sábado. 27.04.2024

En marzo del año 2013 escribí la última palabra de la que es ya mi primera novela. Aquel texto se lo di a leer a varias personas inmediatamente, y uno de los primeros que me recomendó hacer algunos cambios en él fue mi amigo el historiador Justo Serna, uno de los mejores lectores que conozco. Carmen Pinedo, Inmaculada de la Fuente, Alejandro Lillo, Paloma González Rubio y Manuel Rico leyeron la obra, también mi amigo el editor Ismael Gómez García. De todos ellos recibí ante lo que yo había escrito unas palabras de reconocimiento de un incalculable valor. Pero fueron Carmen, Inmaculada, Manuel, Paloma y Justo los que me hicieron ver con indudable certeza que aquella novela, entonces titulada El silencio imposible, era algo que merecía la pena ser leído por mucha más gente. Y me decidí, ya a mediados de 2014, a intentar que alguna editorial la publicara.

Conseguí en aquellos años la atención de cuatro editoriales: dos de ellas me dijeron, sucesivamente, que sí la publicarían. Ninguna lo acabó haciendo. Lo mejor fue el rechazo que obtuve de una de las otras dos, que le dijo a quien la presentó defendiéndola, en mi nombre, lo mejor que una editorial conocida, pero que se dedica a publicar novelas sencillamente simplonas y literariamente fofas, le puede decir nunca a un escritor que tenga alguna veneración por las narraciones artísticamente importantes: “Ojalá pudiéramos publicar una novela así”.

Otra editorial que no quiso publicarla, ya en 2016, me razonó que sin guiones antes de las intervenciones de cada personaje, en las conversaciones, ellos no publicaban novelas. Otro elogio encubierto. ¡Guiones en las conversaciones antes de la primera palabra de cada uno que habla! ¿Quién los quiere?

‘Serás mi tumba’ es mi sexto libro, el primero en el que todo lo que cuento es mentira y cierto a la vez

Así hasta que, en 2022, mi editor, mi amigo el editor Ramiro Domínguez, el factótum de la prestigiosa Sílex ediciones, donde ya había publicado yo mis primeros cinco libros, cinco ensayos, históricos, también alguno musical, me dijo que sí cuando le dije ¿ahoraqueyapublicasnovelasquétalsipublicasminovela?

En algún momento entre 2016 y 2022 ya no se llamaba El silencio imposible, sino que yo había decidido cambiarla el título por el que ya tiene: Serás mi tumba. Por fin, en mayo de 2023, mi primera novela llegó a las librerías. Su camino a partir de ahora tiene mucho que ver con la visibilidad que consigamos darle Ramiro y yo ante quienes en realidad vendenlas novelas de los que no tenemos una presencia mediática descomunal. Hablo de quienes escriben y hablan de libros en los medios de comunicación. Esas personas que no saben nada de mí, aunque haya escrito ya cinco libros, ni tendrán ningún interés en leer una novela que ningún amigo suyo les haya presentado diciéndoles tienesqueescribiralgosobreella. 

Como ya he escrito en otro lugar, Serás mi tumba es mi sexto libro, el primero en el que todo lo que cuento es mentira y cierto a la vez. El primero en el que todo lo que hay es nada más que un pedazo de mi corazón. Ser historiador es fabuloso. Pero más lo es ser un fabulador.

A continuación, me gustaría que leyeras uno de los capítulos de Serás mi tumba:

Las montañas y sus nieves vistiendo sus rocas, las montañas y su perfil recortado prácticamente nunca nítido, hoy sí. El azul intenso de los cielos que casi se puede oler desde donde otea. Cuánta luz. La misma luz de sus años de niño en el valle. Los años de la escuela y de ayudar en las vacas, atropando y conduciendo el carro tirado con un aire sandunguero por Lucero. Los años en los que ni él ni los niños como él podían imaginar el abismo que los adultos iban abriendo a sus pies en una absurda carrera empapada de pánico y de un creciente odio hacia el otro, ese odio que convierte a los que no coinciden contigo en enemigos primero y en animales cuando ya no hay más que los míos. Y de aquello como un rescoldo queda su presencia solitaria en el monte y el llanto de su madre y el llanto de su hermana y la vida dolorosa de cuantos le acogen o le estimaron o le estiman. Y tantos muertos, como su padre o su hermano, amigos, vecinos, enemigos desconocidos y enemigos que le acechan o que simplemente están al otro lado en los tiempos de la guerra cuando la derrota solo era una posibilidad. La derrota de los suyos. No su derrota, la derrota del hombre que otea con unos prismáticos inexplicablemente útiles tantos años después de haber sido fabricados, con lo que han vivido en esas tierras santanderinas en el ajetreo de los huidos que alguna vez quisieron ser guerrilleros. No su derrota porque por eso observa en lontananza la carretera por donde ya ha pasado la pareja de la Guardia Civil y por donde ahora mismo circula un camión de los de la leche lleno de perolas que refulgen en su latón del que nace un tintineo que casi puede escuchar desde su soledad campestre de guerrero solitario. 

Ser historiador es fabuloso. Pero más lo es ser un fabulador

A menudo rememora la zozobra que estalló aquella mañana de hace ya tantos años obligándole a abandonar su casa, su pueblo para unirse a los del monte, la determinación inflexible que venía fraguándose tras cada una de las obligadas visitas al cuartelillo donde la toalla húmeda y anudada destrozaba su espalda sin dejar eso sí huellas visibles, el sadismo y el odio cruel de las bestias que no saben sino ser bestias aunque bestias no hayan nacido. Bestias con nombres y apellidos para los que la palabra venganza se queda pequeña y se muestra insuficiente. Los meses en el hospital valenciano para tuberculosos en donde su hermano el falangista consiguió que le ingresaran y del que regresó restablecido a su tierra para constatar una vez más que había perdido una guerra en la que había luchado con la convicción del neófito llegado al sendero de la tierra de promisión de los trabajadores-de-toda-clase redimidos. Los trece meses de guerra que desembocarían en un frente roto y en una desbandada demasiado humana y la prisión antes del sanatorio y los ojos de su madre, privada de uno de sus hijos y con él casi muerto. Y viuda, una más de aquella España llena de viudas y llena de mujeres preparadas para ser las viudas que serán, para llenar los lugares del negro del dolor por la pérdida.

Huir, esconderse, desaparecer, rápido, rápido, con determinación, corriendo, sin mirar atrás, si acaso cuando ya su casa no está a la vista y el dolor de la pérdida convierte la fuga en una nueva derrota de la dignidad que el que escapa pretende restaurar con su evasión. Escurrirse hacia la única libertad posible, la de los del monte, la de los emboscados, la de los guerrilleros. El territorio de la resistencia real al régimen de oprobio que ganó hace años una guerra que aún perdura. Detrás quedan los golpes y las preguntas sin respuesta posible, la orina derramada y el rencor y su mordedura poderosa y el antídoto para que no oscurezca tu mente en una noche eterna, pero también la madre y las hermanas, y el hermano y el padre muertos. Y la juventud sepultada sin haberla tenido, y la vida que no será.

Lobos de los que huir, lobos auténticos en el camino del destino y los otros lobos, aquellos con los que compartir el desahucio a que le llevan los modos de los victoriosos en la guerra de los mil días que se prolonga en los valles y los montes de su tierra, que se prolonga en todo un país calcinado por el terror y el gris oscurantista por la ausencia del perdón y de la paz. De los lobos hacia los lobos, en territorio de lobos. Escucha un aullido, o lo que parece un aullido. De lobo. No hay respuesta. Él paraliza la ascensión hacia la montaña enorme que domina el territorio de su infancia y de la juventud que no pudo tener. Y es entonces cuando cae en la cuenta de que tal vez no haya cogido la ropa necesaria para vivir en tierra de lobos, y recuerda la escasa cantidad de comida que cargó cuando aprisa asumía su futuro de emboscado, acompañado de los guerrilleros que ya condecoran la dignidad de los vencidos en los montes asturianos y cántabros de su entorno vital. El aullido se repite, demasiado cerca de él, dejando en la noche un destello animal justo cuando el huido es consciente de que se está convirtiendo en un proscrito si no lo es ya, en medio de ningún sitio. Decide acampar donde ya le empieza a costar el avance sin asumir riesgos imprevistos, aunque acampar es una palabra excesiva, ahora que el aullido recibe el eco de otro aullido ese sí lejano pero fúnebre.

Mi primera novela se titula ‘Serás mi tumba’