domingo. 28.04.2024

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Desde que empezamos a viajar al Reino Unido con cierta frecuencia -es nuestro destino favorito- nos hemos vuelto un poco más cutres, algo así como los nuevos ricos que están deseando enseñar su casa a las visitas para que gocen de nuestro esplendor material y puedan comprobar sin intermediarios que Dios está de nuestro lado. En un país con cuatro idiomas oficiales y varios dialectos con personalidad propia, la invasión del idioma inglés, que es el del imperio, está llegando a un extremo tal que resulta casi imposible escuchar una conversación ilustrada o no sin que se introduzcan varios vocablos o frases hechas en esa lengua. Pero la cosa va más lejos, en muchas empresas, sobre todo las medianas y grandes, sólo está permitido hablar inglés en los consejos de administración y la mayoría de publicaciones universitarias que salen de las universidades españolas han de escribirse en idioma yanqui porque la mayoría de revistas indexadas son de esa naturaleza. Es decir, no sólo estamos sufriendo una invasión idiomática sin precedentes y con todo nuestro alborozo, sino que estamos siendo colonizados cultural y sociológicamente. Un idioma es una forma de pensar, sobre todo cuando se trata de la lengua de la metrópoli, que no sólo implica la utilización de palabras de ese origen, sino que al final termina por condicionar nuestra forma de ser, de estar y de pensar, pero sobre todo, de comprar, que es de lo que se trata.

No sólo estamos sufriendo una invasión idiomática sin precedentes y con todo nuestro alborozo, sino que estamos siendo colonizados cultural y sociológicamente

La otra noche, insomne como tantas otras, enchufé la radio para relajarme o yo que sé para qué. Me importaba poco el programa, sólo quería oír voces humanas y si hablaban de algo interesante, mejor. No, no fue así, desde el primer momento los locutores gritaban entusiasmados con lo que empezaba a suceder en un evento deportivo celebrado en Nevada y que tiene una antigüedad de poco más de cinco décadas. Hablaban de yardas, de alitas de pollo rebozadas que comen los espectadores por millones, del acontecimiento deportivo más grande de todos los tiempos, de la feria que se monta en la entrada al estadio con algodón dulce, manzanas caramelizadas, crema de helado, manteca de cacahuete, tacos, pollo barbacoa, bacon, salchichas y otros productos porcinos. Era algo así como la feria de mi pueblo de hace cincuenta años pero con miles de automóviles y miles de personas ataviadas con gorra con la visera hacia atrás y camisetas con el nombre de un ídolo y números enormes. Según parece la final de la Super Bowl es la celebración más grande de los Estados Unidos de Norteamérica tras el Día de Acción de Gracias que da comienzo a la Navidad, el día que más pollo se come, que más cerveza se traga, que más televisión se ve y que más símbolos patrióticos se venden, banderas, escarapelas, pines, bufandas, guantes, gorros y elementos belicistas. Sin duda, estamos hablando de uno de los mayores festivales mundiales de lo hortera, con permiso del Festival de Eurovisión, que cada año que pasa nos demuestra que el mal gusto se está abriendo camino a pasos agigantados entre amplias capas de la población española y europea. Otro signo más de los tiempos.

Estamos hablando de uno de los mayores festivales mundiales de lo hortera [Super Bowl], con permiso del Festival de Eurovisión

Un día de finales de noviembre, creo que lo conté en otro artículo, caminaba por una conocida calle de Alicante que ha prosperado mucho en los últimos años gracias a la presencia cada vez mayor de pequeños restaurantes donde generalmente se come bien. En uno de ellos, con nombre anglosajón, anunciaban que ya tenían preparado el menú de Acción de Gracias. Incrédulo, lo miré varias veces, pasé dentro y cogí la carta. En efecto, no era una alucinación ni fruto de una visión defectuosa, pavo al horno relleno de pistachos, cebolla, mantequilla, maíz, bacon, salvia y nueces, acompañado por verduras asadas. De postre, tarta de arándanos. Perplejo, continué paseando, a los pocos metros encontré otro que también ofrecía la misma posibilidad, la de degustar uno de los principales manjares de la cocina yanqui y, sobre todo, la de sentir el placer de ser un yanqui, de estar integrado dentro de los cánones exigidos por el imperio a todo buen ciudadano. Al parecer es otra costumbre absolutamente ajena que tratan de imponernos mientras las nuestras se diluyen o quedan en manos de integristas que las convierten en banderas de una batalla perdida. Sentí pena por los pavos, como después por los pollos que se habían quedado sin alas tras la final de la Super Bowl, un acontecimiento que nada tiene que ver con mi país, con ninguno de sus territorios, ni con mi costumbre ni con mis apetencias, pero que están dispuestos a introducirlo entre nosotros para que dentro de unos años lo sintamos como una de nuestras señas de identidad más notorias. Así lo han visto Díaz Ayuso, su ayudante de cámara en el Ayuntamiento de Madrid y su jefe Florentino Pérez, en cuyo estadio renovado se celebrará un partido de fútbol americano por lo que pueda pasar.

La Super Bowl que quieren meternos como sea es un paso más hacia la uniformidad global que siempre han pretendido los países colonizadores sobre las colonias

Pienso que es magnífico, siempre sin desmesuras, recobrar costumbres y tradiciones, sobre todo rurales, que la apisonadora urbanita ha ido arrinconando hasta casi hacerlas desaparecer. Gracias a los hombres hay grupos minoritarios de personas por todo el país que se están encargando desde hace tiempo de ese menester tan importante para mantener vivas nuestras raíces. Sin embargo, desde la aparición de internet y las redes sociales estamos siendo sometidos a un proceso de aculturización que amenaza con transformarnos en un erial mientras se reivindican hechos diferenciales sin cuidado. Me parece perfecto que cada vez más españoles hablen inglés, que viajen al Reino Unido o a la metropoli para mejorar sus conocimientos, pero un idioma es un instrumento del saber, no un objetivo en sí mismo. Si seguimos sometidos a formas de pensar que nos son totalmente ajenas, si disfrutamos como el niño con zapatos nuevos con todas las bobadas, estupideces y mamarrachadas que exporta Estados Unidos, al final terminaremos despareciendo como país, como comunidad, como proyecto de presente y de futuro. Estados Unidos es un inmenso y hermosísimo país, pero un país que ni siquiera ha sido capaz de crear en más de dos siglos y con toda la riqueza del mundo un sistema de Seguridad Social, es un país que mata en cualquier lugar del mundo, que ahora mismo sostiene las matanzas brutales que Israel perpetra en Palestina, que tiene las tasas de desigualdad más disparatadas del mundo, que carece de piedad, que ignora que significa la palabra solidaridad y que se defeca cotidianamente en los derechos humanos fundamentales. La Super Bowl que quieren meternos como sea es un paso más hacia la uniformidad global que siempre han pretendido los países colonizadores sobre las colonias y nosotros, de seguir tal como vamos, nos estamos comportando como una verdadera colonia por muchas banderas que enarbolen en calles, plazas y balcones de edificios oficiales. Las colonias no tienen derecho a voz ni a voto, sólo a tragar y pagar. A la nada.

La Super Bowl y la nada