sábado. 27.04.2024

Después de más de cien años no se puede decir que la revolución o el cambio radical del Sistema esté más cerca, al menos en los países desarrollados, y desde luego no en España. La derecha, aunque ha hecho algunas concesiones, mantiene sólidamente los resortes principales del poder económico, político y mediático; y, además, los ejerce de una manera mucho más discreta y “elegante” que antaño. Pero tal vez, uno de los problemas más graves de la izquierda no sea la fortaleza de su adversario, sino la sangría derivada de su ya tradicional división interna. La cual la debilita profundamente y la desacredita ante las "masas".

La izquierda alternativa, transformadora, radical o revolucionaria nunca ha ganado unas elecciones en este país ni tampoco en ningún país occidental. Cuando ha llegado al poder ha sido en coalición con otras fuerzas, generalmente con los socialistas; en España desde la Guerra Civil sólo lo ha hecho en esta legislatura. Dicho en otras palabras, electoralmente nunca ha conseguido un apoyo social masivo. 

Aun así, se ha permitido despreciar a la opción socialista; a pesar de que esta cuente regularmente con el apoyo de al menos 2/3 de esas "masas" que se pretenden “conquistar”. No obstante, su apelación a estas como si fuera la fuerza mayoritaria de la izquierda ha sido constante. Esa lucha insistente por lograr una influencia mayoritaria, o al menos importante, social y política, ha condicionado tradicionalmente su estrategia y la ha sumido en importantes contradicciones internas.

La búsqueda del apoyo social, y sobre todo electoral, se ha convertido en una obsesión a la que ha sacrificado esencias importantes y ha condicionado todas sus políticas. Para convencer y autoconvencerse de ese apoyo social ha intentado atraer a las "masas" en torno a aglutinantes de siglas, de toda índole: Coalición, Unión, Frente, Liga, Bloque, Alianza, Federación, Confederación, Plataforma, Polo, etc. etc. A cuál más grandilocuente, pero habitualmente con escasos militantes y partidarios; aquello de “Muchos jefes, y muy pocos indios”. El problema es que, si el experimento no funcionaba inmediatamente, se iniciaba su descomposición, y a veces aunque funcionara, y enseguida afloraban sus contradicciones internas.

Especialmente la de la falta de democracia interna. Su queja de la falsedad democrática del sistema burgués no se sostiene bien cuando internamente tampoco se respetan las decisiones tomadas democráticamente -el no aceptarlas o no cumplirlas, o el salirse de la organización, son formas diversas de boicot democrático-. Más grave aún ha sido la marginación o la expulsión de la disidencia. Pero es que la izquierda radical tiene un amplio historial de dogmatismo e intransigencia interna y externa, con purgas, exilios e incluso la eliminación física; no practicadas en nuestros lares, pero justificadas en otros. No se puede pretender tener credibilidad democrática cuando se reivindican en el sistema institucional valores que no son respetados en absoluto en el funcionamiento interno. 

En el caso español hemos logrado que haya más activistas fuera que dentro, más potenciales que reales, más “militancia” expectante que activa

Es bastante ridículo y llamativo que la obsesión dogmática por el enemigo interno y sus herejías, generen una agresividad comparable a la que se tiene respecto al peor de los adversarios externos. A menudo el cainismo ha generado luchas y persecuciones comparables a las mantenidas y sufridas con los enemigos políticos. ¿Estaban realmente justificadas? ¿Siempre? ¿Hay tantos “traidores” dentro? ¿O acaso tenemos un problema de intransigencia y de incoherencia interna a la hora de convivir políticamente en base a esos valores que pregonamos? Lo cierto es que a día de hoy en el caso español hemos logrado que haya más activistas fuera que dentro, más potenciales que reales, más “militancia” expectante que activa. Y todo ese precio se ha pagado para lograr reducidos grupos de puros, ortodoxos, fieles y bendecidos por la lucidez; mientras los “otros” iban a engrosar esas "masas" desorientadas, pero decepcionadas, que no comprenden la clarividencia de la Vanguardia. 

Todo ello a pesar de que paradójicamente a la hora de los programas la ideología ha difuminado mucho sus propuestas, aunque se haya revestido con una radicalidad en el tono; o a que otras veces nos hayamos dedicado a recoger cualquier propuesta de la calle sin filtro de ningún tipo o un mínimo análisis crítico. Han sido bandazos de ansiedad estratégica, que han llevado a la izquierda revolucionaria no sólo a no liderar a las "masas", sino a ir por detrás de ellas en sus reivindicaciones; y desde luego en Occidente desde los años 70 no han logrado arrastrarlas a procesos de movilización, salvo en ocasiones puntuales y nunca revolucionarias. 

Curiosamente a menudo las diferencias internas no son de gran calado ideológico, sino más bien de estrategia. Nadie o casi nadie, ha renunciado al ideal de una sociedad socialista, las disputas suelen venir más por el método: más parlamentario o más movilizador, más revolucionario o más reformista, más radical o más gradual, más democrático o más jerarquizado, etc. 

Sin embargo, aunque el objetivo sigue siendo en todos los casos llegar a una sociedad socialista más justa e igualitaria, en todos ellos casi no se habla de medidas socialistas, ni de gestión colectiva, ni de planificación; es decir, las diferencias son más de tono, más o menos radical, que de profundidad y grado de transformación. A pesar de ello, la intransigencia y la virulencia de los que siguen militando, suele situar rápidamente al compañero discrepante como traidor, a un nivel similar al del enemigo de clase. 

Tampoco suele haber diferencias notables ni en los análisis ni en las autocríticas, generalmente escasas y superficiales. Aun así, las posiciones críticas, bienintencionadas o no, suelen ser “sospechosas”. Este enfrentamiento cainita es una de las razones principales por la que las "masas" no confían en la izquierda alternativa. A pesar de otros gestos, le da una imagen de intolerancia y sectarismo, que provoca que no sea fiable como gestor de las libertades y los derechos democráticos quien ni siquiera es capaz de practicarlos en su propia casa. 

Mientras la izquierda, en la dirección o en la oposición, no sea capaz de mantener un modelo de debate y convivencia democrática, de respeto y colaboración entre sus diferentes corrientes o visiones nunca logrará ganarse el respeto de las "masas" por las que lucha y que reiteradamente le vuelven la espalda, y no será para estas un instrumento real de cambio. Ningún análisis, enfoque, alternativa o idea por maravillosa que pueda parecer logrará hacerle recuperar la credibilidad y revertir esta tendencia. Y lo que es peor, en el fondo estará traicionando ella misma el sentido más profundo de los valores que dice defender. 

El cáncer de la izquierda: la división interna