domingo. 28.04.2024
Friedrishshain
Friedrishshain

La cosa no viene de ahora ciertamente. Berlín compitió con París para ser capital de la diversión en los años veinte del siglo pasado y se llevó el gato agua. Las circunstancias económicas eran desastrosas y los terremotos políticos registraban una intensidad inusitada. Tras la Gran Guerra y sus masacres para conquistar una pequeña franja de terreno, como cuenta Stanley Kubrick en “Senderos de Gloria”, había muchas ganas de vivir y cundía el principio de aprovechar cada instante por si acaso. En los mercadillos berlineses circulan aquellos billetes de una hiperinflación nunca igualada. Se imprimían por una sola cara y los miles de millones no mantenían su valor al atardecer del mismo día. Lean por favor “Una princesa en Berlín”, donde un estadounidense con cien dólares deviene multimillonario al cambio en los aledaños del desastre bursátil neoyorquino.

También fue un polo de atracción para la ciencia más vanguardista. Los grandes físicos de la época estuvieron allí, desde Einstein a Oppenheimer, como bien sabían los aliados, que se beneficiaron del prejuicio nazi contra la inteligencia judía. Por otra parte siempre fue un hervidero cultural para intelectuales y artistas. Cuando un arqueólogo alemán descubrió los restos del altar de Pérgamo, conservados porque habían sido utilizados por los vecinos para hacer sus viviendas, lo reconstruyó y se hizo un museo expresamente para cobijarlo. Su extraño destino le hace albergar ahora dos bibliotecas nacionales, tres operas y otra tantas bibliotecas universitarias, al haber quedado escindida por el Muro entre 1961 y 1989.

Su extraño destino le hace albergar ahora dos bibliotecas nacionales, tres operas y otra tantas bibliotecas universitarias, al haber quedado escindida por el Muro entre 1961 y 1989

Cabe visitar la casa de Bertolt Brecht, junto al cementerio donde reposan los restos de Hegel y Heinrich Mann. En su estudio, junto a cada ventana, tenía una máquina de escribir donde dejaba el folio en camino y un cenicero con su habano. Las otras mesas tienen idéntico equipamiento para poder trabajar en varias obras a la vez. En realidad no se puede dar un paso sin toparse con acontecimientos históricos. Ahí está por ejemplo el memorial a la quema de libros del año 1933, con esa biblioteca cuyos anaqueles pintados de blanco vemos absolutamente vacíos. Una cita de Heine nos recuerda que allí donde se queman libros acaban quemándose también a las personas. Vean por cierto el documental titulados “Palabras para un fin del mundo”, donde se recoge la versión hispana de tales hogueras.

Afortunadamente, los alrededores de Berlín alguien ofreciéndonos espacios naturales muy acogedores. Pasear por la ribera de sus lagos es algo que debería verse imitado en otras capitales europeas donde las zonas verdes brillan por su ausencia. La oferta gastronómica no puede ser más variada, siempre que no se busque cocina local. Hay restaurantes con mucho sabor y un ambiente muy acogedor. Barrios residenciales perfectamente conservados con casas modernistas como Friedenau. No faltan bares con estilo alternativo y locales que se asocian a todo tipo de fantasías erótico-festivas. Conciertos los hay de todas clases y géneros. No faltan los partidarios de bailar salsa que se reúnen donde se vean convocados ese mismo día.

Berlín ha sido el epicentro de los grandes acontecimientos históricos del Siglo XX

Al norte hay un campo de concentración que siguió activo bajo la colonización soviética. Una montaña hecha con escombros de los bombardeos fue utilizada para espiar a los del este. Algunos hemos conocido Berlín con el muro y por eso nos impresiona visitar el “Palacio de las Lágrimas” en Friedrichstrasse , donde los berlineses occidentales despedían a sus familiares del otro lado tras pasar el día con ellos. Películas como “Good By Lenin” o “La vida de los otros” recrea muy bien ese ambiente y lo que ocurrió después. También hay un Berlín subterráneo con sus bunkers. Recordemos “El hundimiento”.

Al igual de Nueva York, Berlín es una ciudad que puebla nuestro imaginario colectivo con una fuerza e intensidad sin parangón. Al ver “Sinfonía de una gran ciudad” identificamos los lugares que recorremos actualmente, como si hubiéramos transitado por ahí. Las ruinas de “Alemania, año cero” continúan agitándonos. Quizá porque las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki ni siquiera dejaron vestigios. Berlín ha sido el epicentro de los grandes acontecimientos históricos del Siglo XX y fue algo singular aquellas décadas en que se vio cercada por un muro dentro del Telón de Acero.

Ahora se ha puesto de moda y se podría convertir en un parque temático. Tiene demasiadas zonas comerciales y ha perdido su proteccionismo en los precios de alquiler. Pero sigue conservando un encanto muy especial. El mejor testimonio lo dan esos tours gratuitos que ofrecen quienes han hecho de Berlín su ciudad adoptiva y se refieren a ella como si fuera su lugar natal. A mi juicio no merece la pena visitarla para ver sus museos y fichar en lo que aconsejen las guías de turno. Hay que vivir un tiempo para captar sus ambientes y disfrutar de sus barrios. Lo mejor sería dejarse llevar por la gente que uno va encontrando sin guión previo. Pero esto no es propio de turismo de masas, donde solo cuenta bajar del bus para hacer un par de fotos. Mejor que no descubran el auténtico Berlín y quede para quien sea capaz de apreciar sus entresijos. No se chiven por favor.

El embrujo de Berlín y su patrimonio histórico-cultural