martes. 19.03.2024
PSOE
Imagen de la reunión de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE celebrada este lunes.

Aunque con unos resultados peores de lo esperado por sus dirigentes, el Partido Socialista ha resistido a duras penas, mientras que todo el conglomerado a su izquierda ha naufragado de forma estrepitosa, hasta tal punto que es difícil imaginar la manera en que puedan volver a flote. Respecto a la derecha, creo que habría dado igual que el candidato principal hubiese sido Núñez Feijoo o Don Tancredo, el ambiente callejero mostraba sin mucho lugar a dudas una evidente derechización del electorado, cuyas causas intentaremos analizar sin más intención que aportar una opinión más a un debate que será largo y complicado.

Independientemente de los errores cometidos por el Partido Socialista y Podemos, creo que su acción de gobierno ha sido buena para el país en un tiempo en extremo difícil. Sin embargo, estamos ante una coyuntura nacional e internacional llena de incertidumbre y de miedos, de dudas y amenazas que han provocado un ensimismamiento de la población que la hace refractaria a cualquier política social.

Desde tiempo inmemorial, España ha sido un país que ha odiado a sus dirigentes. El Estado era malo, era el enemigo que perseguía y que impedía el normal desarrollo de las personas. Así fue durante los Austria y los Borbones, así durante la Restauración, así en el franquismo. Pese a que el Estado ya no es el opresor de antaño y, sí, por el contrario, el que organiza gracias a los impuestos de todos las pensiones, la asistencia sanitaria, la educación, las dependencias y todo lo que nos hace distinguirnos de la vida en la jungla, en los últimos años ha calado el mensaje de la ultraderecha que invita a su desmantelación para entregárselo todo a la “sociedad civil”, es decir a las grandes empresas nacionales y globales especializadas en apropiarse del dinero público para organizar unos servicios, que son derechos constitucionales, más caros, más clasistas y más corruptos. Ni ha habido, ni hay como en otros países de Europa, sobre todo del centro y del norte, un respeto y una consideración hacia lo público como algo propio. Todo lo contrario, una parte grande de la ciudadanía piensa que lo público no es de nadie o es del Gobierno, por lo tanto es legítimo despotricar, incluso deteriorar todo aquello que no tiene un dueño con nombre y apellidos. Es algo perfectamente visible en hospitales, escuelas, parques, transportes, montes o polideportivos públicos. Al mismo tiempo que ha crecido esa percepción irracional contra lo público, se ha exacerbado la protección a lo privado, a lo que es de uno porque así lo dice el Registro de la Propiedad. Vallas, cercas, alarmas, perros agresivos protegen hasta la más mínima parcela como si estuviese en riesgo de ser ocupada cualquier día por las ordas marxistas. La propiedad privada, como sucedió en Estados Unidos desde su primera Constitución, es la razón de existir de muchas personas, por pequeña que sea.

No existe tampoco una percepción mayoritaria de que la mujer goce de menos derechos que los hombres, ni siquiera entre las primeras. Al igual que la Patria, la hombría ha sido atacada y muchas personas perciben lenguajes y modos que no se corresponden con su modo de ver las cosas. En ese sentido leyes como la del sólo sí, es sí o la ley trans han supuesto una inversión enorme de fuerzas, un desgaste inmenso del Gobierno sin conseguir sus objetivos, mientras ha dado munición a mansalva a jueces reaccionarios y a los partidos que con ellos caminan. Como demuestran los resultados de estas elecciones presentadas por la derecha como primarias, a la mayoría de las mujeres le importa un bledo lo que esas leyes defienden. Por si faltaba algo, está el autodenominado lenguaje inclusivo, un lenguaje artificial y estúpido, que no era demandado por casi nadie y que ha servido sobre todo para crear rechazo en un sector del electorado.

La corrupción, muchísimo menor en estos últimos cinco años del Gobierno, da votos a quien la comete. Es decir, en España el corrupto es un héroe porque hace lo que muchos ciudadanos querrían hacer, apropiarse de los presupuestos del Estado para beneficio propio. Puesto que el Estado es el enemigo, robar al Estado no está mal visto, sino que el delincuente que tal delito comete pasa a la categoría de guerrillero, de buen ladrón que con su acto se atreve a desafiar al Estado opresor e intervencionista. Hay que luchar contra la corrupción porque es el cáncer de la política, pero esa lucha no es rentable, dado que mucha gente espera más beneficios del clientelismo a ella asociada que de la honradez de los elegidos.

Por mucho que nos duela, y a mi personalmente me duele en el alma y no por motivos familiares sino de dignidad, la memoria democrática sólo afecta e interesa a una minoría que no entiende como a estas alturas miles de personas sigan enterradas en cunetas y tapias de cementerio. Eso es pura barbarie, pero a los españoles de hoy en día les parece un discurso del pasado, un dispendio de dinero y, en muchos casos, una forma de abrir heridas que siempre estuvieron abiertas y que no cicatrizarán hasta que se entierre como personas normales a quienes fueron asesinados por el nacional-catolicismo.

Políticas erráticas como la de vivienda no calan en el electorado por muchas que sean las que se prometen. Son promesas a largo plazo que tienen poca credibilidad dado que las competencias son autonómicas y municipales. Es posible que si se hubiese anunciado con presupuestos y proyectos sólidos de la construcción o rehabilitación de miles de viviendas para crear un parque estatal de las mismas, hubiese tenido más calado, aunque tengo mis duda dada la adhesión que existe entre los votantes de derecha a su opción política, que no ha hecho ni una sola propuesta municipal o autonómica que es de lo que se trataba, como si se tratase del equipo de fútbol por el que lo darías todo.

Si antes las campañas electorales influían sobre los indecisos o los dubitativos, ahora casi todo el mundo tiene decidido su voto aunque no lo diga

Por último, podríamos seguir enumerando cuestiones, la forma de socialización, de captación de votantes ha cambiado radicalmente. Si antes las campañas electorales influían sobre los indecisos o los dubitativos, ahora casi todo el mundo tiene decidido su voto aunque no lo diga. Las redes sociales, dominadas por su propia naturaleza por la derecha, han creado un ciudadano, un elector, que está incapacitado para la empatía, la solidaridad o las políticas sociales. Nada de lo que suceda fuera de su móvil, de su ombligo, le afecta. Está inmunizado contra el conocimiento, el espíritu crítico y la justicia social. Lo mío, lo que me “roban” con los impuestos para dárselo a vagos, ¿quién es usted para decirme a mí las copas de vino que me tengo que beber? Ese es el lema y esa es la realidad en la que nos toca vivir, una realidad que no es sólo española, que es mundial, pero que en España viene acompañada por el olor a calcetín sudado, que diría Vázquez Montalbán, y el olor a cajonera de caballo con señorito arriba.

Todas las cuestiones sucintamente repasadas son de justicia, pero a día de hoy lo que afecte al común no interesa a una buena parte del electorado. Habrá que estudiar la forma de revertir esa situación, que lo hará con el tiempo sin la inteligencia artificial y los mercados lo permiten, pero será preciso de emplear inteligencia y generosidad. En ese sentido, la decisión de Pedro Sánchez de convocar elecciones para julio podría ser un principio. De momento es un loable reconocimiento de que algo no se ha hecho bien y de que lo que se ha hecho bien no ha sido percibido como tal por un electorado cada vez más individualista y crédulo.

Causas de una derrota anunciada