sábado. 27.04.2024
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Las elecciones no son cosa de un día. Tanto si hubiera que votar pronto como si se vuelve a votar dentro de cuatro años, es importante que los ciudadanos presten atención ya a los movimientos de todos los agentes políticos, y recuerden.

Porque estas semanas nos están dejando un conjunto importante de evidencias. Si empezamos por las menores, parecía evidente desde un principio que la reacción del rey a las constantes presiones que el partido popular ha ejercido sobre él desde el día siguiente a las elecciones sería ceder a ellas, así que ninguna sorpresa por ese lado.

A partir de aquí, las cosas se ponen interesantes, y a veces pasan inadvertidas. Por ejemplo, es posible que entre tanto ruido haya pasado inadvertida la declaración del señor Abascal recordando al más que probable líder de la oposición que si el rey le ha encargado su simulacro de investidura es porque él ha querido: habría bastado con que Abascal transmitiera al monarca que no iba a apoyar al PP para que el rey se hubiera quedado sin argumentos. Esto no es una especulación, ha sido dicho en público. Y el señor Abascal ha añadido que no entiende por qué piden sus votos para la Moncloa mientras no le dejan gobernar en Murcia. Es una evidencia que quien tiene la sartén por el mango en la derecha es precisamente la ultraderecha, que tan espléndidamente representa estos días el señor Rubiales. Todo lo cual, dicho sea de paso, al PP no parece causarle ni la menor incomodidad.

El PP trata de crear un clima social y mediático que justifique y haga razonable robar las elecciones a los votantes apelando al transfuguismo

Se especula mucho sobre cuál será la actitud de Junts. Yo me pregunto cuál sería la ventaja que Junts obtendría de una repetición electoral, de la que solo podrían resultar dos nuevos escenarios políticos: o uno en el que la derecha aumentara su peso, y Junts dejara de ser necesario, o uno en el que la izquierda aumentara su peso, y Junts dejara de ser necesario. Así que es evidente que a Junts no le interesa una repetición electoral, y los negociadores del Gobierno lo saben. La imagen que se quiere transmitir de un Gobierno inerme es una imagen interesada y falsa. Todo el mundo tiene mucho que perder si juega mal sus cartas.

He dejado para el final la nebulosa verbal que envuelve los movimientos del partido popular porque constituye a mi juicio parte muy importante de lo que los ciudadanos tendrán que recordar dentro de un número impreciso de meses. Cuando haya que votar, habrá que acordarse de la extrema ansiedad que lleva a los peperos a calificar de “partido legal” al que hasta hace poco era el de “los golpistas”, y saber por tanto que el señor Feijóo, que tantas dificultades tiene con el inglés, en caso necesario aprendería catalán y euskera en siete días.

Pero, sobre todo, habrá que acordarse de cómo el PP trata de crear un clima social y mediático que justifique y haga razonable robar las elecciones a los votantes apelando al transfuguismo. Esto no es otra cosa que la versión española de lo ya ensayado en Washington y en Brasil, y tratar de llamarla de otro modo es tan falso como el intento que Feijóo hizo durante la campaña de llamar “inexactitudes” a sus mentiras. Permítanme una cita literaria: en la novela Cien años de soledad, el coronel Aureliano Buendía asiste a un recuento electoral en el que las autoridades sacan de las urnas las papeletas rojas y las sustituyen por otras azules. Y saca una rotunda conclusión: no volvería a votar a los conservadores, porque los conservadores eran unos tramposos.

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