sábado. 27.04.2024
Yolanda Díaz, Irene Montero e Ione Belarra

En las pasadas elecciones, la movilización de la izquierda, pese al calor de julio o las opiniones difundidas por personajes que se hacían llamar periodistas a sueldo de determinados medios de desinformación, ha dado una lección, sobre todo a los creyentes en la fe estadística. Dicha movilización ha supuesto, pese al voto mayoritario escorado a la derecha, la posibilidad real de reconstruir un gobierno progresista. Muy complicada, pero real. Esa movilización tuvo lugar a pesar de la propia izquierda, cuyos eslóganes, que clamaban unidad y suma de esfuerzos, lamentablemente fueron durante mucho tiempo, eso: únicamente eslóganes. Vacíos de contenido, sometieron a todos y todas los votantes a la izquierda del PSOE, a una tensión –a un cabreo– que hubiera multiplicado el número de abstenciones. Afortunadamente. Un pacto “in extremis” nos hizo respirar. 

Es cierto que la crítica –uno de los elementos que caracteriza a la izquierda y con ellos a los grupos, partidos o coaliciones vinculados a la misma– es un elemento saludable y necesario en la vida política. Prueba de cómo el debate ideológico y de acción puede ser una herramienta fundamental para la consecución de avances sociales la tenemos en la última legislatura, por la que desde el principio “nadie daba un duro”, debido a las continuas peleas entre los socios de coalición, convenientemente aireadas por dichos medios de desinformación y sin embargo ha escrito todo un manual de resiliencia.

Que la crítica y el debate es una herramienta fundamental para la comprensión y transformación de la sociedad, ya lo dejó claro Marx en obras como: Manuscritos Filosóficos-Ideológicos (1844), Contribución a la Crítica de la Economía Política (1959), y, por supuesto, en El Capital (1867), entre otras obras, 

Prueba de cómo el debate ideológico y de acción puede ser una herramienta fundamental para la consecución de avances sociales la tenemos en la última legislatura

Es cierto que la crítica en el seno de los partidos de izquierda –frente a lo que se llamó: “centralismo democrático”– es un síntoma de salud de los mismos al promover la pluralidad de opiniones y el debate de ideas, permitiendo explorar diferentes enfoques para abordar los desafíos políticos, sociales y económicos. Igualmente facilita el equilibrio de poder -o la apariencia del mismo- así como la renovación y adaptación de sus estrategias, cargos o estructuras. 

Hasta ahí, el papel de la crítica en el seno las citadas formaciones o entre las mismas, como es el caso de la anterior coalición de gobierno o la reciente coalición electoral, se muestra fundamental; sin embargo, el propio Marx señalaba de necesidad de autocrítica para mejorar y superar las limitaciones existentes, pues la capacidad de autoreflexionar sobre acciones y políticas es esencial para su desarrollo y crecimiento. La autocrítica, o crítica interna, puede ayudar a identificar errores y deficiencias; a promover la mejora y el aprendizaje. El problema es que, tanto la crítica, como el debate y la autocrítica, deben realizarse internamente y sin grandes alaracas; sin dar carnaza a los medios esos medios de desinformación, dispuestos a presentar estas manifestaciones, como citamos, de salud democrática, en síntomas de enfermedad y debilidad.

¿Por qué airear continuamente desacuerdos y las desavenencias en las mencionadas coaliciones, que muestran esa imagen de debilidad tan cacareada por los medios? Va a resultar que el barniz democrático –y más: de democracia participativa– del grupo que lidero los sueños de la izquierda nacidos, o más bien renacidos, el 15 M, es solo un barniz que intenta cubrir dicho centralismo democrático, o simplemente centralismo, que antepone las marcas del partido o los nombres, a los intereses y la mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía, lo cual desmotiva a la misma y da combustible a la derecha, que estaba bien crecidita hasta el recuento electoral, convencida de su mayoría absoluta.

Marx señalaba de necesidad de autocrítica para mejorar y superar las limitaciones existentes, pues la capacidad de autoreflexionar es esencial para su desarrollo y crecimiento

Uno de los mayores problemas de Podemos es ese centralismo que ha ido acallando las voces críticas o al menos discrepantes con la “voz de su amo”, Pablo Iglesias, llevando al abandono de la formación a los propios cofundadores de la organización, Juan Carlos Monedero e Inigo Errejón, o la que fuera líder en Andalucía, Teresa Rodríguez, por citar solo algunos nombres. Ese centralismo es una manifestación de un mesianismo que ha estado a punto de acabar con el partido morado, pues, en el caso de no haberse coaligado con Sumar, estamos seguros, hubiera continuado la senda trazada por Ciudadanos, o una muy parecida. 

Analicemos en qué consiste dicho mesianismo, el cual es una actitud que atribuye a un líder o a un movimiento político la capacidad de resolver todos los problemas de la sociedad y de ofrecer una solución definitiva a los desafíos y dificultades que enfrenta el país. El mismo precisa de un líder carismático que se presente como indispensable para llevar a cabo las grandes transformaciones sociales, o “Asaltar el Cielo”, pues, como dijo ese líder en el célebre acto de Vistalegre el 18 de octubre de 2018: el cielo no se toma por consenso, el cielo se toma al asalto [i] . Solo Podemos es o era la verdadera izquierda y solo sus líderes, el líder carismático y los, o en este caso las, por él designadas están llamados a capitanear tamaña gesta: cambiar la sociedad. 

Es más bien un juego de egos y un afán de protagonismo reactivo a la autocrítica, dispuesto a culpabilizar a los otros de sus propios errores

Este mesianismo no responde no a la realidad ni a la estrategia política, en el sentido de ser necesario para la consecución de dichos avances sociales. Incluso, al contrario: es más bien un juego de egos y un afán de protagonismo reactivo a la autocrítica, dispuesto a culpabilizar a los otros de sus propios errores. Algo que ya puso de manifiesto Ione Belarra la misma noche del 23-J, al poco tiempo de finalizar el escrutinio: la estrategia de Yolanda Díaz no ha funcionado electoralmente, como si la pérdida de votos, y en consecuencia escaños, por parte de Unidas Podemos con relación a 2019, no tuviera nada que ver los errores cometidos por su propia organización.

Han pasado pocas semanas desde la fecha electoral y parece que fue hace muchísimo tiempo. Es cierto que la relajación veraniega y vacaciones, ayudan a capear la incertidumbre, siendo a la vez consecuencia de la prolongación de la misma en el tiempo; incertidumbre que aumenta al enteramos de lo siguiente: el PP presiona al PNV después que Vox aceptara no entrar en un supuesto gobierno presidido por Feijóo. 

Es por ello que en este punto nos planteamos: ¿qué hubiera pasado si la estrategia unitaria de la izquierda hubiera sido real desde el momento de platearse la alternativa Sumar? ¿Se hubiera recuperado la ilusión de aquel ya lejano 15-M? ¿Estaríamos en el mismo estado de incertidumbre...?


[i] Ver:  RIVERO A.:  Asaltar el cieloCuadernos de Pensamiento Político, nº 47 (julio/septiembre 2015), pp. 97-112

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