jueves. 09.05.2024

La patronal (1)

NUEVATRIBUNA.ES -14.12.2009Al llamar así a las asociaciones de empresarios, el viejo sindicalismo de clase destacaba sobre otros rasgos que expresan la conflictiva relación entre el capital y el trabajo, el del dominio del segundo por el primero.
NUEVATRIBUNA.ES -14.12.2009

Al llamar así a las asociaciones de empresarios, el viejo sindicalismo de clase destacaba sobre otros rasgos que expresan la conflictiva relación entre el capital y el trabajo, el del dominio del segundo por el primero.

El patrón es el que manda, el que tiene el poder en la empresa: es quien decide y detenta la autoridad para organizar la producción, que reposa en la jerarquía, en el orden impuesto por los poseedores del capital o por sus gestores, pues la unión de capital y de fuerza de trabajo para generar riqueza no es libre ni igualitaria, ni equitativa a la hora de repartir sus costes y ganancias.

La vieja denominación alude a la oposición de intereses en la organización y fines de la producción y en el reparto del excedente, expresado en la pugna entre el salario de los trabajadores y el beneficio empresarial, pero también a la condición socialmente subordinada de los trabajadores, pues las sociedades modernas, capitalistas, se han ido configurando según las necesidades del capital.

Las asociaciones obreras y los sindicatos fueron desafíos, frenos al poder patronal, al tratar de modificar una correlación de fuerzas desfavorable a los trabajadores, por ello fueron largo tiempo prohibidos, y en muchos lugares aún lo están, pues el capital aspira a mandar sin hallar resistencia.

Estas ideas han perdido fuerza y quedado fuera del lenguaje habitual. Hoy, erosionada la estructura protectora del Estado del Bienestar, se acepta como conveniente, e incluso como democrática, la general subordinación del trabajo al capital. Los empresarios han dejado de ser los antiguos explotadores de mano de obra barata y son encomiados emprendedores, que abordan, con riesgo de su dinero, actividades económicas de las que esperan obtener un legítimo beneficio y el reconocimiento social: son los que crean riqueza y, por tanto, empleo, en tanto que el Gobierno crea paro, como si el despido fuera obligatorio. Mientras, los sindicatos son denigrados, acusados de mantener nutridas burocracias con dinero público y de sostener posturas inflexibles suscitadas por añejas ideologías.

Pero no conviene olvidar que los empresarios quieren imponer una reforma que les deje las manos más libres para salir de la crisis cargando sus costes sobre los trabajadores; es decir, aumentar su poder. Quieren salir fortalecidos de la crisis que ellos, no los trabajadores, han provocado. Eluden su responsabilidad en este desastre, pero en cambio reclaman más poder y ayudas por parte del Estado.

De momento, los dos grandes sindicatos -CC.OO. y UGT- han dicho que no y han sacado a la calle miles de trabajadores para demostrar su oposición a tal reforma. Ojalá les dure esa determinación.

Francisco Javier Vivas es escritor.

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