domingo. 28.04.2024
Fachada de la Biblioteca de Alejandría
Fachada de la Biblioteca de Alejandría

Adoro las biografías y la novela histórica. Son dos géneros muy entretenidos que te hacen cobrar interés por una época determinada y los avatares que condicionan el devenir histórico. Una excelente vía para escalar hasta ciertas cumbres a las que resultaría mucho más fatigoso acceder de otro modo. La mejor manera de retener fechas y acontecimientos es asociarlos con una trama personal o colectiva. Esto lo sabe hacer a las mil maravillas Juan Eslava Galán, quien comunica con un estilo muy ameno unas crónicas bien documentadas. Citemos vg. La tentación del Caudillo Enciclopedia nazi.

Esta literatura se presenta en ocasiones bajo el formato de novela negra y no faltan las novelas policiacas que recrean con mucho tino el ambiente político-social de momentos históricos clave. Así lo hace Philip Kerr en la saga protagonizada por el comisario Berni Gunter e iniciada con una Trilogía berlinesa cuyo éxito le hizo escribir once títulos más. El hechizante Berlín de los años veinte también lo recrea Volker Kutscher, cuya obra inspira la serie televisiva Babylone Berlin, muy recomendable para conocer las convulsiones políticas y sociales que padeció la República de Weimar en pleno ascenso del nazismo. Un tema que bordan también Una princesa en Berlín, de Arthur Solmssen, o ese Adiós a Berlín de Christopher Isherwood que inspira película Cabaret.

Nuestra identidad personal se va construyendo por medio de relatos. Los cuentos de la infancia, las películas y los libros que nos causan una u otra impresión

Stefan Zweig, el biógrafo por antonomasia, nos legó un sinfín de biografías al uso, pero también la biografía de una generación, la suya, que vio transformarse a Europa: El mundo de ayer. Las autobiografías también constituyen amenas fuentes históricas cuando están bien escritas, como sucede con La historia de San Michele de Axel Munthe, las memorias de un médico que decidió vivir en Capri. Jean-Jacques Rousseau nos regaló Las confesiones, un escrito autobiográfico que se ve complementado con las Ensoñaciones de un paseante solitario. Esta obra de Rousseau causó tanto revuelo entre sus antiguos amigos que Denis DiderotMelchor Grimm y Louise d’Epinay llegaron a redactar unas Contra-confesiones, título con que ha editado Elisabeth Badinter las Memorias de Madame de Montbtillant. Las relaciones personales y las desavenencias de quienes protagonizaron la Ilustración son fundamentales para comprender mejor su pensamiento. Porque las ideas, antes de formar parte del acervo cultural colectivo y quedar integradas en el imaginario común, se gestan en personas de carne y hueso condicionadas por sus circunstancias particulares. Por eso resultan muy útiles las biografías dedicadas a quienes jalonan la historia del pensamiento. 

Los libros de Rüdiger Safranski nos familiarizan con Goethe, Schiller, Nietzsche o Heidegger, entre otros, mereciendo una mención especial su primerizo Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Esta es la referencia modélica que tuve presente cuando Manuel Cruz me invitó a participar en una colección editada por El País, llamada Descubrir la filosofía, que luego recorrió medio mundo distribuida en los quioscos de prensa y que, a tal efecto, se tradujo al italiano, al polaco, al portugués y al griego. Esa invitación es lo que me hizo escribir Rousseau: La política hace al ser humano “tal como es” y Voltaire: la ironía contra el fanatismo, queriendo emular a Safranski.

Nuestra identidad personal se va construyendo por medio de relatos. Los cuentos de la infancia, las películas y los libros que nos causan una u otra impresión con arreglo a nuestra experiencia vital cuando volvemos a verlas o a releerlos, la mitología laica o religiosa que conocemos directa o mediatamente, la música que disfrutamos, las charlas que mantenemos, en suma, todo cuanto forma parte de nuestro patrimonio cultural y cincela nuestra naturaleza eminentemente simbólica. Merced a todo ello interpretamos el mundo de una determinada manera y configuramos la imagen que vamos teniendo de nosotros mismos. Las historias que contamos, nos cuentan y nos contamos hacen que abriguemos unas u otras creencias, además de adoptar tales o cuales costumbres, además de modular nuestra tonalidad vital.

Desconocer la historia es condenarse a repetirla, reproduciendo las tragedias bajo la forma de farsas, al decir de Shakespeare

Al igual que la etimología nos permite captar el pleno sentido de una palabra, remontar el caudal de las ideas hasta sus fuentes primigenias nos facilita entender la gestación y la evolución que hayan podido tener nuestras convicciones más hondas. Desconocer la historia es condenarse a repetirla, reproduciendo las tragedias bajo la forma de farsas, al decir de Shakespeare. Tengo para mi que acercarse a ella entreteniéndose al mismo tiempo es un quehacer imprescindible. 

No deberíamos despreciar los escritos divulgativos cuando están bien documentados. Cumplen con la doble misión de informarnos y formarnos. La condición es que lo hagan sin caer en un exacerbado proselitismo, aunque por supuesto no abdiquen de dar su propio enfoque a lo narrado. Si no han leído todavía La aventura equinoccial de Lope de Aguirre de Ramón J. Sender o Bomarzo de Manuel Mujica Laínez, tienen dos buenas lecturas para este verano. La segunda puede incrementar las ganas de revisitar Italia con otra mirada. Después de todo, Goethe no hubiera sido el mismo sin su Viaje a Italia.

Mientras cumplía su condena en la berlinesa prisión de Spandau, Albert Speer, el arquitecto al que Hitler encargó diseñar Germania, la nueva capital que debía sustituir a Berlín, pero que acabó sirviéndole como Ministro de Armamento y Producción de Guerra durante la Segunda Guerra Mundial, aprovecha para escribir sus Memorias. En ellas reconoce que se lamenta no haber leído antes al filósofo kantiano y de origen judío Ernst Cassirer, puesto que, de haberlo hecho, no habría seguido al Führer tan obediente y acríticamente como lo hizo. En 1933 los nazis quemaron libros de autores judíos como Marx o Freud. En el memorial que conmemora esa quema, una biblioteca con sus anaqueles vacíos de libros, hay una cita del poeta Heinrich Heine: “Allí donde se queman libros, acaba quemándose a las personas”. 

Parece obvio que los libros nos hacen más libres y menos manipulables, pace Speer, íntimo amigo de Adolf Hitler, en cuyas Memorias leemos lo siguiente: “Estaba completamente cautivado por Hitler, atrapado por él incondicionalmente, sin poderme liberar; habría estado dispuesto a seguirle a todas partes. Décadas después leí, en la prisión de Spandau, las palabras de Cassirer sobre los hombres que por propia iniciativa desdeñan el mayor privilegio del ser humano, el de ser dueños de sí mismos”.

Los relatos de nuestra vida