sábado. 27.04.2024
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El naufragio de la socialdemocracia del bienestar comenzó en la década de 1970, cuando declaró obsoletos el sindicalismo, la industria y la clase obrera, siguiendo el camino marcado por Margaret Thatcher de liquidar las Trade Unions. Aquí tenemos nuestra propia historia, 40 años retrasada, y comprimida en 20, de un PSOE que instituyó las pensiones y la seguridad social, y de unos sindicatos, que lucharon por asegurar el sistema de pensiones, y la caja de la seguridad social; ambos fueron amenazados por el virus neoliberal en los noventa y, ahora, otra vez en pie, buscan un nuevo Estatuto del Trabajo del siglo XXI. Hoy, cuando los sindicatos salen del sopor neoliberal, queremos reivindicar al maestro André Gorz de 1976, y su visión gradualista: “Hay que correr el riesgo, pues no hay otro camino. La toma insurreccional del poder está excluida, el esperar la ocasión conduce al movimiento obrero a la disgregación. La única línea posible para él consiste en conquistar desde ahora poderes que lo preparen para la dirección de la sociedad y le permitan, entretanto, controlar y orientar su evolución” (i).

La estrategia gradualista que facilita la unidad de la izquierda, tiene su meta común en la Democracia económica, como ampliación de la democracia a las instituciones privadas y públicas de la economía, que pasa por la cogestión. Esta última coincide, además, con la necesidad de tener sindicatos con poder de decisión y control sobre la dinámica de los empleos, frente a las amenazas de la trasformación digital y de la Inteligencia Artificial. Para esa estrategia, los sindicatos necesitan atraer a los expertos y profesionales, que tienen un interés directo en la administración de la tecnología y la innovación, y llevarlos a la alianza con el resto de los trabajadores. Para los trabajadores de oficio y de base, la cogestión supone la defensa del medio de vida u oficio, para proteger los contratos y garantizar la capacitación tecnológica; a los trabajadores del conocimiento les interesa el control de las inversiones tecnológicas, y el sindicalismo necesita consensos que superen la fragmentación actual de las clases asalariadas. Los sindicatos tienen necesidad de una nueva cultura laborista, inclusiva, que solo puede nacer de la cooperación en la empresa entre el trabajo y la ciencia aplicada. Es cierto que se trata de una minoría de trabajadores, pero marcará el futuro de los empleos industriales y el sindicalismo.

Los sindicatos tienen necesidad de una nueva cultura laborista, inclusiva, que solo puede nacer de la cooperación en la empresa entre el trabajo y la ciencia aplicada

La cultura del trabajo que nace de las experiencias de cooperación y auto responsabilidad en la gestión por procesos, trabajo en equipo y calidad, se forjó bajo la visión empresarial capitalista, y lleva a los sindicatos a la dependencia respecto a las estrategias competitivas de las empresas, es decir, al corporativismo (alemán o japonés). El problema no reside en el proceso participativo, sino en las prácticas de dirección de las personas, que utilizan los salarios cómo útil de gestión del proceso de trabajo; una práctica que va más allá de la correlación entre productividad y aprendizaje de las primas a destajo, negando la generalidad de los oficios, que constituye la base de los convenios de rama. Además, al centrar la retribución en lo específico de los procesos, sin buscarlo, confronta al sindicato con los técnicos y mandos intermedios, y sus rutinas de medición (ii).

La Cogestión educa a los trabajadores para la gestión de lo común

El eclipse del sindicalismo clasista tradicional ocurre en un escenario global, lleno de referencias y declaraciones solemnes sobre la responsabilidad de las empresas con su entorno y la sociedad, lo cual es un reconocimiento de la impotencia de los gobiernos para regular los mercados, cada día más condicionados por la concertación entre las corporaciones empresariales. La cogestión entraña un enfoque más democrático de la responsabilidad social de las empresas, como algo que debe ser definido por la sociedad y, especialmente por el entorno de cada organización, y por la propia compañía. Los más interesados son los trabajadores, pues la corresponsabilidad en las decisiones reequilibra las fuerzas sociales, para la negociación de las crisis que amenazan el trabajo. (iii)   

La cogestión no cambia la naturaleza competitiva de la empresa, como tampoco lo hacen el cooperativismo ni la autogestión, por lo menos en el horizonte de escenarios hoy en día al alcance de la inteligencia prospectiva humana. De ahí la importancia de la política para la economía, pues evita los elementos destructivos de la práctica empresarial mediante la regulación de los mercados, y favorece la inversión e innovación empresarial mediante el emprendimiento público. El sindicalismo tiene que aventurarse en ese terreno, pero con bagaje cultural y estrategia política para evitar ser abducidos por el corporativismo. En el contexto de los estados que regulan la competencia, la cogestión educaría a los trabajadores y sindicatos para intervenir en la orientación competitiva de la empresa, tanto para garantizar su viabilidad, cómo para desarrollar su compromiso con la dimensión social, en un entorno delimitado por las políticas reguladoras, que confronta las empresas con: la globalización; las apuestas políticas por lobbies tecnológicos; las corporaciones que regulan a sus proveedores y clientes; la externalización de actividades a mercados laborales no regulados, y la privatización de los bienes comunes del conocimiento por oligopolios tecnológicos.  “Unas fuerzas que varían de uno a otro sector y determinan la rentabilidad a largo plazo” y, con ello, las estrategias de las empresas. La cogestión, si está guiada por la tradición sindical sociopolítica, daría a las organizaciones laborales la oportunidad de intervenir en la legislación reguladora de los mercados, enfocándola hacia la concurrencia colaborativa y la solidaridad social.

Vivimos un contexto competitivo que favorece las prácticas corporativas sindicales, rompe la solidaridad entre los trabajadores y acelera la segmentación económica y cultural de los asalariados

Vivimos un contexto competitivo que favorece las prácticas corporativas sindicales, rompe la solidaridad entre los trabajadores y acelera la segmentación económica y cultural de los asalariados. Sin embargo, los cambios organizativos impulsados por la revolución digital, para que las cadenas de valor organicen los intercambios mercantiles, crean condiciones que pueden favorecer una competencia colaborativa entre las empresas, que sería la extensión natural al mercado de las formas de trabajo participativas. La estrategia colaborativa choca, sin embargo, con el capitalismo, que necesita apropiarse del proceso tecnológico para explotar financieramente las rentas monopolistas de la innovación (iv). En la era de la automatización y la Inteligencia Artificial, la base principal del beneficio es la explotación del conocimiento incorporado en el trabajo, que desplaza al productor directo y alienado.  Su integración organizativa se realiza mediante el diseño de los procesos de producción y aprendizaje de los trabajadores en cada centro concreto, y es la base de las competencias de la empresa. El proceso de adiestramiento aprovecha la organización informal, constituida por redes relacionales de individuos que se complementan y ayudan (v), y funcionan superpuestas a la propia red jerárquica de procedimientos y sistemas de información de la empresa. Del cultivo sindical de esas redes informales, apoyada en la cogestión, puede nacer la nueva cultura emancipadora.

El fortalecimiento del sindicalismo en las grandes empresas servirá, como ya lo hizo en el pasado, para crear una cultura democrática de las relaciones salariales en el conjunto de la sociedad, empoderando a los cuerpos de inspección y las magistraturas, para apoyar los esfuerzos de todos los grupos de trabajadores por erradicar las prácticas de explotación. Esfuerzos que ya son perceptibles, tras la reforma laboral, con las huelgas de mujeres y hombres empleados de hostelería, ciclistas repartidores de plataformas e, incluso, con la extensión de la contratación legal en trabajos de cuidados y del hogar. 

Excedente social, beneficio capitalista y bienes comunes

La empresa, por consiguiente, no pertenece solo los accionistas que se apropian de los beneficios, aunque legalmente aparezca como tal en la actualidad. La distribución mercantil del valor que observamos está directamente relacionada con la incertidumbre de los procesos de innovación, que los hace muy dependientes de los anticipos de capital, una circunstancia que favorece la posición negociadora de los inversores financieros. Pero, el aprendizaje que almacena la experiencia del trabajo de cada parte de la empresa supone un capital intelectual (de conocimientos y experiencia) que cada trabajador invierte en la mejora de los procedimientos y el expertismo del conjunto, el cual se traduce en una mayor eficiencia y calidad de la producción, y en la cercanía de la empresa a los mercados. Una inversión que debería reconocerse con la participación de los trabajadores en el beneficio, entendidos cómo ganancia social. Sin embargo, el resultado que se refleja en los beneficios del balance no reconoce esa participación, porque la contabilidad empresarial no recoge el capital de conocimientos, que aportan los trabajadores.

La cogestión es democracia económica, porque persigue poner en pie de igualdad las aportaciones financieras con las aportaciones del trabajo en el ámbito de las decisiones empresariales, es decir, de la administración. La cogestión paritaria, en empresas con tecnologías de proceso participativas adquirirá, con el tiempo, nuevas formas democráticas de distribución del poder dentro de la empresa. No podemos especular con hechos que aún están por venir, pero podemos razonar que las estructuras cooperativas de aprendizaje chocarán con la visión financiera de la distribución del beneficio empresarial, favoreciendo las coaliciones democráticas para proteger el patrimonio intelectual de la empresa, frente a la depredación financiera por los accionistas. La cogestión, además del aprendizaje en las técnicas de control y gestión, será una herramienta de educación sindical, para dotar de contenido a la coalición entre el trabajo y la tecnología, facilitando un control democrático del desarrollo de esta última, que garantice el futuro de la civilización humana.


(i) Gorz, André (1976) Estrategia Obrera y Neocapitalismo. Ediciones ERA S A, México.
(ii) Los técnicos diseñan y miden los procesos, son cada día más numerosos e impulsan la robotización, porque la empresa se regula por la maximización de los beneficios, pero tecnología y desaparición del trabajo no son sinónimos (iv).
(iii) Sara Lafuente: La cogestión empresarial: ¿Un paso hacia la democratización de las sociedades de capital? Publicaciones ETUI, pp. 9-14, Bruselas, 2018.
(iv) Mariana Mazzucato. El Valor de las Cosas. Editorial Taurus, Barcelona, 2019.
(v) El Capital Social, concepto asociado a la productividad relacional

Debate Sumar: sindicalismo y Estatuto del Trabajo S. XXI