debiera dar menos circunloquios al responder a ciertas preguntas. No cabe contentar a toda la gente al mismo tiempo. Intentarlo está condenado de antemano al fracaso. Más vale mojarse y rectificar cuando sea necesario reconocer eventuales errores de apreciación. La política no debería ser una farsa cuyos actores tan sólo pretenden echar al otro del escenario, sin reparar en ese auditorio que protagoniza y justifica esa representación.

Comparto la escéptica simpatía manifestada por Maruja Torres. Necesitamos que la operación salga bien. El tablero europeo y mundial demandan como contrapeso una coalición gubernamental en España que neutralice las interferencias de la ultraderecha. Que la Reforma Laboral fuese aprobada por la emisión de un voto erróneo es algo que no debiera volver a pasar. No hay que obsesionarse con ser la lista más votada. Las circunstancias exigen movilizar a la gente y que hablen las urnas. El resultado dependerá de las listas que se presenten y de que no haya de nuevo absurdas divisiones entre quienes comparten objetivos muy similares.

El estilo y las formas importan mucho, pero acaso no sean suficientes. No hay que repetir errores de bulto. La ira y el ruido polarizan las posiciones, al tiempo que difuminan los matices. Habría que seducir a la gente con un horizonte donde se compartan las esperanzas de arreglar mancomunadamente los problemas. Ciertos discursos y ciertas informaciones cavan trincheras en las que nos hacemos impermeables a discursos incómodos. Hay que ingeniárselas para hacernos abandonar los dogmatismos excluyentes e intercambiar sosegadamente impresiones relativas nuestras auténticas inquietudes, que ciertamente no se focalizan en las formaciones políticas.

¿Tan difícil es reconocer a quién conviene votar en las autonómicas madrileñas del 28 de mayo? El funambulismo político no es la mejor manera de convencer a los partidarios y hace las delicias de los detractores. ¿Tienen que mandarse armas a Ucrania desde la Unión Europea? Esquivar una transparente toma de posiciones no resulta idóneo para Sumar. La transversalidad no significa reclutar a los recalcitrantes. Más bien se trata de no ahuyentar a los afines o tender a repescarlos.

Los discursos del odio socavan cuestiones tan fundamentales como la empatía y la solidaridad. Sea bienvenido un estilo de hacer política que apueste por no vociferar y tampoco pretenda descalificar al adversario. Yolanda Díaz puede presentar los logros obtenidos dentro del gobierno gracias a una gestión impecable. No es poco. A Sumar le corresponde hacer creíble que nos encontramos ante una fórmula política de nuevo cuño, cuya meta es eludir la confrontación para gestionar mejor los asuntos públicos. El desafío es enorme, pero merece la pena y se revela como algo imprescindible. Ojalá haya tanto tino como suerte.

¿Cómo queda Sumar tras la entrevista de Jordi Évole a Yolanda Díaz?