viernes. 03.05.2024
Franco Battiato

Semblanzas | EDUARDO LAPORTE

En 1969, Franco Battiato se presenta a un concurso radiofónico, Un disco per l’estate, y mientras guarda fila antes de comenzar su actuación se siente mal de una manera grave. «Me sentí a disgusto de un modo exagerado. […] Asumí que algo no cuadraba». Le tocaba interpretar una canción melosa, muy del gusto más conservador y comercial de la época, Bella Ragazza. Antes, había logrado con È l’amore su primer éxito comercial, el que le ponía en el mapa como cantante. ¡El sueño empezaba a cumplirse! 

Pero no. Porque Battiato no quería solo el éxito, aspiraba, quizá sin saberlo todavía, a un’ altra vita, y lo que vino después fue una crisis profundísima que lo llevó a bajar del tren en marcha en el que otros muchos habrían seguido, a pesar de todo. He ahí el primer éxito de Battiato, el triunfo de un veinteañero dispuesto a todo con tal de cumplir su destino, excepto convertirse en otro. 

Tras un periodo en que se plantea el suicidio, en que llega a dormir en el sueño, en que no sabe cómo salir de esa angustia que le ennegrece el alma, abrazará la meditación, la lectura de los textos sagrados, la música culta y comienza a construirse su monasterio interior. Su particular ruta en diagonal hasta encontrar su centro de gravedad más o menos permanente: la vía Battiato. 

Conocido en España sobre todo por éxitos como Yo quiero verte danzar o Centro de gravedad permanente, su verdadero legado tendría que ver con esa conquista de su propio yo: la vía Battiato

Un nostos particular en el que no todos se atreven a embarcarse. «Llegar a ser quien eres», decía Nietzsche, en el fondo optimista, sobre el destino último de cada nosotros. «Atender nuestro propósito cósmico», le podría replicar un Gurdjieff que inspiró al Battiato que buscó su centro de gravedad permanente. O, como dice Anna Caballé, experta en biografías, buscar el «ser trabajado», ese que hace que los libros de vidas ajenas sean interesantes. 

Cuando me propuse escribir una biografía sobre mi ídolo musical, temía que no se cumplieran las advertencias de Caballé. Que no hubiera interés más allá de unas anécdotas musicales para groupies, o el desglose de unos gustos exóticos por la meditación, la vida contemplativa y la evocación de los derviches en sus bailes giróvagos sin fin. Porque conocía la obra, pero no tanto la vida de un artista que, como después descubriría felizmente, sí tenía biografía: había atravesado su particular noche oscura del alma. 

Una larga noche, con sus destellos y desvelos, que se habría prolongado desde su llegada a Milán desde Sicilia, un nebuloso diciembre de 1964, hasta el lanzamiento del disco que le llevó al más interplanetario de los éxitos, La voce del padrone, en septiembre de 1981.

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Entretanto, la conversión de Francesco (como fue bautizado en la pila bautismal) en Franco, como le sugirió el productor Giorgio Gaber por tener más fuerza. Y un abandono de la torre (evocada en una de sus primeras canciones, La torre), de la atalaya, un adiós a la carrera musical más impersonal y capitalista, una travesía por la experimentación musical pegado al sintetizado VCS3, un rechazo a los personajes punks que diversos productores querían que encarnara, un portazo a la música ligera. Y la inmersión en la meditación como refugio de un mundo hostil y fragmentado, en los textos sagrados, en el aprendizaje del árabe, en la instrucción en el violín, en la música académica, en los talentos complementarios, como el de Giusto Pio, hasta la producción de un disco, no muy brillante, pero que lanzaba un aviso: llevaba su nombre. 

En 1977, quien fuera Francesco Battiato, con apenas treinta dos años, se prepara, con la publicación de Battiato (Dischi Ricordi) a ser quién es. Aún tendrá una última tentación de remoloneo identitario, ya que está tan fascinado por el estudio del árabe en el Instituto Bourguiba de Túnez que se plantea seguir su peregrinaje en la línea errada, aunque seguirá verso il mio destino (como canta en Fetus, el primer álbum de su etapa experimental). 

Hace caso a su luz interior, aquella que defendía George Harrison en su canción así llamada, y en 1981 consigue un doble éxito, el exterior y el profundo, el público y el íntimo. No perdió la cabeza al convertirse en el músico más vendido en Italia porque ya se había construido por dentro, había edificado su centro de gravedad permanente, una columna vertebral interior que le llevaría a disfrutar de cuatro décadas más de vida sin biografía, pero sí con obras celebradas por el público y con la plenitud que da llevar una vida realizada, plena. El ser trabajado.

Conocido en España sobre todo por éxitos como Yo quiero verte danzar o Centro de gravedad permanente, su verdadero legado tendría que ver con esa conquista de su propio yo: la vía Battiato. Con ese viaje hacia la luz propia y ajena, al alba dentro de las sombras que, a dos años de su muerte, deberíamos alumbrar de nuevo, como ese volcán siciliano que nos regala sus chispas de fuego.

 

OIP (1)
Eduardo Laporte es autor de En presencia de Battiato (Sílex) 

 

La vía Battiato o la conquista del yo