jueves. 02.05.2024
feminismo

Con el nombramiento ad hoc de Elizabeth Duval como portavoz de Feminismo (y todo lo que sigue) de Sumar, Yolanda Díaz zarandeó las esperanzas de mucha gente que se considera feminista. Es mi caso pero también el de mi joven amiga y colega Andrea Gutiérrez, psicóloga especialista en violencia sexual, quien por cierto acaba de ganar su plaza de profesora universitaria indefinida, en lo que supone el reconocimiento a una trayectoria trazada impecablemente entre dolores de regla, embarazos y crianzas, por citar sólo obstáculos visibles que aparecen, por mucho que lo obvien quienes lo fían todo a la libre competencia, en esos momentos trascendentales del ciclo vital en que las carreras se consolidan, se desvían, se diversifican.

Andrea, que combina a la perfección actividad académica y compromiso político pero que no tiene tiempo para politiqueos ni estómago para el glamour que envuelve a los órganos de poder, me llamaba desangelada frente a la ristra de papeletas que le había llegado por correo, confesándome con su dulzura norteña que no tenía a quién votar.

Las respuestas en Twitter a la difusión del nombramiento y las reacciones en forma de comentario en los medios digitales de izquierdas que se hacían eco del mismo, pueden comprobarlo por sus propios medios, ponen de manifiesto que el caso de Andrea no es en absoluto anecdótico. Obviamente, cuando se trata de proponer y no de conservar, de ahí que hayamos gente en la izquierda que se siente cómoda en la confrontación, agradar a todo el mundo no es ni posible ni deseable. Otra cosa muy distinta es plantar de portavoz a alguien que tus votantes potenciales en buen número no identifican con el título de la portavocía.  

Por no andarme con rodeos, me encuentro entre quienes se decantaron por otra opción desde el mismo anuncio del dedazo, teniendo que resolver con celeridad el entuerto de qué hacer con el derecho al voto. Como sucede a veces en el amor, ha sido de esas cosas que te imaginas que pueden pasar, aunque a la vez pienses que no son posibles. Por ello cuando pasan te embarga una ambigüedad bucólica no muy agradable que frenas tomando como un resorte una decisión, que no es sino la prueba de que, en realidad, te habías hecho ya perfectamente a la idea.

En efecto, la presencia geométricamente progresiva de la precoz Duval en medios progres desde hacía un tiempo tenía ese tufillo que sólo desprenden las ascensiones programadas de la por así llamarla Iglesia Izquierdista, tan orquestada ella para aquellos propósitos que merecen quedar fraguados entre bastidores. Sin necesidad de pensar mal para acertar, tamaño consenso sólo podía traducirse en su desembarco en una coalición tan matemática como Sumar. Desde luego, la susodicha había comenzado a sumar méritos. Sus celebradas actuaciones en las que parecía gustarse atizando a Podemos, y no sólo desde el púlpito de ese mártir de la deontología periodística apellidado en parte Ferreras, nos daban pistas, todavía difíciles de ordenar para toda persona ajena a los círculos de aspirantes habituales, a quienes padecemos la política desde la inocente ingenuidad académica.

Pero pronto lo adivinaríamos todo, en realidad la lectura no puede ser más infantil. Ya con Ciudadanos cerrado por defunción, cualquiera diría que el problema estaba en pautar las propiedades conmutativas de la adición en ciernes: primero pones a Podemos de rodillas frente a su militancia, luego vetas a su cabeza visible (por aclarar el uso del singular, Belarra es más bien una especie de diosa, en el sentido en que tienes que tener fe en su existencia aunque no seas capaz de verla; respecto a Iglesias, ya sabemos que anda totalmente retirado de la política), y una vez el partido en el bote de las propinas le aplicas la eutanasia, es decir Duval, con una sonrisa y muchas palmitas.

Que nadie confunda mis palabras con un alegato en favor de Podemos. Por centrarme exclusivamente en Igualdad, pienso que la elección de Montero como ministra sirvió para confirmar la deriva de Iglesias por confundir su proyecto personal con el político, eligiendo además el ministerio más delicado para ello. Por otro lado, de acuerdo con muchas otras feministas, creo que la Ley del “Sólo sí es sí” pende en exclusiva de algo tan manipulable y maleable como el consentimiento, sobre todo considero un error trasladarlo como valor absoluto a la racionalidad que presupone una ley: precisamente el consentimiento se juega en otro tipo de políticas, las emocionales, que se sustentan en otro tipo de normas que todo el mundo conoce y frente a las que se posiciona, a pesar de que suelen ser alegales (a ver quién legisla quién hace de chófer habitual en una familia con miembros mayores de edad de ambos sexos, o quién tiene que dar el primer paso en una relación heterosexual).

Esto que expongo, en cualquier caso, no deja de ser una opinión: Montero fue puesta ahí para tomar decisiones y desde luego las ha tomado, logrando elevar a las políticas de igualdad hasta el nivel de prioritarias y asumiendo un papel preponderante en esta coalición que ha dignificado nuestra precaria democracia. Desconcertantemente, esto es lo que parece ignorar Díaz, habiendo sido ministra (extraordinaria) de ese mismo gobierno y presentándose con un merecido aval como articuladora de la unidad.

Porque sumar puede ser muy fácil cuando lo que se tiene enfrente es una versión estable del ente enemigo, como es sin duda el caso, pues esta estabilidad se convierte en una oportunidad para negarlo desde distintos ángulos, definiendo cada uno de ellos las distintas posiciones susceptibles de convertirse en sumandos. Por descontado, este ente enemigo no es otro que la derecha española en su evidente desprecio por la democracia, desprecio que su partido principal, el PP, ha exhibido en período democrático (en periodo preconstitucional funcionaban bajo otras siglas) y que le ha servido para afirmar, reforzar, remachar, su impunidad.

Los ejemplos, de sobra conocidos, compiten en obscenidad: mercadeo con víctimas del terrorismo, actitudes criminales en guerras como la de Irak, desconsideración por lo público ejemplificada en 27 casos de corrupción que deberán ser juzgados por la Audiencia Nacional hasta 2025, 7291 fallecimientos sin explicación en residencias de personas mayores de la Comunidad de Madrid, 5 años de bloqueo del Consejo General del Poder Judicial. En la oposición incluso se han superado: suena mal decirlo, y en lo personal es difícil de gestionar sin el aparato protector de una bien engrasada doble moral católica, pero uno se los ha imaginado celebrando asesinatos de ETA o fallecimientos por COVID.

Personajes de despótica mediocridad como Aznar, Fernández-Díaz, Rato o Ayuso se ajustan con tal precisión a la definición de infamia, que uno pagaría por saber qué tienen preparado para contarle a San Pedro llegado el momento en que éste les reciba llavero en mano. Mas difícil de adivinar es el tipo de psicopatía que les lleva a creer, también a sus votantes, que aman a la nación que saquean y suicidan, cuya inteligencia desprecian.

Por su parte, el futurible Feijóo aspira a ser reconocido como uno más, para lo cual se ha decantado por devaluar la desfachatez y humillar un poquito más a sus fieles votantes: más allá de sus antidemocráticos embustes (¿no podría la Junta Electoral Central poner algunos límites?), calumniar a un presidente legítimo por el uso del avión presidencial habiendo estampas a todo color de cómo se las gastaba el bueno de Núñez en el barquito del narco es algo que sólo puede resolverse con exabruptos descriptivos, lo que dejo constancia que no haré para evitar que se me aplique la ley mordaza.

La pasada noche, Yolanda Díaz replicó como ella sabe al representante de la derecha compareciente en el debate. Lástima que no entendiera desde el principio al feminismo como herramienta para combatir a la derecha antidemocrática (lo de “antidemocrática” es un pleonasmo). En realidad, era tan sencillo como la respuesta que dio la brillante Noor Ammar Lamarty a Duval pocos días después de su nombramiento: “El feminismo es el epicentro de la democracia”.  

Así pues, lo de “quienes están abajo contra quienes quedan arriba” estuvo muy bien para romper el hielo, y todavía tiene vigencia como grafiti en baño de instituto público. Pero en España, ha llegado el momento de dejar de poner mejillas y comienza a hacerse necesario señalar con el dedo a quienes representan una amenaza para la democracia. Para eso ha nacido el feminismo, y por eso Sumar tendría que haber logrado desde el principio atraer a mujeres como Andrea y Ammar. Queda poco, pero todavía hay tiempo para rectificar.

Mientras ello se resuelve, me reservo el derecho a emplear la que es para mí la única solución viable a día de hoy:  traducir el derecho al voto en deber de votar útil.

Ramón González-Piñal Pacheco, Sciences Po – Universidad de Estrasburgo

¿A quién puede votar el feminismo?